Los cinco mil novelistas andaluces
Aflamencar la narrativa, meterla en manteca.
¿Pueden los novelistas andaluces cecear en las entrevistas?
¿Pueden contestar en esas mismas entrevistas, cuando se enfrente el problema de que no los entiendan por el «barroquismo» o hablen «demasiado rápido», responder como trasunto de «yo no es que hable rápido y tú no me entiendes es que eres tú el que tiene que pensar más rápido[1]«? Podrían responder con un:
—Yo no es que escriba muy barroco y no me entiendes es que tú tienes que ser menos sobrio, como el paisaje de la meseta. Y pensar más rápido.
Desde nuestra pretensión de verdad, siempre en disputa y en debate, creemos que los cinco mil novelistas andaluces de los que venimos hablando pueden y deben aprender algunos trucos de su espejo artístico, de la creación más mundial: el flamenco. Pero hay que partir de varias premisas polémicas y superar esa visión zombi del flamenco, dejar atrás ese tufillo de generación grunge de high school que «no entiende» o «no sabe».
Todas sabemos que el flamenco es una cultura importante y compleja en el lenguaje musical (hecha según dicen para que los músicos de escuela no la pillen), en los códigos, la forma de vida, en su profunda filosofía popular, en la manera de festejar, de dolerse, de hablar de la tristeza, del amor, de la fatigas, de las injusticias, es una manera de beber y de comer, de bailar. Y sobre todo atesora un repertorio poético inconmensurable de letras populares que hasta los japoneses entienden y admiran.
Pero también hay que partir de que el flamenco es lo más impuro que hay. Porque se cocinó entre negros, gitanos, payos, folclore andaluz y música americana (por resumir). A pesar de que insistan los jaleos identitarios y algunos miopes que tergiversaron la historia para hacerla mystérieux.
En palabras de Faustino Núñez: el flamenco era y es una «representación artística del folclore«. Más allá del eurocentrismo de que se «descubrió» y se llevó la Cultura y se trajo el oro y la plata, las colonias americanas supusieron un cambio en el arte, una novedad, sobre todo para La Baja Andalucía. No sólo en la economía. Sino también en la música.
Sólo hay que bichear el redescubrimiento de la negritud andaluza y su decisiva influencia en el flamenco. Como muchos saben por boca de Pericón en Cádiz hace muchos siglos llegó una goleta a Cádiz y dejó unos fardos muy grandes tiraos en el muelle y los fardos estuvieron allí cientos de años sin que nadie se ocupara de ellos ni les echara cuenta (…) y cuando los abrieron, y allí estaban: ¡las partituras, secas, del cante flamenco! Así que los de Cádiz cogieron las mejores, y las otras las mandaron a otros sitios. Unas fueron a Sevilla, otras a Córdoba, a Graná…[2]
El relato, en el que no hay nieve, es una metáfora del nacimiento del flamenco, en una ciudad en la que los gitanos nunca dijeron «payo» en las sabias palabras de Chano Lobato cuando contaba cositas de su infancia con un pulso narrativo que ya quisiera Ray Loriga.
Faustino cuenta que en cuanto la economía y los bolos se multiplicaron en los cafés de Cádiz, los cantaores y cantaoras tuvieron que ampliar su repertorio de estilos. ¿Cómo? ¿Con qué? Pues reinterpretando desde el folklore los sones atlánticos que llegaban, aflamencándo «lo nuevo». La novedad. O todo lo que se pusiera por delante. Aclimatando melodías y músicas que llegaban a puerto y se metían en los compases de la cadencia andaluza. Véase el fandango, («baile de los que han estado en los reinos de Indias», según el Diccionario de autoridades), la guajira, la vidalita, los tangos, la petenera. Todo aires de vuelta. Porque de allí vienen. No solo el oro y la plata. Sino también música. Porque la ida fue bastante más sangrienta. Y que nos perdone Fernando Quiñones y su teoría en De Cádiz y sus cantes.
—Pero entonces ¿en qué quedamos? ¿Cuál es la mandanga?
No hace falta echarme cuentas. Si quieres escribir de institutos y de nevadas, hazlo. No pasa ná, pichita mía. Si prefieres renegar y admirar otras formas culturales y hacerlas tuyas: perfecto. Pero si quieres aportar algo nuevo en el mundo de las repeticiones de fórmulas literarias: escúchame.
Aflamenca tus historias (aunque sean remedos de una High School), mételas en tu compás, en tu aire. La propuesta es remedar la forma de expresión y composición flamenca con los «estilos americanos» para escribir historias. Y no hablamos de narrar con compás o escribir sainetes de Lolas y Puertos. Desaceléralas, cántalas o escríbelas como las escuchaste de chico. Piensa en un apocalipsis zombi pero en una romería. En una novela negra en las rutas del hachís o en las marismas. En una novela romántica, pero en las Tres mil viviendas. ¿Sabe lo que te digo? Y si no eres andaluz pues intercambia todo lo dicho sobre lo andaluz por lo nigeriano.
Y no hablamos del postcatetismo, de poscostumbrismo o de olvidar todo lo que mamamos, leímos, escuchamos, vimos, y que nos llegó por las bases estadounidenses de Rota y Morón y la tele. Ni abjurar de lo que ya sabemos y somos. No se trata de que algo sea mejor que. Sino de equilibrar. Se trata de ser bilingües y rearmarnos con lo que la modernidad despreció de nuestras cosas y crear algo nuevo.
¿Serán capaces esos cinco mil novelistas de contar sin acomplejamientos regionales, sin barroquismos baratos, sin madrileñismos políticamente correctos, sin mirar hacia el mercado editorial o a las loterías falsas de los premios, serán capaces de contar historias que suceden en su perímetro vital? ¿Serán capaces de publicar en Andalucía lo que escriben para Andalucía?
Porque se trata de ser una escritora que no inventa sino que recuerda, que no recuerda, sino que inventa, que se pringa «metiendo en manteca» a sus personajes, a sus historias, que echa mano a través de los anclajes de su memoria de una recombinación sorpresiva de materiales familiares que permita expresar con gran riqueza lo que pasa alrededor para darlas a conocer de una cierta manera, para hacerlas sentir a los suyos. Pero siempre con las víctimas, con los que perdieron y sufren los estereotipos, con los que aún son analfabetos y les leen las notificaciones. Con los que no quiere la Modernidad.
Para que te lean en tu barrio. Y existir.
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[1] Respuesta del humorista Manu Sánchez a un productor de televisión que le pedía que hablara más lento y que se pronunciara en «castellano». cinco mil novelistas andaluces cinco mil novelistas andaluces
[2] Las mil y una historias de Pericón de Cádiz, José Luis Ortiz Nuevo, Ediciones Barataria, 2008. cinco mil novelistas andaluces cinco mil novelistas andaluces cinco mil novelistas andaluces
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