El sexto sentido
Paisajes del engaño: del espacio público al territorio de las conciencias.
Ven lo que quieren ver,
no saben que están muertos
Lo que hemos expuesto no sucede en los libros, sucede en la ciudad, paisaje político por excelencia y territorio del dinero. La originalidad de nuestra época es que todo en ella, incluidas nuestras conciencias, ha terminado siendo colonizado por el capital, ha sido convertido en dinero y allí acumulado.
Una percepción comunitaria de la calle, el barrio, la plaza y las posibilidades de reconocimiento, agrupamiento y movilización que, en otras épocas, se afirmaban, entre los productores, como reflejo de unas condiciones compartidas de existencia y el terreno de sus luchas históricas, ha sido barrida. Se es en la medida que se consume o se circula.
“Es muy fácil, aunque seas extraterrestre,/ pasar por ciudadano,/ sólo hay que vestir como todos,/ caminar con cierta urgencia/ sin sonreír, sin mirar fijamente a nadie.// Es muy fácil ser ciudadano/ si no tienes hambre,/ si no te caes al suelo”.
D. MACÍAS DÍAZ. Ciudadano Danié, ciudadano nadie, 2003:107
El terrorismo económico y simbólico desplegado desde las instituciones hacia los sujetos ha determinado la tematización de la ciudad o de, al menos, su casco histórico, el abandono de determinados barrios en manos de la especulación privada de terreno urbano y la expulsión de sus vecinos e inquilinos tradicionales, la configuración de nuevas zonas de chabolismo, la remodelación y/o desaparición de espacios simbólicos y, en definitiva, ha forzado el repliegue de la población sobre lo privado y el atrincheramiento en los pisos, allí “ni se rebela, ni se comunica. Los lugares abiertos como plazas, calles, portales, escaleras, jardines, aparcamientos, etc. se han vuelto tierra de nadie (Amorós, 2004:107)”. Espacios devenidos en inquietantes para los que, únicamente, se reclama vigilancia y control policial.
La estrategia general desplegada, desde las distintas administraciones, es la de la apropiación privada del espacio público como modelo de ordenación urbana, al servicio de la especulación empresarial y la opaca financiación municipal. Centrifugadas las antiguas alianzas de clase y desaparecidos los proyectos comunes, la ciudad se transforma en un símbolo de identidad corporativa y totalitaria en la que ha de reconocerse el nuevo fantasma epistemológico de la ciudadanía.
Pues, en efecto, es en el espectro de la ciudadanía donde se han disuelto las contradicciones entre clases, recreando desde ella la ficción cohesiva del ciudadano. El ciudadano es el nuevo sujeto que resume sus derechos y deberes políticos en votar cada cuatro años a quien le dicen y dirigirse como un irresponsable absoluto en cuanto al gobierno y la gestión de los recursos públicos. El nuevo sujeto político se limita a trabajar, consumir en la desmedida que le permiten sus posibilidades, vivir muerto de miedo y asumir su connivencia con un sistema económico y social basado en la desigualdad, la injusticia y la depredación y contaminación de toda la biosfera.
Pero esta colonización e inversión de los espacios, sobre los que antes se articulaba la vida y se proyectaban los sueños de la transformación social, no se está dando sin lucha. También desde los sujetos hacia las instituciones se desarrollan estrategias de afirmación en un arco que va desde movimientos sociales hasta el vandalismo simbólico. Así, las pintadas y las agresiones a las obras de arte público, a sedes de empresas y corporaciones multinacionales, bancos, franquicias comerciales, partidos políticos, etc. expresan el malestar y reflejan, a falta de una subversión real en el terreno económico y político, al menos, la vitalidad de la multitud.
El otro campo de batalla está, decíamos, en la colonización de nuestras conciencias. Tanto las imágenes de lo social, como las imágenes que el sujeto tiene de sí son constantemente reconfiguradas por las iconografías del espectáculo. La metáfora de todo ello bien podría ser el popular “telediario”, también conocido (en toda una estrategia de desvelamiento) como “el parte”. Habría que añadir “de guerra”, pues es de ella, de la guerra en todas las dimensiones en que se manifiesta como la mejor aliada del capital, de lo que nos habla y lo que nos muestran sus representaciones.
Los reiterados y diarios “partes de guerra” nos emplazan ante el espectáculo informativo que no por eso cesa entonces, sino que viene a amplificar, sintetizándola, su producción en otros formatos, para generar así un discurso ininterrumpido donde el orden presente mantiene consigo mismo su monólogo elogioso. El espectáculo es el autorretrato del poder en la época de su gestión totalitaria de las condiciones de existencia (Debord, 1967).
Así la iconografía de la colonización arranca en ellos con una primera descarga de valores positivos encarnados en las actuaciones de la clase política. Continúa con otra donde los valores se invierten para encarnar la dialéctica que justifica la bondad y necesidad de esa misma clase política al enfrentarla con la sociedad civil de la que se haya convenientemente separada por las estrategias de criminalización que aquella efectúa sobre ésta. Así, mientras la política y sus profesionales encarnan valores positivos, la sociedad civil se define por ser el espacio específico de toda violencia (de género, racial, terrorista, mafiosa, xenófoba, etc.). La que no se puede hallar manifiesta en su interior, se importa. Como las estrategias de criminalización se centran sobre los efectos no sobre las causas, y las explicaciones insisten en el carácter psicológico o cultural de la violencia, queda borrado todo atisbo de interpretación que pudiera, ni remotamente, hacer referencia a las condiciones materiales, a los conflictos de clase, a la desigualdad y la injusticia que configuran la naturaleza de esas explosiones de la violencia.
El segundo acto, de esta colonización de la conciencia a la que estamos haciendo referencia, una vez recreado el estado de opinión en el que aparecen salvados el sistema político y criminalizada la sociedad civil, se centra en la identificación del sujeto con los valores del mercado. Para distinguir estos valores del simple “spot” publicitario se los disfraza de “cultura” y es en esta pirueta donde “la cultura”, sistema simbólico de transparencia y de censura donde los haya, aparece como una mercancía más que exhibe catálogos de ofertas, novedades y saldos con los que sentirse solidarios, partícipes en la lógica del mercado y receptores exclusivos de la construcción individualizada del deseo y el ocio.
La representación termina dedicando al fenómeno del “Deporte”, es decir al fútbol, un segmento de tiempo del “parte de guerra” igual a los otros dos citados. Éste es el territorio que el espectáculo, dentro de su promoción de la cultura de la alienación, el inmovilismo, la mediocridad y el conservadurismo holgazán, deja abierto a la toma de decisiones y a la única participación pasiva que está dispuesto a promover en la ciudadanía. El fútbol se convierte así en el lugar de promoción y gestión del odio por parte del espectáculo.
Hemos expuesto un fragmento de la mentira totalitaria pero no nos hacemos ilusiones sobre nuestra capacidad de resistir al orden que nos cerca. A la inversa, desgraciadamente, cuanto más se inmersa el sujeto en la contemplación del espectáculo más extraña se le va volviendo su propia vida. Cuanto más se identifica con las imágenes y modelos dominantes, menos necesidad tiene de comprender su propia existencia, más confunde sus propios deseos con los deseos espectaculares. Ha reemplazado el mundo por una selección de imágenes de él, que reconoce como el mundo por excelencia. Deja que las cosas gobiernen su vida y, así, transforma su vida en el reino de la muerte, pues son las cosas las que viven su vida, las que se desplazan, envejecen o se reemplazan.
Pero, como ya advertíamos, ni la apropiación de lo público por lo privado ni la colonización de los cuerpos y las conciencias es un movimiento irreversible. A ellas contestan, en la medida de sus energías, de forma espontánea, escrupulosa y coyunturalmente los movimientos alter-globalización, los foros sociales, las plataformas alternativas, las asambleas ciudadanas, el sindicalismo no institucionalizado, algunas ong’s, individualidades concretas, etc. Son voces politonales pero coincidentes, la mayoría, en un programa de mínimos (Riechmann, 2004) que incluiría la extensión social de una consciencia crítica y responsable, la reducción drástica del consumo hacia formas de vida autosostenibles (autolimitadas en el uso de energía exosomática y en la apropiación de recursos naturales) y ecológicamente sustentables (sobre energías renovables, agricultura ecológica, producción industrial limpia, preservación de ecosistemas, control estricto de la natalidad humana, etc.), la reducción de los tiempos de trabajo, el fin de las desigualdades socioeconómicas y el paso a formas políticas horizontales cimentadas en la democracia directa, el asamblearismo y la autogestión dentro de comunas libres y federadas. De otro lado, frente al actual proceso de neo-hobbesización de las relaciones intra-interestatales, una legislación internacional debería garantizar el principio de precaución ecológico, el dominio de la público sobre lo privado, el control estricto sobre las tecnociencias, la desaparición de toda industria de muerte y la resolución de conflictos por vías pacíficas y negociadas. Vistas las cada vez más espantosas contradicciones del capital, estas propuestas van pasando desde el terreno de la utopía al de la lógica de la supervivencia del género humano en el planeta.
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