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Miguel Puga: «El ilusionismo es la poética de lo insólito»

Miguel Puga MagoMigue. Foto de Joaquín Puga
Miguel Puga MagoMigue Foto de Joaquín Puga

Miguel Puga: «El ilusionismo es la poética de lo insólito»

Miguel Puga (Granada 1968), también conocido como MagoMigue, es uno de los más prolíficos y completos ilusionistas españoles. BiCampeón Mundial de Cartomagia, entre otras muchísimas distinciones, dedica la mayor parte de su tiempo a crear espectáculos de “Arte Dramágico”. 

Ha participado en programas de televisión (Antena 3, TVE, Tele 5, Canal Sur, etc) y radio (durante 5 años en “No es un día Cualquiera” en RNE, con Pepa Fernández). Actualmente comparte su conocimiento mágico en conferencias, cursos online y presenciales. Creador y director del festival internacional mágico de Granada Hocus Pocus (con más de 20 ediciones), además, es un tipo simpático.

Javier Gilabert: ¿MagoMigue nació o se hizo mago? ¿Recuerdas tu primer truco de magia?

Miguel Puga: La respuesta creo que es obvia: primero hay que nacer, porque si no naces… Mal vamos —risas—. MagoMigue es una “genialidad” de nombre artístico que creéé allá por los setenta, cuando era un chavalín, un tiempo en el que los nombres típicos iban más por los derroteros de “Merlín” y cosas así. Me hacía gracia la aliteración de las emes, sonaba bien en mi cabeza infantil. Lo malo viene cuando empiezan a adulterarlo; no me gusta que se escriba “El Mago Migue”, me han llegado a llamar “Migue el Mago”, “El Mago Míguerlin”… Me ha pasado de todo —risas—.

A decir verdad, en un momento determinado intente cargarme el nombre. Mi intención era hacer la transición a mi nombre real, Miguel Puga—bueno, es en realidad Miguel Ángel, pero lo suyo era quitarle las alas, no quería que me confundieran con el genial artista del Renacimiento [más risas]—;  pero no he conseguido que cuaje la cosa. Así fue como nació el personaje, puesto que MagoMigue es un personaje de ficción, una reinvención de mi ser que subraya las virtudes que tiene Miguel y exagera sus defectos, sobre todo con la intención de hacer reír.

Pero abundando en lo que me preguntas, te diré que el mago se hace. Se nace, eso sí,  sensible —o no— y obviamente influye mucho el ambiente, el lugar en el que naces, la época, la familia… Yo estoy aquí gracias sobre todo a mis padres y especialmente a mi madre. Ella era enfermera, pero era una mujer muy leída, tocaba un poco el piano… Una persona muy sensible a lo artístico. Y mi padre, que se dedicaba a la construcción, dibujaba maravillosamente bien y goza de buen sentido del humor. De hecho llegó a tener unos escarceos semiprofesionales en el ámbito de la caricatura —que incluyen una oferta laboral en periódicos locales por parte de Martín Morales—. Ese ambiente, quieras que no, ayuda. Nunca pretendieron que yo fuera artista de profesión; de hecho, soy el único de la familia, pero no lo impidieron, que ya es mucho.

Por otro lado, yo tuve la suerte de que la magia me llamó muy pronto. Conservo un recuerdo nítido —a pesar de que soy consciente de que se trata de un recuerdo creado—del primer impacto mágico de mi vida. Con 4 ó 5 años, me llevó mi abuela a un circo, cuando se ponían en el Violón, en el que había un mago que hacía un número, muy poco políticamente correcto hoy en día, en el que metía a una señora estupenda en una caja, le echaba gasolina, sacaba unas cerillas y… ¡Fuuum! Aquello ardía; el mago hacía un sinsalabín, se apagaba el fuego, se abría la caja por los cuatro costados y dentro… Nada. De allí salían flores, pompas de jabón… Pero ni rastro de ella. Y de repente, aparecía vivita y coleando entre el público; en realidad, dio la casualidad de que lo hizo a mi lado. Evidentemente, aquello me impactó. Llegué a convencer a mi abuela para que me llevara varias veces a ver exclusivamente al mago —risas—.

De otra parte, un tío lejano mío, un primo hermano de mi madre, que vivía en Barcelona y venía regularmente a visitarnos a Dúrcal, el pueblo donde me crie prácticamente, pues de allí es mi madre, sabía hacer trucos de manos. Con aquella edad, alrededor de los 5 años, me pasaba el tiempo esperando a que llegara el verano para que volviese el tío Paco y me sacase caramelos de las orejas, hiciese aparecer moneditas… Durante varios años sólo se dedicó a ilusionarme, y cuando vio que yo me interesaba tantísimo por ese mundo, me enseñó a hacer un juego que a la postre definiría lo que es mi estilo, y que sigo haciendo hoy en día, el del “lápiz que lloraba”, un precioso efecto en el que un lápiz sujetado con la punta de los dedos, de repente, empieza a “llorar”, cayéndole gotas de la punta. De algún modo fue la constatación de que la magia se podía aprender. Eso activó en mí algo, abrió en mí una ventana maravillosa que me hizo buscar el ilusionismo, tal y como lo defino actualmente: la poética de lo insólito. Esa es la definición que he acuñado del arte que yo practico y que viene de aquel “lápiz que lloraba porque no sabía escribir poesía”, como acabé llamando a este juego maravilloso. Casi cinco décadas después, sigo dándole vueltas a esa idea, conseguir, en cada cosa que hago, dirijo o propongo, esa emoción que yo sentí con 5 años. Y, respondiendo a tu pregunta, ese fue el primer truco que hice a mis compañeros en el colegio.

«El arte del ilusionismo es aquel con el que mediante la lógica se ha de conseguir la ilógica y emocionar con ello»

Fernando Jaén: A mí la magia me transporta a la infancia. La ilusión de que cosas imposibles se pueden hacer realidad. Recuerdo el juego de Magia Borrás y te recuerdo a ti (estudié con tu hermano Paco) haciendo trucos de magia en la clase de Ciencias, como si de un alquimista se tratara. ¿Es la infancia el lugar de la magia? ¿Es más difícil provocar esa emoción en el público adulto?

Miguel Puga: La infancia es el lugar del que todos partimos y hacia el que todos viajamos, con mayor o menor éxito. Es cierto que lo mágico ocurre hasta los 7 u 8 años, ese momento en el que empezamos a analizar y entender las cosas de otra manera. El arte del ilusionismo es aquel con el que mediante la lógica se ha de conseguir la ilógica y emocionar con ello. Lo mágico es lo inexplicable, la sensación del imposible, pero ha de emocionar. Si no, se queda en eso, en algo inexplicable como sucede con los puzles o con la física recreativa. En realidad, muchos de los grandes inventos de hoy en día fueron creados por ilusionistas, como es el caso del portero automático. Ya en el siglo XVIII, la puerta de la casa del mago Robert-Houdin se abría sola cuando iban a visitarlo; estamos hablando de 1812. De su idea nació el portero automático. Y así sucede con otros muchísimos artefactos modernos.

Pero retomemos al tema. La infancia es un buen lugar para navegar para un ilusionista y, por supuesto, para cualquier artista, pues las emociones son puras y al fin y al cabo de eso se trata: de emocionar, mover algo en la persona que nos lee, que nos mira… En mi caso, busco el imposible, pero incorporando además otras emociones. 

La magia no existe. Te lo dice un mago. El ilusionismo es el arte escénico que representa la magia, y la magia es una filosofía, es un sistema de conocimiento mucho más amplio. Los magos antiguos eran los sabios, personas que tenían acceso a determinados conocimientos. Por otra parte, hay gente que cree en la “magia de verdad”, casi como una religión, una corriente que se manifiesta incluso dentro del mundo del espectáculo, de magos y magas que no solo pretenden entretener en el sentido más naíf de la expresión, si no entrar en tu alma, en tu psique. Pero son artistas también, que preparan los diálogos, los efectos con esa intención. Por ejemplo, no es lo mismo coger un cordón, cortarlo en dos y luego restaurarlo, algo que puede tener miles de significados según la charla de la que lo acompañes, que coger una hoja de un árbol, romperla en dos, ponerla en tu mano y que cuando la abras se haya convertido en una flor. El impacto que puedes recibir, si se hace en un entorno adecuado, diciendo las palabras justas, puede calar mucho más hondo. Es lo que llamamos la mágica metafórica, una corriente muy en boga entre la gente de 20-30 años en el ilusionismo actual, que la están redescubriendo, aunque en realidad, es muy antigua. 

Un mago es alguien que transforma a la gente que tiene delante. Desde ese punto de vista, un publicista también es un mago… Los artistas escénicos lo hacemos desde las obras de teatro que representamos. Aun así, me gusta pensar que he llegado a transformar la vida de personas, jóvenes que han querido ser magos porque me han visto a mí, del mismo modo que yo lo hice porque vi a otros; han tomado esa decisión. Esa magia sí me interesa que suceda desde el arte. Sí que tengo mis disputas con la gente que la utiliza para aprovecharse de pobres criaturas incautas, que creen en la telepatía, en lo sobrenatural, y caen en las redes de personas que utilizan métodos ilusionistas para sacarle la pasta. En el otro extremo están los grandes como Jodorosky, quien hace lecturas semanales de tarot en París y lo único que pide a cambio es que le escriban “gracias” en la mano.

J.G.: Eres campeón del mundo  –por dos veces- de Cartomagia. ¿Cómo funciona eso de los campeonatos en Magia?

Miguel Puga: Bueno, de un modo similar a como lo hacen los concursos en otros ámbitos. En todos los países siempre se organizan campeonatos nacionales en los que hay diferentes categorías prestablecidas (magia de cerca, magia de escena, con animales, para animales… —risas—) y unas normas para la competición, como por ejemplo que la actuación ha de tener una duración de entre 5 y 10 minutos, y se valoran distintos aspectos del número: la originalidad, la puesta en escena, la composición, originalidad, etc. Estos concursos nacionales tienen luego su reflejo en los internacionales. Cada tres años se celebra en una capital del planeta el Campeonato del Mundo, F.I.S.M, al que asisten los ganadores de cada país y otros, y de ahí sale el ganador mundial de cada especialidad. Justo ahora, en menos de un mes, se celebrará en Quebec el próximo Mundial al que asistirá un elenco español extraordinario; estoy convencido de que nos vamos a traer bastantes premios de allí. En el último mundial que se pudo llevar a cabo, en 2018 en Corea del Sur, ganamos ocho premios, siendo España el país que más premios ganó. Desde que yo lo hiciera en 2003 no había sucedido.

F.J.: ¿Y tú vuelves a presentarte?

Miguel Puga: A mí me llevan ya de jurado —risas—. Pero en fin, no existe “el mejor mago del mundo”… aunque yo lo sea» —muchas risas—.

«El cine nace gracias a la magia»

J.G.: Algunas películas inspiraron célebres trucos de magia y, por el contrario, los espectáculos de ilusionismo dieron alas al cine ¿Sigue existiendo esa relación entre magia y cine?

Miguel Puga: Aquí tengo que apostillar algo: el cine nace gracias a la magia. Esa es mi teoría. Concretamente, es un juego de magia más, tan bueno que casi asesina a su padre, el arte del ilusionismo. Georges Méliès, el creador del cine como arte, era mago profesional, y dirigía un teatro de magia que había comprado a Robert-Houdin. Se trataba de un pequeño teatro, de no más de 150 butacas, que éste tenía en París y en el que siguió programando semanalmente espectáculos de magia. La fortuna quiso que justo en los bajos del teatro tuvieran una oficina los hermanos Lumière, quienes vendían placas fotográficas. Así, Georges entró en contacto con Augusto Lumière, que era muy aficionado a la magia y asistía asiduamente a sus representaciones. Un número habitual de los magos de entonces era dar vida a lo inanimado. A la famosa sesión de cine del Bulevar de los Capuchinos de París, en diciembre de 1895, en la que se proyectaron una serie de cortos de no más de un minuto como la celebérrima “llegada de un tren” asiste Meliès, quien intenta comprarles a los Lumière la patente del proyector; entendía, con razón,  que era la mejor animación que se había hecho de algo inanimado hasta la fecha y podría convertirse en un juego mágico en su espectáculo. Los magos ya lo habían hecho previamente, aunque de manera más rudimentaria, como por ejemplo con la “linterna mágica”. Lumière se negó aduciendo que se arruinaría, que aquello no tenía recorrido… Y entonces Méliès, que era de familia adinerada, viaja a Inglaterra donde fabrica otro proyector con otro científico y sólo 6 meses después de esa presentación proyecta el primer corto de ficción de la historia, “Desaparición de una dama en casa de Robert-Houdin”. A raíz de aquello, y el fantástico éxito que obtuvo, empiezan a aparecer las primeras productoras de cine, contra las que no puede competir.

Yo hice en su momento un espectáculo dedicado a Méliès, en 2005 que se llamó “AluCine, el cine por arte de magia”. 

Paradójicamente, aunque estuvo a punto de hacer desaparecer a la magia, el cine, hoy en día, le ha devuelto parte de lo que le robó: gracias a la técnica cinematográfica, la magia de cerca puede llegar a miles, a millones de personas mediante una retransmisión. Por no hablar de la televisión…

F.J.: Hablando del cine como espectáculo, como parte de la magia, la televisión, la hermana pequeña del cine, ha contribuido también a que la magia sea más conocida…

Miguel Puga: Y casi la hunde también. No podemos obviar el hecho de que el ilusionismo es la base del show bussiness, tal y como lo conocemos hoy en día. Os recomiendo un libro, ‘Fantasmagoría, magia, terror, mito y ciencia’, del historiador Ramón Mayrata, donde esto se explica erudita y perfectamente.

Con el nacimiento de la televisión —los magos no hacían apenas magia de cerca; se dedicaban a la magia de escena, con gran aparataje—, esta modalidad era residual, quedaba relegada al ámbito de lo amateur, de lo familiar incluso. La televisión en un primer momento no fue una gran aliada, pues el público podía desconfiar creyendo que lo que veían eran trucos de cámara, pero en los años 60-70 del siglo pasado aparecen los grandes magos de Estados Unidos o gente como Juan Tamariz en España, que destacan precisamente por hacer lo contrario: convierten la cámara en una aliada, puesto que permite que la magia se vea aún más de cerca, dando la certeza al espectador de que lo que ocurre es exactamente lo que se está haciendo, sin trampa ni cartón.

F.J.: Precisamente por ahí iba yo. Recuerdo a Juan Tamariz, el mago televisivo, con gran cariño, conquistando el prime time en el «Un, dos, tres». Luego aparecieron otros magos televisivos al estilo americano como David Copperfield. Tú también pasaste por la televisión. ¿Cómo recuerdas aquella etapa televisiva? 

Miguel Puga: Mi relación con la televisión siempre ha sido de amor y odio, porque nunca me ha terminado de convencer. Sin embargo, tuve la suerte de poder hacerla y además hacerla bien. Empecé trabajando en Televisión Española en el ‘Club Disney’ y también en ‘La Quinta Marcha’ en Tele 5 con Jesús Vázquez y Penélope Cruz. En los años 90, cuando nace también Antena 3, se emitió “La Merienda”, un programa infantil diario que presenté junto a Ana Chavarri, durante casi cuatro años. En él yo representaba un personaje, “El profesor Lupilla”, una suerte de arqueólogo loco que tenía un amigo, MagoMigue, que le enseñaba magia de cuando en cuando. Y aunque hice muchos programas y tengo muy buenas experiencias, no me terminaba de sentir cómodo en ese mundillo. 

MagoMigue como “El profesor Lupilla” en ‘La merienda’, de Antena 3 (1992)

En este medio nunca he considerado que haya actuado como mago; era un “showman” que hacía, entre otras muchas cosas, magia. Se trataba de un valor añadido en mi caso. Y estuvo bien que fuese así, porque yo estaba aprendiendo. Tenía, por aquel entonces, 21 años y estuve casi hasta los 25. Evidentemente, la tele te abre puertas, te conoce más gente, trabajas más, sube tu caché… Pero me cansé.

Eso sí, este paso por la televisión hizo posible lo que yo considero mi gran hito televisivo: ¡pude entrevistar a George Lucas! La única entrevista que concedió en España se la hice yo. Resulta que en nuestro programa pasábamos una serie producida por él, “Las aventuras del joven Indiana Jones” y él vino a Europa a promocionarla. Exigió ser entrevistado por los presentadores de los programas en los que se emitía, es decir, Ana Chavarri y yo. Aquel día, todo el mundo que era alguien en el ámbito del cine o de la televisión estaba allí —muchas risas—: Pedro Almodóvar, Jesús Hermida, Mercedes Milá… Una pasada. Y para colmo, R2D2 se ocupaba de hacer la traducción simultánea. Para un declarado friki como yo, toda una proeza.

(Primera parte de la entre2vista a Miguel Puga, MagoMigue).

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