Opinión y Pensamiento

Los cuerpos amigos

Fran Navarro recibe el Premio Antonio Carvajal
Foto del Ayuntamiento de Albolote

Los cuerpos amigos

Por Fran Navarro

Entre las muchas cosas que me ha dado Granada estos años, jamás imaginaría ésta que ahora se cuenta entre las más valiosas: la concesión del premio Antonio Carvajal. Cuando llegué aquí sin conocer a nadie hace tres años me hubiera sido imposible imaginar este momento en el que me siento acompañado por buenos amigos y amigas, miembros del jurado, familiares. A todos vosotros me dirijo directamente con este discurso que he querido dejar por escrito con el fin de corresponder de la mejor manera en que me sea posible vuestra presencia hoy aquí.

La poesía es algo que acompaña a uno siempre, algo que se escribe “a pesar de” y en muchas ocasiones en condiciones que no son las idóneas para hacerlo. Sin embargo, el ejercicio poético debe encontrar un suelo en el que florecer. En mi caso, ese suelo se halla en esta tierra: Granada. Y aunque los poemas se escriben en soledad, una soledad que se construye y defiende a través de la lectura, los escritores no podrían sostenerse en ese vacío del proceso creativo de no ser por las personas que los rodean, por los gestos de cariño que se reciben, por las conversaciones, y, sobre todo, y digo ahora una palabra que repetiré mil veces: por los amigos y amigas.

Pero los amigos del poeta son siempre extraños: y es que Cernuda es un gran amigo mío, del mismo modo en que lo sois muchos de los aquí presentes. La poesía, se ha dicho en numerosas ocasiones, es un diálogo con los muertos, y con razón Quevedo dejó escritas estas líneas que explican mejor que ningunas otras la relación del poeta con la tradición:

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
i escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos, 
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
i en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Pero hoy, en agradecimiento a todo lo que me ha dado esta tierra, a mí me gustaría defender que la poesía es también un diálogo con los vivos. 

Aristóteles distingue tres tipos de amistad: una que se da por utilidad, y que se establece entre dos personas que buscan un beneficio; la segunda es la amistad accidental, compuesta por todos esos encuentros fortuitos y conversaciones perdidas que mantenemos a lo largo de nuestra vida con personas que desaparecen; la tercera es la amistad orientada al bien; amistad que se da entre personas que, sin  buscar beneficio alguno, potencian sus virtudes entre sí, comparten un amor desinteresado hacia la vida y hacía el otro. Amar desinteresadamente es, por tanto, la primera condición de la buena amistad y, por qué no decirlo así, la primera condición de la literatura. Solo allí donde uno abandona la soledad del monólogo y conversa con el otro, la literatura puede darse. Sócrates, otro viejo amigo mío, siempre tuvo clara esta idea según la cual el diálogo es condición necesaria para alcanzar la verdad. Paseando a lo largo de un rio o frente a un grupo de jóvenes, la literatura misma de Platón comienza solo allí donde dos o más personas comienzan a hablar. Deberíamos recordar estas palabras que normalmente quedan desterradas por el público  cuando se habla de la creatividad o del genio del artista. Cada vez más he ido comprendiendo que la creatividad no es nada sin el diálogo con todas esas manos que nos sostienen y que nos permiten acceder al privilegio de la escritura.

En efecto, uno pasa mucho tiempo leyendo –dialogando con los muertos-; y también hablando en los cafés, en los bares, dialogando con los vivos. Y entonces, un buen día, uno escribe un libro.

¿Qué significa haber publicado un primer libro?, me pregunto.

Para mí, el primer libro es, por una parte, una carta de agradecimiento a los poetas que uno ha leído; y por otra, una declaración de amor a las amigas que pueden leerlo.

Un libro se sitúa en esta especie de umbral entre la vida y la muerte, en esta curiosa comunicación literaria que se da en ambas direcciones: hacia el pasado y hacia el presente.

Y me pregunto ahora ¿Cómo está escrita esta curiosa carta a vivos y muertos? 

Y diré que, como cualquier otra, esta carta se escribe con las propias palabras. La extraña condición del primer libro consiste en que uno puede escribirlo solo cuando deja de hablar como las poetas a las que uno ha leído, y, sin embargo, este afán de novedad no quita ese carácter de carta de agradecimiento a los poetas pasados.

Un libro, y sobre todo un primer libro, tiene esta doble condición de acto vanidoso –pues creer que hay algo que decir es en nuestros días un atrevimiento- pero profundamente agradecido. Y considerándolo bien, creo que los poetas somos esos seres de doble rostro: vanidosos y humildes, descarados y agradecidos. Poeta es aquel que reconoce la belleza del mundo sin dejar de pensar que puede crearla por sí mismo. Aquel que ama la tradición sin dejar de considerar que las herramientas que una vez fueron de utilidad a nuestros grandes poetas, hoy no nos sirven del todo. Aquel que sostenido por el amor hacia vivos y muertos, quiere decir algo más que lo que se ha dicho.

Sobre todo, poeta es para mí aquel que ama lo viejo sin dejar de mirar hacia lo nuevo de este tiempo, esa parte nuestra de presente que aún no ha sido representada por ninguna literatura y que nos reclama a nosotros, poetas jóvenes, para atravesar las puertas del gran edificio de la literatura.

Pero esta novedad de la que os hablo la tenéis en vuestras manos ahora y hoy, sobre todo, es día de agradecer y quisiera poner fin a estas palabras dando las gracias a todos los aquí presentes, pues aunque a veces el diálogo con los libros nos dé el mayor de los placeres, es esta presencia de cuerpos amigos la que constituye el alimento mismo del diálogo y, por tanto, de la literatura.

En Albolote, 10 de diciembre de 2019.

(Discurso de Fran Navarro para la recepción del XXII Premio Antonio Carvajal)

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