Pablo García Casado: «Pintar lo oscuro es lo más difícil»
Pablo García Casado nació en Córdoba (España) en 1972. Como poeta ha publicado ‘Las afueras’ (1997), ‘El mapa de América’ (2001) y ‘Dinero’ (2007). Estos tres libros fueron reunidos en ‘Fuera de campo’ (2013). Posteriormente publicó ‘García’ (2015) y ‘La cámara te quiere’ (2019). ‘La madre del futbolista’ (Visor, 2022) es su primera novela y lo que hoy nos reúne en torno a la Prensa del Olivo.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Pablo García Casado: Encontré una serie de personajes (Sonia y Samuel) y me pareció que el formato novela permitía indagar en ellos mucho mejor y con mayor extensión que en un poema. Y también en formato me posibilitaba los juegos de la trama. Eso sí, necesitaba adaptarme también al ritmo de la narrativa.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Temáticamente nace del libro de poemas anterior, “La cámara te quiere”, aunque explorando aspectos más íntimos del personaje. Me surgió al iniciar la pandemia, aunque ese impulso duró poco, y fue ese otoño cuando desarrollé la mayor parte del libro.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Creo que es una novela que tiene un buen ritmo, que se lleva sola, que trata de ahondar en el contraste de vidas al límite, que narra una ficción posible en el que miramos como espectadores los aspectos menos visibles de la pornografía y del fútbol.
¿Qué efecto esperas que tenga la novela en ell@s?
Yo quiero que se dejen llevar, hacerles el camino fácil, tratando de no entorpecer el natural desarrollo de la narración. Que se sientan acompañados por los personajes, que los encuentren en su carnalidad, que sientan incluso una cierta orfandad cuando acaben el libro.
Aunque ‘La madre del futbolista’ es tu debut en el género novelístico, lo narrativo ya aparecía en tus libros de poemas, como es el caso de ‘Las afueras’. ¿Cómo ha sido esa transición? ¿Es más fácil escribir poesía que narrativa?
Para mí es mucho más difícil la narrativa. Y aunque he pensado siempre que no hay fronteras entre ambos géneros, que se comunican y alimentan, he tenido que adaptarme de velocista a corredor de fondo, y eso no siempre es sencillo porque la dicción es distinta, los ritmos también lo son y también la actitud del lector.
Salvando las considerables distancias, ¿en qué medida veremos en él —o no— al Pablo Casado de tus anteriores obras?
Los que me conocen y me han leído dicen que sigo siendo yo, que en mi libro están los temas, las obsesiones y los paisajes que me han acompañado durante 25 años.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo un personaje de ‘La madre del futbolista’, ¿cuál sería? ¿Y el más difícil de crear?
Me gustan mucho los secundarios. Tengo debilidad por ellos. Quizá Sergio “Chucho” González, el entrenador argentino, porque se convierte un poco en un segundo padre de Samuel. Y el más difícil, posiblemente, el padre real, Pedro, porque tenía que tener trazos oscuros y pintar lo oscuro es lo más difícil.
¿Supone este libro un punto de inflexión en tu producción literaria? ¿Y a partir de ahora, qué?
Yo soy un poeta que ha escrito una novela. Seguiré con la poesía pero se abre un camino inexplorado.
Por último, como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
Se me ocurren muchos escritores. Estaría bien a Truman Capote, pero como no está vivo no estaría de más que hablarais con Gutiérrez Solís sobre Los hijos de Twitter y su relación con la narrativa. Yo ahí lo dejo.
Fragmento de ‘La madre del futbolista’
44.
«Espera un minuto, que el niño está llorando». JorgeT86 se levantó, se acercó a la cuna y cogió al bebé entre sus brazos para consolarlo. La cámara seguía conectada y los minutos corrían, pero a él parecía no importarle. Sonia no sabía qué hacer, la situación era, cuando menos, ridícula. Pedro nunca cogía a Samuel. Lo bañaba, le echaba crema y le cambiaba los pañales como alguien a quien pagan por hacer su trabajo. Pero no sabía detener un llanto. Siempre tenía que ser ella, sus brazos, ella y solo ella, «debe ser mi olor», decía él, «creo que tengo mucha adrenalina». Ya no recordaba cómo era el olor de Pedro.
Ahora se fijaba más que nunca en las casas. En la decoración, en los cuadros, en las plantas. En las zapatillas de paño gastadas que asomaban junto a la puerta. A veces se escuchaba a las esposas llamar a la ducha a algún niño, preguntar si había bajado la basura. Alguno incluso utilizaba los mismos auriculares gamer que Samuel. Todos en chándal, sin afeitar, todos con cara de no haber dormido. Tratando de sonreír. Y queriendo hablar, más que nunca hablar. «Esto nos hará mejores», había escuchado en la radio, pero no era verdad, eran las mismas ratas sin salir de la ratonera.
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