Gervasio Sánchez o el periodismo como compromiso
Ocuparía bastantes líneas enumerar los lugares de América Latina, Europa, Asia y África que Gervasio Sánchez ha recorrido durante tres décadas para documentar la desolación y el horror. Desprovisto de cualquier artificio profesional y personal, su trabajo evidencia la verdadera esencia del periodismo, la barbarie ejercida sobre las víctimas y, sobre todo, su dignidad.
Los propios reclusos en régimen de rendición de penas contribuyeron a la construcción de la Prisión Preventiva y Correccional de Badajoz, ideada por la Dirección General de Prisiones durante los primeros años de la posguerra. De su legado arquitectónico sobrevive la torre circular del panóptico, inundada por las imágenes que constituyen la Antología de Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959) en el actual Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo.
“Con el paso de los años, me he especializado en cubrir conflictos armados y en ver lo que pasa más allá de nuestras propias fronteras físicas y anímicas”, explica. Autor de varios libros de fotografía, ha obtenido, entre otros, el Premio Ortega y Gasset (2008), el Premio Nacional de Fotografía (2009) y el Premio Internacional Julio Anguita Parrado (2011) por “su independencia, su excelencia periodística y por ser capaz de mantener una clara conciencia cívica”.
Gervasio Sánchez no titubea a la hora de denunciar las tensiones identitarias y económicas que asolan la profesión, reivindicar la labor de los profesionales que la enaltecen o la capacidad de informar crítica e independientemente. Tampoco cuando responde sin ambages acerca de la memoria, la industria armamentística y sus devastadores efectos sobre la población civil. Una conversación teñida de realidad.
—Además de la fotografía, también escribes tus propios textos. ¿Qué función cumplen para ti la imagen y la palabra?
Gervasio Sánchez: El hecho de que yo empezara a escribir antes que a hacer fotografías me ha dado unas posibilidades que me han ayudado mucho. Cuando realizas un reportaje, la tendencia es preguntar quién hace las fotos y quién los textos. Yo hago el conjunto. Me gusta contar una historia. La mayor parte de las empresas periodísticas exigen fotos y textos por el mismo precio. Siempre he valorado que hago las dos cosas, pero intento hacerlas lo mejor posible. Ambas me han servido, por otra parte, para trabajar, porque como fotógrafo no hubiera podido sobrevivir, con total seguridad. La fotografía se paga muy mal en general. Cuando estás escribiendo, haciendo fotografía y también radio, tienes que esforzarte mucho más, pero puedes financiarte tus viajes.
—Ryszard Kapuscinski decía que para ejercer esta profesión, había, ante todo, que ser buenos seres humanos porque así “se puede intentar comprender a los demás”.
Es cierto que ser un buen profesional, y además buena persona, facilita las cosas. Nunca he querido pisar ni maltratar a nadie, y eso que a mí me han maltratado muchísimas veces. Hay personas que lo hacen, mediocres, desconocidas. Esa gente es la que ha tenido el poder. Creo que intentar ser el mejor profesional posible, y al mismo tiempo ser una buena persona, no es una contradicción, aunque parezca mentira.
—Mantienes una estrecha relación con el Heraldo de Aragón, además de con la BBC y La Vanguardia, y colaboras en el programa de la Cadena Ser A vivir que son dos días. ¿Qué tienes en cuenta a la hora de involucrarte en un medio?
Soy una persona fiel a las empresas. Si trabajo con Heraldo de Aragón durante 25 años es porque me han tratado muy bien. Si no trabajo con otros medios, incluso con algunos de referencia, es porque me han tratado muy mal. En la cadena Ser llevo 18 años. La colaboración especial que hago los domingos, en el programa A vivir que son dos días, fue gracias a Javier del Pino. Me llamó y me dijo: «No quiero que haya tertulianos en el programa; no quiero políticos ni economistas que no sean periodistas». Y yo pensé: «¡Esto es una nueva radio!» Javier quería que hiciera una sección quincenal, cañera, sobre los medios de comunicación y el periodismo. Si permiten que puedas expresar lo que piensas, en un espacio de tiempo limitado, pero decidiendo lo qué se va a hacer y cómo, es una posibilidad única. Lo hago simplemente con la intención de mejorar el periodismo.
—Precisamente en este programa denunciabas que las precarias condiciones en que muchos profesionales desarrollan su labor en zonas en conflicto no son achacables a la situación económica. ¿Qué es más difícil, negociar en el terreno para hacer un buen trabajo y sobrevivir, o hacerlo con los medios para que ese trabajo llegue a ser publicado?
Siempre que he trabajado con medios he intentado que antes de marcharme existiera un acuerdo. Prefiero que esa negociación se haga atendiendo a las crónicas: si publico más, me pagan más; si publico menos, menos. Al final se suelen acordar paquetes y tienes que hacer cosas que igual no tienen la calidad necesaria. Incluso a veces he estado en algún lugar y me han llamado de otro medio, sobre todo televisión, y me han dicho «queremos que colabores con nosotros, pero como trabajas ya para tal medio, no te podemos pagar». «Estáis equivocados», respondía yo. Si colaboro con Cadena Ser, o para El País, o Canal +, y lo hiciera con otros, estaría haciéndolo con medios que son competencia. A mí me pagan cuando trabajo, por lo que no puedo estar haciéndolo para otros por la cara. En otras ocasiones me llaman y me dicen: «Te queremos contratar para que hagas unos directos, y te vamos a pagar tanto’. Y me dejan con la boca abierta: «¿Pero eso pagáis todavía?» Es importante que, antes de llegar a un lugar, puedas tener acuerdos con los medios con los que vas a trabajar.
–Rosa María Calaf calificaba al periodismo actual como «absolutamente mercenario, sectario, al servicio de unos intereses económicos que serán todo lo legales que queramos, pero que son muy poco legítimos”. ¿Estás de acuerdo con sus palabras?
Sí, siempre he pensado lo mismo. Llevo diciéndolo desde hace muchos años. Creo que realmente una de las grandes crisis, más que la económica, es la crisis de identidad del periodismo, que comienza cuanto más dinero ganen los medios de comunicación, y cuanta más relación tengan con los poderes económicos, que, al fin y al cabo, creen que comprar publicidad es pagar silencios. En España nadie se ha atrevido jamás a criticar a Inditex. ¿El imperio Inditex ha nacido de la noche a la mañana? Por favor, el imperio Inditex ha nacido en Asia, con trabajadores cobrando una miseria. Nadie se ha atrevido ni se atreve a hablar de los bancos. Bancos que utilizan la prepotencia para hacer negocios en América Latina. Si se hace de esta manera, no se está diciendo la verdad; se está engañando. Eso es la antítesis del periodismo. Los medios de comunicación se han convertido en una fábrica para promocionar los intereses impúdicos de muchas empresas, políticos y poderes fácticos, y muy pocas veces para hacer crítica contra quienes ostentan el poder. Y ha ocurrido porque han sido comprados publicitariamente.
—¿Es ésta una de las principales causas de la llamada crisis del periodismo, el que los medios de comunicación se hayan convertido en un instrumento de los poderes económicos?
Existe la crisis económica, que afecta a miles de periodistas. 8.000 de ellos se han quedado sin trabajo, y evidentemente, a menos ingresos, menos se invierte en periodismo. Pero después está, insisto, la crisis de identidad del periodismo, que empieza cuánto más dinero se gana. El maltrato a los colaboradores ha existido siempre. Yo soy colaborador de prensa desde hace 30 años, y cuanto más dinero conseguían algunos medios, peor trataban a sus colaboradores. La ambición de los gerentes era ganar más y más, para luego repartirse los dividendos. La cuestión principal es que ejercemos una profesión en la que debemos dar lecciones de dignidad, y estamos dando lecciones de lo contrario: maltrato a los trabajadores, actitudes prepotentes, vinculaciones con el poder político y económico. Hemos dejado de ser los vigilantes del poder para convertirnos en los amigos del poder.
—¿Qué haría falta para dignificar de nuevo el oficio?
Tendrían que suceder muchas cosas. En primer lugar, tendríamos que organizarnos en sindicatos de periodistas de verdad, para poder plantear acuerdos que afecten a todos. Hay empresas que tienen una relación distinta con cada uno de los periodistas, por lo que, ¿cómo vas a protestar? ¿Cómo te vas a unir al de al lado, si no sabes lo que cobra? Puede que reciba más que tú, o menos, por el mismo trabajo. En España no se ha creído que las empresas periodísticas, creadas tras la muerte de Franco, fueran un negocio, y que actuarían como tales, independientemente de que estuvieran subvencionadas, se les permitiera un trato de favor desde el punto de vista fiscal, o a las que editaban periódicos, tener un trato preferencial sobre el coste del papel. Todo esto ha servido para que ganasen más, y buscaran realizar grandes negocios económicos. Si el dinero que han dilapidado lo hubiésemos invertido en periodismo, seguramente seríamos el país con mejor periodismo del mundo.
—¿Existe una tendencia al espectáculo informativo? Los medios argumentan que ofrecen lo que les demanda el público…
Mentira. Si alguien me dice eso, le digo que está mintiendo. El público no quiere espectáculo ni morbo. Otra cuestión es si la sociedad española no ha sido educada en los últimos años, o lo ha sido para que se interese únicamente por eso. He hecho exposiciones fotográficas durísimas y me he encontrado a un montón de chicos de 15 y 16 años visitándolas, emocionados por lo que estaban viendo y creyendo que la información era importante. Lo que ocurre es que luego aparecen estos gurús de los medios de comunicación, preocupados solo por lo que es la tarta de la publicidad. También es cierto que la población se ha acomodado. Si ves las fotografías de los años setenta sobre Extremadura que hay en este museo, parece que contemplemos la Extremadura del siglo XIX, en lugar de la de los setenta. Hemos evolucionado económicamente a toda marcha, hasta el punto de habernos creído la ficción de que éramos ricos. Estamos viendo una sociedad totalmente complaciente con el sistema bancario, que se dedicaba a esclavizar aún más a los trabajadores, y ahora hemos llegado, de repente, al abismo, casi a punto de despeñarnos por las malas prácticas. Carecemos de sentido crítico, no nos planteamos luchar por mejorar las cosas, y cada vez nos miramos más el ombligo. Es peligrosísimo.
—Como ciudadanos con derecho a la información, ¿debemos exigir a los poderes mediáticos y políticos?
No, yo creo que lo que tenemos que hacer es utilizar bien las herramientas que tenemos. Lo que no se puede es acceder a Internet para escribir tonterías o perder el tiempo. En Internet está todo. Si quieres saber sobre un tema, buscas y encuentras, pero tienes que buscar bien, dedicarle tiempo y tener paciencia para leer. ¿Cómo va a saber alguien qué está ocurriendo en Somalia si encuentra un informe de 40 páginas y no lo lee? Si lo hace, sí se va a enterar de qué es lo que pasa en Somalia. Estamos desvirtuando la cultura hasta hacer creer que leer libros clásicos es un error, un aburrimiento. Creo que es necesario plantearlo de una manera muy distinta a como está. Siempre que alguien me pregunta «¿cómo puedo enterarme de todo esto?», respondo «entra en Google y pon tal palabra; ya verás la cantidad de artículos que vas a encontrar». Por ejemplo, «Zapatero ha sextuplicado la venta de armas españolas». Eso ha sido publicado, a veces, casi clandestinamente, pero ha aparecido, o «Corrupción en Valencia», o cualquier otra cosa. Todo está en Internet, pero hay que tomarse las cosas con la seriedad que merecen.
—Se cataloga a los conflictos en mediáticos u olvidados. ¿Qué te impulsa a cubrir uno u otro?
Desde que era muy joven quería hacer periodismo e ir a países que me interesaban. Después empecé a viajar por lugares conflictivos, y con el paso de los años, me he especializado en cubrir conflictos armados y en ver lo que pasa más allá de nuestras propias fronteras físicas y anímicas. No ha sido por ninguna razón. Simplemente, me fui interesando por lugares en los que ocurrían hechos desagradables, y al final acabé especializándome en esta faceta del periodismo.
—¿Te cuesta más ahora que tu trabajo vea la luz?
Cuanto menos espacio hay en los medios, más complicado es publicar. Muchos profesionales van a tener dificultades para poder subsistir y los recortes van a afectarles a ellos mucho más que a mí. Si al final hay poco dinero, acaban prefiriendo invertirlo en alguien conocido que en alguien que esté empezando. Evidentemente, los recortes que se han producido están afectando seriamente a esta profesión. Hace ocho o diez años, si me planteaba ir a trabajar a Irak, sabía que tenía asegurado recuperar el dinero que empleaba a través de mis colaboraciones con Heraldo de Aragón, la Cadena Ser o La Vanguardia y algunas grabaciones en televisión. Ahora, si tuviese que ir a Irak, posiblemente perdería dinero. De hecho, en el último viaje que he hecho a Afganistán, he ingresado menos de lo que he gastado. Esto no pasaba desde hace 20 años.
—¿Habla el periodista demasiado de sí mismo? ¿Cae en un cierto narcisismo?
Esta es una especialidad del periodismo que se ha divinizado. Soy una persona normal y corriente, tengo una familia, paso miedo en las guerras e intento hacer mi trabajo lo mejor posible, pero hay personas a las que les encanta hablar de sí mismas. Casi siempre es porque no tienen nada interesante que contar. Hasta hace poco, esta especialidad del periodismo la desarrollaban solamente hombres y había de todo: algunos muy buenos, otros no tanto, e incluso los que mentían e inventaban crónicas. En los últimos años están apareciendo mujeres, y algunas de ellas utilizan determinadas facetas de su físico para contar cosas. Tienes un cuerpo determinado, seas mujer u hombre, pero un periodista tiene que hablar de lo que le ocurre a los demás. No puedes regresar de un conflicto y hablar de tus penurias o tus cuitas, porque simplemente estás regresando a una sociedad en la que vas a vivir bastante mejor que aquella de la que vienes.
—En el proyecto Vidas minadas analizaste el impacto de las minas antipersonas en distintos estados, y seguiste a lo largo de los años a tres jóvenes víctimas. ¿Buscas la esperanza a pesar del horror?
A través de Vidas minadas yo quería recordar a una persona que perdió las dos piernas y que con 13 años se quedó ciego. Es un chico que va a ser un mutilado para toda la vida y quiero mostrar cómo ha sobrevivido. Una historia personal cuenta más sobre la violencia y la guerra que todas las estadísticas juntas. He mantenido una relación muy estrecha con todos ellos. No me cuesta nada volver a estos países y seguir su historia.
—Te sorprendiste de la repercusión que tuvieron tus palabras al recoger el Premio Ortega y Gasset. Recientemente, el Consejo de Ministros ha aprobado un crédito extraordinario para programas de armamento, indicando que es para saldar deudas pendientes. ¿Todo sigue igual?
El 21% de esta ampliación del presupuesto de Defensa es para pagar las deudas contraídas por las armas compradas por el señor Zapatero. Lo que es sorprendente es que ahora hay personas vinculadas a la prensa postsocialista que son muy sensibles al tema del armamento. Durante ocho años, de 2004 a 2011, estas personas no fueron capaces de hacerle a Zapatero una pregunta tan simple como esta: «¿Cómo es posible que usted haya sextuplicado la venta de armas?» Zapatero empezó su mandato con una cifra de 400 millones de euros en venta de armas y lo ha acabado con 2.400. Gran parte de esta ampliación de presupuesto que ha hecho el Partido Popular ha sido para pagar las armas que adquirió Zapatero. Esto hay que decirlo también. Se trata de deudas atrasadas de 2009, 2010 y 2011, y en aquellos años el Partido Popular estaba en la oposición. Pero hay muy poca memoria y todo el mundo intenta, de alguna manera, calentar todo. Estamos cayendo un poco en el papanatismo y en el simplismo, algo muy típico de los tertulianos, que son incapaces de hablar crítica e independientemente.
—Campañas contra el comercio de armas o Banca sin armas, que se emprendió para denunciar las inversiones de las entidades financieras en empresas de armamento, ¿son una vía para que sepamos que constituyen el segundo negocio más lucrativo del mundo?
Evidentemente, y que los grandes bancos y cajas de ahorro españoles, además de importantes empresas, se han dedicado a financiar armas en este país. En 2008, semanas después del discurso que hice al recibir el Ortega y Gasset (y aquí quiero aclarar que siempre he hecho discursos muy duros cuando me han dado un premio), recibí una propuesta de un periodista mejicano que quería entrevistarme porque estaba preparando un reportaje sobre estas empresas españolas que, a pesar de lo que dicen sus publicidades, se dedican a financiar el mercado de armas. Le dije que cuando lo publicase, me lo enviase. Me llegó en septiembre de 2008 y llamé a varios amigos míos directores de medios. Ninguno quiso publicar absolutamente nada sobre ese tema. Entonces, ¿cómo estamos mintiendo? ¿Cómo no explicamos que bancos españoles están dedicándose, con nuestro dinero, a financiar la industria armamentística?
—¿Qué les dirías a aquellos que piensan que la guerra es una tragedia inevitable, propia de la condición humana?
La guerra es una tragedia inherente al ser humano. No se conoce un sólo plazo de la historia en el que no hayan existido. Cuando todo se desvanece, las personas se transforman. Cuando se rompen las reglas del juego, mucha gente normal y corriente asesina. Es muy difícil que las guerras dejen de existir. Son un gran negocio. ¿Cómo sería posible cambiar las cosas? Habría que modificar muchas y no sé si la sociedad española está dispuesta a hacerlo. Pautas de educación, de comportamiento, actitudes y hasta el ejercicio de la política. No se podría ser permisivo con políticos que prometen en la oposición lo que luego incumplen permanentemente en el poder. Sería necesario cambiar muchas bases del pensamiento de una sociedad como la nuestra.
—Desaparecidos es un proyecto que te llevó más de una década y que abarcó diez países. ¿La desaparición forzosa es una de las consecuencias más crueles de un conflicto?
Es la peor, porque cuando todo se acaba, cuando se firma la paz y los heridos, los desplazados y los refugiados vuelven, queda un tema pendiente. En cualquier guerra, pasada o presente, el problema de los desaparecidos va a seguir rondando durante muchísimos años. Es un hecho gravísimo que afecta a centenares de miles de personas. De hecho, desde la posguerra, el tema pendiente en España es la búsqueda de los desaparecidos. Siempre he dicho que una sociedad que es incapaz de aclarar su pasado, está condenada a repetir muchos esquemas.
—¿Qué opinas sobre el tratamiento dado en nuestro país a los desaparecidos?
En España se ha demostrado que la clase política está repleta de cobardes, en todos los partidos. Por eso tenemos un problema grave. Las generaciones que pertenecieron a la Guerra Civil se están muriendo o ya han muerto. Tenemos muchos cuerpos en las cunetas y en los cementerios clandestinos, que tenían que haber sido extraídos, examinados, identificados y enterrados, por los que, tarde o temprano, vamos a tener que rendir cuentas de nuestro comportamiento vergonzoso. También tenemos una clase judicial repleta de cobardes y una universidad que jamás habla de ello. Así este tema queda sepultado o provoca continuamente incidentes que deberían haber sido evitados por parte de la clase política. Hace 20 años se tendría que haber llegado a un acuerdo histórico y haber empezado a buscar a los desaparecidos para solucionar el problema cuanto antes. Ya estaríamos saliendo del túnel, en lugar de estar empantanados.
—En la inauguración de tu Antología, dedicaste la muestra a Juantxu Rodríguez, Jordi Pujol, Luis Valtueña, Miguel Gil, Julio Fuentes, José Couso, Julio Anguita Parrado y Ricardo Ortega, todos ellos fallecidos en zonas de conflicto. ¿Quieres reivindicar su trabajo?
Creo, simplemente, que estoy vivo y ellos están muertos. He vivido situaciones por las que podría estar en su lugar y estoy seguro de que algunos de los que han fallecido, amigos míos, actuaron igual que lo hago yo. No me supone ningún esfuerzo recordar que estas personas han trabajado en zonas de conflicto, que han luchado contra la hipocresía y la mediocridad del periodismo en general y que han muerto creyendo en lo que hacían. Creo que es importante poder nombrarlos en actos como estos.
—Afganistán es tu siguiente destino. ¿Es dónde se dirime una de las partidas más importantes del poder geopolítico y económico?
En Afganistán hay un conflicto eterno que dura más de 30 años, que empezó cuando éramos muy jóvenes y que acabará algún día, cuando seamos ancianos. Es un lugar en el que durante los últimos diez años se han hecho las cosas muy mal. Todo el mundo está haciendo las maletas, dejando el país con problemas gravísimos que traerán muchas consecuencias para el futuro de la población civil afgana, y también para los países del área.
—¿Qué papel otorgas a los numerosos reconocimientos que has recibido a lo largo de tu trayectoria profesional?
Cuando me dan un premio, yo, al menos, me siento contento y agradecido. La verdad es que nunca hubiese podido imaginar, cuando empecé en esta profesión,que mi trabajo iba a tener tanto impacto. Por ejemplo, la fotografía de la biblioteca de Sarajevo bombardeada. Me había escondido allí porque era el lugar más seguro, y de repente, apareció ese haz de luz que le da a la imagen una fuerza que no tendría sin ella. Pero no es arte, es fotoperiodismo. Todos somos vanidosos, y nos gusta que se reconozca nuestro trabajo, pero intento seguir con mi rutina. No estoy pendiente de los premios, ni me dedico a llamar a nadie.
—Has mencionado a compañeros que desarrollan un periodismo de calidad, como Mónica Bernabé, corresponsal de El Mundo en Afganistán, o Samuel Aranda, ganador del World Press Photo. ¿Qué otros profesionales sigues?
Muchos. Diego Ibarra, por ejemplo, es un fotógrafo fantástico de Zaragoza que ha que ha estado en Pakistán y al que conozco desde que empezó. Antonio Pampliega, que ahora está en Siria, trabajando para medios extranjeros. Ricardo García Vilanova, Manu Bravo, Samuel Aranda… Acabo de saber que en Visa Pour l’Image, que es el festival de fotoperiodismo más importante del mundo, han premiado a Sebastián Liste, al que tuve como becario en un seminario de fotografía y periodismo que dirijo en Albarracín. Hay muchos y buenos profesionales.
—Llevaste a tu hijo a Sierra Leona. ¿Cómo afecta tu trabajo a tu vida personal y familiar?
Me parecía que a un país en el que había trabajado tanto como Sierra Leona, y que me gustaba mucho, estaría bien que me acompañasen mi mujer y mi hijo. Él conoció a muchos de los niños soldado con los que yo había estado, vio el país y tiene muy buenos recuerdos de ese viaje. Creo que viajar es importante, porque es el camino para no convertirse en un estúpido o en un insensato que se dedica a criticar a los demás por el color de su piel. Es la mejor vacuna contra la intolerancia. Siempre he apostado por viajar, más que por comprar otra casa o u otro coche. Me sirve y me relaja, y si voy acompañado de los que quiero, mucho mejor.
—¿Algo que nunca falte en tu mochila?
El jamón de Teruel. Lo llevo envasado al vacío. En los momentos en los que no tengo otra cosa, o estoy cansado de la comida local, está ahí.
“Antología” Un recorrido por el extenso legado fotográfico de Gervasio Sánchez, vertebrado en cinco grandes bloques temáticos: América Latina, los Balcanes, África, y sus proyectos “Vidas minadas” y “Desaparecidos”. La muestra incluye un total de 143 imágenes, seis audiovisuales y ocho murales integrados por casi un centenar de retratos de personas víctimas de los conflictos armados.
Catálogo de Antología: http://issuu.com/editorialblume/docs/antologia_gervasio_sanchez
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