Prensado en frío

José Sarria: «Siempre existirá en mi poesía la elaboración de un discurso bajo las premisas del humanismo solidario»

Portada de 'Tiempo de espera' de José Sarriá
Portada de 'Tiempo de espera' de José Sarriá

José Sarria: «Siempre existirá en mi poesía la elaboración de un discurso bajo las premisas del humanismo solidario»

José Sarria (Málaga, 1960) es poeta, ensayista y crítico literario. Académico Correspondiente de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba y de la Real Academia de Ciencias, Bellas Artes y Buenas Letras Luis Vélez de Guevara de Écija (Sevilla), secretario general de la Asociación de Colegial de Escritores de Andalucía, miembro permanente del Jurado del Premio Andalucía de la Crítica, miembro fundador del Club de Amigos de Marruecos (constituido en el Parlamento de España) y secretario general de la Asociación Internacional Humanismo Solidario. Es director de la editorial Poéticas y de la revista digital ‘Hispanismo del Magreb’. Actualmente forma parte de los Consejos de Redacción de las revistas literarias ‘Dos Orillas’ (Algeciras), ‘EntreRíos’ (Granada), ‘Sur’ (Málaga) y ‘Penélope’ (Diputación de Jaén).

Ha publicado veinticinco libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra ha sido traducida al italiano, francés, árabe, inglés, sefardí, inglés, rumano y ruso y está incluida en más de cincuenta antologías de poesía y revistas especializadas, nacionales e internacionales de España, México, Italia, Argentina, Israel, Rumanía, Portugal, Inglaterra, Bélgica, Líbano, Catar, Arabia, Chile y Túnez.

Se ha especializado en la investigación de la literatura hispanomagregí, siendo ponente sobre esta materia en Universidades de España, Marruecos y Túnez, en los Institutos Cervantes de Marruecos y Túnez, y en los cursos de verano de la Universidad Internacional de Andalucía.

Acaba de publicar ‘Tiempo de espera’, que es el motivo de que le invitemos a pasar por la ‘Prensa’.

Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?

José Sarria: Este libro obedece a la imperiosa necesidad de conversar con el lector sobre un asunto que me parece, en este preciso momento, esencial en el devenir de todo ser humano, como es el tránsito vital, nuestra temporalidad, nuestra interinidad. 

Y es ahora porque desde mi último libro, ‘El Libro de las aguas’, publicado en 2016, ya han pasado seis años. Mi producción poética es lenta, necesito reflexionar, ahondar en aquello acerca de lo que quiero conversar, tal y como decía Machado: «Algunas rimas revelan muchas horas gastadas —alguien diría perdidas— en meditar sobre los enigmas del hombre y del mundo”. Y, bueno, seis años de lecturas y reflexiones son suficientes como para convenir que el texto obedecía a lo que me interesaba aportar.

¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?

Nos ha enseñado el maestro Antonio Enrique que: “El poeta es quien, más que mira, ve y, más que ver, elabora lo que mira”. Este libro diría que nació hace como cuatro años, pero necesitaba de un tiempo necesario para la reflexión personal.

Sabía que estaba ahí, había tomado posesión del libro en un viaje a Marruecos que hice con un grupo de poetas. Lo había captado íntegro y compacto. En algún lugar de mí ya se encontraba aguardando, como en la cubeta, el líquido de revelar la emoción, el estremecimiento.

Pero necesitaba que transitara a través de mi sangre enaltecida. Era preciso esperar a “ver”, a elaborar la mirada y que se hiciera posible el milagro de la emoción, iluminada, mágica y misteriosa: la poética. Y es así como todo aquello acampó, pausada y sosegadamente durante los meses más duros de la pandemia (aunque algunos poemas sueltos ya existían desde antes).

Escuche decir a Juan Carlos Abril en uno de los cursos de verano de la UNIA que “la poesía necesita de tiempo, reflexión y reposo”, en la misma línea de lo señalado por Concha García: “Quienes nos dedicamos a la poesía somos lo contrario de los banqueros, el tiempo es nuestro capital, la lentitud nuestro movimiento …/… La poesía es una revelación, no un negocio”. Y así fue como afloró, en esos días tan extraños de Covid, aquella semilla sembrada con anterioridad.

¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?

‘Tiempo de espera’ es un poemario que propone una profunda y abisal reflexión acerca de tres elementos esenciales, a nivel personal: nuestra vulnerabilidad, nuestra transitoriedad y nuestra identidad.

Es una intensa reflexión existencial acerca de nuestra efímera historia personal; enseñanza que solo pudimos aprender en ese «tiempo de espera», cuando la vida nos paró de golpe; pero hecha, también, en un tiempo personal en el que, abandonada la adolescencia, la juventud y escapándose la madurez, reflexiono desde una terraza vital en la que yo me encuentro instalado, en ese tiempo personal a la espera de un final que se intuye, por primera vez, más cercano.

Pero, no es una reflexión triste ni caliginosa; al contrario, este poemario es un canto hialino, alegre y feliz que se eleva gozoso por lo vivido. Es, por tanto, un canto de alegría a la existencia, a lo hermoso que hay en este tiempo que hemos convenido en llamar vida.

¿Qué efecto esperas que tenga el libro en ell@s?

Decía Stendhal que “poeta es el que conmueve”. Ese es mi objetivo axial a la hora de construir mi poesía: ser capaz de emocionar al lector, porque desde este espacio público que es el poema, es posible (a través de la emoción) establecer un diálogo mudo con el lector, de conciencia a conciencia, para, de alguna manera, poder contribuir a constituir una nueva subjetividad en él. 

Esto es lo que entiendo como poesía y es lo que espero con cada libro, también con éste: contribuir al establecimiento de un proyecto de emancipación humana destinado a constituir la identidad de un sujeto incardinado en su historia, a través de una nueva educación de la subjetividad. Es lo que nos enseñó Shelley en su ‘Defensa de la poesía’: “la Poesía es el más inefable heraldo, compañero y seguidor del despertar de un gran pueblo”.

¿En qué medida veremos en él —o no— al José Sarriá de tus anteriores obras?

Desde ‘La Voz del desierto’ (1997) hasta ‘El Color de la Memoria’ (2016) y ‘El libro de las aguas’ (2016), pasando por los poemarios intermedios, ‘Sepharad’ (2000) y ‘Raíz del Agua’ (2011), en todos ellos subyace la necesidad de indagar en la idea de la identidad vinculada a un humanismo solidario que reivindica el compromiso de incorporar la otredad en la identidad personal, desde la máxima de que el otro no solo existe, sino que nos constituye.

En este sentido, esta obra se aleja de aquella propuesta poética, casi unitaria, que quedó cerrada con ‘El Color de la memoria’, por lo que el lector va a descubrir una propuesta absoluta y diametralmente diferente a lo que, digamos, pudiera estar acostumbrado.

Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Tiempo de espera’, ¿cuáles serían?

Sinceramente, me cuesta elegir solo tres; pero, si es esa es la única opción, elegiría Tiempo de espera (que da título al libro), Yo soy el Oriente e Infancia.

¿Supone este poemario un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?

Sí, absolutamente sí. 

Este nuevo libro se aleja de aquella anterior etapa a la que me referí en otra pregunta; podría suponer, incluso, una dimensión poética diferente, aunque siempre existirá en mi poesía la elaboración de un discurso bajo las premisas del humanismo solidario al cual hice alusión. A partir de ahora, queda dejar reposar el libro, verlo germinar y convertirse en frondosa emoción. Como dijo Pío Cabanillas: “lo urgente ahora es esperar”.

Por último, como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?

Me gustaría que invitaseis (no sé si ya lo habéis hecho) a Raquel Lanseros, Fernando Valverde, Manuel Gahete, Francisco Morales Lomas, Juan José Téllez, Juan Cobos Wilkins o José Cabrera Martos. Por cierto, todos ellos están incluidos en mi antología bilingüe (árabe-español), ‘Mar de Alborán. Antología de la poesía contemporánea andaluza y marroquí’ que ha publicado Fundación Málaga.

Poemas de José Sarria

TIEMPO DE ESPERA

“¿Te he dicho alguna vez mi nombre?”.
(Antonio Ramírez Almanza)

“Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”.
(J. L. Borges)

¿Te he dicho alguna vez mi nombre?

Conoces la osadía de mis ojos o el tamaño de estas manos que, alguna vez, acariciaron la vida. Es posible que algún atardecer soñaras junto a mi cuerpo o que hayas escuchado mi voz, cercando el temblor de antiguos horizontes, como el crepúsculo de abandonadas estaciones. Sabes que yo también fui de los que entregó sus baluartes a la liturgia de unos labios rojos. 

Pero, ¿te he dicho alguna vez mi nombre?

Mi nombre es aquella vieja aventura por conquistar los silencios, cuando aspiraba a comprender a los hombres; el asombro de las horas, la ceniza del tiempo, más allá del reloj y sus agujas. 

Mi nombre es la voz del sauzal y las acacias, siempre inclinados hacia la adversidad y al sosiego. El canto azul del petirrojo.

YO SOY EL ORIENTE

“Yo soy Oriente”.
(AMIN AL-RAYHANI)

“Comprendía
que la patria
es beber el café preparado por su madre”.
(MAHMUD DARWISH)

Yo soy el Oriente y mi patria es un lugar en el que florecen los blancos arrayanes, un recóndito reino donde alcanzas a comprender los misterios a través del olor de la canela. Mis raíces se encuentran en una ciudadela detenida en el tiempo; allí puedes embriagarte con las ligeras notas del diván de los viejos poetas o con la sonora armonía de sus caravanas.

En mi patria se extienden las arterias sin asfalto que alcanzan los confines del alma. En su universo no existen templos, altares o banderas y el tronar de los himnos ha sido sustituido por el suave gorjeo de las alondras.

Pero antes, hubo días de los que no recuerdo casi nada, en los que yo también habité en las afueras, cuando viví como un corazón abatido, en la sombra de una llama; días cuando izaba gallardetes y estandartes y mis ojos deambulaban por los mapas encarnados del desasosiego. Era una edad en la que la vida me golpeaba como un feroz enemigo y clavaba sus dientes de león en todos mis amaneceres.

Más adelante, volví a nacer, sin fecha ni identidad. Fue el instante en que se rebeló mi sangre, el tiempo cuando brotaron de mis manos ramas de olivo, florecieron las moreras y los naranjos, mientras abrazaba las estrellas o extendía mis brazos sobre los arroyos.

Aquel día descubrí una casa iluminada y entendí que yo soy el Oriente. Desde entonces supe que mi patria es beber, a breves sorbos, el café preparado por mi madre.

INFANCIA

Cuando cae la tarde, al final de los años, los recuerdos se inclinan como las ramas de los árboles de un bosque abandonado. El perfume del aire convoca la primera niñez y me hace regresar hasta un lugar en donde aguardan las horas más hermosas, a un patio en el que aprendí el lenguaje del agua y los jazmines.

Allí está. He visto cómo me mira y sonríe. No se ha ido. Espera en aquel preciso santuario, universo donde las cosas y los lugares mantienen, intactas, sus promesas: el amor adolescente, el candor inagotable, las barcas repletas de frutas y canciones, el camino de los naranjos o el olor de las manzanas de oro: los destellos más altos, los himnos de las victorias. 

Mirándote a los ojos, contemplando tu rostro, sé que tú estás y que soy yo, quizás, el extraviado, el abatido, el ausente, y que ya no encuentro las palabras con que nombrar lo que tanto amabas. Sin ti no me quedan ojos con que mirar desde tu corazón de niño, pues mi existencia es un extraño naufragio, desdén del tiempo y despojo de mis últimos combates.

Cuando cae la tarde quiero llegar hasta el fondo de las aguas, hasta el abismo de tus ojos, aquellos que encendieron banderas en las terrazas de mi alma, y rescatar de tus rojas sienes promesas por cumplir, y oír tu cadente voz susurrarme: todavía, todavía…

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Javier Gilabert
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