Esta ciudad se fundó así. En las penas y en las alegrías, en las leyes de seis mil años de antigüedad que estaban en verso y, con seguridad, se cantaban. En la guasa y el hambre, en la carne de bragueta y en Haydn componiéndole a la Santa Cueva. En la felicidad y las desgracias. Uno de los días más felices de mi vida como escritor y una de las tristezas más grandes.
Capitán Veneno
Cantarle a la ciudad más vieja y pícara de occidente es un veneno, una condena, una labor de peregrinos y creyentes, una sabiduría canalla de los que la viven cada día. Una responsabilidad siendo la madre del flamenco y del carnaval que, como el dios fenicio, suicida a sus hijos e hijas expulsándolo al fuego de la distancia del trabajo y la casa en otro lugar. Ciudad de la grandeza y de la crisis. Del pasado de esplendor y del presente de mojón. Y se nos ha muerto uno de los que la escribían y la querían. Uno de los que cada año se inventaba de la nada una música y una letra para contar la ciudad con sus aciertos y fiestas, con sus miserias y marrones. Un tipo curioso. Un tipo que despertó a muchos y que los llevó de la mano de la poderosa metáfora hasta el más allá del carnaval. Alguien que llamó «Los americanos» a una comparsa de nativos americanos. Un chirigotero canalla que dio el último pelotazo del siglo XX. Un comparsista febril, entregado, polémico, que revitalizó la modalidad con la polémica y la poesía. Un músico de Cádiz. Un creador de la magna música de Cádiz, esa que es vanguardia popular por su riqueza y poca vergüenza, tan sana y rica que desborda casa año la realidad y la rutina de los telediarios.
No sé si fue un genio. No sé si mereció más premios o si tenía razón cuando protestaba en sus letras concurseras. No sé si tenía razón siempre o si era muy barroco o no. Pero si sé que fue capaz de trascender al inmenso olvido de los repertorios anuales con varias letras que encajó en el cancionero popular, en la memoria de los suyos. Certeras, eternas, poéticas, que valen para cada momento en la diacronía de la vida carnavalesca. Letras que hablaban de geopolítica más que un informe de la OTAN:
En el norte los del norte
tienen una condición
que en el sur no la tenemos
en el sur a los del sur
puede ser que nos importen
las cosas un poco menos.
En el norte la miseria no se ve
porque va dentro del hombre
en el sur no hay más miseria
que tener en el norte a los del norte.
En el norte mandan blancos
con los corazones negros
en el sur mandan los negros
con los corazones blancos.
En el norte los del sur pasan frío
en el tren en la ciudad en la gente
en el norte sale el sol escondío
el norte es rico pero aburrío
el sur es pobre pero caliente.
Mientras el norte fabrica
las bombas que tiran los criminales,
el sur aguanta fatiga
tragando saliva con ferias y carnavales,
yo soy del barrio bendito
del sur infinito de Andalucía,
donde la reina alegría
ala de los corazones.
Y cuando digo del sur
gaditano y andaluz
miro al norte y me
los paso por to los rincones.
Letras con metáforas más exactas que los cien mil poetas redivivos del Twitter. Esos que entrecortan frases de coaching y se creen que hacen versos.
Una mujer es un mundo
de continentes profundos
y orillas deshabitadas.
Una mujer es la tierra
la primavera y la guerra
la religión de las camas.
Una mujer es la calle
la sombra fresca del valle.
Una mujer es candela,
una mujer es la gloria
pena, condena y victoria
retoño, madre y abuela.
Si Dios no tiene pecados
es que nunca se ha encontrao
a su compañera.

Juan Carlos Aragón siempre tendrá una letra para saber cómo sentirte…
Se nos ha ido uno de los creadores de carnaval más completos, ácidos y líricos que hayamos conocido. Genio y figura. Egocéntrico y divo. Sincero y cabal. Filósofo y canalla. El de la torre de preferencia y el de igual que una mezquita al llegar te descalzas si quieres entrar, todas las calles de Cádiz también son el templo de una religión, que da a la vida sentido, por eso te digo, si vienes de fuera o si eres de aquí, pero aún no te enteras que es el carnaval.
Se nos ha ido alguien imprescindible para los que amamos, queremos y sabemos que esta cultura popular que mamamos nos ha conformado una cosmovisión del mundo, un modo de estar, un-ser-ahí heideggeriano y chirigotero. Alguien crucial para los que sabemos que el carnaval es una forma de vivir, una cultura que lo ordena todo. una cosmovisión irónica de la vida. Juan Carlos siempre tendrá una letra para saber cómo sentirte, para celebrar, para llorar, para criticar, para reivindicar, para protestar. Se nos ha ido alguien al que echaremos en falta siempre. Pero al que cantaremos hasta que se partan las gargantas, o las callen los de siempre, los de las babas de whisky, con sus leyes o pistolas, en cualquier reunión, en cualquier barbacoa, en cualquier esquinita canalla, con su guitarrita ratonera, con su letras mascás, con sus adaptaciones al momento, con su trío, con su contralto apañao, con su segunda pa comérselo. Ahora, como en aquellas tristes, pero tan alegres en el fondo, reuniones en los baches del años cuarenta cuando el carnaval era proscrito para la limpia música franquista y sus fiestas típicas, cantaremos los pasodobles de Juan Carlos. Cantaremos siempre
Y aparece en el más ínfimo escalón
de su estrecha jerarquía
el servilismo mamón
de las marmotas de Andalucía.
Ese es el carnaval en el que Juan Carlos vivirá siempre. El de nuestra memoria sentimental. En el cancionero del corazón. Ese que sabe del frío de un martes de carnaval, de las bullas en los callejones, de los jipis en la Caleta, del pasodoble de medida cantado a las seis de la mañana, el pellizcazo de una letra metía con la razón y el amor, con el quejío en el momento perfecto, con el saber callar la caja y el bombo. Ese que sabe de lo que dura una serpentina en el aire, del amor del sábado de carnaval, del tiroriro de los cobazos, de los embustes y los amigos cabales, de un cuplé bueno estando morao, de la vida al revés, de saber que la ironía cauteriza ese alma que no tenemos y que solo es carne y sangre de carnaval. Ese carnaval que canta:
Y como la locura,
esta locura de aquí,
si es verdad que no se cura
y sale por Febrero,
si algún día yo me muero
loquito me quiero morir.
Ese carnaval que se siente estando juntos, el que se vive y se ama cada día como una forma de entender el mundo que es Cádiz.
Cuando se muere un gaditano
muere un claro de la luna
que se unge con agua del mar
bendita de sal y de espuma.
Tacita de Plata es su tumba
y su oración carnaval.
Un gaditano al morir
tiene que hacer de su llanto
un grito para beber
de un pecho lleno de encanto
que a la vez que le calme
su garganta sedienta
otro pecho a su vera
mil canciones le cante
Cuando muere un gaditano
estalla la tristeza del invierno
sea la estación que sea
y los astros se estropean
aumentando el temporal
para que el mundo perezca
y cada día parezca
el último día de carnaval.
No te has ido. Estás aquí. Cuando cantamos.
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