Gudrun Palomino: «La vida está cargada de duelos y de distanciamientos propios»
Gudrun Palomino (El Puerto de Santa María, 1998) es traductora de autores como Sylvia Plath, Ted Hughes, Anne Sexton, Amy Clampitt , Adrienne Rich, Heather Clark y Amy Bloom. Es investigadora predoctoral en la Universidad Jaume I, donde escribe una tesis doctoral sobre la traducción de Sylvia Plath al español y la representación de las humanidades médicas en su obra. Colabora como entrevistadora y redactora especializada en poesía en medios digitales como Zenda y Casapaís y sus poemas se han publicado en diversas revistas literarias. Fue finalista del Premio Adonáis de Poesía en 2022 con este libro, La lejanía de nuestros cuerpos (Isla Elefante, 2023), su primer poemario.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Gudrun Palomino: El porqué de este libro no surge de ningún lugar claro ni obvio. Creo que tiene que ver con que decidí dejar de trabajar en el manuscrito del que creía que iba a ser mi primer libro. Fue finalista de algunos premios, pero ya no me veía cercana a esos poemas. Decidí borrar casi todos los archivos del manuscrito de mi ordenador y escribir desde «otro sitio», desde otra dirección, aunque me quedé con un par de ideas que sí quería tratar y que rescaté para la tercera parte de La lejanía de nuestros cuerpos.
Escribí la gran parte de los poemas entre enero y junio del año pasado porque sentía que necesitaba expresar mis creencias y mis pensamientos en ese momento, pero alejándome y tomando una distancia respetuosa ante ellos, y consideré que la poesía era el mejor medio para hacerlo.
El ahora también tiene que ver con todo lo anterior: Ben Clark me escribió y me comentó que me quería publicar, ganara o no el Adonáis. Yo había seguido la publicación de los primeros libros de Isla Elefante, Los inútiles de Maribel Andrés Llamero y Barruntar de Nadia del Pozo, y le respondí que sí porque me gustaba la línea editorial que estaba creando. No tiene muchísimo misterio.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
La idea de este libro no aparece de ningún sitio en particular. Me encantaría dar una respuesta más interesante, más filosófica, pero no es así.
Cuando uní todos los poemas me di cuenta de que muchos trataban la distancia entre personas, tanto física como emocionalmente. Me interesa indagar en qué hace que se cree una distancia entre dos personas y qué nos acerca a los demás. Ahí fue cuando tuve una ligera idea sobre lo que estaba escribiendo. Había escrito escenas amorosas, pero también había en estos poemas historias sobre duelos románticos, sobre la pérdida de personas cercanas, así como sobre mis amigos, familias, recuerdos inventados… Todo encajaba de alguna u otra forma. Me percaté de todo esto con el título del poemario: en realidad es un verso que se repite dos veces, en dos poemas distintos (en “A pesar de la lejanía” y en “Tarta de zanahoria”). No fui consciente de ello hasta que leí conscientemente lo que había escrito. Esta reflexión hizo que tuviera bastante clara la división del libro: “Nunca tan cerca de la vida” es la primera parte, que representa la cercanía como bien indica el título y es más positiva; la segunda es “Delimitación de la distancia”, en la que hilo un vínculo amoroso y por qué se distancia; y en “Proximidad de la tristeza”, la parte más oscura del libro, me interesaba reflexionar sobre la nostalgia y la pesadumbre más allá de razones morbosas: la vida está cargada de duelos y de distanciamientos propios, y es un tema en el que quería indagar.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Creo que las posibles claves del libro están en el texto de la contraportada, que escribió Amalia Bautista —y no puedo estar más agradecida por ello—: «Cuerpos y lejanía. Dos palabras que, tanto con sus connotaciones más entrañables como en sus acepciones más frías y asépticas, nos tocan. Nos acarician o nos arañan, pueden dolernos o instalarnos en uno de esos paraísos que siempre queremos eternos y siempre son efímeros. […] Este es un poemario de amor y desamor, pero sobre todo de amistad, quizá el amor más perfecto. Y es también un libro de memorias y olvidos, una fortaleza de recuerdos contra el vacío, la ausencia y la pérdida […]».
También, como pista más personal, he ido dejando referencias a cantantes y a autoras que me gustan sin citarlas directamente. La única que está expuesta en las “Notas” del libro, algo escondida, es una de Blanca Andreu. Pero hay muchas, desde títulos de libros de Carmen Martín Gaite, canciones de Belén Aguilera y versos de Anne Carson, por nombrar algunas.
¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?
En general es un poemario triste y algo oscuro, pero hay poemas tiernos y otros algo irónicos. Lo que sí que me gustaría es que pensaran en el libro como una obra de ficción: he cuidado el lenguaje para que sea íntimo, pero no todo lo que pasa en los poemas me ha ocurrido, ¡faltaría más! Al final la poesía también es ficción y es algo que me gusta repetir. Pero el efecto que tenga en ellos es algo que no puedo controlar, y menos ahora que el libro está publicado y no es solo un manuscrito, así que solo espero que lo disfruten.
¿Es una responsabilidad añadida que este libro venga avalado por su condición de finalista del prestigioso Premio Adonáis de Poesía? ¿Qué ha supuesto para ti este reconocimiento?
Bueno, la verdad es que no lo sé, creo que no conlleva ninguna responsabilidad. O al menos eso quiero y espero. Ser finalista del Adonáis me ha servido sobre todo para tener más visibilidad en el mundo poético y para creer que iba bien encaminada con lo que escribía. Fue una alegría enorme, sobre todo porque muchos y muchas poetas que admiro han pasado por el Adonáis, pero es cierto que los autores de mi edad vemos los premios como una forma de publicar nuestra obra, más que por su prestigio —que también cuenta y mucho, por supuesto, pero incluso llega a ser un hecho secundario—. Por eso me alegro de que surjan sellos editoriales como Isla Elefante, Letraversal y Ultramarinos, que se abren a publicar a poetas jóvenes con cariño y cuidado.
Pocos meses después del fallo del premio se publicó la biografía de Sylvia Plath que traduje junto a Julia Viejo, Cometa rojo, y la promoción ha funcionado muy bien, mejor de lo que esperaba. Raquel Bada, la directora editorial de Bamba, quiso que las traductoras tuviéramos voz en las presentaciones del libro tanto en La Central del Museo Reina Sofía como en la Fundación Telefónica, y es una decisión que apenas toman las editoriales. Estoy muy agradecida por todas estas oportunidades. Entre el Adonáis y este libro, juntos han conseguido que se me “conozca más” en esta burbuja literaria.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de La lejanía de nuestros cuerpos, ¿cuáles serían?
Como me cuesta horrores elegir, me quedo con tres que sé que son los favoritos de otras personas: “En casa aún se oyen sus pasos”, que fue el primer poema que se publicó antes de que estuviera en este libro, “Ojos cerrados” y “Variación de la higuera”.
¿En qué medida crees que influye tu trabajo como traductora en tu producción poética? ¿Y a la inversa?
En este poemario hay varias referencias a Sylvia Plath y no es de extrañar, porque estaba inmersa en la traducción de su biografía a la par que lo escribía. Por ejemplo, en “Una conversación” utilizo un verso de su poema “Cumbres borrascosas”. Cada vez soy más puntillosa con el lenguaje por culpa de ser traductora, reflexiono bastante sobre lo que escribo y hace que dude de toda palabra y de cada signo de puntuación incluso. A la inversa te diría que me ha ocurrido con los encargos en los que había algún poema por traducir. Hace muy poco entregué la traducción de una antología de poemas y te puedo asegurar que no podría haberlo hecho si no tuviera ese bagaje de versos escritos y lecturas anteriores al proceso de traducción.
¿Supone este poemario un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?
Supone un punto de inflexión en cuanto a que no me apetece escribir un poemario parecido. Me apetece experimentar más, tirar por otros derroteros algo distintos. Al fin y al cabo, escribí la gran mayoría de poemas de este libro con 23 años y acabo de cumplir 25. A esta edad se cambia muy rápido de gustos, de lecturas, de ir probando qué funciona más y qué menos en un poema, de descubrirme, de jugar con el lenguaje. Tampoco creo que pudiera crear un libro igual que este si me sentara a escribirlo ahora.
Tengo en mente otro poemario muy distinto a este en el que quiero reescribir en verso Los miserables de Victor Hugo. Me ha marcado mucho la lectura de Yannis Ritsos y sus variaciones de mitos griegos, ese culturalismo que no deja atrás la reinvención en cuanto al ritmo, a los temas y a las formas de entender el lenguaje para reflexionar sobre los sentimientos de personajes de historias que todos conocemos; pero es algo que toma bastante tiempo y, como todas las ideas, no sé si la terminaré. Espero que sí. Aunque te mentiría si no te dijera que hace unos meses empezó a rondar en mi cabeza la idea de escribir una novela. Ahora toca seguir con la tesis doctoral, pero estoy más “narrativa” últimamente.
Por último, como lectora, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
Me encantaría ver por aquí a Carlos Catena, amigo mío, antiguo compañero de la facultad, buen escritor y mejor humorista, que acaba de publicar Estar con otros en Pre-Textos y en nada sale su primera novela Tan tonta en La Caja Books, con la que ganó el Premio València de Novela.
Poemas de ‘La lejanía de nuestros cuerpos’ de Gudrun Palomino
EN CASA AÚN SE OYEN SUS PASOS
Han pasado dos años desde que mi madre
acompañó a mi abuela hasta su nicho,
pero en casa aún se oyen sus pasos
hacia la cocina para hacerse un café
de madrugada, aún se escuchan los golpes
de su bastón camino del baño,
siguen retumbando sus aullidos
en las paredes mientras llega la ambulancia.
Su sitio del sofá sigue hundido,
sus batines siguen colgados
en la entrada de su habitación.
Su piel, convertida en polvo,
sigue habitando las esquinas de esta casa.
OJOS CERRADOS
Tú hiciste que cerrara los ojos, Andrea.
Conseguiste que los cerrara cuando apenas era capaz de hacerlo.
No necesitaba ver para asegurarme
de que el camino no tenía imperfecciones,
no me tropezaría con ninguna piedra, estaba segura;
sabía que me mirarías a los ojos
si los tuviera abiertos,
sabía que tú me mirabas a los ojos
aunque estuvieran cerrados.
Y no hacía falta más,
en la oscuridad había luz suficiente
para nuestra amistad,
apenas necesitábamos nada
que mi imaginación no pudiera proyectar
en la piel de mis párpados.
Pero los mantuve cerrados tanto, tanto tiempo:
meses, puede que años; sí, muchos años
que pasaron como si fueran meses,
con la velocidad con que el sueño atraviesa los días.
Cuando los abrí
ya te habías ido
y tampoco volverías para calmarme otra vez,
para que pudiera cerrar los ojos
con la certeza —la única certeza—
de que nada podría hacerme daño
si estabas a mi lado.
VARIACIÓN DE LA HIGUERA
He visto todos los futuros que he perdido
en cada higo maduro, aplastados en el suelo, a los pies de esta higuera.
En alguno estaba casada, feliz, con dos hijos, en mi pueblo de siempre.
En otro había recibido una beca que me ayudaría a olvidarme de preocupaciones mundanas.
En el higo que está más lejos de mi cuerpo veo que trabajo lejos, en alguna capital europea, aprendiendo algo de provecho.
Inmóvil, veo a todos esos higos caer ante mis ojos.
Uno tras otro, explotan en la tierra.
Cuando intento alcanzarlos con mis manos
la pulpa paraliza mis dedos,
incapaces de elegir
un futuro.
Así es como veo que cada higo que me ofrece la higuera
muere ante mí,
sin que yo pueda detener el paso del tiempo
ni decidirme.
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