La resaca del Día de Andalucía
A mi gente alpujarreña
Después de las celebraciones hemos de preguntarnos: Andaluces, andaluzas, ¿qué queremos ser? Si no tenemos una concepción propia de nosotros mismos seremos representados por la visión del exterior. Y esa visión externa no conoce nuestros problemas ni reconoce nuestros sentires. Si no somos nosotros, nosotras quienes exigimos que se nos reconozca en tanto a nuestra dignidad y saber vivir, vamos a ser caricaturizados acorde a parámetros que ni nos nos respetan ni nos hacen justicia.
Vivimos en una sociedad construida en parte por anuncios y expresiones audiovisuales. Negar esta realidad es estar fuera de un espacio crucial. Si el anuncio construye imaginarios sobre aquello que somos, no puede haber un anuncio que nos limite a la fiesta, al campo y al turismo con pequeñas concesiones sentimentaloides para encubrir ese reduccionismo troncal.
Es asombroso que emitan, en nuestro día institucional de Andalucía, un anuncio que correlacione la imagen de un brindis con cerveza y la frase Andaluces levantaos. Más que haber una Andalucía que se narra a sí misma, hay una exterioridad que la señala y la acota a estos términos, y luego, la propia Andalucía reproduce la imagen que se le adjudica.
La historia de este cachico de tierra y sol ha sido la del hambre y la explotación, la de la carne de cañón y el analfabetismo con el que se nos privó de herramientas para atarnos al arado. Esto es una realidad objetiva e indiscutible. Somos la tierra de la mano de obra barata, productora autóctona y puerta para introducir mercancía extranjera. Pasamos de la finca al chiringuito, del latifundio al invernadero, de la gleba al trabajo en negro.
La juventud está en paro, la josea o trabaja en un bar. No puede ser que seamos tan precarios con la maravillosa tierra que sudaron y amaron nuestros abuelos, y a la que ahora la juventud no tiene más remedio que abandonar u optar por estancarse por falta de oportunidades.
Hay que terminar este ciclo. Somos una tierra de personas a las que se les empuja a migrar para ser (o siendo ya) lavaplatos, operarios, universitarios, dependientes de los sectores terciarios, jornaleros del arte en todas sus variantes y esta continua marcha echa a perder todo el esfuerzo que podríamos dedicar a nuestra prosperidad ¿Cómo podemos tener tanta precariedad y problemas teniendo una tierra como la que tenemos? Porque el reparto de los recursos y decisiones es una gran mentira.
Esto es lo que ha sido Andalucía y lo que sigue siendo a día de hoy. Esta deuda histórica ha de ser saldada con un proyecto que nutra nuestra Cultura y nuestro modo de ESTAR y SENTIR. Para ello, hay que solucionar los conflictos internos que van en contra de nuestros intereses comunes, engendrados más por lo simbólico que por lo pragmático. Todavía no hemos hecho una reforma agraria en condiciones y sostenible, ni una laboral, ni una cultural que respalde al trabajo, el desarrollo y la justicia para que disfrutemos de nuestra propia riqueza después de tantos siglos.
Andalucía tiene que recuperar la conciencia sobre sí misma
Parte de nuestra desvalorización consiste en reducirnos a lo folclórico. El andaluz chistoso, el palmero, la gitanilla a lunares del imán del frigorífico, la camiseta souvenir de beer, sex and party… Nuestra idiosicrancia se rebaja y se distorsiona a la vez que se aprovecha como un recurso exótico.
Una economía del viaje, de compartir y conocer otras culturas sería una dirección preciosa para que el mundo, sí, todo el mundo, esté en el lugar, o el continente que esté pudiera disfrutarla. La soberanía nacional es un derecho para todos los pueblos, no debería ser un privilegio para unos con el que parasitar a otros.
Vivir del turismo podría ser una maravilla económica si el dinero se quedara para que los autóctonos pudieran crecer saludablemente, no para que los oligopolios turísticos saquen plusvalía mientras nos conviertan en un DisneyWorld a la andaluza, con aceite, jamón, tablaos usureros y olé,olé®.
Más teniendo una cultura tan rica y profunda como la nuestra, con un tejido social alegre, fuerte y solidario. Pero para eso, contra el mercado depredador, hace falta un sistema público que regule, defienda y potencie lo propio y a su gente, no que favorezca un señoritismo que deberíamos haber superado años atrás. Salir de esta coyuntura económica, social y cultural necesita que la organización andaluza no exija no recibir migajas sino disfrutar de su propia abundancia.
Andalucía tiene que recuperar la conciencia sobre sí misma. Negar nuestro lengua natural es negar la realidad de nuestro mundo para convertirlo en una perversión de España, como si hablar andaluz fuese incorrecto, como si el castellano y el andaluz no fueran dos modalidades lingüísticas válidas y hubiera que impostar la modal castellana para no ser considerados españoles de segunda, camareros, burros y bufones.
Hay mucha gente que imposta el acento para mesetarizarse, otra que aun siendo de pueblo, de negarse ni siquiera lo tiene. Se nos dice que tenemos un acento muy bonito y gracioso pero existe la andalufobia y la vergüenza de ser andaluz porque nos tiran lodo de tos laos.
También está presente la neurosis política del andaluz colonizado que afirma que «Andalucía no existe», que los hay… Pero el hecho de que se nos niegue y señale como otredad, ya nos hace una identidad.
Desarrollamos un complejo de inferioridad, de despersonalización o de rechazo a lo propio después de haber recibido tantos palos. Tenemos que preguntarnos por qué sucede esto y, sobre todo, qué hay que hacer para cambiarlo y actuar. Qué hay que poner en su sitio. Somos humus de coraje, de ingenio y creación.
Propia de nuestra interioridad es la poesía, el pensamiento que escuchamos de la naturaleza y que se aprende a través del tacto con la aceituna… Andalucía es una fuente de sabiduría que tiene mucho que ofrecer. La industria es la que tiene que aprender del campo, no solo el campo industrializarse.
Somos ejemplo de pluriculturalidad y convivencia, herencia identitaria que hemos de abrazar en vez de rechazarla o minimizarla. Tenemos que estudiar esto y posibilitar diálogos que a día de hoy se niegan.
Cimbrear nuestra identidad para hacer caer sus frutos. No tiene sentido que siendo un país con tanta riqueza cultural queramos reducirnos a una única identidad uniforme. El centralismo es tirarse piedras sobre nuestro propio tejado.
Tenemos que reivindicarnos como andaluces (ZAS!) y reclamar una relación con el resto de pueblos de Iberia que reconstruya aquello que somos desde valores que alimenten nuestro futuro y con los que tengamos las riendas del futuro de nuestra tierra. Comprender cómo nuestro modo de ser, nuestra alegría, nuestro esfuerzo y solidaridad, nuestro salero y duende, pueden aportar desde nuestra particularidad a la Humanidad, igual que recibir de ella nuevas influencias y visiones mientras que sean constructivas y horizontalizadas.
¿Cómo queremos habitar en este mundo globalizado y entrecruzado? ¿Cuál es el futuro de nuestra tierra, quién lo decide y la reparte? ¿Qué nos proponemos hacer de ella y estamos dispuestos a hacer por ella?
El día de Andalucía -28F, 4D– no es solo para tomar unas copas, unos vinillos e irse de tapas. El día de Andalucía no es solo un día festivo, es un día para politizar y tomar conciencia, un día para pensar lo que somos y lo que queremos ser.
Para leer nuestra Historia y escribir nuestro camino. Andalucía no es solo un pasado, es sobre todo un futuro. En la resaca va siendo hora de echarse agua al rostro, limpiar la mirada, salir al sol y arar dialógicamente.
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