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Blas Infante y los centros andaluces

Latifundio andaluz. Foto de Benny Geypens

Los centros andaluces

Blas Infante acaba superando las limitaciones de la ideología georgista y elitista de la ilustración burguesa e intelectual del Ateneo de Sevilla, decidiéndose a fundar unas nuevas entidades coherentes con sus deseos. Crea los llamados Centros Andaluces, ámbitos desde los que, por diversos puntos de Andalucía y fuera de ella, se difunde un novedoso discurso alternativo y andalucista para esta tierra. El primero de estos espacios socioculturales fue creado en la Sevilla de 1916 y su importante Manifiesto Fundacional servirá de inspiración a otros que se prodigaron, incluso fuera de nuestra tierra (Madrid, Barcelona, Cuba, Argentina…). Desde su preocupación constante por Andalucía, estos centros reclamarán el apoyo de las clases populares andaluzas para articular un movimiento capaz dar a luz a hombres y mujeres «nuevos y libres», comprometidos con un ideal que ahora aparece más sistematizado, funcional y encaminado a una profunda reforma política a partir de una corriente de pensamiento organizada. Desde el compromiso por Andalucía estas entidades se corresponsabilizan también en el progreso de España (Iberia en un principio) y de la Humanidad, de ahí el lema del escudo que crean.

Para generalizar la idea de la existencia de un pueblo comprometido en una acción colectiva, invitándole a tomar conciencia de su propia existencia, identidad y capacidades, se establecen varias líneas de trabajo y un mensaje común. Por ello, uno de sus primeros objetivos será concretar unos símbolos con los que los andaluces se reconociesen en su pasado, presente y futuro. Para esta nueva proyección social el movimiento se dota de importantes instrumentos para difundir sus ideales: las revistas mensuales Andalucía (1916-1920), Córdoba, Jaén y el semanario El Regionalista (1917-1920), también autotitulado significativamente Defensor de los intereses autonómicos de Andalucía.

Estas nuevas ideas de cambio al que aspira el nuevo movimiento, basadas en una solidaridad interregional y una concepción federal de España, necesitarían presentarse bajo un programa común consensuado entre todos los Centros. Su alternativa se fija y redacta en la llamada Asamblea de Ronda de 1918, donde se formula el programa político del andalucismo en lo que es un primer intento por madurar dicha opción, tanto ideológica como estratégicamente. Los acuerdos a los que se llegan representan una apuesta por modernizar España desde una nueva descentralización entendida como más efectiva y cercana al ciudadano: desde los Ayuntamientos y las autonomías. Abiertamente en contra de unas Diputaciones a las que se consideraba artificiales y perpetuadoras de un caciquismo que no hace más que lastrar las mínimas intenciones de cambio que pudiese haber por aquellos tiempos. Se apuesta por un nuevo estilo de patriotismo y ciudadanía, identificados con unas ideas más progresistas y solidarias, a la vez de una ruptura con posiciones tradicionales que tanto vienen condicionando el progreso. Una respuesta política inspirada en las posiciones federales que ya apuntara la Constitución de Antequera de 1883, y que tanto marcarán la ideología del movimiento andalucista a través de personas, colectivos, municipios y culturas.

En cualquier caso, lo que se creía bueno para Andalucía lo sería también para otros territorios del Estado, sin el concurso de los cuales sería imposible el resurgir de una España moderna. Como hemos apuntado, se aprueban además un escudo y una bandera (ambos tal y como hoy los reconocemos), a la vez que se inicia el debate para definir un himno propio. En paralelo, se demanda del poder central facultades autonómicas para que Andalucía tuviera ciertas competencias para decidir su futuro y resolver sus problemas (reforma agraria, obras públicas, instrucción o beneficencia…), o bien reclamándole al Estado medidas reformadoras para que fueran atendidas con prioridad (justicia gratuita, igualdad hombre y mujer, centros educativos, sanidad desde los municipios…).

Precisamente, en respuesta a las conclusiones de la cita rondeña, el Centro Andaluz de Sevilla, en representación de todos sus homólogos, solicitará a la Diputación y al Ayuntamiento hispalenses «se dirija a los poderes centrales (…) a fin de que concedan por decreto la autonomía (…) en iguales términos que a las demás de España». Texto al que no dudamos de calificar, aun sin mayor trascendencia institucional, como la primera petición de autonomía política que se realiza para Andalucía. Estamos en el 28 de noviembre de 1918.

Podemos afirmar que el movimiento que emerge es también fruto de la radicalización y las movilizaciones que envuelven a Europa tras el triunfo de la Revolución Rusa, así como por la ausencia de reformas de un cómodo sistema caciquil donde se parapetaban una Monarquía y unos partidos oligarcas insensibles a las demandas populares. De hecho, la alternativa que promueve Infante se define como nacionalista en el Manifiesto del 1 de enero de 1919 y concreta una de sus aspiraciones políticas en la existencia de un autogobierno apoyado en los tres poderes clásicos: legislativo (Parlamento andaluz), ejecutivo (Gobierno y administración) y judicial (tribunal de justicia). Justo la misma realidad institucional que hoy ha conquistado la Andalucía democrática.

La idea de autonomía, entendida en un sentido amplio como soberanía de individuos, municipios, culturas y pueblos, representará un objetivo para el que los andaluces poseen una obligación común. De otro lado, el concepto de nacionalismo en Infante es diferente al concebido en otros territorios del mundo. Su sentido popular, humanista, pacífico, intercultural y solidario le imprime un carácter singular al no corresponderse necesariamente con la búsqueda de un Estado propio.

La estrategia de los nacionalistas andaluces vendría a coincidir en bastantes propuestas sociopolíticas con otros movimientos de izquierdas. Ello explica la candidatura común que tiene lugar en Córdoba para cierta convocatoria electoral, al hilo también de la segunda de las Asambleas Regionalistas celebrada en dicha ciudad en marzo de 1919. Año durante el que también Infante contrae matrimonio con Angustias García Parias un 19 de febrero en Peñaflor, donde ejercía como notario por extensión de Cantillana.

Por esta época, Infante mantiene ya una estrecha amistad con el agrónomo Pascual Carrión, de quien asume la idea del origen histórico y la ilegalidad del latifundio: reparto de las tierras andalusíes entre nobles castellanos cristianos por causa de la mal llamada reconquista. Asimismo, profesa una profunda admiración hacia su amigo el médico anarquista Pedro Vallina, con el que comparte además una visión heterodoxa y pacifista del anarquismo junto a una visión crítica de la revolución comunista, la cual rechaza en su nuevo libro: La Dictadura Pedagógica (1921).

Es en esta obra donde Infante se muestra contrario a la mera sustitución de unas estructuras de poder por otras, de manera que el individuo carezca de libertad y voluntad. Rechaza así tanto la dictadura capitalista-burguesa como la comunista-proletaria, a la vez que desconfía de los intentos que parten del ejército, toda vez que los llama «zánganos de la colmena». Reclama la vinculación voluntaria de los andaluces de conciencia al proyecto liberador sobre la base siempre de la educación y la cultura, sin imposiciones ni limitaciones tanto capitalistas como comunistas. Sólo desde ese humanismo librepensador es concebible el pleno desarrollo del «hombre nuevo» y el avance social, a partir también del federalismo emanado de la Constitución de Antequera de 1883. Como en el anarquismo, sus teorías siempre irían impregnadas de unas fuertes dosis de personalismo utópico, que renuncia a la vía partidista y electoral abrazada desde la izquierda tradicional, para proclamar una revolución de hombres y mujeres andaluces desde el corazón y la conciencia. La educación para Infante será la raíz de todos los cambios personales y sociales que se necesitan. Para él, siguiendo a Platón, la política es, ante todo, educación. Nuestros representantes deben ser educadores y las instituciones públicas escuelas. Es más, el valor de la enseñanza y la cultura siempre le inspirarán en sus incursiones literarias sobre cuentos de animales, fábulas repletas de alegorías ecologistas y pacifistas.

Relacionadas:

Biografía de Blas Infante (1), (2).

Manuel Ruiz Romero
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