Granada 1013
La guerra había comenzado cuatro años antes y aún duraría ocho más. Todas las ciudades del Ándalus buscaban protección. Desde la era de Tartessos, fuimos un pueblo de ciudades y estatuas, nunca de guerreros.
Sólo Zaragoza y Sevilla supieron organizar sus propios ejércitos andalusíes. Las demás buscaron mercenarios: Almería llamó a los vascos de Jairan, Málaga, Jaén y Elvira a los bereberes de Zawi. A la altura de abril, las tropas moras aparecieron por el camino de Córdoba. Acamparon en la vega frente a la medina de Elvira y enseguida comenzaron a negociar con los notables su entrada en la ciudad. Se harían cargo de la defensa, pero querían a cambio tierras y honores.
Cuesta poco imaginar a Zawi como un hombre de aspecto cruel, con una cara inexpresiva si no triste. Había renunciado dos veces al virreinato en África. Había destruido Medina Azahara y encendido la mecha de la guerra civil que acabó con Al Ándalus. Había entregado 177 fortalezas al comes de Castilia. Tenía 53 años, no era de aquí, era un bereber de las montañas, soñaba con volver.
Además, sobre todo y no sólo por razones militares, Zawi Zirí tomó una decisión que nos cambió la historia. Ordenó desmontar casa por casa la ciudad íbera, romana y goda de Elvira para refundarla una legua más acá. Desde la segunda destrucción del templo de Jerusalén en el siglo I, en el camino entre Córdoba y Pechina o Almería, había una pequeña ciudad llamada Ger Anat, campamento de los refugiados en lengua hebrea, o gruta de la diosa Anat en la fenicia. A diferencia de Medina Elvira que nunca funcionó bien como urbe, el enclave judío era próspero y cívico. Tenía una alcazaba pequeña, las Torres Bermejas, y un círculo de murallas que bajaban hasta el punto donde se unen el Dauro y el Genil. Sin embargo, el comercio de la seda se hacía extramuros, en pleno camino de Córdoba, en el Zacatín. La sinagoga, con su clepsidra zodiacal de los doce leones que eran las doce tribus de Israel, quedaba dentro, donde después estuvo la Capitanía General.
Zawi mandó construir su alcazaba en la colina más próxima a Garnata la judía. Su palacio podemos imaginarlo en donde después estuvo el de Dar al-Horra, su muralla iba desde la Plaza Larga hasta el arco de Elvira y desde allí, dejando espacio para la nueva mezquita, hasta la sinagoga. Instaló a los zenetes por bajo de la alcazaba, trajo el agua desde la Fuente de las Lágrimas, concertó matrimonios con bizantinas y judías, dejó aquí a su primera esposa, la legendaria reina Kahina, y se fue a morirse a su alcazaba de Achir, cerca de Argel.
Y aquí nos dejó, convertidos en ciudad: retorcidos como bizantinos, cabezotas como godos, malhumorados como judíos. Han pasado mil años y, al menos otras dos guerras civiles tan crueles como aquella que nos fundó. El expresidente Chaves dijo en su día que deberíamos celebrar todo esto, conmemorar en 2013 el primer milenio de la fundación. Aparte minucias, la propuesta emociona. Ya era hora de que alguien le diese a esta ciudad la oportunidad de celebrar su verdadero pasado, lo que de verdad somos: la decisión de una tarde de primavera de 1013.
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