Manuel Morilla Lermo: «Qué es la poesía sino un campo de entrenamiento para las emociones»
Manuel Morilla Lermo (La Línea de la Concepción, (Cádiz) 1957) es policía nacional desde el año 1981, y, entre otras cosas, técnico en Terapia Asistida con Perro por la Facultad de Psicología de la Universidad de Sevilla. Ha sido galardonado con los premios de Poesía del Ayuntamiento de Vélez-Málaga (Málaga) (Homenaje a Rafael Alberti) y del Ayuntamiento de Jimena de la Frontera (Cádiz). En la actualidad reside en Jerez de la Frontera. ‘Caleidoscopio’ (Libros Canto y Cuento, 2022) es su primer poemario y la razón de que hoy pase por nuestra Prensa.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Manuel Morilla Lermo: No creo que este sea un libro pensado como tal; yo en verdad fui escribiendo poemas que luego se han ido recogiendo en un libro. En definitiva, ‘Caleidoscopio’ quizás tan solo sea una recopilación de algunos de mis poemas y de las vidas que fueron. Y bueno, sentía cierta necesidad de alejarme de ellos, de todo lo que se fue pero que seguían conmigo. Algunos de aquellos poemas, con sus circunstancias y vaivenes, rememoran aquellos ochenta, los jóvenes poetas que éramos en aquellos años (entre ellos José Mateos, Pedro Sevilla, Benítez Ariza, etc.), las tertulias, las citas con la Poesía más Joven de Francisco Bejarano, en fin, un retorno entrañable a aquellos días. Y tratar así de conectar con aquel otro que fui para poder dejarlo atrás para siempre.
¿Cómo y cuando surge la idea del libro?
La inmensa mayoría de los poemas de este libro empezaron a escribirse hace muchos años, y desde entonces hasta ahora he andado enfrascado en volver siempre a ellos. Mi relación con la poesía era algo personal entre ella y yo. Y conforme escribía, sentía cómo me iba cambiando, haciéndome conectar con otras sensibilidades. Todo ello lo explico mucho mejor en el prólogo de mi libro.
De un tiempo a esta parte, he tratado de despegarme de ellos, de dejarlos para siempre, y no encontraba otra salida que no fuese publicarlos. Yo, que nunca había sentido esa necesidad. Y así lo hice, gracias a la inestimable ayuda de José Mateos. Se acabó. Se termina así una etapa de mi vida y de mi poesía.
¿Por qué decidiste ilustrar tu propio poemario y cómo ha sido el proceso?
Bueno, no se vive solo de poesía. Algunos de estos dibujos amarilleaban en una carpeta junto a los poemas que fueron escritos en la misma época. La inspiración los fue tejiendo, uniéndolos sin saber muy bien que fue primero, el dibujo o el poema. Y a través de una mirada subjetiva son seleccionados para ilustrar el poemario.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a los posibles lectores?
Yo no sé qué pistas o claves podría dar a mis posibles lectores, tan solo decir que trato de acercar mi poesía a una verdad más sencilla y emotiva, más allá incluso de mis propios sentimientos. Al fin y al cabo qué es la poesía sino un campo de entrenamiento para las emociones.
¿Qué efecto esperas que tenga el libro en ellos?
Que contribuya, en la medida de lo posible, a que nuevos lectores se asomen a las ventanas, siempre abiertas, de la Poesía, a los sentimientos que la misma nos provoca, en fin, que descubran en su interior algo de ellos mismos.
Te pongo en un aprieto si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de “Caleidoscopio”, ¿cuáles serían?
Es difícil la elección, pero bueno ahí van. Mañana podrían ser otros: ‘En el huerto’, ‘Melancolía’, ‘Desde la otra orilla’.
¿Supone este poemario un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?
Ya en el propio libro se encuentra ese punto de inflexión. Existe en él una cierta irregularidad vital entre algunos poemas con respecto a otros; pero eso es algo normal porque muchos de ellos fueron escritos bajo otras sensibilidades o en otras etapas diferentes de mi vida. Por ejemplo, casi todos los recogidos en los poemas en prosa de la ‘Canción del cuclillo’ y en el poema ‘Tráiler’ son muy anteriores a los demás. Aunque en gran medida, todos van unidos entre sí por un mismo pespunte, el de cierta embriaguez emotiva. Escritos algunos de ellos hace mucho tiempo, han sido refrescados y puestos al día; y todo ello con el fin de hablar de una parte de mi vida en minúsculas (la que se dio y la que no se dio), porque casi todas las vidas son en realidad minúsculas.
Ni tan siquiera sé si volveré a escribir más; de lo que si estoy seguro es que continuaré deambulando por los alrededores de la poesía. Lo natural en mí debería ser leer, no escribir. Con el tiempo uno ha llegado a aprender que después de tantos años conviviendo con ella, parece que la conoces, pero no.
Por último, como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por “la Prensa”?
A Sergio Moreno.
Poemas de Manuel Morilla Lermo
EN EL HUERTO
MURIENDO está la tarde
en silencio.
Ya nunca más tus manos cuidarán
las rosas de este huerto, ni tus pies
recorrerán el sendero
que tantas veces anduvimos juntos,
ni tus oídos podrán escuchar
el canto del jilguero
posado en una rama.
Teniendo la bondad
como faro en tu vida,
hoy, ya tan leve
tú, jardinera
predilecta de las flores que mimabas,
te has ido ocultando de tus recuerdos.
Siempre me lo decías,
madre: olvidar las cosas
es igual que perderlas.
MELANCOLÍA
QUIZÁS pudo ser la melancolía
y acaso no supieses
entonces de su otro nombre y existencia,
ya que ajeno vivías
a todas esas cosas que no fuesen
el otoño dorado
de la paz familiar,
la lectura callada
de unos pocos y mal contados versos,
escritos con dudosa y contenida
caligrafía en un viejo cuaderno
de métrica obstinada y sin oficio.
Triste como la vida de noviembre,
pudo ser tu mirada
–tan niña en ocasiones–
Y a veces, persiguiendo tu latido
de domingos de fútbol
en la radio lejana de tu padre,
fue tu melancolía, luminosa,
la que te incomodaba
con el bello deseo
de hacerte llorar callado en las tardes.
Entre versos contados con los dedos,
anhelo fue tu infancia sin medidas.
DESDE LA OTRA ORILLA
EL JOVEN que recuerdo
por las fotografías,
de mirada feliz,
me observa, casi niño, distraído.
Su enfermedad futura
del alma, el adentrarse
en el turbio delirio de los libros
no favorecerían
su trato con la vida.
Su pasión equivocada primero,
y más tarde el destino,
le obligaron, carnal, a despeñarse.
El joven que recuerdo, verdadero,
por las fotografías,
de sueños imposibles
y mirada de ayer,
me desprecia en silencio,
triste por no saber dónde perdí
su pasión por la vida,
dónde, abracé, insensato,
la muerte que hoy frecuento.
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