El vértigo que produce el matiz
Cuando no repites lo que la propaganda -que es siempre repetición- te marca.
Cuando no quieres pertenecer a ninguna tribu porque recuerdas que tu padre te decía que ser libre no es un concepto si no un ejercicio.
Cuando alguien querido te arroja: ¡tú estás con los verdugos! (por el simple ejercicio de discrepar, incluso erróneamente).
Cuando no coincidir al 100% con una opinión te sitúa en otra orilla. Cuando sólo hay una orilla (la otra -necesaria- no existe o es el infierno).
Cuando te atreves a mostrar admiración a otro (que está en el supuesto bando enemigo).
Cuando la duda se transforma en traición para los miembros de la tribu.
Cuando tu posicionamiento tiene que venir obligatoriamente acompañado por el insulto (para así no mostrar ningún atisbo de duda de donde estás).
Cuando simplificar es la norma y la complejidad la excepción.
Cuando tu historia y memoria son arrojadas al abismo de la indiferencia por un desliz (es decir, por una duda planteada).
Cuando el atrevido ingenio esconde la ignorancia. Cuando el dogma sustituye a la razón. Cuando el estómago marca la línea de debate.
Cuando el odio aparece disfrazado de supuesta coherencia…
Es en estas circunstancias, cada vez más comunes, cuando el matiz te convierte en víctima, que vuelvo a leer a Edgar Morin:
«Hay que recordar las ruinas y el horror que las visiones simplificantes han producido, no solamente en el mundo intelectual, sino también en la vida (…). Suficientes sufrimientos aquejaron a millones de seres como resultado de los efectos del pensamiento parcial y unidimensional».
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