El esclavo feliz (prólogo)
Hace unos años, cuando aun no tenía yo tanta conciencia de la cuestión lingüística andaluza, presentaba un proyecto en una conferencia científica internacional. Tras mi intervención, que fue naturalmente en inglés, se acercaron varios colegas para darme la enhorabuena por mi trabajo y por la presentación en sí.
En esta charla posterior departimos indistintamente en inglés y en francés, lenguas que domino con cierta soltura debido a mi recorrido vital. En cierto momento, uno de los asistentes que estaba presente se me acercó y, supongo que habiéndolo deducido de mi nombre, se dirigió a mí en un estandarísimo castellano centropeninsular.
Al responderle yo, lo hice en andaluz, mi lengua natural. La reacción de mi interlocutor al escucharme hablar la situaría entre la sorpresa y la extrañeza. Su respuesta fue bastante ilustrativa de la razón tras su estupefacta reacción: “Pero… ¿pero eres andaluz? ¿Cómo hablas tan bien inglés y francés siendo andaluz?”.
Esta escena, desgraciadamente, no es una anécdota aislada que me haya ocurrido solo a mí. Me consta que, en distintas versiones, le ha ocurrido a la inmensa mayoría de andaluces plurilingües, que además somos muchos debido a la gran cantidad de conmatriotas que han tenido que emigrar al extranjero en busca de oportunidades.
Lo realmente llamativo es que, con alguna excepción, a todas las que nos ha pasado nos ha dado siempre la sensación de que nuestros interlocutores no tenían realmente intención de ofendernos ni de hacernos de menos, aunque lo hiciesen en mayor o menor medida. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué se nos presuponen unas menores competencias lingüísticas por el mero hecho de tener el andaluz como lengua materna?
Y es que es aun peor que eso, por hablar andaluz se nos presupone, en contra de toda evidencia científica, una menor capacidad cognitiva e intelectual. Pero si, como dice mi madre, “eçe garbanço no ça coçío en eça oya”, ¿de donde salen estas ideas y concepciones sobre el pueblo andaluz?
Con el transcurso de los años, y aderezado con otras decenas de escenas comunes del tipo “qué gracioso es tu acento”, “ay, eres andaluz, cuéntate un chiste”, “los andaluces sabéis divertiros” y “qué arte tenéis los de vuestra tierra” -cuando precisamente yo no me caracterizo por tener ni mucha gracia ni mucho ahe- he ido profundizando y reflexionando sobre estas complejas cuestiones.
Tras leer con fruición a autoras como Silvia Senz y Montserrat Alberte, Grosfoguel, Fanon y Césaire, Delgado Cabeza, Isidoro Moreno, Rodríguez Iglesias o Moreno Cabrera he llegado a dos conclusiones fundamentales.
La primera, el caso de la subalternización del andaluz no es algo que se pueda achacar a visiones individuales, es una cuestión sistémica de poder que se erige en base a la visión imperialista y colonialista del mundo que se tiene desde el proyecto estatal español. Y la segunda: la situación del andaluz no es única, es un caso particular de tantos otros que se repiten una y otra vez a lo largo y ancho del mundo de manos de los poderes centrales de cualquier proyecto imperialista, sea en Martinica o en Angola.
¿Pero cómo apuntala e inocula el poder estas ideas y concepciones en la población? ¿Cómo llega esa persona a preguntarme a mí cómo es posible que hable idiomas tan divinamente siendo andaluz? La respuesta es obvia: a través de los discursos implícitos y explícitos de los medios de comunicación que repiten y martillean hasta la saciedad esas concepciones de nuestro pueblo hasta, como buenos goebbelianos, hacer que mentiras se conviertan en aparentes verdades. Y lo que es peor: no ya es que las instalen en las mentes foráneas, es que las instalan en nuestras propias mentes andaluzas para provocarnos lo que Fanon llama el “síndrome del colonizado”.
De ahí que entre nosotras, las andaluzas, nos escuchemos decir que «estamos acomplejadas» o que “no nos gusta trabajar” -yo todavía tengo que ver una clase obrera a la que le guste ser explotada- o que nos veamos a nosotras mismas como una cultura de arte y diversión, pero rara vez como una cultura de ciencia y técnica. La Andalucía “que divierte”, que cantaba Pepe Suero.
Desentrañar estos discursos mediáticos encriptados no es una tarea ni fácil ni sencilla, el poder es poderoso pero no imbécil. Afortunadamente para nosotras, Manuel Rodríguez Illana, doctorado en Periodismo y licenciado en dicha especialidad además de en Psicología, lleva años dedicándose a realizar esta hercúlea y minuciosa tarea de análisis desde una perspectiva crítica, decolonial, de clase y feminista.
En su primer libro, “El españolismo sonriente”, se destapó como un investigador con una tremenda capacidad de análisis y síntesis y dio respuestas satisfactorias a muchas de las preguntas que muchas de nosotras ya habíamos consciente o inconscientemente barruntado: ¿Por qué aparecemos los andaluces en los medios de comunicación con una imagen tan apartada y deformada de lo que realmente somos?
Su segundo libro, el voluminoso y extenso “Por lo mal que habláis, andalofobia y españolismo lingüístico en los medios de comunicación” fue la confirmación de lo apuntado en el primero: estamos ante el autor contemporáneo más sistemático, científico y riguroso a la hora de tratar estas cuestiones. Ambos libros me abrieron los ojos y me dieron las claves necesarias para no dejarme engañar tan fácilmente.
A raíz de estas lecturas he tenido el honor y la suerte de granjear una gran amistad con Manuel, y aquí estoy, años después, intentando, mal que bien, responder a su invitación de escribir un prólogo para este, su último y brillante libro: “El esclavo feliz. La alienación mediática del pueblo andaluz”. De nuevo, con su inimitable rigurosidad y ácido sentido del humor, ha conseguido lo que solo consiguen los grandes libros: hacerme ver cosas que no veía, entender cosas que no entendía, cabrearme como un mono y reírme como un descosido.
Este entretenido volumen -no se dejen engañar por la aridez de las primeras páginas, un análisis tan riguroso como necesario de la situación socioeconómica de Andalucía- me ha ayudado a entender muchas cosas y fortalecer mi objetivo de no ser un esclavo feliz. Espero que a ustedes, como a mí, les ayude a dejar de ser esclavos sin dejar de ser felices.
Nono,
Enero 2022
«El esclavo feliz. La alienación mediática del pueblo andaluz» de Manuel Rodríguez Illana es el primer título de secretOlivo ediciones. Puedes adquirirlo aquí con una lámina numerada de la ilustración de portada obra de GarridoBarroso.
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