La cultura andaluza es una oda a la resistencia frente a la dominación.
Por Daniel Valdivia y Javier Calderón
Hace poco, me contó un viejo amigo una historia de las que atrapan. Leonard Cohen, emblema de la canción de autor, vino a España a recoger su Príncipe de Asturias de las Letras en 2011. En un discurso inolvidable para todo aquel que lo escuchara, el canadiense conmovió con su prosa a través de un repaso de los nexos entre su música y la cultura española.
El más llamativo de ellos es su anónimo primer profesor de guitarra, quien, justo antes de suicidarse, enseñó a Cohen seis acordes muy comunes en composiciones de Flamenco que se convirtieron en la base de todas sus canciones.
Ese vínculo brota de un género musical propio de la resistencia andaluza, el Flamenco. Con esos seis acordes nacerían después canciones como Take This Waltz, adaptación del Pequeño vals vienés de García Lorca, o First We Take Manhattan, himno a la lucha contra el hastío vital que conlleva una vida impuesta por el sistema.
Lorca, granadino y profeta de la lírica andaluza, es otro de los nexos que nombra Cohen en un discurso donde muestra su gratitud hacia la nación española sin mencionar en ningún momento a Andalucía. Sin embargo, no se hace referencia al cantaor Enrique Morente, otro enlace granadino y andaluz entre el cantautor de voz quebrada y nuestra cultura. En Omega (1996), álbum que revolucionó el flamenco, Morente no solo canta poemas de Lorca, sino que también adapta canciones de Cohen y hace que luzca su canto de resistencia en la única lengua que podría acompañar este mensaje con la verdad de un quejío: Primero conquistaremos Manhattan, / después conquistaremos Berlín.
Años más tarde, la palabra de Cohen seguiría viajando por Andalucía hasta Adamuz (Córdoba), donde Gata Cattana toma esta referencia de la canción de Morente para su rap combativo en Gotham.
Este relato, situado entre lo mágico y lo místico, permite plantear una reflexión no solo en torno al papel de la música en la construcción nacional de Andalucía, sino que incluso nos lleva a definir la relación entre España y Andalucía como una de dominación, donde la primera asume un rol dominante frente a la segunda.
Esta dominación se evidencia en una distinción entre lo español, considerado como rico, bueno y elegante, mientras lo andaluz se ‘etiqueta’ como malo, pobre y chabacano. Es una dominación especialmente dolosa por ser una construcción puramente artificial, convirtiendo ‘lo andaluz’ en ‘lo español’ todo aquello que no atenta contra el modelo de dominación establecido, otorgando a las élites – señoritos en nuestro argot popular – la potestad discrecional de decidir qué es bueno y qué es malo, qué es andaluz y qué es español.
Por desgracia para ellos, es aquí, en el plano oculto de las relaciones de dominación, donde prácticas socioculturales como la música juegan un papel de resistencia. Los dominados centran su resistencia en la construcción de redes horizontales y cohesivas de solidaridad (Montilla, 2002), pudiendo así elaborar discursos ocultos, que, recurriendo a Antonio Gramsci, sean subversivos y erosionen la hegemonía cultural de nuestra sociedad, escapando al control de las élites.
Podemos trazar la historia contemporánea andaluza a través de la música, desde Camarón de la Isla a Gata Cattana, acompañados de Carlos Cano, Juan Carlos Aragón y un larguísimo etcétera. Si un apelativo, de tantos y tantos que podríamos elegir, hace justicia a este elenco es el de subversivos.
Música de guerra y música para la guerra. Los años más duros de dominación, aquel período en blanco y negro del franquismo, acrecentó la capacidad de etiquetaje de los señoritos, pero eso no impidió que en el plano oculto donde lo místico y lo político se hacen uno, la cultura andaluza con la música por bandera resistiera.
Nadie podrá negar que en Andalucía la resistencia es un arte y que se ha hecho arte de la resistencia.
Décadas de resistencia son síntoma de que la dominación, ya en un sistema democrático, no cesa. La fuerza de la identidad andaluza en aquellos años de transición, con las letras de Carlos Cano como banda sonora de una nueva era a punto de comenzar, desapareció al poco tiempo. El descenso de la presión de los dominantes disminuyó la resistencia. La idea de que esos socialistas andaluces con chaquetas de pana eran de los ‘nuestros’ unida a las mejores condiciones socioeconómicas llevó a la sociedad andaluza al ‘letargo’, rendido a los nuevos vientos que corrían en España.
Hoy, donde hace ya “cuarenta años de aquellos hombres de pana que hoy amamanta Susana”, con una crisis-estafa por medio, la música vuelve a representar un medio para dar voz a los sollozos y lamentos de un pueblo herido.
La transformación digital de las sociedades ha modificado las formas de resistencia. El carácter oculto de las prácticas socioculturales durante el franquismo ha dado paso a la luz azul de nuestras pantallas. Ahora la protesta se concentra en espacios virtuales, donde la batalla se centra en trending topics, tuits y posts.
Y en este nuevo espacio, la cultura andaluza, con la música como epicentro, vuelve a evidenciar su enorme capacidad de resistencia y defensa de ‘lo andaluz’. Quizás, en una tarea para otros o para otro ensayo, sea hora de construir un relato realmente subversivo desde el prisma de una nación cultural, planteando la lucha por la hegemonía desde las letras del Carnaval, el rap de combate y, el arte mayor que envuelve este escrito, llamado Flamenco.
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