Remedios Zafra: «La velocidad favorece al capitalismo, la superficialidad también»
A través del ensayo Ojos y Capital (Consonni, 2015) Remedios Zafra ofrece la mejor radiografía de la cultura red que habitamos, los efectos que las variables de este nuevo mundo tienen en nuestra identidad y en la sociedad; las nuevas pautas de comportamiento, las nuevas desigualdades, y el papel del feminismo en este escenario en permanente revisión de parámetros y habitantes. Antesala de El entusiasmo (Anagrama, 2017), premio Anagrama de Ensayo, Ojos y capital disecciona elementos clave en la actual transformación digital y señala hacia los riesgos que la práctica digital conlleva para el individuo contemporáneo.
Arrancas Ojos y capital, con el párrafo siguiente: «Pero hoy, sin embargo, todo parece venir de un universo de palabras que nacen de los ojos y que nos resistimos a llevar al suelo. Son palabras que nos sirven para los mundos inventados y los mundos representados». ¿Cómo se ve determinado el lenguaje, el ejercicio de la palabra, debido a la presencia omnisciente de la cultura-red?
Hoy el mundo nos viene cada vez más mediado por la pantalla. Los lenguajes están cambiando en tanto son parte de esa mediación. El sujeto ya no se presenta tanto como se “representa”, éste es un ejercicio constante que requiere viejos y nuevos usos de la palabra. Quiero decir que la artificialidad del mundo a través de la interfaz tecnológica y cotidiana que nos comunica con los otros es un signo clave de la época que cambia el énfasis hacia los lenguajes del medio. La imagen es uno de ellos, pero el lenguaje del “yo” sigue siendo eminentemente la palabra.
Creo que en este escenario el lenguaje de la palabra implosiona y se transforma por varias razones. La principal, porque hoy prácticamente “todxs escribimos”, y a las clásicas formas se unen otras más efímeras y breves, hipertextuales, multimediales… Comparativamente, mirando a otras épocas e incluso a otras culturas, nunca hemos hablado y escrito “tanto” como ahora. La palabra es hoy incontenible. De ello se deduce un cambio sustancial y es que la escritura no es ya prerrogativa de unos pocos y esto, a priori, debiera dotarnos de cierto poder. Antes, unos pocos escribían para miles y hoy miles escribimos para miles. Sin embargo, el exceso y las inercias de celeridad derivan en usos rápidos de la palabra, desprovista en muchos casos de tiempo y profundidad e hipotecada a esas otras formas de “leer” que hoy predominan; veloz, epidérmicamente, en modo titular, para abarcar más en menos tiempo…
¿Y qué papel deben jugar las palabras para alterar las variables que determinan «el mundo cotidiano y limpio de las imágenes sin carne; un mundo penetrado por microtecnologías que nos hacen ver (de otras muchas maneras) sin dejarnos verlas, ni a ellas ni al poder que las sustenta.»?
No pocxs investigadorxs han reflexionado sobre las diferencias entre lenguaje escrito e icónico en la representación de modelos de mundo y sugieren que frente al poder de la imagen para repetir estereotipos, la palabra permite mayores ejercicios de imaginación identitaria. En el ebook de X0y1 publicamos un artículo de Buchmüller y Joost sobre el tema.
A mí me interesa especialmente observar cuando la inercia de un contexto nos lleva a “repetir mundo” y viejos modelos a ser, por tanto formas de desigualdad, y cuando nos lleva a “imaginarlo”, es decir, a arriesgarnos con otras formas posibles que generen otras condiciones de relación y libertad.
Decía Regis Debray que el inconsciente colectivo está más pegado a las imágenes, más sujeto al aquí que el yo. Y el yo, ya se sabe, cuando se dice sujeto precisa de lenguaje y palabras.
Claro que es más difícil “pensar” que sentir, y que la palabra ayuda a hacer pensativas las cosas frente a las imágenes que por lo general son más emocionales y rápidas (a no ser que hablemos de arte contemporáneo o prácticas donde esto es subvertido). Mi impresión es que en la cultura-red las palabras en muchos casos operan como imágenes, se han estetizado en frases rápidas y cortas para poder ser vistas a golpe de ojo. Quiero decir que la posibilidad de hacer el mundo pensativo está cambiando con las nuevas formas de lectura. Las palabras de esta época están más aceleradas, como el conejo blanco, parecieran no tener tiempo.
Sin embargo para que las palabras propicien una práctica reflexiva en el sentido profundo del término, lo necesitan: “tiempo”. Más si cabe si esas palabras están cuestionando el mundo y por tanto incomodando al sujeto que se ve obligado a mirar de otra manera. Creo que este asunto del que se deriva la posibilidad de un pensamiento libre y crítico es lo que está en cuestión en la cultura-red.
Consideras punto de partida una pregunta, si seremos capaces de recuperar la conciencia sobre lo que vemos y lo que implica. En este abigarrado y complejo escenario donde lo tecnológico se confunde con lo identitario, y lo social con el capitalismo, ¿dónde ha quedado la conciencia? Es más, ¿seremos capaces de mantener un horizonte digno, donde lo ético importe?
Cuando pienso en Internet siempre intento transitar por distintas miradas, pero me parece necesario retomar siempre el lado crítico, justamente porque es el más incómodo y el que intentamos evitar cuando nos interpela la pregunta: ¿cómo Internet nos ayuda a ser más libres? Toda toma de conciencia del sujeto supone una primera angustia que precede al conocer y sentirnos algo más libres en el mundo. La conciencia es la que nos permite no convertirnos en manada a expensas de quienes mandan, ni caer en la resignación de una vida sin alternativa, controlada por otros, es decir, la que nos permite intervenir (incluso disentir frente a) lo que la sociedad y la cultura nos proponen como modelo a ser.
A tu pregunta sobre si seremos capaces de mantener un horizonte digno, yo creo en la potencia del ser humano para cambiar y buscar un horizonte mejor, pero esta ganancia no es algo que nos venga dado por defecto sino que requiere un esfuerzo, diría incluso negociación y conflicto. En este sentido me preocupa cómo la cultura-red acontece paralelamente a una desarticulación de la educación en humanidades. La filosofía y el arte son fundamentales para favorecer un pensamiento crítico, pero la manera en que ambos se han tratado hasta ahora (al menos en nuestro país), han sido, a mi modo de ver, retrógradas y a veces opuestas a esta causa. Educar en el pensamiento crítico, en la conciencia y en la igualdad no tiene que ver con enseñar a colorear plantillas, a “copiar mundo”, o ser agentes pasivos que memorizan sin entender… Y lamentablemente esta tara está siendo utilizada por muchos como excusa para defender un modelo que directamente pretende aniquilar el pensamiento propio considerándolo “pensamiento inútil”; cuando lo que quisiéramos muchos es dar esa oportunidad real al “pensamiento” en una época que lo precisa urgentemente. De hecho, la disponibilidad de información infinita en la red no presupone ni mucho menos un posicionamiento ni conocimiento sobre cómo usarla. Los que llamamos nativos digitales pueden saber usar increíblemente determinados juegos, programas y tutoriales, ser buenos “usuarios”, incluso “prosumers”, pero están absolutamente desprovistos de recursos que les ayuden a valorar desigualdades, a cuestionar cosas, a transformar y mejorar mundo, a preguntarnos por “nosotros en el mundo”.
Y respecto a si este horizonte digno sería también un horizonte ético, creo que ésta es una demanda que especialmente después de lo acontecido en los últimos años de crisis late como exigencia allí donde miramos. Sin embargo, no podemos olvidar que una de las claves del capitalismo es que basa sus intercambios en la “no presuposición de una obligación moral entre ellos”. Es decir, un dar y un recibir desprovistos de dicha obligación entre las personas que intercambian. Y lo que conlleva formas de liberación arrastra también formas de deshumanización, olvidando que lo que hacemos, en lo micro y en lo macro, implica un afectar a otros. Pensar desde una ética (que no caiga ahora por efecto rebote en manos de la religión) en las consecuencias de nuestros intercambios parece hoy más que necesario.
¿Qué desigualdades está generando este masificado y masivo mundo conectado?
En primer lugar, creo que la mayor desigualdad se deriva de los “no conectados” y su exclusión. El hecho de que apoyemos nuestras vidas en la red implica que quienes no tienen acceso a ella quedan fuera de “ese mundo” e, independientemente de la crítica interna que hagamos, parece obvio que “ser en el mundo nos obliga a estar conectados con el mundo”. Hoy el acceso a la educación y a la disensión respecto a organizaciones de vidas desiguales puede empezar en Internet (pienso en zonas y países donde, por ejemplo, las mujeres están sometidas a un dominio total e Internet puede ser una ventana a la libertad y a la conciencia).
Otra desigualdad clave en el mundo conectado vendría de las “inercias” del sistema neoliberal que sustenta a la red y que tiende a repetir mundo sin cuestionarlo, llevados por “todos los demás lo hacen así”. Inercias que se sostienen en la colonización de los espacios con apariencia social por empresas que (si bien primarán su imagen afectiva y filantrópica) priman la rentabilidad, no ya el ejercicio de otros valores o de otras ganancias para la gente. Si olvidamos que la mayoría de circuitos y hábitats de la red son espacios comerciales perderemos la noción crítica de que late en ellos un objetivo principal: convertirnos en usuarios, crearnos nuevas necesidades…
Claro que la infiltración y uso subversivo de dichos espacios es viable y probablemente en ello habite una posibilidad revolucionaria. Posibilidad que no puede hacernos olvidar que el sustento de los dispositivos que se han convertido en habituales en nuestra vida cotidiana y en los que delegamos socialidad, información y diversas formas de (auto)gestión no son servicios públicos garantizados.
Por otra parte, las desigualdades de género siguen estando en la cultura-red. Y aunque creo que el balance es positivo al posibilitar nuevas alianzas, podemos observar cómo no pocas desigualdades de género se amplifican en sus imaginarios, como otras mutan en nuevas formas de control y violencia a través de la tecnología incluso en los más jóvenes, como siguen materializándose desigualdades en la producción y en la creación de conocimiento y valor (no sólo en el contexto de producción tecnológica y programación muy masculinizados, sino también en Wikipedia por ejemplo las mujeres siguen siendo un porcentaje que ronda solo el 15 %).
Además de perpetuar desigualdades, parece que esta sociedad excedentaria, perfectamente medida por el mundo conectado y articulada a través de la red, se ha convertido en el mejor aliado de la práctica capitalista, dando preferencia a lo económico frente a lo político y social. ¿Qué medidas puede adoptar la ciudadanía para revertir este rumbo?
La velocidad favorece al capitalismo, la superficialidad también. Es lo epidérmico lo que compramos, algo que nos proporcione el espejismo de “singularidad” allí donde el sistema nos hace muy parecidos, nos homogeneiza bajos la lógica del consumo como valor.
Pienso que la principal medida pasa por la educación. Una educación capaz de habitar la dificultad de la época y no acomplejada en el pasado. Los ciudadanos críticos tendrán mejores recursos para enfrentarse a las desigualdades y para reivindicar que podemos y debemos intervenir en las cosas que nos pasan o que nos afectan. Una ciudadanía dócil y desarticulada de lo común beneficia a quienes quieren perpetuarse en el poder.
Quizá los casos más concretos vendrían de los usos que la ciudadanía ha dado en los últimos años de crisis a las redes. Tanto los movimientos en torno a las plazas (físicas y virtuales) como la organización off/online para revertir causas injustas serían ejemplos posibles.
La crisis ha afectado la vida de una mayoría de personas haciéndoles sentir la desigualdad en la pérdida de unos “básicos” vitales, de forma que la vida ha reivindicado sobreponerse a la estructura-red reactivando y experimentando con nuevas versiones de lo político a través de “lo común”, que parecieran hoy ser motor de una renovada (o tal vez innovadora) articulación de lo social en la red. Un potentísimo caso de cómo la red ha facilitado el empoderamiento de las personas vendría, por ejemplo, de los nuevos partidos políticos surgidos de la ciudadanía o de las Plataformas de Afectados por la Hipoteca (PAH).
Dices: «la gente de esta parte del mundo ya apenas se mira directamente a la cara, media casi siempre una pantalla». Ciertamente, parece que estamos perdiendo capacidad para saber mirar (pensar, reflexionar, tocar), para asombrar(nos), para dejarnos cegar por la belleza. Esta nueva forma de mirar genera espacios de intimidad fallidos o simulados. ¿Cómo afecta a las relaciones interpersonales? ¿Y a la sociabilidad?
En las relaciones interpersonales las aristas son muchas. Internet ha permitido las relaciones a distancia y ha abierto la posibilidad a nuevos tipos de convivencia. Muchas personas mantienen sus vínculos afectivos con parejas y familia gracias a la red. A mí me conmueve y parece revolucionario que podamos estar acompañados de los que queremos estando físicamente solos.
No se trataría sólo de quedarnos con los números estratosféricos de contactos que podemos llegar a tener hoy en redes sociales. Nadie aspira a tener vínculos profundos con cada uno de ellos. Las relaciones se hacen más diversas y numerosas pero cohesionadas a través de vínculos más suaves, más ligeros, un mero conocer o caer bien. Entre esa diversidad, es cierto que los afectos más profundos son viables y también singulares. El peso de la palabra, la inmediatez e intimidad de la comunicación favorecen acelerar relaciones que en persona serían más lentas o, simplemente, no serían. El escenario por tanto difiere y no debiéramos simplificarlo.
Curiosamente, es aquello que está ausente (el cuerpo) lo que en muchos casos se hace más presente en las prácticas de seducción y afectos online. La sensación de pérdida o aplazamiento incita a construir con palabras el tacto, el olor, los besos… En este sentido, pienso que Internet acoge un fascinante submundo de seducción, afecto y erotismo que obliga a fragmentar cuerpos y sensaciones a representarlos en palabra, sonido e imagen en estas relaciones interpersonales.
La sociabilidad, claro está, se ve afectada por la posibilidad inmediata de estar con las personas estando en lugares distintos y esa potencia a mí me parece fabulosa. Cierto que conlleva nuevas formas de comunidad que, desde la sociología y la antropología por ejemplo, han identificado como colectividades más ligeras, cohesionadas por vínculos como la edad, la afición o el trabajo. Cohesión alejada de los clásicos vínculos fuertes (políticos, ideológicos y religiosos) que caracterizaban otras comunidades del pasado. Como lectura positiva me parece que estas afinidades de ahora nos alejan de los dogmatismos y nos permiten idear formas (aún en construcción) de comunidad y de “nosotros” mejores y por venir. Como crítica, pareciera que las comunidades son fácilmente desactivables y apenas obligan; y pasa además que se articulan sobre escenarios siempre mercantilizados altamente sospechosos de incitar un uso frívolo y comercial de los afectos, neutralizador de una posible emancipación.
Observemos la rapidez con la que podríamos convocar una reunión masiva e instantánea de cientos de personas, pero también la rapidez con la que esto se disolvería. Hoy en la red predomina la idea de “comparecer” frente a la de pertenecer, la instantaneidad y la fugacidad frente a lo asentado.
¿Por qué esa necesidad de ver(lo todo) y ser vistos? ¿Por qué esa urgencia por comunicar que estoy siendo visto? Esta urgencia nos reduce a exigencia…
La existencia pareciera descansar hoy en la presencia online. Si no somos vistos es como si nada hubiera existido. En un mundo en red que presume de horizontal donde todxs tenemos voz, no es ya el mero pronunciamiento lo que nos ubica sino que ese pronunciamiento haya tenido testigos, haya sido evidenciado ante otros. Es el otro que nos ve el que culmina la cosa. Y esto tiene cada vez más valor pues “ser visto” supone serlo entre una saturación de voces que se difuminan por su exceso y por su carácter efímero (una vida construida en presente continuo). La ansiedad que esto provoca en el sujeto habla de algo singular de los tiempos que vivimos. Buscar cierta trascendencia o reconocimiento hoy es algo muy distinto a la búsqueda de hace un par de décadas. Verlo todo proporciona el placer de acceder al mundo. Lograr ser visto proporciona el placer de una existencia acreditada en un contexto de virtualidad extrema, donde a veces tenemos que pellizcarnos para recordar que tenemos cuerpo.
En relación con la anterior pregunta, el ahora se ha convertido en un abismo insaciable. Por mucho material que le suministres, parece que no tiene suficiente. ¿Qué precio estamos pagando por desvincularnos de la acción de contextualizar? ¿Y cuál es su efecto en la historia de la humanidad?
Muchxs antropólogxs hablan de un tránsito a un tipo de poshumano muy apoyado en la tecnología que es ya una realidad. Y, de un lado, creo que observar esta transformación es fascinante y que su potencia no debiera ser negativa. De hecho se abre un increíble universo de posibilidades para hacer y relacionarnos delegando parte de lo que antes costaba mucho esfuerzo o era imposible, en lo que de manera instantánea hoy hace la máquina. Sin embargo, no podemos por alto que es posible y necesario ser agentes activos en estas transformaciones hacia mundos y condiciones de vida más igualitarias para las personas, no limitándonos a delegar en un poder que presuponemos piensa lo mejor para nosotrxs, un poder donde impera la rentabilidad y lo económico como principales valores. Así nos ha ido.
Creo que el precio de descontextualizar es convertirnos en engranajes de la máquina, cuantificarnos y simplificarnos para facilitar una vida operacionalizada, más rápida y (dirán) más eficaz. El contexto es el que aporta matiz y habla de las diferencias, tú, yo, quienes nos leen, no somos lo mismo, nuestras historias son distintas… La descontextualización supone un ejercicio de homogeneización que nos despoja de las diferencias, pero no de las desigualdades.
Estamos metidos de lleno en una egolatría desmesurada, en la era del «narcisismo de la opinión», que dice Vallespín. ¿Qué lugar le espera a la (auto)reflexión, la (auto)crítica y la opinión de largo recorrido?
Los dispositivos están pensados para un “yo” que se relaciona. Las máquinas unipersonales en tanto hardware y software se orientan hacia pautas individuales que tienen lecturas constructivas y emancipadoras pero también un rentabilizador lado oscuro. El yo es la estrella y sentirnos protagonistas la tendencia que ayuda a crear hábitos, consumo y nuevas necesidades respecto a un mundo narcisista y complaciente. Un mundo que habitualmente nos infantiliza negándonos el conflicto. Esto tiene mucho de espejismo, de ilusión y posiblemente además compense la imposibilidad de trascender en un escenario apretado de “yoes”. Y en esa constante presentación “propia” de lo que somos, hacemos y lo que nos gusta, creo que sí hay lugar para para la autocrítica y la reflexión propia.
No obstante, me parece que lo que está en riesgo hoy es esa opinión de largo recorrido a la que aludes, pues todo pareciera inventarse y reposicionarse cada día, a cada rato. El esfuerzo por memorizar terminará desapareciendo pues para ello estarán los buscadores o sucedáneos que resuelven al instante. La opción de profundizar debe competir cada vez más con la tentación de ver más cosas en menos tiempo.
Supongo que conscientes de ello seremos capaces de crear espacios o islas que nos permitan ejercicios de concentración y profundidad. Lo creo porque muchxs los consideramos importantes y lo haremos, tenemos que hacerlo.
Antes necesitábamos del esfuerzo de la búsqueda, comprender, conocer, reflexionar… ahora todo está a golpe de un clic. ¿Dónde ha quedado la tan nombrada sociedad del conocimiento?
Las formas de acceder y de construir conocimiento están cambiando increíblemente. Dicha transformación está cargada de fascinantes oportunidades y de nuevos lastres de opresión simbólica, pero unos no pueden eclipsar lo otros.
La posibilidad de transgredir los viejos canales de emisión unidireccional y poder posicionarnos todxs como productorxs en la red es revolucionaria. También lo es la erosión de esferas pública y privada, la convergencia de la cultura amateur con la profesional, las posibilidades de delegar tareas mecánicas en los dispositivos que nos ayudan, la disponibilidad casi infinita de información, historias, cercanía de los otros, fragmentos de vida, libros, respuestas,… antes restringidos a lugares o a personas… El escenario del conocimiento ha cambiado y se nos muestra complejo y explosivo en su potencia.
Lo que no ha ocurrido, paralelamente a este cambio, es la creación de condiciones de uso crítico de este nuevo ecosistema o tecnosistema que habitamos. El desajuste, entre lo que podemos hacer en la red y lo que la sociedad y la educación (asustadiza y a veces obsoleta), nos proporciona para ese “hacer” parece hablar de dos mundos distintos.
Todo ello unido a un pensamiento mayormente económico y comercial como base del hábitat online hace que esa sociedad del conocimiento a la que apuntas sea un muchos casos un mero eufemismo para referirnos a “lo que podría ser”.
El mundo hoy nos exige nuevas estrategias de conocimiento no limitadas a lo que ya hacen las máquinas. Estrategias de reflexión, pensamiento, crítica política, ética, estética frente a una sociedad tecnificada que “no quiere doler”, que ante aquello que incomoda o supone disensión siempre tienta con un botón de apagado, una cultura de conflicto potencialmente “desactivable”.
«Las masas online son multitud de personas solas, de individuos conectados en sus cuartos propios, o distantes pero siempre frente a sus pantallas». ¿Cómo es el sujeto hiperconectado, expuesto a este nuevo mirar, sometido a la pantalla?
La pantalla es hipnótica, responde a todo, nos permite verlo todo, al instante. Es además un increíble parque de atracciones… Pongamos una pantalla junto a juguetes u otros objetos seductores frente a un niño, adolescente o adulto y el dispositivo con pantalla será la elección. Es el ojo que amplifica el mundo en el cuarto propio, el ojo que permite mantener el cuerpo protegido del afuera pero activo en su ver y en su intervenir en el mundo.
En este sentido, tengo la sensación de que el sujeto contemporáneo es un sujeto a veces aturdido, a veces acomodado, que ha descubierto la posibilidad de un mínimo esfuerzo para lograr mucho sin apenas moverse de su pantalla; que se distrae fácilmente y se deja llevar por las consignas de un mundo complejo pero edulcorado en la pantalla donde él es protagonista; un sujeto que sufre nuevas formas de ansiedad derivadas del exceso de información y su impotencia ante ella, de su precariedad ante ella; un sujeto que mira a los otros y no pierde la oportunidad de expresarse y buscar afectos como forma de vivir en su cuarto conectado, mecido por las inercias de las redes que habita y los poderes que las atraviesan. Pero no podemos olvidar que sigue siendo ante todo un sujeto capaz de pensar e intervenir su medio y su vida.
¿Qué nuevas formas de censura provoca la hipervisibilidad?
La hipervisibilidad es también una forma de ceguera. Como esos paisajes tan repletos de detalles que cuesta verlos y que precisan no ya de ojos sino de tacto u olfato para poder ubicarnos en ellos, así pareciera que la hipervisilidad hoy pidiera ayuda extra fuera de los ojos. La saturación de datos como nueva forma de censura paraliza y nos hace delegar en otros nuestros rumbos y derivas online. De ahí que los instrumentos de búsqueda y posicionamiento se eleven hoy como los nuevos reyes, el nuevo poder que articula la red, ese dios Google que todo lo sabe y que todo lo convierte en lista.
Por otro lado, creo que otra consecuencia de la censura derivada de el exceso sería lo que acontece en muchas redes sociales. Me refiero a que frente opciones ambiguas o plurales se favorezcan interesadamente entornos de relación en apariencia positivos y afectivos, justo los que propician la “comunicación” (y en consecuencia el uso de dichos espacios) frente al disentimiento y el conflicto que la dificultan o paralizan. Esta limitación programada convierte muchos entornos en superficiales con una mera intención comercial de ser más usados.
En esta línea, no cabe olvidar además que el exceso posiciona nuevas formas de valor sustentadas en la primacía de “lo más visto” equiparado hoy a “lo más valioso. Sin advertir que “lo más visto” congrega un amplísimo abanico de posibilidades que oscila entre lo más esperpéntico, lo bello, lo morboso, lo cómico, lo trágico… Y, ¿acaso lo cuantitativo es suficiente, significativo, bueno… para otorgarle el máximo valor? ¿Acaso olvidamos que las masas que se pronuncian pueden hacerlo por razones tan opuestas como la manipulación de la máquina, el posicionamiento ya adquirido por determinada estructura del poder, el exabrupto espontáneo, la indignación social, el asesinato terrorista, la revolución de la plaza o el vídeo más visto de unos encantadores gatos? Cada causa unida por el número más alto esconde razones tan diversas que bien merecerían una parada, un detenerse a pensar, frente a la rapidez que suscitan.
La pregunta por la conciencia es nuevamente necesaria si hablamos de la censura que provoca el exceso. Pues no es inocente el valor de lo que hacemos allí donde todo es numérico y a menudo los más idiotas los más vistos, los más “valorados”, los “modelos a ser” para quien busca una trascendencia rápida en un mundo desbordante por excesivo.
Hablemos ahora del par capitalismo/patriarcado. El capitalismo contemporáneo utiliza lo visual, la excedencia de imágenes y la lógica de este nuevo mirar para reforzar la estructura del patriarcado, patriarcado que, cito textualmente, «ha sometido a las mujeres mediante imaginarios que han objetualizado a las mujeres reduciéndolas a imágenes, modelo-arquetipo-no sujeto». Así, la mujer pasa a un plano pasivo, se le niega la capacidad de participar del mundo. Ante dos sistemas tan poderosos, ¿cómo revertir esta práctica?
Es sorprendente cómo los logros en igualdad pueden resultar suficientes para muchas personas, cuando son tan pocos y “tan recientes”, tan frágiles y reversibles. A poco que miremos las estructuras y sistemas de nuestros mundos de vida veremos que las distancias entre hombres y mujeres se han ido haciendo mayores conforme los hombres llevan siglos ganando derechos y asentándolos, aumentando una fractura estructural respecto a la vida de las mujeres. Revertir esta práctica es posible, debe ser posible, en tanto hablamos de “mundos construidos” y por tanto modificables, pero requiere de necesarios posicionamientos y proyectos de presente y futuro no dispuestos a retroceder, y de un compromiso de todos, no sólo de las mujeres. Esto afecta a toda la sociedad y todos se beneficiarían de un mundo más igualitario.
Hoy sucede que pensamos (o algunxs piensan) que desde la política están pensando en ello (en la igualdad). Pero la política se encuentra cada vez más sometida a regímenes económicos lastrados patriarcalmente; sistemas que se han valido de la instrumentalización de las mujeres como mano de obra barata y a tiempo parcial condenándolas a los cuidados y el hogar; sistemas que han objetualizado a las mujeres convirtiéndolas en imagen y fetiche, más si cabe en un mundo estetizado y excedentario en lo visual como el contemporáneo. Creo que infiltrarnos por cada uno de los poros de estos sistemas es necesario para contagiar y generar cambios en las estructuras, en los imaginarios que crean modelos de posibilidad a los que mirar… Infiltrarnos y favorecer cambios y complicidades es una manera, sí.
Recuperemos el asunto de las desigualdades, de las que el capitalismo se alimenta. Metiéndonos en el terreno de género, el capitalismo se vale de la desigualdad entre sexos para «contratar a las mujeres locales en las tareas precarias de la producción tecnológica que necesita ubicar en Occidente». ¿Hay alternativa a este modelo económico?
No pocas veces oscilamos de un lado a otro pensando el mundo de manera dicotómica. Quiero creer que la multitud de grises posibles y la capacidad de imaginación y negociación de los seres humanos puede llevarnos a sistemas económicos más igualitarios, a aparatos mejorados. Así como no tiene sentido que hoy unos pocos acumulen casi todo y una mayoría se resigne a lo básico para sobrevivir, tampoco lo es que la desigualdad de las prácticas condene a las mujeres a determinadas tareas que las alejan del trabajo productivo, remunerado y emancipado.
Siempre nos están chantajeando advirtiéndonos de que la maquinaria capitalista no puede parar, que si para todo se iría al traste, ni trabajos, ni acceso a servicios ni nada. Pero creo que esta es una coartada para impedir ver las costuras a un sistema que debiéramos ser capaces de intervenir y de modificar. Una coartada que permite sostener estas dos grandes desigualdades, la de unos pocos ricos que cuando la mayoría se hace más pobre, ellos más ricos; y la que subordina a las mujeres, abdicando las responsabilidades de los Estados en la atención y cuidados de las personas que lo precisan en la sobrecarga a las mujeres, en su precarización y condena a los cuidados, alejándolas del mundo laboral, del mundo público y de la masa crítica. ¿Alternativa? Por supuesto, tiene que haberla.
Las mujeres siempre hemos tenido dificultades a la hora de acceder a una educación igualitaria en el ámbito tecnológico. Nuestro lugar impuesto era aquel en el que desarrollar tareas repetitivas, reproductivas y de cuidado. ¿Qué supone el acceso de la mujer a la educación tecnológica? ¿Cómo influye la aparición de la red en este tablero de juego?
En los últimos tiempos las mujeres han sido las tecleadoras, maquiladoras, secretarias, mediadoras de información pero no las productoras e ideólogas de tecnología. Y no es algo que ni mucho menos esté cambiando en estos momentos, sólo hay que dar un vistazo a las facultades de ingeniería o a quienes mayoritariamente programan y crean máquina en Silicon Valley. Cierto que podemos encontrar una mayor igualdad en determinados estudios técnicos, pero en los últimos años vuelve a haber retroceso, incluso cuando las mujeres consiguen formarse, el mercado laboral no las trata de la misma manera. El mundo sigue atravesado por detalles a veces pequeños pero persistentes y poderosos que empujan las expectativas de las mujeres fuera de la producción tecnológica, y éste es un territorio urgente a intervenir. Y no me refiero solo a políticas de apoyo sino a cambio de imaginarios y actitudes. A menudo la frase de un padre o una madre a su hija opera como una verdadera sentencia de muerte sobre lo que pueden o no pueden hacer, especialmente si estas frases son apoyadas socialmente. Enfrentarlas es crucial y es lo que pretendemos desde una educación crítica que se enfrente a la tendencia a “repetir mundo”.
De otro lado, hoy la red pone a nuestra disposición infinidad de conocimientos que favorecen la autoformación de muchas personas, pero no podemos creer que la mera disponibilidad logrará romper tendencias sociales, que en el caso de las niñas conllevan fuertes inercias de control y mucha presión cultural y social.
Quiero terminar la entrevista con uno de los párrafos más evocadores de Ojos y capital, aquel que habla sobre feminismo y nuevas masculinidades. «Una transformación social que precisaría que las masculinidades sean autocuestionadas y desmontadas y no alejadas del mundo de los cuidados, los cuerpos y los afectos. Me refiero a la necesaria responsabilidad individual y colectiva en la cogestión igualitaria de los mundos de vida. Si quienes han detentado y detentan el poder no transforman sus vidas, no sé favorecerá la constitución del valor de las personas frente al valor de las posesiones o del ‘ser visto’». El Feminismo es sin duda el ismo por el que debemos trabajar de manera más urgente. ¿Cómo debemos utilizar el mundo conectado para alcanzar una sociedad feminista? ¿Y las necesarias nuevas masculinidades?
Me parece que la red esconde una gran potencia para el feminismo y es el hecho de articularse sobre una estructura horizontal, me refiero a la básica, a la red como urdimbre de nodos antes de ser colonizada por el capital. Esta estructura pudiera ser una buena metáfora del mundo igualitario que busca el feminismo, crítico con formas hegemónicas donde unos puedan someter a otros. De hecho el ciberfemenismo se construye sobre esta base: valernos de un medio horizontal y digital donde por fin todxs tenemos voz y posibilidad de acceder a las voces de otrx.
Éste, sin embargo, sería solo un primer paso, algo simbólico si se quiere (los símbolos importan), pero las transformaciones debieran seguir día a día infiltrando la pregunta por ¿en qué medida esto que hago, que haces nos ayuda a ser más libres e iguales? Crear condiciones y mundos donde poder imaginar “ser” sin preconcepciones ni lastres de género nos haría mejores. Me parece que no puede haber mejor reto y sentido para nuestra vida.
Y pienso que también ayudaría que los hombres, de una vez por todas, entendieran que el feminismo no es cosa de mujeres, que posicionarnos por la igualdad es algo que nos interpela absolutamente a todas las personas. Recuerdo aquella idea de Rosi Braidotti en la que sugería la necesidad de “bajar al ángel del cielo” en relación a las masculinidades y su necesaria reconciliación con la materialidad y con los “cuidados del cuerpo”; pero también la urgencia de “matar al ángel de la casa”, ese invento patriarcal de incondicionalidad extrema, capaz de anularse como sujeto para entregarse a los demás y que ha operado como guardián de un sistema que, paradójicamente, le sometía. Recuperar la subjetividad si hablamos de las mujeres y recuperar (o construir) la materialidad de los cuidados y de los cuerpos si hablamos de los hombres, desmontar por tanto las viejas ideas de género, me parece esencial para la igualdad y para mejorar solidariamente como personas y como humanos.
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