El cero a la izquierda del Niño de Elche
El ex flamenco revoluciona la Bienal de Flamenco de Sevilla en una actuación histórica en el Lope de Vega
Teatro Lope de Vega, Sevilla. El distinguido público de la Bienal de Flamenco espera la salida a las tablas de la bombonera de el Niño de Elche, plato fuerte de la vigésima jornada del ciclo. Sin embargo, es Francisco Contreras Paco el que sale a escena. Pantalones vaqueros, zapatillas y una camisa beige un par de tallas grande, bajo la cual asoma una camiseta escogidamente profética con las palabras Cabaret Voltaire, le visten. Con la parsimonia de quien anuda el anzuelo al sedal, Paco comienza a desnudarse con la mirada fija en la exagerada lámpara de araña que preside la sala. Una vez en calzoncillos, recoge por piezas el traje de pana que a su lado sostiene su pianista, al tiempo que parece comenzar a escucharse el zumbido del rasgueo de pluma de la decena de críticos que salpican el patio de butacas. “Lo que hoy ocurra sobre el escenario es lo menos“, comentaba el protagonista de la noche en el ensayo previo al show, «las críticas vienen ya escritas de casa«.
Ya con la platea en penumbra, y el Niño de Elche sobre el escenario, el trío completado por Raúl Cantizano a la guitarra y percusión y Susana Hernández a las teclas y programaciones, se lanza a interpretar los dos primeros temas de un repertorio monopolizado por su Antología del cante flamenco heterodoxo. Las primeras sonrisas arrancadas a los asistentes por la breve presentación del segundo de ellos, Seguiriyas del silogismo, permite trazar la línea de trincheras que permanecerá estancada entre la audiencia del Lope durante el resto de la noche. Entre ellas, la de Pedro G. Romero destila una particular complicidad. La figura del director artístico del espectáculo -bautizado por la crítica como “uno de los grandes tongos del flamenco de hoy”- sobrevuela todo lo que acontece en escena, omnipresente en cada una de las puntadas del discurso que el de Elche arranca con su incendiario: “buenas noches, público inteligente”.
“En el flamenco las cosas importan. Yo vengo de un ámbito, como es el del arte contemporáneo, en el que no es así. Puedes orinar en una galería y da igual. La gente que lo presencia lo sopesa, lo juzga y emite una opinión. Aquí se indignan, y con razón. El que se orina en una galería busca indignación, pero en el mundo del arte todo eso está ya muy anestesiado. En el flamenco hay respuesta, y eso es fascinante”, comenta Romero en una charla horas antes de la actuación. El onubense, residente en Sevilla, es uno de artistas contemporáneos nacionales con mayor proyección exterior. Aunque es eminentemente escultor, su carácter multidisciplinar y conocimiento del flamenco le han llevado a convertirse en una figura fundamental del flamenco más experimental. “Esa respuesta de la que hablo es algo que transmite una energía increíble para trabajar. Lo he comprobado con Israel (Galván), con Rocío Molina y también con el Niño de Elche. Son figuras que logran, como en las artes marciales orientales, que toda esa energía que les viene en contra se convierta en una energía que les hace crecer, que les hace más fuertes”, añade.

Niño de Elche y Raúl Cantizano. Foto de ÓscarRomi
El Niño de Elche macera el cebo a medida que incorpora elementos a su meditada performance. Con su interpretación de El prefacio a la malagueña de El Mellizo, entre las butacas del Lope de Vega empiezan a picar:
-¡¿Esperas aplauso?! ¡Ese órgano ahí comiéndose todo!
-Déjale, tendría hambre. Normal… cada vez se come peor en Sevilla. Pero por favor, no abramos la caja de los truenos todavía, que queda mucha noche…
Al pie de lo predicho por su compadre, el cantaor ilicitano se hace grande sobre el escenario.
Apurando la hora de rigor, comienza el esperado goteo de críticos enfilando el pasillo de salida. Manuel Martín, crítico de El Mundo, argumenta en su crónica la espantada: “Tras ver cómo se ultrajaba a la cultura en la que me he criado, cómo vomitaba sobre el flamenco este cantamañanas con el dinero de nuestros impuestos gracias al alcalde de Sevilla, Juan Espadas, y al director de la Bienal, Antonio Zoido, me levanté y me fui a arrojar a la calle buscando el por qué.” En la misma línea, Alberto García Reyes del ABC catalogaba a El Niño de Elche de “farsante sin los recursos mínimos para presentarse como cantaor”. Denunciando su falta de respeto a la cultura jonda: “se aprovecha de ella, la manosea. Lo digo más claro: se cachondea de la mano que le da de comer”. Lo que Pedro G. Romero denomina “el triunvirato“ es completado por Manuel Bohórquez, anteriormente crítico de El Correo de Andalucía, quién tampoco escatima imaginación en su crónica. En esta ocasión, el Niño de Elche era definido como un “engendro musical“ que “odia el flamenco hasta el punto de ridiculizarlo“, llevando a cabo lo que el periodista lamenta como “lo más lamentable y penoso en el festival“, en “un día negro para la Bienal“. Y olé.
¿Malas críticas? “Pasamos toda la noche celebrando que el famoso triunvirato de críticos haya declarado el concierto por unanimidad como el peor concierto de la historia de la Bienal. ¡En 18 años! Es decir: un mito, lo que es literalmente un mito”, celebra Pedro G. Romero. Y añade: “las críticas han sido buenísimas, hay cosas maravillosas. Por ejemplo, el crítico del ABC habla de La Farruca de Vallmitjana: dice que el Niño no es capaz de hacerlas bien. Los únicos que han recuperado La Farruca hemos sido nosotros, y el único que la ha grabado ha sido el Niño de Elche. No existe más literatura que la que acabamos de publicar hace apenas seis meses, pero ya hablan de Vallmitjana como un clásico de principios del siglo XX que hacía farrucas en catalán. Creo que el crítico del ABC no se dio cuenta que no es que no pronunciara, sino que la letra era en catalán. Ese tipo de fenómenos, que solo pasan aquí en Sevilla, en realidad son interesantes”.
En una línea muy distinta a la de sus colegas, se manifestaba acerca de la propuesta de el Niño de Elche el crítico José Manuel Gamboa en una conversación días después del concierto. “Fue de los pocos conciertos que de verdad he disfrutado en esta Bienal. Lo pasé estupendamente“, manifestaba. “Como era de esperar hay gente a la que, evidentemente, no le iba a gustar desde el principio, lo raro es que les hubiera gustado. Creo que con estas propuestas el flamenco se ve vivo. Un órgano que no se utiliza se atrofia, y el flamenco se tiene que mover, si no se hubiera muerto. Es algo muy positivo para este arte”.
Opinión, en esencia, compartida por otro de los nombres importantes de la música andaluza: Gonzalo García Pelayo, productor musical de los míticos Triana, entre otros, y director de la película documental Nueve Sevillas que se rueda estos días en la ciudad hispalense con motivo de la celebración de la Bienal. “En el concierto de El Niño de Elche vimos a un artista. Un artista cuya postura vital es el flamenco, que lo utiliza como herramienta, pero tan solo como una de las muchas que él maneja. Está haciendo una fusión entre diferentes estilos de música entre los que se mueve, como hicieron en su momento artistas como Miles Davis. Es un músico que, partiendo del flamenco, está contextualizando su arte en su tiempo”, opina García Pelayo, quién califica de “polémicas sanas“ todo lo relacionado con la controversia que circunda la actuación del cantaor.

Fin del concierto. Foto de Benito Jiménez
Casi dos horas y media después, el Niño de Elche recoge carrete. Se despide del Lope de Vega esperando –en su enésima provocación– poder volver a actuar de nuevo allí en su reinauguración, “porque ya sabemos que todos estos teatros suelen incendiarse alguna vez en su historia, y hay que reinaugurarlos“. Y dedicando su última intervención a los amigos, las caras conocidas, y también a aquellos «voyeurs del flamenco» que habían acudido al Lope para ver “qué pasaba”. «Pues ya lo han visto. Nada, no ha pasado nada. Esto es una tontería como otra cualquiera. Un cero. Un cero a la izquierda«.
Y se lió… @NinodeElche @laBienal pic.twitter.com/LjmwKrYJOg
— Alfonso Sánchez (@mundoficcion) 26 de septiembre de 2018
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