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El mundo árabe en llamas

El mundo árabe en llamas
El mundo árabe en llamas

El mundo árabe en llamas, Plaza de Tarhir, El Cairo (Egipto)

El escritor Joseph Conrad fue el retratista literario de África y su novela El corazón de las tinieblas, un artefacto sobrecogedor. Si el siglo XX empezó mal para el continente negro, el XXI parece discurrir por un sendero convulso, especialmente en los países árabes del norte africano y la parte suroccidental de Asia. Cientos de etnias malviviendo dentro de un territorio de más de 7.800 kilómetros de extensión (desde La Güera en el Sáhara Occidental hasta la punta más oriental de Omán), partido en 22 estados —más el Sáhara y Palestina— trufados de dictadores y sátrapas sanguinarios, y habitado por casi 350 millones de personas. Desde luego, no es un jeroglífico fácil de resolver.

Tinieblas demasiado espesas estaban devorando a una región estigmatizada por los grupos extremistas, el choque de civilizaciones, la desigualdad social y el petróleo. Y las cifras se empeñan en avalar esta condena. En el espacio de 30 años, esta zona del planeta ha padecido continuos enfrentamientos armados que han causado miles de muertos y han lanzado a los caminos a millones de refugiados. Un oscuro panorama cuyo corolario es la violencia extrema que, en algunos casos, como en la invasión estadounidense de Irak o en el irresoluto conflicto palestino-israelí, llega a cotas de auténtico paroxismo. Una situación colectiva de estrés permanente que algún día tenía que estallar.

En el mundo árabe (más la persa Irán) se está librando ahora mismo la primera guerra de liberación del siglo XXI y los dueños del mundo (EE UU, Europa y China) no saben qué hacer. Los pueblos de Egipto y Túnez, dos modelos que debían servir de ejemplo para una convivencia y desarrollo pacífico en la región, han terminado sacando los ojos a los sátrapas que les gobernaban y ahora no se resignan a que las potencias les impongan nuevos dirigentes. Ellos quieren ser dueños de su destino.

En Libia, un dictador como Gaddafi, un personaje que encajaría a la perfección en el reparto espeluznante de papeles que dibujó Conrad, ha preferido provocar un baño de sangre antes de entregar su omnímodo poder. Yemen, Jordania, Yibuti, Gabón, Argelia e incluso Marruecos sufren ya duras represiones por parte de las temerosas autarquías gobernantes. También en el Sáhara Occidental comienza otra vez a escucharse el ruido de sables por un referéndum que yace enterrado en las arenas del desierto. Ya no hay manera de sacar estas revueltas de los focos de la actualidad. Ni siquiera hay tiempo para malinterpretar los objetivos de una rebelión en cadena que tardará mucho en neutralizarse.

Ni siquiera la rica Bahréin, donde Fernando Alonso ha ganado en tres ocasiones el gran premio de F-1 entre los aplausos acompasados del rey de España y una retahíla de nobles regionales, se libra del terremoto liberador que se ha puesto en marcha. El pequeño experimento político que lidera la satrapía familiar Al Khalifah, Hamad ibn Isa en el puesto de monarca y su tío Khalifa bin Salman en el de primer ministro, desde el fin del protectorado británico en 1971 es hoy un producto descompuesto moral y físicamente.

Los portavoces, más o menos autorizados, de estas revueltas ya han advertido que la solución no es «sustituir un dictador por comercio«. Un claro mensaje a los depredadores del Primer Mundo que aguardan expectantes en sus fronteras. Desde el corazón de las tinieblas árabes se hartan de decir que lo indispensable es democratizar su mundo, autonomía plena de organización según sus costumbres y competir en condiciones menos desfavorables con aquellos países que siempre han comprado sus recursos. Hay ejemplos esperanzadores: en Egipto, el país más poderoso de la región, la sociedad ha respondido al Ejército que no quiere más imposiciones y que no tolerará un sólo nombre heredado del régimen de Mubarak en el Gobierno de transición.

También hay grandes peligros, como Libia, donde un excéntrico ególatra como Gaddafi parece decidido a morir matando. Hillary Clinton ha anunciado que, de cambiar las cosas, el país se enfrenta a un prolongado periodo de guerra civil. El mundo observa con ojos sobresaltados el derrumbe del viejo orden. Es el temor al cambio desconocido. El conservadurismo genético del hombre. Algo está pasando. ¿Se disiparán las tinieblas o «la teoría del caos destructivo» que diseñó Washington para justificar su poder en la región árabe se extenderá a otras zonas del planeta?

Gorka Castillo
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