Alejandro Palomas: «Mi obra es política porque piensa en todo momento en el bienestar del otro»
Alejandro Palomas acaba de publicar ‘Un país con tu nombre’ (Destino, 2021), novela que habla de urgencias ausentes, de la experiencia de la vida a pesar del curso de la propia vida. De aquello que nos atraviesa, aquello que no aparece en la agenda, bien por falta de valor democrático, bien porque todo termina convertido en ideología. La otredad, el ejercicio de la enfermedad, el bienestar animal. La memoria colectiva y su representación física, lo común, territorio – a lo Arendt- donde lo plural tiene sentido y se hace; geografía desde la que podemos reconocernos en el otro, donde lo humano y su actividad tienen sentido.
‘Un país con tu nombre’ señala hacia un horizonte distinto en la trayectoria literaria de Alejandro Palomas, una senda más ligada, precisamente, al ser consciente de cada paso transitado hasta la fecha. ¿Es esta la novela que escribías, casi de manera orgánica, conforme la vida acontecía?
Creo que esta es la novela que he estado escribiendo sin saberlo desde que empecé a escribir. En ella está todo: todo lo aprendido, lo querido, la voz última y también el reconocimiento de la primera, está lo ausente y su sombra, o su estela. Y está también la vida que transcurría a la vez que los dedos tecleaban y aparecía el relato. Estaba mi madre, yéndose despacio hacia ese otro plano, estaba la orfandad, dibujando los contornos de la segunda parte de mi vida. Esta novela no es exactamente una novela, es un mapa de afectos, un planeta vivo.
Dejas atrás la trilogía ligada al universo Amalia e inauguras una narrativa en la que ofreces al lector la posibilidad de reflexionar sobre asuntos que nos atraviesan como condición humana, asuntos tales como la otredad; diversas maneras de amor y amar; la enfermedad y su ejercicio. La experiencia del dolor y el doler. La animalidad y el bienestar animal. ¿Dirías que ‘Un país con tu nombre’ es una novela política?
Yo creo – y eso lo digo ahora, tras casi quince obras escritas- que siempre he sido un escritor político, en la medida en que soy un activista de la palabra. Mi obra es política porque piensa en todo momento en el bienestar del otro, en lo que nos es común, y mi compromiso es hacer de lo que tenemos un lugar de encuentro donde lo emocional sea el motor. Yo busco en todo momento la revolución y la revelación, escribo para provocar un cambio en lo que no es ficticio. Escribir -sobre todo con ‘Un país con tu nombre’- es mi forma de intentar dejar a mi paso un mundo mejor que el que encontré al llegar.
Adentrémonos, ahora, en algunos elementos del libro. Empecemos, por ejemplo, por los personajes, todos son personajes que no encuentran refugio bajo la óptica de lo convencional, personajes que no encuentran un lugar propio desde el que poder crecer y conquistar horizontes. Es ese territorio extraño, ajeno, desde donde chocan, se entrecruzan y entremezclan…
Hace unos días una periodista me dijo que mis personajes son todos “peculiares” y “con vidas en las que ha ocurrido mucho”, y lo dijo, aunque ella es muy lectora de mi obra, con cierto pesar, casi extrañeza. Oí la misma música que oigo cuando alguien habla de los viejos con pena, casi con compasión. “Vidas en las que ha ocurrido mucho” es aquello a lo que todos y todas deberíamos aspirar, es el retrato de una vida vivida. Todas las vidas son un cruce de caminos y son, a la vez, un camino que entreteje con los demás un mapa inmenso llamado “Tiempo común”. Yo vivo ahí, me muevo ahí y relato desde las entrañas de ese “ahí”, todas las caras, todas las voces, todas las posibilidades y toda la verdad. Siempre.
Eres un autor que siempre ha destacado por impulsar personajes femeninos de diverso pelaje. Aquí, sin embargo, te atreves con Jon y perfilas a un tipo que hace un viaje muy personal desde aquello que se esperaba de él – por ser hombre- hasta llegar a estar en el mundo consciente de sí mismo. ¿Cómo llegas a él?
Llego a Jon llegando a mí y acercándome a mi propia masculinidad. Siempre he sentido que mi yo masculino no encajaba en ninguno de los arquetipos que se me ofrecían y por eso opté por apartarla, no tanto de lo privado sino de lo creativo. No encontraba un modelo de personaje masculino con el que pudiera sentirme cómodo, que me pareciera creíble. Pero eso cambió con Jon. Con él entendí que lo masculino resulta desagradable porque se defiende de los moldes que la gran mirada ajena busca en él, que hay una masculinidad que no necesita ser agresiva con el entorno porque no busca ser mirada. Jon es el personaje más frágil que he escrito, el más tierno y también el más vulnerable, a pesar de que por su aspecto podría parecer todo lo contrario.
¿Es esta una novela que pone en valor la experiencia de la vida desde lo radical?
Ah, lo radical. A medida que me hago mayor, la radicalidad adquiere un cuerpo que antes no tenía, y eso ocurre porque sabes que te queda menos vida que la que ya viviste, que el tiempo y los procesos deben ser otros: la duda ya no ayuda a crecer como antes, la paciencia es solo para lo que la merece y la novedad, o la sensación de novedad, es cada vez menos frecuente. Yo escribo desde lo radical, ahora y desde siempre: mis personajes son vividos, tienen una vida y son la suma de todo lo que han sido desde que empezaron a ser. Eso les da derecho a navegar en los extremos del mapa de los afectos cuando lo necesitan. Se lo tienen ganado.
Otro asunto central de ‘Un país con tu nombre’ es la reivindicación de lo pequeño. La presencia de lo rural que todo lo impregna. Vivir al margen de la ciudad y sus servidumbres.
Es importante la distinción entre “rural” y “natural”. Esta es una novela en la que gran parte de lo que ocurre lo hace al aire libre: hay calle, hay campo, hay camino, se pasea mucho, se mira mucho el entorno. Supongo que parte de ello se debe a que está escrita en período de pandemia, después de meses de mucha vida interior obligada y mi inconsciente pedía horizonte y pedía aire puro. Pero es cierto que yo soy un escritor de lo pequeño: cosas y voces pequeñas que nos pasan desapercibidas en lo cotidiano, pero que son precisamente las que construyen lo cotidiano. Y luego está la libertad: de movimientos, de pensamiento, de elección en todo momento, lejos del ruido impuesto y de la dictadura de la calle en ciudad, con sus códigos, sus tiempos, su asfalto.
Ante la celeridad, el ruido, el desquicie contemporáneo: el silencio y sus metáforas. Quizá una de las principales urgencias que necesitamos.
Hace unos días alguien, cuando me presentó en un recital de poesía, me definió como “El poeta del silencio”. En ese momento me reí y no supe qué decir, pero con el paso del tiempo creo que no fue una definición desacertada. El silencio es mi mejor amigo, pero lo es porque he conseguido tener un muy buen diálogo conmigo mismo. Hay dos Alejandros en mí, el que está y el que mira, y en el marco del silencio maridan bien. Eso me salva, a mí y a quienes me rodean, tanto personas como personajes.
El ejercicio del lenguaje, en la novela, también se plantea distinto dentro de tu trayectoria, es otro lenguaje, con otro ritmo y otras ramificaciones.
Es cierto, pero no fue algo premeditado ni pre-elaborado. Fluyó así, porque emergió de otra fuente que estaba ahí desde siempre, pero que invocó la madurez súbita de saberme al borde de la orfandad. Es una música distinta, hay un río subterráneo que la mantiene y sobre la que flota: es el río de lo animal, de lo natural, de aceptación. Es un agua más clara y más plácida. Más honda.
El cuidado también irrumpe como una pieza clave en ‘Un país con tu nombre’. En los últimos meses, compaginaste escritura con el cuidado de tu madre. ¿Consideras que ello ha impregnado la identidad de esta novela?
Totalmente. Esta es una novela escrita por un cuidador, por un hombre que escribía mientras aprendía a cuidar a una madre que moría, a querer en la enfermedad, en esa intimidad tan única que impone el cuidado de alguien que no puede valerse por sí mismo. Escribí despidiéndome de la persona a la que más quería en el mundo, escribí aprendiendo a desprenderme y a querer con todo, a querer hasta las últimas consecuencias del amor.
«El humano ignora que no es imprescindible, ese es el principio básico de cualquier actitud de maltrato»
¿Por qué nos da miedo la enfermedad?
Porque seguimos viviendo de espaldas a la muerte y porque nos aterra lo desconocido casi tanto como el dolor. Como dice Antony and The Johnsons: “I am scared of the middle place between the light and nowhere”. La enfermedad es igual a fragilidad/vulnerabilidad y no hemos sido educados para sentirnos en inferioridad de condiciones. El grupo no siempre es benigno con su miembro débil (hablo específicamente del grupo humano). Desafortunadamente la historia está plagada de ejemplos que lo confirman. Lo humano no siempre acepta bien la imagen de sí mismo que le ofrece la enfermedad.

El sentido de lo común, la común convivencia, se presenta como uno de los lugares fundamentales hacia el que quieres llevar la mirada del lector.
No existirá una sociedad humana justa, éticamente equilibrada, hasta que la base del horno sea el sentido común, y cuando digo “sentido común” no me refiero a la expresión tan maltrecha y manoseada por la testosterona política, sino al sentido de comunidad. Somos parte de un todo, no una parte importante sino una parte imperante que, por primera vez en la historia de este planeta está causando una extinción que va a acabar con quien la ha provocado. Hasta ese punto somos estúpidos en nuestra falacia. No entendemos que lo común es velar por la subsistencia del grupo en su heterogeneidad. No entendemos que “generosidad” comparte raíz con “generar”. No entendemos que una gota de agua en un lago tiene consecuencias en lugares que no vemos. No queremos saber.
Hablemos ahora del bienestar animal, pieza axial en ‘Un país con tu nombre’. Susi y los animales que están en los zoológicos, esos no lugares para los animales. ¿Qué hacer para dejar de cosificarlos? ¿Crees que la cosa pública debe ser esencial en esa transformación?
En primer lugar, dejar de decir que cuando tratas con cariño a un animal intentas “humanizarlo”. ¿Quién puede ser tan torpe como para pensar que, amando a los animales no humanos como muchos y muchas lo hacemos, deseamos para ellos algo tan horrendo como contagiarse de nuestra “humanidad”? Cosificamos a los animales como cosificamos todo aquello que no puede defenderse del maltrato. Solo así podemos mantener la conciencia tranquila. “Si lo tratas como algo ajeno, como algo que no es, no sufre.” Creo que en Europa el último zoo de humanos desapareció a mediados del siglo XX, hace nada. “Zoo de humanos no blancos, no europeos, no “civilizados””, claro está. Exponer la conquista es lo que el macho hace ante la mirada del resto de machos y de hembras sometidas a la sombra del macho. Exponer al diferente y despojarlo de dignidad es lo que ocurre en los patios de muchos colegios a día de hoy. El triunfo del macho se perpetúa porque creemos que sólo afecta a cosas “menores”, y nos equivocamos: es una forma de vida.
La actividad de lo humano es tan depredadora que hemos llegado a modificar el curso de los ecosistemas terrestres… ¿falta de conocimiento, de sensibilidad? ¿Individualismo voraz?
Ignorancia, que es, en el fondo, la base de todo el mal. Y miedo, mucho miedo. El animal humano desprecia todo lo que no es humano porque no lo entiende y porque alguien -él mismo (atención al “él”)- se ha repetido hasta la saciedad que el planeta gira porque él da sentido y hondura a ese giro, que todo gira para él. El humano ignora, porque saberlo sería un shock de proporciones estratosféricas, que la naturaleza no lo necesita para sobrevivir. Ignora que no es imprescindible. Ese es el principio básico de cualquier actitud de maltrato.
Quiero terminar rescatando la pregunta que Edith plantea en un momento de la historia, ¿te imaginas que lo conseguimos?
Dice mi analista que no hay proyecto conseguido sin haber sido antes imaginado. Mi activismo -el nuestro- es empezar por imaginar. Esa es la puerta. Esa es la vida.
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