¿Qué hacen estos parlamentos que no se disuelven?
¿Qué tantas representaciones caducas que no se van?
Nada tienen que discutir: nada tienen ya que representar.
Estas preguntas no las hacen movimientos de radical democracia. Se las hizo Blas Infante. Completamente desengañado de un modelo de caciques encubiertos bajo las estructuras de los partidos que con tanta dureza criticó. Decía que por encima de los estados políticos propios, el estado natural del ser humano es su libertad. Y que esta crisis de Occidente no es política ni económica: es una crisis de humanidad. Nada ha cambiado un siglo después.
Habla Blas Infante:
Hay que sustituir la política denominada de MASAS por la ordenada, no a arrastrar, sino a mover libremente al individuo. Para mí la POLÍTICA es actividad indeclinable, desinteresada, pedagógica y noble, excedente del diario menester (todo político que de la política haga oficio o absorbente profesión continuada, es un pícaro; uno más de la gentezuela, sea cual fuere su jerarquía política; el oficio exclusivo de POLÍTICO es un ejercicio industrial). Para mí, la política es UN TRABAJO MÁS, un trabajo oneroso, altruista, animado por el Sentido de aquella máxima de Hesíodo: “Los dioses han puesto el trabajo delante de la Virtud”. La política, así entendida, excluye la necesidad de toda conducta envilecedora; lo mismo con respecto al pueblo, que con relación a la gentezuela que aspira a formar siempre, como medio de vivir o medrar, dentro de los cuadros políticos. La política, como el juego de los niños, es un fin en sí: Al político verdadero debe tenerle sin cuidado el proselitismo.
El verdadero concepto de la política, excluirá la pureza absoluta de Dios, pero también la grosería o apetitos estúpidos de la bestia. La política verdadera es cosa de humanos, no de deidades; pero de brutos, tampoco.
Un político, en el supuesto más favorable, es un hombre práctico (¿?), oportunista y de pragmática; formula en leyes para el pueblo sus propias aspiraciones individuales; de partido o secta. Se cuida de que el pueblo viva o no en esas leyes. El mundo es un local demasiado estrecho para que sirviera de archivo o almacén a tantas leyes dictadas por los políticos y no vividas por el pueblo. En el supuesto, menos favorable, un político es (como sucede generalmente en España), un animal inconsciente y ladrón que roba y pisotea al pueblo desgarrándole con sus uñas rapaces, sin otros métodos pedagógicos y educadores que el Código Penal y el arma de la Guardia Civil.
Por eso dicen que YO NO SIRVO PARA POLÍTICO; no obstante que POLÍTICO VERDADERO es aquel quien SIN ÁNIMO PROFESIONAL interviene en la COSA PÚBLICA, procurando con su esfuerzo desinteresado una lucha por su conservación o mejoramiento. Y, por tales razones, cuando los políticos me dicen que yo no soy político, me complazco en contestarles “que hasta que los políticos no lleguen a ser políticos de este estilo, no existirá la verdadera política en España”. Yo creo que es posible abrir camino a una transformación del concepto de la política, o hacer prácticamente eficaz una política decente. Acaso sea ésta la Revolución previa que España necesita desarrollar, como medio de remover obstáculos oponentes al fin de aspirar y de lograr la revolución verdadera.
¿Cuándo volveremos a la acción? ¿Hemos de llegar a perder este tiempo tan propicio? Jamás hemos dejado de actuar. Ahora bien, si por actuar se entiende sólo el promover la constitución de agrupaciones andalucistas, el que quiera hacerlo deberá realizarlo, inmediatamente. Encontrará el aplauso de los demás. Pero, a todos, a unos y a otros, yo me permito decirles: Calma. Cada instante, según sea cada hombre, para cada hombre traerá un cuidado. La responsabilidad, igual para todos ante la causa común, es distinta para cada uno según su ser o su poder. Vaya definiendo libremente en obras distintas ordenadas al mismo fin, cada cual sus aptitudes. Queremos fundar un pueblo. Los hombres de acción, como se autonombran muchos políticos, confesándose ellos mismos ajenos a las ideas, se reirán de nosotros. Pero os digo que esta es la verdadera acción, no la creadora de disciplina de partidos, sino la forjadora de autonomías individuales, base indeclinable de la creación de la autonomía de los pueblos. Por esto, porque nosotros, hombres autónomos, sentimos en nuestra conciencia libre un despertar coincidente con nuestro pueblo.
Yo he incurrido dos veces en la bajeza de pedir sus votos a este pueblo. Una de esas veces puse el pellejo en entredicho por levantar a Andalucía con la ayuda de la muchedumbre. El pueblo no quiso, pues allá el pueblo. Ya no volverá a convencerme ningún servidor del fetiche popular. A Andalucía no llegará a alzarla jamás el pueblo-muchedumbre, sino el pueblo de sus hombre escogidos; el de sus hijos más audaces.
Y libres.
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