Juan Jacinto Muñoz Rengel: «Un partido político puede incumplir punto por punto todo el programa electoral por el que fue votado sin que tenga ninguna consecuencia»
La mentira. Su ejercicio. Posiblemente el concepto que mayor poder concentra. El escritor y filósofo Juan Jacinto Muñoz Rengel acaba de publicar ‘Una historia de la mentira’, ensayo que analiza la mentira, y su eco, en la experiencia de lo humano con una mirada amplia y osada. La mentira y su sofisticación; la domesticación del lenguaje, la voracidad de la práctica económica; las renuncias de la política; la ciencia y sus hipótesis. El arte manoseado por el mercado. La identidad simulada. El ser humano como ser ficcional.
¿La verdad está sobrevalorada?
Juan Jacinto Muñoz Rengel: Por supuesto, el mundo está lleno de personas que esgrimen su extrema sinceridad como una virtud, cuando la mayoría de las veces no es otra cosa que mala educación. Pero, en realidad, el problema es mucho más profundo y viene de mucho más lejos: desde que Platón colocó la Verdad en el mundo de las Ideas y propuso su existencia independiente e inmutable. No existe la Verdad en sí, y menos aún con mayúsculas.
¿Queda alguna actividad de lo humano que no haya sido manoseada o influida por la mentira?
Me temo que no. Desde el mismo momento en que el ser humano empieza a pensar, desde el primer salto simbólico, la primera sustitución de lo real por la imagen mental, estamos mintiendo. Necesitamos de la ficción para todo lo que hacemos. Por eso la mentira está en las más tempranas manifestaciones del arte o del trueque, en la superstición, en las estrategias de caza y de guerra, en los relatos, la creación de identidades y en las formas de cohesionar los grupos, en la religión o en la política, y así hasta llegar a este presente en el que vivimos en la completa sofisticación de la mentira.
Ilusión, cripsis, simulación, especulación, mímesis, falsificación, metáfora, … La palabra y su construcción sobre lo real. ¿Es el lenguaje el principal aliado en el proceso de elaboración y ejecución de una mentira?
Los animales mienten. Incluso las plantas mienten. Pero en efecto nuestro lenguaje permite mentir a voluntad de una forma mucho más compleja. La aparición del lenguaje significó el primer paso en la construcción de nuestra realidad, nuestro rasgo evolutivo más potente para convertirnos en lo que somos. Sin lenguaje, no habríamos podido dominar a las otras especies; no a las que tienen grandes garras y colmillos. Y sin lenguaje, no habríamos podido crear esta civilización y esta cultura invisible que gravita sobre nosotros, con todo el peso de sus consecuencias.
¿Y qué hacemos con la adecuación entre realidad y pensamiento?
Es nuestra forma de avanzar. Nos movemos con ficciones, pero tendemos a depurarlas y hacerlas más ciertas, tratamos de acercarnos cada vez más a ese horizonte, quizá inalcanzable, que nos permite el progreso.
¿Es la economía la mentira más eficaz de nuestro tiempo?
Si nos imaginamos nuestra sociedad como una extensión de la naturaleza, en la que siguen primando los mismos mecanismos evolutivos de selección natural, la economía desde luego ha demostrado gran eficacia. Se abre paso por encima de todos los demás ámbitos humanos, releva a la religión, doblega a la política y a la ciencia, y es capaz de cambiar todo nuestro mundo. Con sus mentiras, la especulación financiera, la prima de riesgo, la tasa de interés, las cláusulas suelo, el marketing, se traga todo lo demás.

«La mentira se encuentra por igual en los dos posibles planteamientos de la política, en los cooperativos y en los conflictivos. La única diferencia es, por lo tanto, si se acabará imponiendo mediante la retórica o mediante la coacción.» ¿Qué capacidad para intervenir en lo público le hemos dejado a la democracia? ¿Y cuál es el grado de responsabilidad de la ciudadanía en este juego basado en la manipulación y en el control?
Nuestro modelo de democracia no nos ha dejado ninguna capacidad de intervención, ninguna en absoluto. Votamos cada cuatro años entre lo malo y lo peor, y un partido político puede llegar a incumplir punto por punto todo el programa electoral por el que fue votado sin que tenga ninguna consecuencia. Los mecanismos de control vertical han sido desactivados. El ciudadano está fuera de la política. Lo que ocurre es que ahora, entre las muchas formas de manipulación, también está la de hacernos creer que tenemos voz y no es más que el derecho a la pataleta. Y en un giro aún más pérfido, cuando algo va mal, entonces sí nos hacen responsables (vivimos por encima de nuestras posibilidades, somos los culpables de que se extienda la pandemia por reunirnos con nuestros familiares, etc.). La única manera de salir de este círculo es luchar por tener auténtica responsabilidad, la mayoría de edad suficiente para por fin poder cambiar las cosas.
Y, de repente, la cultura digital. Protoherramienta con una habilidad para transformar la realidad como no habíamos conocido hasta ahora. ¿Supone esta transformación digital el asentamiento de la era de la mentira?
Es, de nuevo, otro grado de sofisticación de la mentira. En un mundo en el que todo es farsa e ilusión, ahora ni siquiera podemos creer lo que ven nuestros ojos. Las imágenes pueden ser manipuladas con facilidad, la creación de fake news está al alcance de cualquiera y las redes se ocupan de la propagación. Es lo de siempre pero mejor, más rápido y con mucho más alcance. Los filtros de nuestra cámara con los que podemos manipular la imagen que proyectamos de nosotros mismos son una perfecta metáfora de lo que sucede hoy a todos los niveles. Cada vez hay más capas y más filtros en nuestro constructo de realidad.
Y en todo este marasmo, los medios de comunicación y las redes sociales. La posverdad. La emoción como único elemento al que interpelar…
Como ha sido siempre, por otro lado. Los sofistas y los cínicos también apelaban a las emociones en los siglos V y IV antes de Cristo, respectivamente, y también a cualquier otro argumento que les facilitara convencer al adversario. Esa «verdad más allá de los hechos» ha sido siempre la exacta definición de la mentira. No veo por ninguna parte ningún cambio cualitativo respecto a nuestra forma de mentir. Es más, la invención del propio término «posverdad» no es más que otro síntoma de esta decadencia, de la irrefrenable necesidad humana de seguir urdiendo ficciones.
En estos días de pandemia, vacunación, escepticismo y negacionismo, por fin, la ciencia. ¿Por qué el miedo al pensamiento crítico?
No nos gusta pensar, en general. Hoy empleamos menos tiempo que nunca a reflexionar, lo poco que antes dedicábamos a pensar sobre quiénes somos, sobre lo que hacemos o sobre cómo es el mundo, ahora lo reemplazamos por nuevos hábitos y aficiones superficiales que ocupan todo nuestro tiempo. No obstante, la ciencia también ha jugado su papel en esto de mentir: se ha instaurado durante demasiado tiempo en el mismo altar que la religión. Y ahora incluso tiene sus propios fanáticos que la defienden como si fuese intocable y estuviera en contacto directo con la verdad. Pero la ciencia también es falible, funciona con hipótesis provisorias y cualquiera que la conozca de cerca sabe que también sigue necesitando de los procesos de ensayo-error. Aunque sea nuestra mejor herramienta para lograr el progreso, hay que volver a situarla en el lugar que le corresponde.
En el capítulo destinado al arte, reflexionas, sin ambages, sobre la influencia del mercado en la práctica artística. Cómo esta práctica se apoya en una suerte de sumatorio de mentiras cuyo resultado es el imponer al espectador qué debe ver o comprar. ¿Por qué lo llamamos arte cuando lo podemos llamar mercado?
Quiero pensar que todavía hay hechos artísticos que escapan al alcance del mercado. Lo que sucede es que a veces es muy difícil discriminar, porque el arte es una cuestión meramente humana, no objetiva, que desaparecerá con nosotros y depende de los cánones de las distintas comunidades artísticas. Por eso es tan complicado separar entre modas, injerencias y factores del mercado, y las auténticas expresiones valiosas.
Compromisos sociales, hábitos adquiridos, aficiones, amigos comunes, dependencia económica, miedo al cambio, miedo a la soledad, miedo al envejecimiento, miedo a empezar de nuevo, … Pongamos que hablamos de amor, en el caso de que esto exista realmente a la luz de lo leído…
Me pones en un aprieto. ¿Cómo le vamos a dar una cualidad de verdad objetiva a lo que sentimos cuando vemos que a la especie lo único que le importa es su supervivencia y reproducción? Cuando observamos el deseo sexual en otros animales, no nos cuesta distinguir que obedecen tan solo a los impulsos escritos en su código genético. El deseo que nosotros sentimos no es menos azaroso; es cierto que sentimos lo que sentimos, pero no fue nuestra decisión y ha sido ese como podría haber sido otro absolutamente distinto. Y si el sexo es una ilusión, ¿qué es la química del amor en una especie que necesita de la monogamia durante unos años para asegurar la crianza de los hijos?
Una de las conclusiones, en el caso de que este ensayo precise de ello, que se puede extraer de la lectura de ‘Una historia de la mentira’ es esa suerte de idea en torno a que el ser humano siempre precisa de ser tutelado, el miedo a ser libre. Asumir que ser un ser ficcional siempre es mejor que ser uno mismo…
Somos animales ficcionales. Y cuanto antes lo admitamos mejor. Sin embargo, esto nos lo podemos tomar en un sentido nietzscheano: de acuerdo, todo es mentira, ¿y qué?, quiero más de lo mismo. La ficción también tiene aspectos admirables.
Quiero cerrar con una de las cuestiones más inquietantes que deslizas en el ensayo, ¿en qué consiste ser una persona hoy?
Vivimos en el ruido. En medio de la saturación informativa, las falsas noticias, el exceso de imágenes y la vorágine de las opiniones. Quizá sea más difícil que nunca saber quiénes somos en este mundo sin tiempo en el que casi nunca hacemos nada de valor. Da la sensación de que nuestra capacidad de ficcionar está a punto de llevarnos al colapso, como si hubiéramos superado nuestro umbral de mentiras. De modo que es probable que la única opción sensata que nos quede sea empezar desprendernos de lo sobrante, a diferenciar lo importante de la broza y a dejar de obedecer tan solo al mercado, para no morir de pura ficción.
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