Rosa Berbel: «La perturbación me parece muy interesante como emoción lectora y como emoción creadora»
Rosa Berbel (Estepa, Sevilla, 1997) es graduada en Literaturas Comparadas por la Universidad de Granada, institución en la que prepara también su tesis doctoral. Su primer libro, ‘Las niñas siempre dicen la verdad’ (Hiperión, 2018), fue galardonado con el XXI Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal, y posteriormente merecedor del Premio Andalucía de la Crítica a la mejor Ópera Prima y del premio Ojo Crítico de Poesía 2019 de RNE. ‘Los planetas fantasma’ es su segundo libro y el motivo por el cual la hemos invitado a pasar hoy por nuestra prensa.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Rosa Berbel: Supongo que por una pertinencia a medio camino entre lo biográfico y lo histórico. Es un libro que transita por diferentes estados de ánimo, que está atravesado por diversas obsesiones que me vienen acompañando desde hace un tiempo y que trata de explorar con la mayor autonomía posible una cualidad de nuestro tiempo que es la de ser profundamente espectral. Lo político siempre se cuela en todo lo que escribo, y aquí me apetecía pensar la referencia al presente de una forma quizá más lateral a como lo hice en Las niñas, menos realista.
Es un libro prepandémico, pandémico y postpandémico, creo que todo al mismo tiempo, que tiene una relación muy particular con el aislamiento, la comunidad, la idea de apocalipsis, las posibilidades de lo póstumo, la utopía o el terror, conceptos todos ellos bien relevantes, por suerte o por desgracia, especialmente desde el evento de la pandemia. Así que supongo que es un libro fruto de su época, muy arraigado en su propio tiempo, quizá como todos, y con intuiciones que ojalá lo trasciendan y rebasen.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
No sé si hay algo así como una idea del libro, o más bien ideas múltiples que se han ido sucediendo, sustituyendo o simultaneando. En un primer momento, poco después de publicar mi primer libro, me interesaba mucho indagar en cómo un paisaje herido o un deterioro en el entorno natural podía discurrir en paralelo a un colapso afectivo o emocional en el individuo, qué correspondencia había o podía haber entre lo climático y lo afectivo, si es que es posible o pertinente hacer esta distinción. Me ha obsesionado mucho la intersección o la fricción entre las tragedias del planeta y las tragedias individuales, como en Melancolía de Lars von Trier. Luego esa idea fue mutando y le pasaron por encima muchas otras obsesiones y algunas otras tragedias planetarias más o menos imprevistas —risas—. Terminé de escribir el libro a finales de 2020, aunque he añadido algún poema más de última hora.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Se me ocurren tres posibles líneas de fuga por las que tirar, que creo que coinciden de algún modo con las tres secciones en las que se estructura el poemario. Una de las claves está en esa persistencia de lo climático en el imaginario amoroso, algo a lo que apunta la cita de Ron Padgett que introduce esta parte, y que dice algo así como que “en la literatura y en las canciones, a menudo el amor se expresa con el imaginario del clima”. La cita no está traducida en el libro porque creo que pierde una increíble posibilidad semántica al trasladarla al español: no hay ninguna palabra que tenga en nuestro idioma el sentido tan rico del weather en inglés, que hace referencia a las condiciones climáticas, al tiempo atmosférico, pero también a unas condiciones climáticas en específico, que son las del mal tiempo. Esta idea me parecía bellísima.
El corazón del poemario es un poema extenso que supone una suerte de peregrinación por el desierto o por un territorio postapocalíptico y que se abre a otros elementos fundamentales en el libro como son la magia, el misterio y la espiritualidad. Diría que esta clave es también muy importante: cómo horadar el realismo por la vía de un irracionalismo poético casi místico. Y la última sección se sustenta en una pregunta que de algún modo es consustancial a todo el libro: ¿qué ocurre después del fin del mundo? ¿Qué nuevo mundo se nos revela? Y también, claro, cómo integramos los fantasmas en este nuevo mundo.
¿Qué efecto esperas que tenga el libro en ell@s?
La perturbación me parece muy interesante como emoción lectora y como emoción creadora. El reconocimiento de que las cosas están fuera de lugar o de que se ha producido una quiebra en el orden es un gesto muy político. Yo he escrito el libro en un estado de gran extrañeza, con una relación muy anómala con el tiempo y con el espacio, como la que creo que hemos tenido todos en los últimos dos años, y convencida de que hay algo poderoso en este desconcierto. En lo imprevisible hay siempre algo utópico. Ojalá pueda recibirse así.
¿En qué medida veremos en él —o no— a la Rosa Berbel de ‘Las niñas siempre dicen la verdad’?
Diría que en ‘Las niñas siempre dicen la verdad’ había ya planteadas algunas intuiciones que he desarrollado con mayor profundidad en este libro. Cierta comprensión, por ejemplo, de la poesía como un modo discursivo profético o anticipatorio, una tarea orientada al futuro. También se abría, aunque todavía muy precariamente, a ciertas fracturas en el realismo. Pienso en el último poema, en ‘Sala de espera para madres impacientes’, que era un poema absolutamente especulativo desde su narratividad.
En ‘Los planetas fantasma’ amplío esta veta oracular y la proyecto hacia otro sitio. Es un libro menos realista, menos de denuncia, y más esforzado en imaginar otros mundos o en interpelar a una colectividad utópica, que es ese plural extraño que atraviesa todo el poemario. Es también un libro que se desvía más de lo narrativo, sobre todo a medida que avanza, y que adquiere al final cierto matiz autorreflexivo, cierto pensamiento en torno al lenguaje mismo, que era algo que no me interesaba demasiado hace cuatro años. En fin, siento a aquella Rosa ya bastante lejana, aunque no tanto —risas—.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Los planetas fantasma’, ¿cuáles serían?
Por ejemplo tres: ‘Siglo 22’, ‘El final de los ritos’ y ‘Saquear el templo’.
¿Supone este poemario un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?
Supongo que cada libro es, a su manera, un punto de inflexión en las trayectorias. Cada libro se siente como si fuera el primero y el último, inaugura unas posibilidades y clausura otras. Suelo escribir de un modo bastante lento, así que cerrar un libro es para mí evento que no se da con demasiada frecuencia. Creo que eso hace que los sienta como procesos muy intensos, muy vinculativos además con grandes períodos de mi vida, muy cargados de mis evoluciones personales, íntimas, afectivas. Hay en ellos un vaciamiento hermoso, incluso aunque ese vaciamiento no sea de índole biográfica.
En adelante, no sé qué otros caminos tomaré, intento no someter a priori los poemas a ninguna unidad de sentido mayor, para mí el trabajo con la organicidad del libro viene más adelante. Por el momento, he escrito tres o cuatro poemas más, pero diría que todavía están en esa bisagra entre las exploraciones del libro anterior y algunas intuiciones tímidamente nuevas.
Es imposible, creo yo, que un primer libro tenga mejor recepción de la que obtuvo ‘Las niñas siempre dicen la verdad’. ¿Implica eso cierta responsabilidad con respecto a ‘Los planetas Fantasma’? ¿Vértigo —risas—?
La responsabilidad que he sentido ha sido la de proponer una indagación lo más interesante, propositiva y trabajada posible. Al menos así lo afronté yo después de publicar ‘Las niñas’. Esta sensación es vertiginosa, pero de algún modo es también inherente a todo acto creativo, independientemente de los antecedentes de los que se parta. Y es, como todo vértigo, terrible y fascinante. Cuando se escribe siempre se trabaja con expectativas, prejuicios y posibilidades propias y ajenas, pero supongo que es necesario tratar de aislarse de ese ruido. Por lo demás, espero que el libro encuentre a muchos interlocutores al otro lado, eso es importante porque, incluso los poemas menos explícitamente comunicativos del libro están escritos con un afán de comunicación, de interpelación a un otro utópico.
Por último, como lectora, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
Dafne Benjumea ha publicado recientemente un primer libro hermoso y deslumbrante, ‘Desde la hierba’ (Ril Editores, 2021), y sería una suerte poder leerla aquí.
Poemas de Rosa Berbel
Siglo 22
El muchacho desnudo
–que se parece a ti–
mira por la ventana de su piso vacío.
Nada nuevo: su pene golpeando en el cristal
de forma repetida,
por los siglos de los siglos.
En ese mismo instante, en otro apartamento,
la muchacha desnuda
–que se parece a mí–
apunta con su dedo hacia el cuerpo desnudo
del muchacho.
Su deseo es ingenuo y anafórico.
No podríamos lamernos ni tocarnos
sin romper los cristales, sin nombrar emociones
con palabras gastadas, de otro tiempo.
¿Cómo reconocer poemas de amor
cuando el campo semántico
es antiguo?
Todo lo que algún día nos hizo sonreír
ahora está muerto.
El final de los ritos
Estamos en la calle y es de noche.
Me acompañas a casa por un sendero viejo,
lleno de oscuridad y de maleza.
Bordeamos las palabras igual que bordeamos
el final de la noche.
Lo hemos pasado bien, ha sido divertido,
y ahora estamos confusos en la selva
de los significados.
Ignoramos aún lo que seremos,
la posición exacta del idioma.
Pero la noche es más y más oscura
y el camino a la casa va alejándonos de ella.
En medio de la noche, en la selva brillante
donde florecen nombres y palabras
y objetos puntiagudos,
el reconocimiento es imposible.
Nos tocamos con rabia nuestros cuerpos,
queriendo dilatar ese entusiasmo torpe
de no poder poner límite al mundo.
Creemos tener más tiempo que el resto de la gente.
Pero cuando alcanzamos el final de la noche,
cuando al fin conquistamos las palabras
y el mundo es claro y bello y generoso,
la ciudad se derrumba y el sendero
nos pone justo enfrente del lenguaje,
delante de su abismo.
Hemos llegado tarde. La casa está en ruinas.
Y el universo entra por el hueco
en el que antes había una ventana.
Saquear el templo
La fiesta terminó
y la casa ya no era nuestra casa.
Todos los invitados se llevaron consigo
un trozo de la fiesta, como el que arranca
piedras de un bello templo griego.
Los veíamos marcharse con las primeras luces.
Tocándose la cara, acelerando el paso.
Un árbol cae en el bosque sin hacer ningún ruido.
Nadie lo escucha. Nunca ha existido el árbol.
¿Dónde caemos nosotros?
Nos han dejado aquí a la intemperie:
no hay paredes, ni casa, ni amor para las cosa
que ya no poseemos.
Tendemos en el suelo el mantel sucio
y admiramos con qué silencio pueden
desvanecerse los lugares sagrados.
Nadie en el bosque, nadie en la ciudad.
Deberíamos buscar una palabra para nombra
el gesto de quien queda en la casa
cuando todos se han ido.
Esto es lo que somos.
Se llama devoción.
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