Raíces

El preso 5151

El preso 5151

5151. Es el número que lucía, bordado, en la chamarra de Eduardo Escot, gaditano, de izquierdas, preso del nazismo. La prenda tiene también agujeros de bala y una cifra más, el 31.553, la marca del recluso que la vistió antes que él. La chaqueta de Eduardo daba fe de su paso por el campo de concentración más mortífero para los andaluces, el de Mauthausen, (Austria). Pero Eduardo no murió allí, así que, décadas después, también su voz ronca pudo dar testimonio del horror.

Era uno de los pocos que vivió para contarlo, un andaluz de los 40 largos que siguieron respirando tras la liberación en cadena, en 1945. 1.494 andaluces más fueron asesinados en los campos, parte de los más de 7.000 españoles que dejaron en ellos su vida. La mayoría, como Eduardo, fueron defensores de la República escapados a Francia y enrolados en la resistencia antifascista.

El recuerdo de los que cayeron y los que aguantaron se atesora en obras como Andaluces en los campos de Mauthausen, editado por la Junta de Andalucía en 2006, y que recoge la vida y la muerte en este campo, en el de Gussen y en el castillo de Hartheim. Pero también ellos están presenten en los archivos del Yad Vashem. Hay fotografías de la liberación de los campos, con pancartas en castellano, hay relatos de canciones compartidas con presos de otras nacionalidades, hay testimonios de cómo los andaluces se encargaban de la poca comida que les dejaban tragar, aplicando recetas de la tierra.

Muchas veces, cuando hablamos en las fichas y exposiciones de los españoles del nazismo deberíamos decir sobre todo los andaluces y catalanes, que fueron mayoría y marcaron el comportamiento dentro de los campos”, explica Alexander Avraham, responsable de la base de datos de testimonios del museo jerosolimitano.

Documentado queda también el caso de un republicano cordobés, cuyo nombre de guerra era Sebastián Ruiz —el real nunca se conoció—, que ayudó a judíos sefardíes de Salónica (Grecia) a falsificar papeles para hacerse pasar por ciudadanos españoles y evitar así las detenciones, tras la entrada de las tropas alemanas. El consulado español, sin embargo, detectó el fraude y lo denunció a los invasores. Apenas una decena de aquellos judíos lograron salvarse gracias a su estratagema y a su ladino. Hay casos similares, sostiene Avraham, a lo largo de todo el Mediterráneo ocupado, aunque no se ha podido poner nombre a sus protagonistas.

Internados y resistentes son las etiquetas principales de los andaluces del nazismo, pero hay una tercera variante, muy poco conocida: la de los judíos que sirvieron en Andalucía dentro de las Brigadas Internacionales. “Muchos de ellos usaron nombres de colegas caídos con ellos en la Guerra Civil y decían ser de Granada o de Sevilla”, abunda el especialista. Los archivos dan cuenta de una veintena de judíos que fueron expulsados de España en 1939. De hecho, fueron separados de los andaluces, sus compañeros, porque el grupo unido era “peligroso” para la estabilidad de los campos.

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