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La recuperación de Blas Infante por la democracia

La recuperación de Blas Infante por la democracia

Durante los últimos años del franquismo, algunos autores, como el arabista Gil Benumeya o el escritor José María Osuna, citaron algunas de las ideas recogidas en las obras de Blas Infante, aun omitiendo a veces su nombre. En la medida que la dictadura tocaba a su fin y desde sectores de la oposición se vinculaba democracia con autonomía, descubrimos la existencia de unos símbolos, de unos hechos históricos y de una biografía silenciada. Redescubrimos a Blas Infante en la medida que el régimen finalizaba y con él su casa de Coria, sus mensajes, sus escenarios andaluces y su Ideal. Antes incluso de la muerte de Franco, veía la luz la reedición de la primera de sus obras con prólogo de Tierno Galván.

Celebradas las primeras elecciones generales democráticas en 1977 y la convocatoria del primer Día de Andalucía el 4 de diciembre de aquel mismo año, su vida y obra pasaron a popularizarse a través de unos medios de comunicación y unas incipientes formaciones políticas que comenzaron a aceptarlo con desigual ritmo e intensidad. La puesta en marcha en marzo de 1978 de la Junta de Andalucía como «entidad política con personalidad jurídica propia», así como el horizonte de una España constitucional descentralizada en autonomías, posibilitaron que Blas Infante fuese identificado como un símbolo de la conquista de un autogobierno político de primer orden competencial: es decir, por la vía del artículo 151 de la Constitución. Nuestro particular proceso hacia este rango jurídico y los avatares del mismo —especialmente el crítico referéndum del día 28 de febrero de 1980— acabaron por equiparar las movilizaciones de los andaluces con la labor emprendida por el ciudadano andaluz de Casares. Andalucía alcanzó en democracia aquello que la historia le negó en 1936. Y ello multiplicó la función simbólica que ejerció Blas Infante, equiparable —salvadas las diferencias— a un Sabino Arana, Castelao o Companys.

El andalucismo ahora hecho partido comenzó a homenajearle todos los 11 de agosto en el mismo lugar donde caía fusilado y en sus siglas se integraron algunos de los compañeros vivos de Infante agrupados aun en la Junta Liberalista. Sin embargo, para entonces, su dimensión estaría por encima de posiciones partidistas, de forma que su reconocimiento institucional ya apareció durante los debates y anteproyectos que, posteriormente, darían lugar al primer Estatuto de Autonomía de nuestra historia. El logro de la autonomía institucionalizó las fechas de su vida como punto de encuentro de instituciones y entidades.

El máximo órgano soberano y representativo del pueblo andaluz, el Parlamento de Andalucía, ni más ni menos, le reconoció en unos de sus primeros encuentros plenarios con el título de Padre de la Patria Andaluza (abril de 1983), nominación clásica también utilizada para con los libertadores en América. Título honorífico con el que también el Congreso de los Diputados le reconoció en noviembre de 2002.

El preámbulo del vigente Estatuto de Autonomía del año 2007 cita los antecedentes históricos que aquí hemos relatado y ofrece un homenaje a «la vocación de la Junta Liberalista liderada por Blas Infante por la consecución del autogobierno, por alcanzar una Andalucía Libre y solidaria en el marco de la unidad de los pueblos de España, por reivindicar el derecho a la autonomía y la posibilidad de decidir su futuro». Mientras, en octubre de aquel mismo año, el Parlamento de Andalucía aprobaba iniciar los trámites para anular la sentencia contra él dictada en 1940. Por otro lado, la Junta de Andalucía gestionaba en 2001 con los herederos de Infante la adquisición del inmueble de la Casa de la Alegría en Coria del Río, hoy espacio ya restaurado y convertido en un espacio visitable junto al Museo de la Autonomía de Andalucía.

Recientemente, la Cámara andaluza le ha nombrado Presidente de honor de nuestra autonomía, demandando al Gobierno central la revisión y anulación de su sentencia con objeto de reconocer y restituir «su dignidad y honor», que también son los nuestros. Un ejercicio de memoria histórica, justicia y dignidad. La misma que nos merecemos y le debemos todos los andaluces.

Epílogo

El mito desaparece cuando lo humanizamos. Cuando el símbolo se vuelve carne nos acercamos y descubrimos a la persona. Es entonces cuando apreciamos su importancia y reconocemos su singularidad. Hay quienes dedican toda su vida a los demás y luchan siempre por los más desfavorecidos, porque el eje vital de su existencia es el orgulloso y consciente ejercicio diario de una percepción solidaria, de la que están plenamente convencidos y para la que viven en cuerpo y alma. Dan todo lo que tienen. Ello explica que aun tras la muerte, esos hombres o mujeres nos continúen hablando y motivando para que nos sintamos orgullosos de nuestra condición de andaluces. Con todas sus críticas y limitaciones, que las hubo y las hay: la vida y obra de Infante representan un importante referente cívico político para los andaluces del siglo XXI. Precisamente, esta es la dimensión más importante del personaje que nos ocupa: Blas Infante sigue vivo en todo aquel que, desde la sinceridad de su corazón y la generosidad de sus miras, apuesta desde Andalucía por una España y una humanidad mejor. Su ideal sigue vivo, pues, en el pueblo andaluz y, en todos los que también aman y luchan por esta tierra para liberarla de sus problemas, complejos, «suficiencias» y ataduras.

Por eso no acaba aquí este documento que le ha permitido acercarse —breve aunque sencilla y rigurosamente a su vez— a un Blas Infante Pérez del que seguro le sonaba su nombre y poco más. A partir de ahora todo cambia: descubrirá el Infante que lleva dentro y ojalá que nada siga siendo igual. Andalucía le necesita para que colabore con su desarrollo y mejora. Con ese esfuerzo, le homenajeamos sin darnos cuenta, mientras él nos invita a ser mejores andaluces y andaluzas: es decir, mejores personas.

Manuel Ruiz Romero
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