Tes Nehuén: «Las cosas que nos sostienen son siempre pequeñas»
Tes Nehuén (Argentina, 1983) es una apasionada lectora residente en Málaga cuyas reseñas y entrevistas aparecen en medios de comunicación como ‘Bestia Lectora’, el ‘Periódico de Poesía’ de la Universidad de México y ‘Poemas del Alma’. Desde hace una década desarrolla contenido para medios especializados en posicionamiento y prácticas de mercadotecnia. Algunos de sus poemas y cuentos han aparecido en revistas en papel y medios digitales. ‘Todos los pájaros que vimos’ (Eolas Ediciones, 2022) es su primer poemario.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Tes Nehuén: El porqué no te lo sabría decir y lo que te voy a decir es muy poco original. Como la mayoría de las y los poetas escribo por una pulsión íntima y nunca sé qué estoy queriendo decir hasta que de pronto entiendo que tengo algo con sentido de libro. Mi fascinación por los pájaros y por los mecanismos de construcción de la memoria quizá podría responder a ese porqué, pero no lo pensé con antelación, sino que lo entendí después.
¿Por qué ahora? He tenido la suerte de que un amigo, que es además un poeta al que admiro muchísimo, Arturo Borra, leyera el libro y se lo pasara al editor de Eolas, Víktor Gómez, y que él se interesara en publicarlo. En verdad creo que nadie escribe ni se construye solo, por solo que esté. De hecho, sin el aliento de mis amigos cercanos este libro no habría existido. Mi amiga Laura que lo leyó primero y que me ayudó a creer en mí, y mis queridos Carlos Frontera y Pablo Di Marco, son los principales culpables de que esto esté pasando. Y después llegó la Fortún con ese prólogo, que eleva cualquier cosa que yo haya intentado hacer. Si el libro tuviera algún valor es ese prólogo, el ejemplo de generosidad de Gloria y la confirmación de que la amistad es el bien más preciado que tenemos. Me considero una mujer con mucha suerte.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Aunque, como te decía, el principio de Todos los pájaros que vimos es algo difuso, sí creo que la propuesta común de los poemas, que después me llevó al libro, fue la idea de jugar con el doble literario, pero no como una yo-otra sino como una otra-yo, es decir, haciendo el viaje a la inversa. ¿Cómo conseguir revivir la propia experiencia desde otra psique, sin los miedos y la herida? Por eso la voz poética crea a Bumbum, proponiéndose reconstruir su propia memoria a través de un cuerpo que no haya tenido que atravesar sus experiencias, deseando mantener a esa criatura lejos del dolor y del trauma. Esto surge de mi propia experiencia vital, de entender que si mi memoria individual no se correspondía con la memoria colectiva familiar, entonces una misma experiencia debería poder incorporarse de múltiples formas.
Mis recuerdos de la infancia están teñidos de una honda tristeza y de mucha frustración, porque crecí en un contexto religioso y patriarcal donde asumí que mis sentimientos y mi propia mirada no eran válidos, y donde tuve una gran dificultad para conectar con mi deseo (censurado por los otros primero, y autocensurado por mí una vez fui domesticada). Sin embargo, mis hermanos siempre me han mirado raro por sentir o recordar así, como si sus infancias hubieran sido otras. Y esa rareza, esa memoria anómala, es algo que me obsesiona mucho. ¿Cuál es la verdad del pasado? ¿Qué causa que dos personas que pasan por la misma experiencia puedan vivirla de formas opuestas? ¿Por qué algo que para ti puede ser motivo de levantamiento y rebeldía en otra persona aparentemente cercana no merece atención?
La mirada liviana de los otros sobre las mismas cosas que a nosotras nos marcaron de forma rotunda nos expulsa de la infancia para siempre, nos lleva a dudar de nuestra perspectiva e incluso a perdernos a nosotras mismas, a la parte buena que había en nosotras también. Nos disociamos de esa yo-niña. Y el camino de regreso, de recuperación de la propia identidad puede ser arduo. En este libro he intentado volver a esa Tes pequeñita, que entonces se llamaba de otra manera, para intentar mirar el mundo con sus ojos, y volver a ver los pájaros. Pero el juego era plantear una voz poética distinta, donde mi memoria estuviera difuminada, donde la poesía contara también una historia. De alguna manera lo siento como un libro que me permitió poner en poemas algunas obsesiones que siempre están dando vueltas por mi cabeza —mi relación con la naturaleza, la experiencia de la orfandad asumida y los mecanismos de construcción de la memoria— a través de una historia de amistad.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
La memoria y la forma en la que nos condiciona el pasado son dos temas que, como te decía, me han obsesionado siempre. Quise practicar aquí a través de la voz que dirige el tono la posibilidad de crear una vida distinta en otro cuerpo, algo así como disociar la memoria del cuerpo, recordar en diferido o empezar de cero, pero en otra piel. ¿Podríamos ser más felices si recordara otra por nosotras, si pudiéramos mirar nuestras experiencias sin las heridas que nos dejaron, es decir, como algo objetivo? Bumbum representa ese deseo. Y las aves aparecen como las maestras que enseñan a esta criatura lo que la voz poética no puede. Y están ahí para recordarme que las cosas que nos sostienen son siempre pequeñas, generalmente invisibles, siempre inexplicables desde la lógica del mundo. Eso es un poco lo que quise poner en este libro.
¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?
Ojalá que disfruten. Ojalá que se encuentren en esos poemas. Y si es así, el mérito será suyo, no mío. Me gusta esa idea de Octavio Paz de que cada poema es único porque cada lectura abre un mundo particular, que existe sólo en ese instante. Contra lo que suele pensarse, la poesía es el género más fácil de entender porque es el más flexible: un poema propone tantas lecturas como personas se acerquen a él. ¡Estoy ansiosa por saber qué efecto tienen estos tropiezos míos en las lectoras y lectores, y con ganas de que me ayuden a entender mejor el libro!
¿Por qué Juan Ramón Jiménez? ¿Y los pájaros?
Juan Ramón Jiménez me obnubiló de niña. Fue uno de los primeros poetas que leí y cuyas palabras me conmocionaron antes de entenderlas. Él y Alfonsina Storni me enseñaron que la poesía no es mensaje sino voz. Cuando empecé a trabajar en el libro lo sentí como una especie de homenaje o de agradecimiento a él, que es como el mirlo de la poesía para mí (el primer pájaro que llega cuando todavía hace frío). «No cabemos, por él, redondos, plenos, / en nuestra fantasía despertada», escribe en “Mirlo fiel”. Eso significa JRJ y su poesía para mí. Es difícil explicar la conmoción que nos producen ciertos poemas, ¿no? O explicar por qué algunos poetas nos obsesionan y otros no. Me fascina la indagación espiritual de JRJ, porque es capaz de afrontarla desde un lenguaje que cuando parece más inextricable es en realidad más sencillo.
El período de Animal de fondo al que suelen denominar Verdadero (¡y qué bonito esto!), es para mí la cúspide de la poesía. Así me gustaría escribir: cautivando así de hondo y quedándome en las preguntas. No me gusta la poesía del saber sino la poesía que duda, que se tuerce, que se contradice. Y creo que eso es JRJ. Por otro lado, a él también le fascinaban los pájaros, que están en casi todos sus poemas. En mi caso los pájaros estuvieron antes que la escritura, como todos los animales. Me crie en una granja, en la provincia de Buenos Aires, y aunque a lo largo de mi vida he vivido en varias ciudades terminé volviendo al campo (ahora vivo en la Axarquía) porque tira de mí esa niña fascinada con la naturaleza. De pequeña me gustaba aprender los nombres de las aves, conocer sus rutinas, jugar a distinguirlas. Es algo que todavía hago, y que he practicado con seriedad mientras escribía el poemario, esforzándome en conocer más hondamente los hilos finos de la naturaleza que me rodea.
Al terminar el libro, por otro lado, descubrí que también hay en él ecos de “Naturaleza”, un proyecto musical de Antonio Tarragó Ros que tuvo un impacto brutal sobre mí y que propone un recorrido a través de toda la Argentina visibilizando diferentes especies autóctonas en peligro de extinción, y relacionándolas con estilos musicales endémicos. De ese disco me gustaba especialmente una galopa misionera —un estilo musical bellísimo del litoral argentino que también está en vías de extinción—, “Pájaro sin cielo”, donde se critica esa cruel costumbre de enjaular a los pájaros. Aunque tardaría muchísimo en dejar de comer animales y comprometerme mejor con ellos, me gusta ver ahí la semilla de mi conciencia medioambiental, el momento en que entendí que en mi poder tenía la llave bifásica al futuro (tan cerca de aniquilar como de salvar a mis compañeros de hábitat).
Qué más puedo decirte. Los pájaros son las criaturas más extraordinarias del mundo animal. Y son magníficos, no por su belleza ni por esa metáfora de libertad con la que solemos relacionarlos, que también, sino porque son fundamentales para mantener el equilibrio de nuestros ecosistemas. Mi utopía, ahora que lo pienso, sería que mis poemas pudieran ayudar a quien los lee a activar su mirada sobre el mundo invisible del cielo, como a mí me ayudó la poesía de JRJ y ese trabajo de Tarragó Ros. Y lo he intentado a través de Bumbum, una criatura sin sexo ni especie definida, que habita el borde de las cosas, esa frontera prolífica, y que tiene una curiosidad innata que la lleva a querer conocer y proteger el mundo que la rodea.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Todos los pájaros que vimos’, ¿cuáles serían?
Los que comienzan “Practicar”, “Hay un ogro diminuto” y de la segunda parte, “Mirlo”, ya que mencionamos a este pájaro hermoso.
Tu relación con los libros, como lectora y como crítica literaria, viene ya de largo. ¿Da un poquito de vértigo verse “al otro lado”?
Por un lado, sí, porque estoy al tanto de la buenísima poesía que se escribe en España y dudo estar a la altura. Da un poco de vértigo eso. Pero intento no hacerle mucho caso a la lectora destructiva que vive en mí, porque me costó mucho llegar hasta aquí. El proceso de publicación fue sumamente extenuante, porque el libro iba a salir antes de la pandemia y, como sucedió con tantos otros proyectos en aquel momento, cuando estaba todo hecho, firmado el contrato, etc., se vino abajo. Me vi de nuevo en la casilla de salida: buscando editoriales, enviando correos que intuía que no obtendrían respuesta… Fue un momento muy frustrante.
El lado positivo es que como he tenido mucho tiempo para pensar y desear intensamente con hacer realidad este libro, ahora sólo me permito disfrutar. Y otra cosa que he aprendido es algo que desde mi trabajo de lectora no conocía: lo agotador que puede ser para una escritora desconocida que un sello confíe en su voz. Ojalá que toda esta experiencia me ayude a ser una mejor lectora, porque poder ver el detrás de escena de este hermoso mundo ha sido revelador. Así que, volviendo a tu pregunta, da un poco de vértigo pero mayor es la alegría de poder formar parte de un mundo que me apasiona. ¡Y las vistas desde este otro lado de momento son maravillosas!
Por último, como lectora, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
Me encantaría ver por aquí a Daniel Casares, el mejor guitarrista que he escuchado en mucho tiempo. Tiene que ver con pájaros y palabras también lo que hace él con la guitarra. Compone de una forma donde técnica y espíritu se funden y te cautivan desde el primer compás. ¡Es apasionante lo que hace, de verdad! Ya que estamos, recomiendo de este maestro de Estepona su ‘Oropéndula’, que es una estrella sobre el bosque.
Tres poemas de ‘Todos los pájaros que vimos’, de Tes Nehuén
PRACTICAR
en otras vidas
los huecos de la
propia. Tus
ojos-chispas
para escribir
(aquí)
el miedo de mi
infancia. Como un
fuego que arrasa
otra vivienda o el
dolor de la espina
en un dedo
distante.
Depositar
en otro
(en ti)
toda esta ausencia y tejer
un atajo sin herida al pozo
blanco del primer poema.
Porque me resisto a creer
que haya sido sobre esta
piel todo ese invierno.
Que la huella en otra criatura
(o sea, en ti)
borronee el límite del duelo inventando
una nueva conciencia de lo vivo.
¿Podré con estos mismos huesos
amasar otro lecho sin cicatriz?
HAY UN OGRO DIMINUTO que
mastica mis vísceras y me
recuerda a cada instante lo que
falta, aquello que sé que nunca
será mío
(ni nuestro).
Y pienso en las palabras que me dice que me diga:
detrás de todo gran miedo hay una herida
purulenta.
Trauma que se agranda, vida que se achica.
Busco entre las hojas una palabra que me salve,
(que nos salve)
y surgen de la noche los nombres del naufragio.
Si hubiera sido otra cosa, una piedra, la caverna
del oso en verano, por ejemplo, ¿habría
perdonado el desamparo?
(¿habríamos confiado?)
MIRLO COMÚN
Sobre una fruta madura el pájaro toca el cielo.
Los nísperos no serán para nosotros
esta vez. Día a día, hueco a hueco, los
mirlos se comen la alegría de este árbol.
Bumbum está de fiesta:
¡Picarón! Nosotros, las manos en la tierra
para darte en bandeja el fruto del esfuerzo.
El pájaro no lo mira.
Sobre una fruta madura la obsesión
asciende de color amarillo en su
cabeza. El mirlo tiene un canto
melodioso, la flauta dulce que dibuja un
pentagrama en la tarde de invierno.
Cuando aún no hay canto sobre el
monte, el mirlo eleva su dulzura.
Toda la sierra le pertenece. La primavera
asoma y el mirlo ha descubierto nuestro
níspero.
Dulce fruta para alumbrar polluelos.
Después de la muda serás negro como el
ónix, y traerás más luz a este campo en
llamas.
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