Acento y acierto
Por Juan Antonio Ceba
Hay fotos maravillosas de los años cincuenta en las que las casas andaluzas parecían extraños bloques minerales blancos sobre un paisaje estremecedor. Sin aceras ni asfalto, los edificios se posaban sobre la tierra misma.
“La perspectiva de Almería, vista desde el hacho de la Alcazaba, es una de las más hermosas del mundo… En lo hondo de la hoya las casucas parecen un juego de dados, arrojado allí caprichosamente”. (Juan Goytisolo, La Chanca).
Curiosamente, esta manera de implantarse en el territorio podría parecer a priori anti-naturalista y opuesta a la belleza del paisaje. Las edificaciones son objetos extraños de color blanco sobre yermos montes de color pardo, que parecen haber aterrizado allí como sólidos platónicos ideados por alguien ajeno. Pero sin embargo dotan al paisaje de acento y acierto. ¿Cómo es esto posible?
En primer lugar, la edificación nunca se opone a la orografía. Las viviendas se construyen en cuevas, o se adaptan al monte en terrenos escarpados, o se disgregan como el juego de dados que advertía Goytisolo en los llanos.
Y no se opone al paisaje, porque la unidad de la vivienda es una unidad básica, con una escala mínima que tiene que ver con la dimensión del hombre y de su prole.
La formalización de un núcleo urbano andaluz (pienso en Mojácar o Salobreña) es un árbol genealógico y de relaciones que hace que la visión de un pueblo sea la visión de una colmena humana, generada por geometrías naturales, fractales; por lo tanto opuestas al planeamiento urbano moderno que reparte el mundo en cachos dispuestos en cuadrícula (como si nos perteneciera).
Es por eso que la arquitectura tradicional andaluza nos une directamente con la arquitectura como elemento consustancial a la naturaleza humana.
Pero hay casos muy concretos y singulares que apelan a otras realidades. Pienso en La iglesia del poblado de Las Salinas de Cabo de Gata. Un edificio blanco de líneas simples, casi infantiles, rodeada de una valla alta y con una torre plana terminada en una pirámide ligeramente vertical. El paisaje es estremecedor, una larga playa a un lado de la carretera, unas salinas con flamencos al otro lado y, al fondo, una sierra oscura con esa petrificación de un momento concreto que tiene lo volcánico. Y la iglesia no sólo queda bien, sino que se hace necesaria.
Supongo que cualquier estudiante de Bellas Artes se daría cuenta de lo que sucede en esta postal, porque es eso, una postal: un paisaje tremendamente horizontal con un fondo que necesita un primer plano con un elemento vertical; ese primer plano es la iglesia. Me resisto a pensar que la persona que ideó este templo llego por casualidad a las proporciones, a la sutil presencia y a la secuencia espacial que produce aproximarse a ella por la carretera.
Completando este plano secuencia, llegamos al pueblo de la Almadravade Monteleva y al atravesarlo la presencia de la sierra es ya inconmensurable. Un poco más allá, las balsas donde las salinas se alimentan de agua del mar, conocidas popularmente como “los motores”, son un nuevo ejemplo de adaptación armoniosa con el paisaje, posiblemente realizadas por el mismo ingeniero que ideó el pueblo de Cabo de Gata y la iglesia.
Es esta arquitectura planificada, pero sensible al medio, una manera de hacer cada vez más en desuso y que además se está cayendo literalmente ante la ineficacia de Consejerías, Diputaciones y Ayuntamientos. Esperemos que nunca tengamos que lamentar su desaparición, ni la de todo lo que nos enseñan.
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