Blas Infante. Juventud: Granada y Universidad
En 1904, cuando Infante cuenta con 20 años de edad, ingresa en la Universidad de Granada, donde obtiene la licenciatura en Derecho con unos brillantes resultados, los cuales conocemos gracias a su expediente académico. En sólo dos años, y por matrícula libre, acaba los tres cursos reglados de dicha carrera. Pero, además de su trato con la vida universitaria y urbana, toma contacto también con todo lo que el Reino de Granada significó en la historia de Andalucía y, con él, la importante aportación de al-Andalus al Occidente europeo. Al mismo tiempo, descubre la intolerancia de una imposición cristiano-castellana que no posibilitó su coexistencia con otras culturas: la judía y la islámica. Es el descubrimiento para Blas Infante de la historia como factor de vital importancia para configurar el presente y la personalidad de los pueblos y civilizaciones. Todo ello en un instante histórico en el que España mantenía una guerra en el norte de África. Pero no por ello se dejaría influir por aquellas voces xenófobas que invocaban una visión única y tradicional de nuestra historia, vinculada siempre a los mismos valores que le habían llevado a su degeneración, subdesarrollo e incultura.
Aquel joven de pueblo se convierte en adulto en la ciudad e incorpora a su trayectoria vital, junto al siempre presente drama del jornalero y la tierra, el contradictorio encuentro con un rico y esplendoroso pasado andalusí opuesto a una trágica realidad social. Granada es el despertar de su sensibilidad a la dimensión andaluza. La brillantez de su vida universitaria se verá superada por una constante autoformación e interés intelectual, siempre dirigido hacia un solo ideal. La existencia de Infante representa una actitud siempre inquieta, reflexiva, disciplinada, intuitiva e intensa por rigurosa: envuelta en la acción-reflexión de quien quiere vivir en coherencia tal y como piensa y siente. Capaz de enlazar estrechamente el pasado, presente y futuro de los andaluces. Sin embargo, como veremos, no estamos ante un hombre exclusivamente de ideas. Intenta llevarlas a la práctica desde la coherencia y el compromiso de su propia vivencia personal y pública.
En 1906 superará las pruebas para obtener la Licenciatura en Derecho y, posteriormente, prepara oposiciones a la carrera notarial, cuyos exámenes aprueba en 1909, con 24 años. Sin embargo, según la normativa vigente, deberá esperar un año para tener la edad reglamentaria y tomar posesión de su primer destino profesional: la notaría de Cantillana (Sevilla). Corre el año 1910.
Su acceso al mundo del trabajo desde un cómodo y suficiente estatus socio económico no le resta preocupación ni le impide actuar contra la injusticia que le rodea. Infante será un desclasado que se identifica siempre con los más débiles y desposeídos, cuestión ésta que le acarreará no pocos problemas e incomprensiones tanto familiares como en su elitista ámbito profesional. En ésta ocasión, Cantillana representa el reencuentro con el mundo agrícola y jornalero, así como con la melodía del Santo Dios que resuena de sus años de colegio en los Escolapios. Es en esta localidad donde toma contacto, de la mano del ingeniero agrónomo Antonio Albendín, con el movimiento fisiócrata (georgismo), corriente económica asociada al socialismo utópico que da más valor al trabajo que a la propiedad, y que fomenta la inversión y la acción de las personas sobre la tierra antes que su mera posesión, como concepto pasivo que suele representar enriquecimiento sin el mínimo esfuerzo. Entendiendo así que la lucha contra la propiedad meramente especulativa sería la base fundamental para el desarrollo, progreso y la libertad de las personas. Bajo esta percepción entendieron los regionalistas andaluces inicialmente la liberación del jornalero y la solución al problema de la propiedad de la tierra en Andalucía y, con él, la alternativa a la existencia de unos latifundios poco productivos. Con los georgistas participará activamente en el I Congreso Internacional Georgista celebrado en Ronda en mayo de 1913, así como en las páginas de su medio oficial: la revista El Impuesto Único.
En esta primera etapa, estas respuestas exclusivamente económicas calarán en un Blas Infante deseoso de buscar soluciones a seculares problemas que observa. En paralelo, y una vez que abre despacho profesional como abogado en Sevilla, mantendrá una intensa vinculación con su Ateneo, como entidad cultural dedicada a la formación de unas élites locales también preocupadas por los problemas andaluces.
Con el citado foro hispalense, participará del impulso de la revista Bética (1913-1917), una vez se empapa de las influencias de un incipiente movimiento intelectual pro regionalista y pequeño burgués, el cual reflexiona sobre los cambios necesarios para modernizar la situación del Estado. Del mismo modo, se promocionaría a través de las páginas del diario El Liberal la propuesta de un proyecto descentralizado mancomunal para Andalucía y, por medio de conferencias y entusiastas exaltaciones folclórico-literarias, la emergencia de un nuevo sentimiento regional desde el que debe renovarse España.
Infante, entre la dimensión económica y cultural, concretará sus posiciones presentando primero una ponencia en la aludida sede ateneísta llamada El Ideal Andaluz, embrión de lo que sería en 1915 su primer libro: «joven y de juventud», como él mismo lo define. Elemental, por cuanto sus planteamientos aún no han alcanzado un grado de madurez suficiente y, en la medida que la perspectiva que recogen sus páginas es superada con el discurrir de los años. En cualquier caso, estas primeras tres décadas de vida del notario nacido en Casares significan la concreción inicial de su pensamiento y sus primeros escarceos en la vida pública. La construcción de una nueva España —moderna, solidaria y plural— sólo será posible desde unas regiones y unos Ayuntamientos capaces de superar la postración a la que viene siendo sometida por tanto caciquismo político, subdesarrollo económico e injusticia social.
Ese inicial e impreciso sentimiento de amor a Andalucía y a sus gentes madurará tomando cuerpo. En el proyecto infantiano aparecerá la necesidad de una finalidad política para cambiar las estructuras de poder, más allá de propuestas económicas y culturales, las cuales, aún por necesarias, no solucionan por sí mismas los problemas existentes, como bien llegará a concluir pocos años más tarde. Haría falta concretar más las alternativas que constituirán los elementos políticos de su ideario y organizar la estructura de su naciente movimiento. Pese a todo, a estas alturas de su vida, ha dibujado ya los aspectos más importantes de una clara vocación a favor de los más desfavorecidos y desde posiciones abiertamente progresistas. El mismo Francesc Cambó —por estos años— intentará vincular sin éxito a Blas Infante con su proyecto regionalizador de España desde un regionalismo catalanista burgués y moderado.
Estas primeras respuestas culturales y económicas, aun siendo importantes por cuanto su carácter iniciático, son superadas en la medida que se necesitan soluciones políticas y unos profundos cambios, los cuales deben partir —en primer término— desde la propia voluntad y movilización de los propios andaluces. En su trayectoria vital, Infante acabará superando estas primeras percepciones subordinándolas a un ideal político; no obstante, unas y otras representan nutrientes fundamentales en la formación de su ideología y proyecto. Es más, en la medida que su reflexión personal se transforma en un movimiento, codo con codo con otros paralelos de la época, Infante definirá su dimensión claramente política —es decir, que aspira a cambiar la realidad desde el ejercicio democrático del poder— por encima de otras consideraciones sectoriales y, como una respuesta de igual índole a la dimensión oligarca, centralista y añeja de las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, su sentido de la política está fuera de lo convencional. Más que captar votos o afanarse por la simple toma de poder, sus ideales aspiran a cambiar corazones y mentes de los andaluces y andaluzas. De ahí las acusaciones de romántico y fuera de la realidad que recibió y recibe.
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