Imprescindibles

Manuel Molina: Almíbar y despago

Manuel Molina: Almíbar y despago

“Me gusta mirar al cielo
porque hay millones de estrellas,
igual que en tus ojos negros”

No había escuchado nunca la palabra. Tampoco conocía su significado, aunque esa vez, con el contexto ya casi sobraba. Desilusión, desesperanza, resignación, impotencia, desasosiego… Un muchito de todo eso mezclado en las entrañas y la alegría brillando por su ausencia.

Eso es el despago, no tiene más vueltas.

Sentirlo, se siente a menudo, al menos en mi caso. Convertirlo en poesía, en flamencura, en verso jondo, resulta casi imposible. Más aún ser capaz de darle la vuelta al sentimiento e imprimirle la dulzura e inocencia suficientes para convertirlo en amor a quemarropa.

Manuel Molina (Ceuta, 1948) era eso principalmente: Desgarro tierno, contrapelo, cicatriz necesaria, sombra clara.

Todo resultaba inerte cuando la guitarra, de pronto, no sonaba, pendiente del aire en una mano; y apenas las cosas importaban cuando el compás se mecía diferente, marcado pero casi inexistente, y la voz de Manuel se quebraba en cualquier noche.

Porque era entonces cuando el almíbar y el despago se mezclaban, y la pena de muerte se convertía en amor, aunque matase.

Y en sabiendo ya de sobra que los amores que matan nunca mueren, la vida y el presente sin Molina, se tornan de repente insoportables.

¡GLORIA ETERNA AL POETA CALLEJERO!

Miguel Ángel Alonso
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