Literatura

Anatomía, receta y composición de Juan Carlos Aragón

Pasodoble: anatomía, receta y composición de Juan Carlos Aragón

Taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum; Taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum… Ahora que se ha muerto Juan Carlos Aragón conviene recordar porqué nos gusta o, dicho de otra forma, porqué ha sido un gran coplero.

Con el pasodoble nos sucede como con un serranito: pollo o lomo, según se quiera hacer esto más en acordes mayores o más en menores; pimiento, tomate y jamón. En realidad es más bien sencillo. Fácil de hacer y de admirar, esto quiere decir: accesible.

El pasodoble puede ser cantado por prácticamente todo el mundo y el tempo es más bien sencillo de llevar. Taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum; Taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum…

Parece que Aragón se alejaba a propósito de esta forma sencilla y, quizás, localista. En el documental del vigésimo aniversario de Los Yesterday, Juan Carlos observa que el pasodoble sobre Cádiz que acababa diciendo “Cadi es de Cadi na más/ y es patrimonio del gaditano” (Taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum; Taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum…) era una parodia del localismo.

Lo cierto es que los pasodobles de Juan Carlos son complejos. No es menos cierto que la música acompañaba a una letra que se alejaba aún más de lo común.

Acabo de escuchar el pasodoble de Manolito Santander en La maldición de lapa negra. Un pasodoble en el que mandan el sabor añejo de los acordes mayores, la armonía fina y el taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum; Taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum (tan bueno, tan amable, tan hermoso). “Loquito por verte a mi vera/ cariñito mío…” (del Sheriff) Acordes mayores, armonía fina y taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum; Taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum… Y una letra que, como la música, está a caballo entre la demagogia y los chicharrones; entre una borrachera de vino dulce y la ternura; lo elevado y lo popular.

Tengo una novia, señores/ que tan sólo con mirarla/ va robando corazones” versus “yo me enamoré de ti/ por culpa de los carnavales/ desde entonces no sé si vivir/ o morirme a raudales”. La popularidad contra… “¿No sé si vivir o morirme a raudales?”.

Juan Carlos Aragón ha sido un gran coplero (para mí el mejor) porque ha sabido introducir un código absolutamente personal en un lenguaje tradicional como es la copla carnavalera. Los ilustrados del S. XVIII dijeron que la tauromaquia era algo vulgar, algo propio de una palabra que se acababa de acuñar por aquel entonces: propio del populacho. A Goya (al que conocemos por sus pinturas, pero al que merece la pena conocer en la profundidad de su pensamiento), al principio, le daba vergüenza ir a las corridas, vaya a ser que le dijeran algo. Aragón era Goya no yendo a los toros, sino haciendo una gran faena contra el director de la Plaza.

Aragón recorre los tópicos del Carnaval: la reivindicación, el amor cortés, la situación sociopolítica de Cádiz… Pero introduce elementos y cuestiones que ningún otro autor ha sabido tratar. “Ni dios padre, ni el Diablo, ni el dinero/ en el mundo sólo manda el implacable emperador, el bandolero/ el verdugo justiciero, el más viejo y el más joven/ y que nunca me lo roben, que no tengo más que a él:/ en el mundo manda el tiempo…” (taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum; taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum…)

Ese pasodoble de Los Príncipes mezcla la rebelión metafísica de la que hablaba Camus en El hombre rebelde y el amor como elemento poético, tratado desde el romanticismo que forma parte del vocabulario colectivo del Carnaval. Y, además: “ni las noches más bonitas/ duran un amanecer/ ni durará un amanecer/ en la escollera, en Cortadura/ más de lo que tardan las noches en volvernos a traer/ a la luna”.

Una calidad lírica supina que surca un extraño soniquete que, como si fuera la contramarea, se aleja lo justito del taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum; Taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum…

Aparte de los razonamientos objetivos como pueden ser su alejamiento de la tradición o los temas de los que habla, en el plano subjetivo es inevitable defender una calidad lírica inconmensurable con los parámetros del Carnaval. Aragón puso sobre la mesa temas como el paso del tiempo o la soledad (pasodoble mítico de La banda del Capitán Veneno). Esto no tiene más mérito que la imaginación de cada cual: lo que tiene verdadero mérito es hacerlo tan bien.

De un tiempo a esta parte (y me hago cargo como izquierdista que soy), observamos que la izquierda reivindica obras artísticas por el simple hecho de que está de acuerdo con ellas. Ojalá fuera inaudito el absurdo, pues inaudita es la cualidad que tiene algo de no ser escuchado por nadie. Por lo que a mí respecta, pasaría menos vergüenza ajena. Ejemplos hay a montones, pero no merece la pena nombrarlos. Sencillamente, si vienen por Madrid, miren los pasos de cebra.

Muy al contrario, Aragón hacía uso de un conocimiento de la lírica que le permite elegir el registro en el que quiere hablar. Otro error común es pensar que los genios existen. Falso. Velázquez era un estudioso de la pintura; Lorca daba conferencias sobre Góngora; Picasso estudió a Velázquez hasta la saciedad (hay una copia del Felipe IV en el Museo Picasso de Barcelona); Camarón –al que se calificaría de prácticamente analfabeto- recorría pueblos con tal de escuchar cantar a gente. Cabe pensar que Aragón leía bastante más (y bastante mejor literatura) que sus contrincantes. Así que, si hablaba de rebelarse contra Dios es porque sabía que se podía hablar de eso. De hecho, no escondía su admiración por Nietzche.

Por cierto: no, los genios no existen. Por regla general, el genio es un tipo que sabe mucho de lo suyo y es capaz de expresarlo. Dicho de otra forma: un “genio”, antes de ser genio, casi siempre es muy buen estudiante.

Juan Carlos Aragón era bueno, en definitiva, porque sabía más que el resto, en primer término. En segundo, por aplicar aquello que sabía al taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum; Taratá-ta, chim-pum, chim-pum, chim-pum… (en este caso, un poco estrafalario), alfa y omega de una sociedad como la gaditana, que disimula con alegrías lo que la vida da por peteneras. “Dicen que pueblo que canta/ pueblo que espanta sus males/ por eso a Cádiz le salen/ los males por la garganta”, dijo el Capitán Veneno.

Fernan Camacho
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