Nelson Mandela, líder histórico de la humanidad
Ser humano extraordinario, referente mundial por su ejemplar trayectoria humana, Madiba, nombre en lengua Xhosa con que se conoce a su tribu, ha fallecido en su casa de Johannesburgo, Sudáfrica, a los 95 años de edad.
Su ejemplo constituye hoy una estela luminosa que nos permite, en medio del vendaval de codicia, de cortoplacismo, de confusión conceptual,… tener la seguridad de que, con serenidad, con grandeza de espíritu, teniendo en cuenta siempre los valores esenciales y exclusivos de cada ser humano, es posible sobreponerse, es posible alcanzar metas que secularmente nos han sido negadas y que han sido calificadas de imposibles, de utópicas, de ilusorias.
La oficina de abogados que abrió con Oliver en 1952, en la Fox Street de Johannesburgo, fue la primera efectiva de esta naturaleza llevada a cabo por personas de raza negra.
Presidente del ANC (Congreso Nacional Africano), después de 27 años de prisión, buena parte de los cuales en la Isla de las Serpientes, Robben Island, frente a Ciudad del Cabo, Nelson Mandela salió el 11 de febrero de 1989 con los brazos abiertos y las manos tendidas, habiendo tejido cuidadosamente, en los últimos años de cautiverio, unas relaciones con el poder blanco, que le permitieron, en pocos meses, transitar desde la cárcel a la presidencia de Sudáfrica, eliminando magistralmente la aversión racial del apartheid. “Todos los seres humanos iguales en dignidad”, ha sido la gran demostración práctica de este gigante de sabiduría, de bondad, de capacidad conciliadora, de sonreír ante la adversidad para alcanzar objetivos que, desde tiempo inmemorial, se consideraban inalcanzables.
La muerte de su hijo Themdi, a los 24 años, en accidente de automóvil en el año 1969, le produjo una gran conmoción: “Además de ser hijo fue mi íntimo amigo”, escribió.
Su comportamiento insólito, porque en lugar de clamar venganza procura la conciliación para conseguir liderar lo que constituyó su máximo objetivo, madurado exhaustivamente entre las rejas: evitar la imposición, la opresión, el dominio de pocos sobre los muchos.
Al abandonar Rubben Island dijo: “Amigos, camaradas y compatriotas sudafricanos: yo os saludo en nombre de la paz, de la democracia y de la libertad para todos…”.
Fue el 4 de mayo de 1990 cuando tuvo lugar el primer encuentro oficial entre Nelson Mandela y el Presidente Frederick De Klerck.
El 22 de junio de 1990 se dirige al mundo desde la tribuna de las Naciones Unidas.
El poema “Invictus”, de William Ernest Henley (1875) animaba cotidianamente a Nelson Mandela en los oscuros días de su largo cautiverio: “… la amenaza de los años / me encuentra y encontrará sin miedo. / No importa cuán estrecha sea la puerta, / cuán cargada de castigos la resistencia. / Soy el amo de mi destino: / soy el capitán de mi alma”. Sí, capitanes de nuestro destino. En esto consiste, precisamente, la educación genuina.
Las cartas manuscritas durante su permanencia en la cárcel se han editado en el libro “Un prisionero en el jardín”, y reflejan a “un revolucionario que nunca dejó de luchar por la justicia”. Impartía clases –de historia, de derecho, de literatura…- a los prisioneros más jóvenes. En 1985 inició, con gran discreción, conversaciones con delegados del Presidente Pieter W. Botha. En tres años se reunieron casi 62 veces: es así, con constancia, como se teje este extraordinario tapiz que permite el acuerdo con el Presidente De Klerck cuando sale de la prisión el 11 de febrero de 1990. El gobierno le confirma como representante oficial del ANC para iniciar las negociaciones finales entre las dos comunidades.
El día 3 de febrero de 1992, en la sede de la UNESCO en París, se entregó el Premio de la Paz Félix Houphuët-Boigny a Nelson Mandela, Presidente del Congreso Nacional Africano, y a Frederick De Klerck, Presidente de la República de Sudáfrica, “por su contribución a la paz internacional, para animarles a continuar en sus esfuerzos y como homenaje a lo que han hecho para educar a su pueblo hacia la comprensión y la superación de prejuicios que se consideraban insuperables hace muy poco tiempo”.
El mismo día por la mañana los había recibido como Director General de la UNESCO. Primero, a Nelson Mandela, luego a De Klerck, antes de recibirlos conjuntamente. Nelson Mandela me puso al corriente de las perspectivas de los grandes cambios que se estaban fraguando en Sudáfrica. En la entrevista con De Klerck le pregunté: “Presidente, ¿se da cuenta de que –como había sucedido con Mikjail Gorvachev, con cuyo semblante había, por cierto, ciertas semejanzas- es previsible que en unos meses sea un hombre de raza negra el que le sustituya en la presidencia?”. “Sí”, me respondió en tono reflexivo. “Podré conciliar, por fin, el sueño”.
En el almuerzo “confidencial” que tuvo lugar aquel día en el Eliseo –los ciudadanos de Sudáfrica en aquel momento podían viajar y ser recibidos en instituciones del Sistema de Naciones Unidas pero no en la mayoría de los países- el Presidente De Klerck confirmó su firme compromiso con la inflexión histórica que iba a vivirse en África del Sur. En la mesa, seis comensales: los Presidentes François Mitterrand (Francia), Félix Houphuët-Boigny (Costa de Marfil), Abdou-Diouf (Senegal) y De Klerck, con Nelson Mandela (ANC) y yo mismo, a la sazón Director General de la UNESCO. Nunca olvidaré los comentarios sobre las todavía existentes “adherencias coloniales” que hizo el Presidente de Costa de Marfil y la cálida adhesión al “sabio de África” que mostró Mandela.
El 10 de mayo de 1994, Nelson Mandela juró el cargo de Presidente de Sudáfrica.
En 1995, antes del inicio de la Copa del Mundo en Johannesburgo, Mandela entregó al capitán del equipo de Sudáfrica, François Eienaas, un fragmento de uno de los discursos de Roosevelt: “El reconocimiento pertenece a los hombres que se encuentran en la arena… aquellos que perseveran con valentía… porque no hay ninguna victoria sin tropiezo ni esfuerzo sin error ni defecto…”.
Tuve ocasión de entrevistarme con el Presidente Mandela en varias ocasiones, relacionadas especialmente con “Educación para todos a lo largo de toda la vida”. De estos encuentros quiero destacar el que tuve en Pretoria, en 1996. Acaba de visitar “Alexandra Township”, uno de los barrios más pobres de Johannesburgo, en el que la UNESCO había contribuido a la instalación de bibliotecas y centros docentes. En esta visita noté –y así se lo transmití al Presidente- un gran desencanto e incluso grave frustración en muchos habitantes de raza negra que pensaban que el Presidente “se había olvidado” de los suyos. En cambio, las mujeres, tenían un tono más conciliador, y decían “¿Cómo pretendéis que el Presidente Mandela cambie todo en unos pocos años?”… Fue cuando el Presidente Mandela me dijo que la mujer era esencial para el cambio de una cultura de dominio y violencia a una cultura de diálogo, alianza y paz. “Después de siglos y siglos de dominio absoluto masculino, sólo con un porcentaje suficiente de mujeres en la toma de decisiones el mundo será capaz de iniciar una nueva era”.
El Presidente se hallaba acompañado de Graça Machel, la mujer que tanto ha contribuido a paliar el sufrimiento que produjo a Mandela el comportamiento de Winnie. A los ochenta años, en 1998, cuatro años después de asumir la presidencia, anunció su boda con Graça Machel (se había separado de Winnie dos años antes).
En una visita realizada a Mozambique en marzo de 1988, cuando Graça Machel era Ministra de Educación de Mozambique y reciente viuda de Samora Machel, escribí estos versos: “…y sigues luchando sin tregua / por un amanecer / lleno de luz / para tu pueblo”. Unos meses más tarde, en un poema dedicado a Nelson Mandela “al cumplir 70 años, 26 de ellos en prisión por el único delito de haber nacido con la piel morena”, decía: “Ahí estás, aherrojado, / dándonos libertad / a manos llenas. / Queremos hoy que sepas / que nuestras alas / tienen en cada pluma / la marca de tus rejas, … / que desde tu celda / liberas y excarcelas / a tanto corazón anclado / en la tibieza…”.
Pues bien: en la versión inglesa del libro “Aguafuertes” (“Patterns”) ambos poemas figuraban, por casualidad, en páginas contiguas. “¡Qué capacidad de anticipación la suya!”, me dijo sonriendo al inicio de la entrevista.
Conocerle y escucharle fue para mi, en todas las ocasiones, como una brisa en medio de aire enrarecido, como una luz que esclarecía los horizontes sombríos, porque no eran sólo unos ideales compartidos sino su forma de proceder, su imaginación para hallar o inventar soluciones, su determinación cuando creía haber llegado el momento. Ha actuado inesperadamente. Lo inesperado es nuestra esperanza. La transformación de los imposibles hoy en realidad mañana se debe siempre a la acción tenaz, audaz, de personalidades de este rango.
La biografía “Más alto que la esperanza” de Fatima Meer, publicada en 1988 y que el propio Mandela me firmó durante su visita a la sede de la Unesco en París el 13 de octubre de 1993, se escribió estando todavía en la cárcel y se inicia con estas palabras “Sólo el hombre libre puede negociar. Un prisionero no puede concluir contrato alguno. Volveré…”.
La autobiografía de Nelson Mandela, titulada “Un largo camino hacia la libertad”, se publica en 1994. La dedica a sus hijos, fallecidos y vivos, a sus 21 nietos y tres bisnietos, y a todos los camaradas y amigos sudafricanos “a quienes sirvo, y cuyo coraje, determinación y patriotismo sigue siendo mi fuente de inspiración”. Tuve el honor de que me lo entregara personalmente en Pretoria el 13 de septiembre de 1996.
En el libro de Jack Lang, “Nelson Mandela, lección de vida para el porvenir”, con prefacio de la Premio Nobel de Literatura Nadine Gordimer, publicado en 2004, Nadine inicia así su texto: Vivir al mismo tiempo y en el mismo lugar que Nelson Rolihlahla Mandela ha sido una experiencia extraordinaria. Durante el apartheid he compartido este privilegio con todos los compañeros de lucha contra aquel régimen devastador que tantos sufrimientos infringía a la mayoría del pueblo sudafricano. Si hay un “genio” propio de la calidad humana… Mandela posee este genio…”.
Lang describe que durante su visita a París el 6 de junio de 1990, el Presidente Mitterrand le dijo: “Usted ha demostrado lo que puede alcanzar la fuerza frágil de un prisionero. Hoy es el prisionero el que guía a sus carceleros por los caminos de la libertad…”. “Nadie como él, dice Lang, encarna hoy los valores que necesitamos, el coraje, la pasión de libertad, la tolerancia, el espíritu de apertura… Las nuevas generaciones pueden tener un referente”.
En su respuesta a la recepción del Premio Nobel de Paz el 10 de diciembre de 1993, recibido conjuntamente con el Presidente Frederick De Klerck, dijo: “Represento a los millones de presos que se han atrevido a levantarse contra un sistema social cuya esencia es la guerra, la violencia, el racismo, la opresión, la represión, y el empobrecimiento de la población entera… Represento a estos innumerables e innombrables seres humanos, del África del Sur o no…”.
En mayo de 1996 visité Ruanda en los días siguientes al genocidio y, en Ntamra, en la iglesia católica de Nyamata, a 25 kms. al sur de Kigali, delante del horror y el hedor de centenares de cadáveres, sobre todo de mujeres y niños, pensé que la comunidad internacional no podía seguir respetando la “soberanía nacional” cuando tienen lugar estas violaciones masivas de los derechos humanos , estos genocidios “contemplados” impasiblemente. Las Naciones Unidas deberían ejercer el “deber de injerencia” en estos casos. Pensé en Camboya… y en el referente mundial de la paz y la fraternidad, Nelson Mandela. Con su anuencia, iniciamos cerca de allí, la construcción del “Nelson Mandela Peace Village”, para que fuera referencia y guía a partir de aquel momento. Habitaron allí mujeres (muchas viudas) y numerosos huérfanos teniendo como referencia la trayectoria vital del Presidente Sudafricano “por su tenaz acción en favor de la reconciliación, la paz y el respeto a la dignidad humana”.
Mandela fue el arquitecto invisible de aquel lugar de esperanza renovada. Mandela ha sido después y seguirá siendo piedra angular de la nueva “aldea global” que debemos construir ahora entre todos. Que nadie, empezando por alguno de los suyos, pretenda obtener otros beneficios –del hombre y del nombre- que los de la excepcional motivación ética que su figura promueve. Nos pertenece a todos. A todos, para rechazar siempre, sin excepción, el uso de la violencia. Esta actividad vital que ni siquiera su segunda mujer, Winnie, supo mantener en tiempos tenebrosos.
Para Nelson Mandela la revolución consiste en la lucha infatigable, indomable, pacífica, por la justicia. La victoria de su pueblo, comprendiendo a blancos y negros, nunca se alcanzaría por la lucha armada sino por la vía política.
Sus palabras, propias de los más eminentes personajes, son los que, de pronto, ofrecen nuevos caminos, proponen nuevas soluciones, esclarecen los horizontes del destino común.
¡La fuerza del espíritu! emanó de los grilletes que retenían a Nelson Mandela en la cárcel. Aprendamos las lecciones y no las olvidemos, porque en nuestra vida cotidiana la referencia permanente de su ejemplar valentía, visión y modales puede servir para orientar el comportamiento y dar sentido humano a las actividades de todos los habitantes de la Tierra, la casa común.
Acaba de fallecer, pero es un ser imperecedero. Quedará siempre, en la historia de la humanidad como uno de los grandes ejemplos de coraje, de imaginación, de serenidad, de solidaridad, de sabiduría. Madiba de todos los sudafricanos. Madiba del mundo entero. Su estela humana nos guía y nos conforta. En mi vida ha sido muy importante. Lo ha sido para muchísimos seres humanos. Lo seguirá siendo, iluminando caminos del mañana, esclareciendo horizontes de muchas generaciones venideras.
También te puede interesar...
- Inhabilitadas por los vetos… - abril, 2022
- ¿Diplomacia con veto? - marzo, 2022
- “Nosotros, los pueblos, compelidos a la rebelión” - noviembre, 2021
