
foto de Elliot Erwitt
‘Párate y atiende’. Es un mandato muchas veces oído, aunque no pueda determinar dónde, cuándo o quienes lo pronunciaron. De corte imperioso, y por supuesto, apremiante. No solía hacer caso, salvo el instante preciso para vislumbrar si la curiosidad quedaría satisfecha. Si entreveía ese placer, me detenía, y además me demoraba. A conciencia.
A pesar de él, el imperativo corporal es el verdaderamente irrechazable. Efectivo, por forzoso. Me ha llevado hasta las calles que fueron las primeras, y a un trayecto de vuelta a los andenes de la memoria que no he podido prorrogar.
Los hilos no se han desgastado. Con sólo enhebrar alguno de ellos, es suficiente. La imagen se ha revelado nítida, el paisaje completo. El humo de los cigarrillos adolescentes sustraídos a mi hermana mayor ha vuelto a teñir aquellos días en los que fumaba en la ventana de la habitación, la que daba al patio. Los de las tardes de verano. Los de los libros leídos a pesar de no alcanzar a comprender íntegramente lo que contenían. Los tiempos del autobús, las noches en la moto Delta de una amiga incondicional -que lo sigue siendo-, el amor con mayúsculas, el dolor escrito con la misma letra capital. El advenimiento de lo probable, la huida cierta de su aceptación, el sueño del giro inesperado. Tal vez sí. En aquellas calles todavía se podía.
Vuelves a recorrerlas tanto después, tanto todo después. Y te reafirmas con convicción en que lo que denominan ‘patria’, ‘territorio’, ‘hogar’, no sostiene nada certero, porque no goza de intemporalidad. Aquellos lugares ya no son. El banco del parque de la esquina, el tramo de descampado… El barrio entero es un trasunto de lo que fue. Una copia que no es fiel a ti, pero que te convirtió en la que eres.
Escenas que asoman mientras leo y releo las últimas páginas publicadas de Daniel Ruiz García. De un currante de las palabras (o de un juntador de ellas, como él conviene en hacerse llamar). “Tan lejos de Krypton” me retrotrae hasta allí afuera. Hacia lo que determinó lo que veía ante el espejo, y que puede costar rescatar. Pienso en que le debo líneas para que me cuente más de ese viaje al pasado de arrolladora prosa.
Vivimos a fogonazos, entre un momento y otro, dice Alice Munro. La Chejov canadiense asevera curiosa que le gusta contemplar la forma en que la gente guarda relación o no con quien era antes. Somos lo que recordamos, enunciaba George Steiner, y añadía que no nos quedan más comienzos.
Pero ante esto último me rebelo, y recurro al truco imperfecto y al mismo tiempo, al único posible para contrarrestar la memoria deslavazada: apuntarla. Pero no para que no se difumine -es inevitable-, sino para hilvanar de nuevo.
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