Opinión y Pensamiento

El dolor sin ventanas

El dolor sin ventanas

por Juan José Ceba

Ella es amiga muy querida y cercana de Juan Goytisolo. Desde que vino, como un trallazo, la noticia de la acogida de la tierra al cuerpo -ya en su nada- del escritor cervantino, pensé en ella de inmediato.

Su dolor tiene un silencio de respeto y desolación, de ausencia completa del yo, en armonía con la estameña sufí del despojado. Llevo pensando en ella, desde que las palomas del aviso llegaron -chocando las unas con las otras- para traernos la baya oscura de la muerte.

Juan se sentía apacible a su lado. Nos preguntaba siempre por su amiga. En Almería le acompañó en su medineo -como él decía-, en sus paseos por barrios con historia, en las visitas a la escuela de la pescadería, por las tiendas antiguas -para buscar con ahinco algún objeto cotidiano, que en Marrakech hallaba facílmente, o en los viajes por los campos de Níjar -el pueblo de su amiga. A veces ella organizaba cenas en su casa, y Abdheladi -compañero de alma de Juan- preparaba, con arte y lentitud, un couscous exquisito.

Pienso en su pena callada y sin ventanas. En su profunda e inconsolable desolación. Ella atesora sus cartas, fotos, recuerdos, palabras, confidencias, en un silencio que me conmueve, ante la tierra roja donde descansa el exiliado.

Vino de Marrakech hace muy poco. Traía una constelación de esperanza. Había pasado dos días enteros con su amigo Juan. Y quería creer en su mejoría paulatina. Abdheladi no se apartaba de su lado, y un cuidador intentaba rehabilitar el cuerpo maltrecho del narrador, que hace un año tuvo una rotura de cadera. Goytisolo se movía, ayudado con un andador de tres patas, y cada tarde lo llevaban, en silla de ruedas, a la plaza de Jemaa El Fna -a su plaza, que describió de manera fascinante en Makbara-, donde pasaba algunas horas, en contemplación ensimismada, con el respeto de sus gentes de la medina de Marrakech.

Le contó muchas cosas, con esa manera lenta de hablar, propia de Juan, tallando las palabras y el decir preciso, si bien ya con un hilo de plata, más tenue, por su voz. Le preguntó por sus amigas y amigos chanqueños, con sus nombres. Sacó el prólogo que escribió para «La Chanca, un cambio revolucionario» para que lo leyera, y le confió su pesar, al no haber podido acudir a Almería, para el acto de presentación. Ella venía emocionada, por el tesoro de su conversación de dos jornadas, en la casa de Marrakech.

«Cuando ya me iba, a Juan se le llenaron los ojos de lágrimas«.

Su silencio es un llanto de respeto. A su dolor (a su austeridad, de la misma sustancia que el despojamiento de su amigo) envío mi mayor conmoción. !Amiga!

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