Prensado en frío

Laura Montes Romera: «Es peligroso quedarse estancado mirando solamente los problemas que tenemos»

Portada de 'Un altar caliente', de Laura Montes Romera
Portada de 'Un altar caliente', de Laura Montes Romera

Laura Montes Romera: «Es peligroso quedarse estancado mirando solamente los problemas que tenemos»

Laura Montes Romera (Granada, 1996) es graduada en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, misma universidad en la que actualmente está realizando una tesis sobre poesía latinoamericana contemporánea con un contrato predoctoral. Ha participado en recitales de poesía en Granada (España) y en la Feria Internacional del Libro de La Paz (Bolivia). La residencia durante unos meses en la ciudad de La Paz y el conocimiento de la poesía boliviana han marcado el desarrollo de su escritura.

Su ópera prima, ‘Un altar caliente’, inaugura una nueva colección de poesía que estrena Cuadernos del Vigía y a cuyo cargo están nada menos que Erika Martínez y Rosa Berbel. Nos apetecía mucho que pasara por nuestra Prensa para contárnoslo.

Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?

Laura Montes Romera: Me parece que no tengo una respuesta clara a ninguna de las dos preguntas [risas]. Creo que se han dado una serie de casualidades, encuentros, lecturas, pasos atrás y adelante… Por ejemplo, que después de cinco años dándole vueltas, descartando poemas, reescribiendo, encontrándome con lecturas que me han hecho crecer literariamente, decidiera cerrar ya el libro y compartirlo con Erika Martínez para ver qué le parecía justo en el momento en que ella y Rosa Berbel estaban pensando en alguien para abrir la nueva colección de poesía de Cuadernos del Vigía. Quizás sí puedo decir que el libro se cierra en un momento en que yo siento haber cerrado una importante etapa de mi vida, puede que por eso haya en él tantas cosas que se rompen, tantas cosas que comienzan y la necesidad de aceptar los cambios y la incertidumbre.

¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?

Empecé a escribir hace alrededor de seis años, la verdad es que no tenía entonces intención de nada, ningún proyecto en mente. Recuerdo obsesionarme un poco con Chantal Maillard y con Cuaderno de campo, de María Sánchez, y también estaba leyendo muchas cosas sobre literatura medieval, sobre el surgimiento de la novela fantástica en Europa y los ciclos artúricos. Creo que ese fue el momento embrionario de este libro que se ha ido haciendo muy lentamente y con muchas interrupciones a lo largo de los cinco años siguientes. Nunca me planteé escribir un poemario, sino simplemente hacer poemas que por sí mismos mostraran un mundo particular, y que lograran contarse a sí mismos. En esto he aprendido mucho de Juan Andrés García Román, hacia el que también siento mucho agradecimiento.

Al tiempo vi que a todos los poemas los atravesaban preguntas que yo me había estado haciendo a lo largo de esos años, preguntas que tienen que ver con la relación tan intensa y complicada que se genera con los espacios en los que vivimos y la experiencia de la muerte en sus diversas formas. También creo que están la necesidad de encontrar salidas en momentos de mucha confusión mental y de precariedad, y todo un proceso muy arduo de darle forma a las distintas emociones que he ido sintiendo en este tiempo, con la intuición de que a través de la observación de la naturaleza y la búsqueda de vínculos afectuosos con otras personas podemos conocernos mejor y encontrar la fuerza para vivir los problemas de nuestro tiempo. 

¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?

Creo que el título es una buena pista. Quería que el libro tuviera una poquita de fe y que esta fe fuera lo más física y material posible.  

¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?

Quizás el libro a veces pueda parecer (o ser, no lo sé, la verdad) un poco trágico. Mientras lo escribía pensaba muchísimo en esto, me preocupaba dar por vencidos determinados finales y por aceptadas determinadas realidades. Pero tampoco quería renunciar a indagar en la violencia y la precariedad que yo sentía en mi presente y que también veía en mi entorno, en la vida de la gente a la que quiero. Así que me encantaría que se sostuviera el nudo entre lo trágico y lo celebratorio. No sé si lo habré conseguido.

¿En qué medida permea en él tu pasión por la literatura fantástica?

La literatura y el cine fantásticos desde niña me han encantado, sobre todo la alta fantasía al estilo Tolkien, las historias de capa y espada y brujería. Recuerdo romper el reproductor de video intentando ver por no sé cuánta vez Merlín el encantador [muchas risas].

Me gusta mucho el drama pero creo que es peligroso quedarse estancado mirando solamente los problemas que tenemos los humanos, y la fantasía en ese sentido te pone frente a un mundo con problemas nuevos, con los que tenemos que lidiar como humanos pero que surgen de otros lugares. Mientras escribía algunos de los poemas que han dado forma al libro me apelaban especialmente los relatos de Octavia E. Butler, Nnedi Okorafor e Irene Solà Sàez, la desconcertante escritura de algunos poetas, como Dylan Thomas o Paul Celan, y la de muchas poetas, como Blanca Wiethüchter, Emma Villazón, Marina Tsvetáieva, Edith Södergran, Adrienne Rich o la de las propias Rosa Berbel y Erika Martínez.

Lo que más me interesa de la literatura fantástica, sobre todo de la que se está haciendo últimamente, que es más libre y se desprende de algunos esquemas rancios y patriarcales, es que suele arriesgarse a proponer formas inéditas de convivencia entre criaturas distintas. También creo que la fantasía es generalmente muy ilusionante porque de alguna manera te hace conectar con tu parte más ingenua y con las ganas de seguir aprendiendo. No sé cuánto de “fantástico” hay en mi libro, pero la búsqueda que veía en estas autoras sí ha sido un motor para mi escritura.

Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Un altar caliente’, ¿cuáles serían?

Es un problema, sí [risas]. Sobre todo porque son poemas que no llevan título, que están ahí junto a otros con los que tienen cosas que decirse. Voy a elegir tres que me gustan mucho (se incluyen al final de la entrevista). 

¿Cómo ha influido en tu escritura los meses que pasaste como residente en La Paz? ¿Se percibe dicha influencia en estos poemas?

Mi estancia en La Paz, aunque fue bastante corta, me marcó muchísimo. Fui para conocer una realidad sobre la que había estado leyendo e investigando bastante durante varios años, y también para conseguir libros y conocer a algunas de las poetas en torno a las cuales gira mi tesis. A los pocos días de estar allí enfermé y lo pasé realmente mal, creo que porque, además de estar atravesando un momento personal complicado, la ciudad puso totalmente a prueba la resistencia de mi cuerpo, que no estaba para nada preparado para esas condiciones climáticas tan extremas. Esa experiencia física de sentirme en el límite creo que ha sido crucial en los poemas que escribí después. Y también, aunque estuve enferma prácticamente todo el tiempo, hice amistades, visité lugares y escuché voces poéticas que yo me traje conmigo para siempre.

A nivel poético, participé en la Feria Internacional del Libro de La Paz gracias a la generosidad de Iris Kiya, con quien organicé una entrevista a varias poetas bolivianas y un recital, en el que yo también leí. Algunos de los amigos que hice en ese tiempo, Iris Kiya, Lucía Rothe, Santiago Rothe, Jessica Freudenthal, Mónica Velásquez, los caseros del piso en el que vivía (que me cuidaron muchísimo) me dieron consejos muy valiosos en el proceso de escritura del libro y en el proceso personal que yo atravesaba. Mucho de esa experiencia ha quedado en el libro.

Con este libro se inicia una colección en la prestigiosa editorial Cuadernos del Vigía, de Miguel Ángel Arcas, dirigida nada menos que por Erika Martínez y Rosa Berbel. Un poquito de vértigo tiene que dar…

Estoy muy agradecida y contenta. Erika es una de las primeras personas que leyó mis poemas y creo de verdad que su mirada crítica, sus consejos y su capacidad para saber escuchar mi propia voz han sido determinantes en lo que yo escribo. Rosa, además de haber sido también una lectora supergenerosa, es una gran amiga, así que ambas son personas fundamentales en mi vida. Por eso no puedo estar más feliz de estar acompañada por ellas en este proceso y de que Un altar caliente sea el libro que abra la colección. También me siento muy agradecida con Miguel Ángel Arcas por confiar en este libro y darle un espacio en su magnífica editorial. El vértigo está ahí, totalmente, pero lo que más siento ahora mismo es agradecimiento.

Por último, como lectora, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?

A Jean Burset Catinchi, que en mi opinión escribe unos poemas muy finos. Hace poco ha publicado en Puerto Rico su libro Herrumbre, del que seguro que tiene muchas cosas que contar, y tenemos la suerte de que actualmente vive en Granada. 

Poemas de ‘Un altar caliente’, de Laura Montes Romera

Dos o tres libros hay
sobre el altar de la sala
Me sorprende la falta de peso 
y su largura 

Por dos o tres libros
susurra aquella historia
la del hombre con piel 
de lija 
que oía sus latidos
resonancias de roca
Ese hombre vio pinturas
rupestres
Arrastra en este instante
como piedra sobre alfombra
aquel cuento

¡Haces de celeste
rostros de familia!

¿Cómo se contempla el arte
verdadero?

————————————–

Todas las flores cobijan
una rabia
y por ella ascienden
espíritus ambiciosos

Como un colchón que se llena
de paciencia o una pared
de árboles

Basta un chapuzón
para que el mar se rompa

Bulle en mi pelo de anciana
en mi mano esta corriente
que parasita toda estructura.

————————————–

Pelo recogido ante el espejo
el emblema de mi clan
no se esconde

Frente tocada
por el cuerpo de una rata
Que es sagrado el mordisco de roedor 
en las alegres
las que nacen

Extirpar un hueso de aceituna
abrir el huevo
debe de parecerse 
a lo que yo siento ahora

Todas las cosas de hoy
el altar caliente
de esta mañana

Dar la bienvenida al final
de todas las cosas prematuras.

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Javier Gilabert
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