Prensado en frío

Carmelo Guillén Acosta: «El hombre ha sido creado para amar y para que lo amen»

Portada de 'En estado de gracia' de Guillermo Guillén Acosta

Carmelo Guillén Acosta: «El hombre ha sido creado para amar y para que lo amen»

Carmelo Guillén Acosta (Sevilla, 1955) es poeta, director de la colección Adonáis de poesía y presidente del jurado que concede el premio de dicha colección desde 2003.

Fue catedrático de Lengua y Literatura de Enseñanza Secundaria, actividad que ejerció en diversos institutos de Sevilla desde 1979 hasta su jubilación en 2015.

Ha reunido su obra lírica en el volumen ‘Aprendiendo a querer. Poesía (revisada) completa 1977- 2007’ (Sevilla, Númenor, 2007). Después ha editado ‘La vida es lo secreto’ (Madrid, Adonáis, 2009), ‘Las redenciones’ (Sevilla, Renacimiento, 2017) y ‘En estado de gracia’ (Sevilla, Renacimiento, 2021).

Entre las distinciones más destacadas a su obra poética se encuentran un accésit del Premio Adonáis en 1976, así como el Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz (1990) y el Premio Tiflos de Poesía de la ONCE (1995).

Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?

Carmelo Guillén Acosta: En mi caso, un libro de poemas sale siempre solo, sin forzar nada. En estado de gracia ha ido surgiendo así, poema tras poema ―como todos los anteriores―, en unas condiciones concretas de vida que, creo yo, se dejan ver entreveradamente en el poemario. Las cuento con brevedad: 

Durante los cuatro años en que escribo estos poemas, me he dedicado a atender a una persona enferma de Alzheimer, a mi amigo Pepe Garrido, con todos los condicionantes que esa relación afectiva comporta. Me estremecía ver que el enfermo me miraba, atendía exclusivamente a mi voz, a ninguna otra, se ponía a cantar a la vez que yo lo hacía, acababa adivinanzas que yo le iniciaba… hasta que falleció en un hospital de San Juan de Dios, en la unidad de cuidados paliativos, siempre acompañado por mí. Esa relación afectiva, como digo, es el ámbito en el que se generó el libro y ése es el «ahora» que me tuvo en plena tensión interior para afrontar con sumo gozo su cuidado amoroso. Gracias a ese hecho, (1) he enriquecido mi absorción del dolor, que ya había experimentado antes atendiendo a mi madre, a mi padre, o a mi amigo Felipe…, (2) he reparado aún más en la necesidad de ser contemplativo en mi vida ordinaria, esto es, en mis rutinas diarias, y, (3) sobre todo, he descubierto que el hombre ha sido creado para amar y para que lo amen y que vale la pena darse a los demás. Dicho lo cual, se puede advertir que el poemario está enraizado en esas circunstancias concretas de vida, que se ha escrito solo, que en ningún momento es impostado como fruto de una buena lección de  taller de poesía, y que, como he dicho antes, es un libro escrito en un estado de gran tensión lírica interior. Cualquiera que lee En estado de gracia se da cuenta de que mis poemas responden a una verdad vital, son auténticos. De los resultados soy yo paradójicamente el primer sorprendido porque, al leer las composiciones de este libro, de no haberlos escrito yo, me hubiera gustado escribirlos. 

Añado que tengo una cabeza católica y, por tanto, estos poemas recogen mi propia fe que, de una manera natural ―porque no puedo concebirlo de otra forma―, genera conformidad y atracción por la vida, desvela la huella de Dios en su propia creación, asume el paso del tiempo y los sufrimientos como algo espontáneo que nos lleva a ser más condescendientes, más humanos.             

¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?

Como he referido en la pregunta anterior, el libro, que es un conjunto de poemas, no un poemario prepensado, ha ido elaborándose cuando la Poesía ha querido. Para escribir un poema, antes que la palabra surge un estado de zozobra interior que me impulsa a ponerme ante la pantalla en blanco del ordenador. Esa situación me viene a lo mejor leyendo algo, o viviendo una situación concreta, o en pleno diálogo con Dios en oración…Como ya me conozco, me pongo delante del ordenador y voy entrando en el túnel de la creación, dejándome llevar por el dictado interior. Ese proceso, por lo general, no es de poco tiempo, sino largo: un poema, para mí, suele ocuparme muchísimo tiempo, hasta que parece que ha surgido de pronto, cosa que casi nunca sucede. Dado finalmente por válido ―cuando llego a la luz que encuentro al final del túnel―, lo dejo reposar y empiezo a corregir, a limar, a cambiar… Por ejemplo, el poema «Gratitud», de En estado de gracia, está escrito en un ejercicio continuado de casi dos años.   

¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?

Primero, que entiendan mi poesía completa como un todo, o sea, como un ejercicio de vida. Segundo, que tengan en cuenta que En estado de gracia, es una continuación de Las redenciones: si se leen con atención ambos poemarios se pueden intercambiar perfectamente muchos poemas de un libro a otro. Tercero, que cuando hablo de la gracia, me refiero exactamente a la gracia santificante, es decir a la actuación de Dios en el alma del hombre. Cuarto, que este libro, además de hablar de la gracia, habla de un amor inmenso a la vida que nos ha tocado vivir, porque fue Dios quien nos la dio para que la celebráramos. Y quinto, que este poemario encierra mucho amor a las personas, y que es una acción de gracias continua.

¿Qué efecto esperas que tenga el libro en ell@s?

Bueno, lo primero que me encantaría es que la gente que adquiera el libro me lea y, si es posible, interiorice mis poemas, esto es, los haga suyos. Suele sucederme: sé que hay muchas personas que se saben poemas míos de memoria. Esa es mi mayor gloria, antes que tener un buen arsenal de reseñas o de galardones. Y como se decía en la novela El cartero de Neruda de Antonio Skármeta: me agrada que si el lector necesita mis versos, acuda a ellos, porque la poesía no es de quien la escribe sino de quien la necesita.

¡Efecto, efecto! no espero otros. Algunas personas me han dicho que leerme les da paz, otras que se sienten identificadas con mis emociones y mis sentimientos. Bendito sea, ¡mientras no lleven mis poemas a estados anímicos desesperantes! Creo que la poesía tiene que ayudar a vivir dignamente. Estoy convencido de que la mía ilumina a mis lectores. 

¿En qué medida veremos en él —o no— al Carmelo Guillén Acosta de tus anteriores obras? 

En mi vida hay una continuidad, de manera que en estos poemas está contenida lo que ha sido mi vida anteriormente. Se me reconoce fácilmente por el estado de felicidad que transmiten mis poemas; por el uso del alejandrino, tan habitual en mí; por la musicalidad de mis versos; por el empleo del habla conversacional de tú a tú; por mi naturalidad, en fin, sin retórica posible.

Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘En estado de gracia’, ¿cuáles serían?

A bote pronto, señalaría, por elegir lo que me pides: ‘Mira afanoso el mundo’, ‘Quién me iba a decir’ y ‘Gratitud’. Así, desgajados del libro, dan una idea.

¿Supone este décimo poemario un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué? 

Supone si acaso un punto y seguido. No hay más. A partir de ahora será lo que Dios quiera. Estoy en barbecho siempre para lo que surja, en plena disposición interior. Me debo a la Poesía cuando me llega.

¿En qué medida tu condición de director de la prestigiosa colección de poesía Adonáis influye en tu producción literaria? Y desde esa inigualable atalaya: ¿cómo ves el panorama poético andaluz? 

En realidad, entiendo que me haces dos preguntas. Respecto a la primera:

Ese hecho no creo que influya para nada en mi obra poética; es más, en algunas ocasiones, ser director de una colección, con tanta solera como ésta, más que beneficiarme, me afecta negativamente, porque en muchas ocasiones lleva a que mi poesía quede relegada a un segundo plano. De hecho, desde que asumí la dirección de Adonáis, se me invita más a actividades relacionadas con la colección que a lecturas de mi propia poesía que, dicho sea de paso, es a lo que más me gusta acudir y a lo que hace años solía acudir con bastante asiduidad. Antes que exprofesor o director de Adonáis, soy poeta. Ser director de Adonáis es un privilegio que sólo nos ha sucedido hasta ahora a tres personas: a los dos anteriores directores de la colección y, desde 2003, a mí. Es un cargo gustoso que asumí en un momento de mi vida y que en cualquier momento dejaré, antes de que arrecie la tarde. Ser poeta, sin embargo, es un don que nació conmigo y que morirá conmigo, lo quiera o no.

Respecto a la segunda pregunta, de cómo veo el panorama poético andaluz, puedo decirte que actualmente la situación es muy confusa, todo anda muy fragmentado, tanto en Andalucía como en el resto de España. De hecho no hay un lenguaje común «andaluz» como se pretendía consciente o inconscientemente en los años 50 (García López, Caballero Bonald, Fernando Quiñones, Soto Verges…), ni motivaciones concretas andaluzas. La poesía escrita desde Andalucía tiene una gran presencia en las redes sociales y, por eso mismo, es equiparable a la que se escribe en otras comunidades del país. No se registra con denominación de origen. Grosso modo, a los poetas jóvenes de España ya casi no les interesan la mayoría de los autores del 27 sino los de la generación del 50 (Brines, Valente, González…), la de sus propios compañeros de generación, la de algunos poetas extranjeros y poetas españoles que hoy están frisando los 70 años (Rosillo, Mesanza, Bautista…) y poco más. Echo en falta, sin embargo, mayor atención a nuestros clásicos españoles. Eso lo percibo en que la musicalidad de la poesía española (aquí incluyo también, como es lógico, la de nuestros poetas jóvenes andaluces) suena más, en ocasiones, a traducción que a reguero de aceite en el mar de la tradición española.    

Por último, como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?

A José Julio Cabanillas o a Enrique García-Máiquez… Andalucía posee en su haber nombres propios valiosos como los que te señalo.

TRES POEMAS DE EN ESTADO DE GRACIA

I

Mira afanoso el mundo. Trabájalo al igual

que esa salamanquesa, ésa que ves ahí

entregada a la caza de insectos, a la brega                                    

de encontrar un reguero de luz al que aferrarse.

Repara, como ella, a base de osadía,

en mostrarte al acecho de lo que se te ofrece

como ocasión propicia para asir el instante.

Estate, para ello, en vigilancia extrema, 

sin aflojar esfuerzo, cada día comenzando,

dispuesto a no dejarte llevar por la desgana.

Prolonga tus pupilas y, en posición paciente, 

sujeto por tus dedos a modo de ventosas, 

aférrate a la vida, que es ése tu horizonte. 

Así, sin apartarte de tu punto de mira,

en plena efervescencia de la gracia en tu alma,

mantén, como los santos, la convicción profunda

de que nada podrá apagarte la sed

de plenitud que tienes. Con todo a tu favor,

conseguirás sin duda dar a la caza alcance.

II

QUIÉN ME IBA A DECIR

                                                                                           A Pepe Morales

Quién me iba a decir 

que estas cosas minúsculas,

microscópicas casi,

sin interés alguno

—por ejemplo, ese halago,

o el orden en mi casa,

o mi sonrisa abierta—,

iban a acompañarme

en mi lucha diaria

hasta el fin de mis días,

y que serían la llave

que me abriera la puerta

angosta tras mi muerte.

III

GRATITUD

Sin duda es la palabra capaz de redimirte,

la que llevas impresa como lo más sagrado

que te ha sido dispuesto, te sitúa en el mundo

y es razón poderosa para no echar en falta

nada de cuanto diste por sobrado bagaje;

la palabra resuelta en sazón que los años 

no ensucia ni desluce porque creció contigo,

se mantiene creadora, y, apenas la pronuncias, 

adviertes que ha valido la pena articularla

como si éste de ahora fuera tu único tiempo. 

Da igual cómo la llames. Es la palabra viva

con la que identificas tu afán de compromiso, 

tu inveterado vínculo con aquellas rutinas

que son tu inmediatez, tu fecundo presente;

el nombre inevitable con el que a cada cosa

invades de ese don que da el trajín diario;

tu conmoción inmensa ante tanto alborozo

como aviva tu espíritu saberte compensado;

el fervor que le pones a cualquier menudencia

y que enhebra una vida en estado de gracia.

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Javier Gilabert
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