Jesús Beades: «El dolor puede transmutarse en belleza y en sentido»
Jesús Beades (Sevilla, 1978) es autor de los libros Tierra firme (2000), Centinelas (2003), La ciudad dormida (2005), Tibidabo 10 (2018) y Resumiendo (2021). Ha traducido poemas de Chesterton en Canciones de La taberna errante (2020). Redactor de la ‘Revista Númenor’, colabora como crítico literario en varios medios. Es músico –guitarrista de rock– y maestro de música.
Su último poemario, Orden de alejamiento (Accésit Gil de Biedma, Visor, 2022), es el testimonio de una relación tóxica. Como si fuese un único poema fragmentado, sus versos arrancan después de esa primera ilusión que enciende todo amor para arrojarnos de forma abrupta a un territorio hostil de confusión, en el que cada paso es solo una nueva caída inevitable. Así, sin dar al lector un momento de tregua, estas páginas nos conducen a través del trauma, la desesperación, la nostalgia de un pasado mejor –que acaso nunca existió– y el deseo de olvido. Caminando sobre un filo cortante donde la luz y la oscuridad se unen y separan, este libro, visceral y lírico, irónico y valiente, nos sitúa frente al abismo que oculta todo amor y en el que siempre podemos caer. Además de todo eso, es la razón que hoy lo trae a nuestra Prensa.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Jesús Beades: Este libro es fruto de una experiencia personal traumática. Contra todo consejo –empezando por los de Bécquer–, ha sido escrito en caliente, casi en tiempo real. Describe un proceso de purgación y búsqueda de sentido y consuelo. Sucede que ha sido premiado y publicado pronto. Por eso ahora.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
El libro surge en el arranque de un duelo amoroso. Una relación de pareja nociva –lo que todo el mundo llama ahora «tóxica»– que por fin, tras muchas idas y venidas, termina de muy mala manera. En el libro hay tanto descripción de la toxicidad de la relación como lamento por su pérdida. Me recuerda a aquel famoso monólogo de Woody Allen en Annie Hall:
«¿Conocen este chiste? Dos señoras de edad están en un hotel de alta montaña y dice una: –Vaya, aquí la comida es realmente terrible. Y contesta la otra: –Sí, y además las raciones son tan pequeñas. Pues, básicamente, así es como me parece la vida. Llena de soledad, miseria, sufrimiento, tristeza… Y sin embargo se acaba demasiado deprisa».
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Primero: que el veneno ha de expulsarse por completo. La relación tóxica ha de morir, y hay que enterrarla todo lo profundo que podamos. No es culpa de nadie, simplemente las cosas son así. Pero también creo que mi libro trasmite la idea, que a mí me viene del Catolicismo, de que el dolor puede transmutarse en belleza y en sentido. Que hay una Misericordia en el corazón de los hechos que vela por nosotros en última instancia. Y a la que este libro invoca en su final.
¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?
Espero que encuentren ese relámpago que es la belleza de la Poesía, incluso con un motivo tan desagradable. Al fin y al cabo, no es una experiencia rara sino común a muchas personas a lo largo del tiempo, y eso nos hermana; y ese hermanamiento consuela.
¿En qué medida veremos en él —o no— al Jesús Beades de tus anteriores obras?
Esto lo he hablado mucho últimamente con amigos poetas y lectores. Esta obra marca una distancia estética con mis anteriores libros. Es el menos epigonal, el menos «de la experiencia», lo cual es paradójico en un libro nacido directamente de una experiencia personal. Pero en su confección se ha evitado todo lo posible la discursividad, el coloquialismo, lo anecdótico. Ni siquiera –y no es solo por prudencia, digamos, mundana– hay apenas elementos que puedan identificar a la mujer objeto de mis lamentos y reproches. Es todo muy desnudo y esencial, sin citas ni dedicatorias. Está escrito, eso sí, en una polimetría clásica, aunque eliminando los signos de puntuación y las mayúsculas. Es algo que me encanta en la obra del chileno José Miguel Ibáñez-Langlois, y que me pedían los propios poemas porque le imprime a la lectura una urgencia y ansiedad muy expresivas. Ya veremos si sigo por esa línea en el futuro, pero algo me ha cambiado.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Orden de alejamiento’, ¿cuáles serían?
Terapia, tazón y bebé.
Eres también músico por vocación y de profesión. ¿Hasta qué punto permea esta disciplina en tu producción poética?
Yo diría que no hay relación. La música, sobre todo como guitarrista de rock, es mucho más divertida y agradecida que la poesía. Y da más dinero. Pero no encuentro relación con mi escritura más allá del hecho de que los poemas han de sonar bien, armoniosos, con sus acentos bien puestos, con sonidos que se relacionen entre sí de manera significativa. Pero esto lo aprendí de poetas —Miguel d’Ors, Eloy Sánchez Rosillo, José Julio Cabanillas, Amalia Bautista, Julio Martínez Mesanza, por citar contemporáneos— que no son músicos, (aunque Cabanillas toca la guitarra clásica de manera amateur).
Tras hacerte gracias a este poemario con el Accésit del prestigioso Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma y verlo publicado nada menos que en Visor, ¿supone este poemario un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?
Al ser publicado por Visor y tener más distribución y repercusión mediática que otros, hay que darle un tiempo de respiración y recorrido al libro. Que llegue a sus lectores, y no apresurarse a publicar más poesía por ahora. En prosa sí tengo otros proyectos en marcha, para este año y el que viene. Y los libros de poemas inéditos, que alguno tengo, ya no veo claro que aporten algo relevante después de Orden de alejamiento. Me siento en un «borrón y cuenta nueva». Pero ya se verá.
Por último, como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
Me encantaría que estuviera Carlos Vaquerizo, formidable poeta y persona muy interesante.
Poemas de ‘Orden de alejamiento’, de Jesús Beades
terapia
dos sillas separadas metro y medio
un océano frío entre los dos
lleno de tiburones
la mesa del psicólogo delante
como una estepa rusa bajo el hielo
decidme los motivos por los que estáis aquí
es qué él es horrible un monstruo que devora
es que ella es la bruja de los cuentos
él es un mentiroso retorcido
pues tú eres mister hyde y doctor jeckyll
pues tú nunca has amado narcisista
hija de tal pues tú maldito bruto
no he conocido a nadie peor que tú
¿por qué razón entonces queréis salvar lo vuestro?
la pregunta quedó flotando en el despacho
en un silencio denso y mortecino
nos miramos entonces a los ojos
con la pena infinita de saber la respuesta
tazón
hago cosas absurdas
por ejemplo cenar en el tazón
que dejaste en mi casa
pienso en las muchas veces
que almorzábamos juntos
quizá sin discutir quizá riendo
ceno en él cada noche como una penitencia
repitiendo oraciones
recuerda hombre que eres polvo
que un día estás comiendo y otro ayunas
que un día arde el amor como una hoguera
en un bosque de junio perfumado
y otro día masticas la ceniza
de un paisaje lunar
de una cocina a oscuras
todo esto me digo mientras como
en el tazón de marras
en el puto tazón que te dejaste
y no tengo valor para tirar
bebé
nuestro amor fue un espasmo en el vacío
muerto de oscuridad o demasiada luz
una espalda partida de dolor y de éxtasis
un gusano sin aire que se ahoga en el fango
una piedra preciosa que mata a quien la mira
un mendigo muy joven que se muere de frío
un bebé que asfixiamos por desesperación
míralo
ahí quieto y azul
bajo una luz quirúrgica
lo estoy mirando ahora y se me caen
lentas lágrimas dulces
dejad que llore ahora por favor
por este amor que tuvo su belleza
que tuvo su verdad y tuvo vida
que latía y murió
entre insultos mentiras y amenazas
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