Munir Hachemi: «Escribir siempre supone un riesgo, y publicar más»
Munir Hachemi (1989) nació en Madrid un sábado con aguacero. Comenzó vendiendo sus cuentos en formato fanzine por los bares de Lavapiés junto al colectivo literario Los Escritores Bárbaros. Más adelante editó su primera novela, Los pistoleros del eclipse, y la segunda, 废墟, aunque esta vez las vendió, además de en Madrid, por las calles de Granada. En 2018 publicó Cosas vivas con Periférica Ediciones y en 2021 fue seleccionado por la revista Granta como uno de los ’25 mejores narradores en español’. En 2022 publicó el poemario los restos con La Bella Varsovia, que le lleva hoy a nuestra ‘Prensa’.
Conoce los placeres de la traducción literaria y de alguna manera logró sacar adelante una tesis doctoral sobre la influencia de Borges en la narrativa española. Ahora trabaja como profesor e investigador en la Universidad de Pekín. En algunas antologías constan relatos y poemas suyos. Admira el valor y la inteligencia.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Munir Hachemi: La verdad, no hay un porqué. La poesía forma parte orgánica de mi vida desde que era un niño, desde mucho antes de que empezara a escribir narrativa. No tengo un proyecto poético, o si lo tengo no lo sé, así que la respuesta a por qué este libro sería: porque La Bella Varsovia ha tenido a bien publicarlo, porque me rodea gente maravillosa que me ha ayudado a darle forma y, tal vez, para cerrar un ciclo de escritura.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Los poemas fueron surgiendo por goteo, pero la idea del libro en sí sale de una conversación con Erika Martínez en la que me hizo ver las líneas subterráneas que recorrían lo que yo estaba escribiendo. El libro son —el título lo señala— restos de un libro mucho mayor que fue despedazado con mucho cariño por las fauces poéticas de Erika. Los poemas que lo componen, así como todos los que no sobrevivieron, los escribí a lo largo de varios años, principalmente con tiempo expropiado a diversos empleadores, es decir, mientras «acariciaba al pez» —es un dicho chino que significa: mientras se suponía que trabajaba—.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Me gustaría que los posibles lectores me dieran pistas o claves a mí, si te digo la verdad.
¿Qué efecto esperas que tenga el libro en ell@s?
El efecto que tienen en mí ciertos poemas, un deslumbramiento, un destello de incomprensión que abra la posibilidad de mirar de otra forma el mundo.
¿En qué medida veremos en él —o no— al Munir Hachemi de tu obra en narrativa?
A mí me parece que esto es algo de lo que un escritor nunca debería preocuparse. De alguna forma, no es nuestro trabajo, pero ya que me lo preguntas y, por lo tanto, haces que me lo pregunte, diría que sobre todo está el Munir Hachemi que se pregunta en qué sentidos, nunca evidentes, lo literario tiene una dimensión política. Un tipo bastante insoportable, en mi opinión.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘los restos’, ¿cuáles serían?
Para mí, es un libro que funciona como libro, es decir en el que unos poemas resuenan con otros, y muchos no valen nada por separado. Así que no te voy a decir los tres que más me gustan, sino los tres que quizá funcionan mejor en solitario. Son el primero, («hoy no hablo castellano…»), el último («el hombre de la tienda-casa de nanjing…») y el que seguramente es mi favorito, «tú (padre fuma)».
El año pasado figuraste entre los 25 narradores menores de 35 años más prometedores en lengua española, según la lista de la prestigiosa revista Granta. ¿Diversificar tu producción supone un riesgo, o todo lo contrario?
—Risas— Gracias por el eufemismo. Escribir siempre supone un riesgo, y publicar más. No me quiero poner intenso, hablo del riesgo concreto de dejar de escribir, lo que en mi caso tampoco supondría una tragedia.
¿Qué te cuesta más escribir, prosa o poesía? ¿Y cuáles son tus preferencias a la hora de leer?
Nunca me cuesta escribir poesía, la poesía sale cuando sale. Así que la respuesta es prosa. Y a la segunda pregunta también, leo mucha más prosa, aunque cuando me pongo a leer poesía suelo darme atracones que duran varias semanas. Pero no soy un lector disciplinado.
Por último, como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
A Olalla Castro, que acaba de publicar el premiado Todas las veces que el mundo se acabó, que tuve la suerte de leer hace tiempo y que es una respuesta perfecta a la pregunta que antes hacía sobre lo político y lo literario
Poemas de ‘los restos’
TÚ (PADRE FUMA)
a g.
padre fuma fuera de la paz y nadie lo mira o solo lo mira la noche,
padre fuma guarecido de la llovizna bajo el hierro descascarillado de una puerta de
[servicio que
hace años abrió alguien,
padre aún no sabe que es padre, que una diferencia atmosférica, un cambio de medio o
[una bocanada
inaugural han sido su lábil frontera invisible,
que ya siempre será padre
(que eso constituye un acto de valentía)
padre fuma fuera del hospital y piensa en el rojo de la puerta. piensa «qué cosa cobarde
[pintar algo con óxido para ocultar el hecho de que algún día se oxidará»
padre fuma y mira el mundo como si fuera una revelación
la noche mira a padre fumar lento
calcando —sin saberlo— las primeras bocanadas de la criatura
la noche mira fumar a padre llena de asombro y esperanza
como se mira una premonición
que siempre supimos que se cumpliría
para / de j.
HOY NO HABLO CASTELLANO.
dices «el pretexto narrativo del poema». hoy
tú eres el pretexto narrativo del poema.
la cucharada de aceite nunca acaba de colmarse.
hablar al fin y al cabo es un pretexto
para hablar; querer decir, un supuesto narrativo.
la función del poema
es servir de pretexto a la poesía.
«compartimos una naranja en un día frío de primavera».
me pasas un cd me entregas
el último aliento de una civilización.
«las cosas de palabras me recuerdan a ti»
y yo soy una cosa de palabras
(excomunión en inglés es excommunication).
«viene un cuerpo humano al mundo».
y humano es mucho decir
y cuerpo es mucho decir
y decir es mucho decir.
hoy no hablamos castellano.
EL HOMBRE DE LA TIENDA-CASA DE NANJING
vende piedras de la lluvia.
la tienda-casa deja paso a la casa-tienda.
el hombre señala un buda estridente
con orgullo
y una jeringa de vidrio de la segunda guerra mundial.
forma parte del lugar como el resto de las cosas.
recorre los veinte metros de su casa
como un asterión cualquiera.
en la otra estancia
la tele está puesta para nadie
y yo me esfuerzo por no ver
unas sábanas enormes
con la bandera gringa / el capitán américa /
algo así.
en el patio el hombre habla
de sus tiempos de boxeador.
parece valorar algunas de las rocas.
sobre el techo hay una moto. si la vendiera en europa
tendría para vivir varios meses / ampliar la casa-tienda.
señala la moto. el sol lo ciega.
prefiere el orgullo de exhibirla
sobre el techo de uralita.
nunca antes me había sentido así:
un elegido.
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