Víctor Abel Jiménez Jódar: «La escritura de este libro se plantea como un ejercicio de otredad»
Víctor Abel Jiménez Jódar, profesor de Lengua Castellana y Literatura, nos habla sobre ‘Ciudad laberinto’ (Esdrújula Ediciones, 2021), su segundo libro de poemas, una obra coral que se lee como si fuera un paseo. Así pues, hoy en la Prensa caminamos a su lado mientras nos lo cuenta.
Javier Gilaber: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Víctor Abel Jiménez Jódar: Este libro lleva mucho tiempo escribiéndose. Y creo que era el momento preciso para publicarlo por tres razones. La primera, que el libro estaba acabado y cerrado y había que darle salida porque conecta muy bien con la situación tan complicada que estamos viviendo. La segunda, como creador, como poeta, porque era necesario dar un salto hacia adelante y cerrar el proyecto de este libro para dar comienzo al próximo. De alguna manera, la influencia de este libro estaba convirtiéndose en un lastre para la escritura del siguiente: era muy difícil estar concentrado en estos dos libros a la vez. Y la tercera, y quizá la más importante, la presencia de Mariana Lozano Ortiz, la editora del Esdrújula ediciones, a quien le gustó mucho nada más leerlo y me dio el empujón y la fuerza que necesitaba para decidirme, algo que le agradeceré siempre. Ella fue quien vio garantías estéticas y editoriales en este proyecto en una época muy mala para la publicación de libros y para la cultura en general.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
La idea primigenia surgió hace mucho tiempo y está ligada a la escritura de mi poemario anterior (‘La mujer infinita’, colección Genil de Literatura de la Diputación de Granada, 2018) y a la escritura de mi próximo libro —aún sin nombre—. De hecho, la idea general —y, sobre todo, la de los poemas más importantes que lo conforman— surge en mi época universitaria. En aquellos tiempos estaba enfrascado en el intento de encontrar el modo de dar respuesta a los conflictos estéticos que me planteaban la articulación del “yo poético” en la escritura de la poesía y, así, de alguna manera, superar los preceptos teóricos que promulgaba la poesía de la experiencia, para dar un paso más allá, no sé si certero. Ante esta disyuntiva, me topé, azarosamente, con la concepción del “flaneur” que promulgaba Walter Benjamin sobre la poesía de Charles Baudeleire. A partir de ahí, pude encontrar un método, un sistema, una forma específica para articular un “yo poético” sin que mi yo personal entorpeciera el camino hacia la consecución del poema. Este caminante errático que se desliza de puntillas por la selva urbana me dio la clave para articular un discurso que dejara atrás el “yo poético” confesional de la poesía de la experiencia, al que por otro lado valoro mucho por sus aportaciones a la poesía moderna.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a los posibles lectores?
Me gustaría creer que el libro se lee como si fuera un paseo. De hecho, el libro está escrito como si un viandante, un “flaneur”, fuera dando un paseo por la calle y, en ese paseo, confundiera su mirada con la mirada de los demás, con las miradas de los otros-as con los-as que se cruza. En este sentido, el libro está repleto de multitud de voces que se entremezclan creando una amalgama de fragmentos que dan forma al “sujeto escindido” moderno. Entre esa amalgama de voces, seguramente, el lector también encuentre la suya, confundida por ahí, o, incluso, la de muchas personas conocidas, que pasaban por la calle. El libro, en fin, es una condensación de miradas y voces que secuestran la voz del poeta para hablar por ellas mismas.
¿En qué medida veremos en él al Víctor Jiménez de tus anteriores libros?
El poeta Víctor Jiménez es el que menos quiere aparecer dentro del poemario. Pasaba igual en mi libro anterior. De vez en cuando se le ve aparecer por ahí, de refilón, pero con la intención de no hacerse notar mucho. Como ya he dicho en una pregunta anterior, el concepto baudeleriano del “flaneur” invita y permite al poeta confundirse con la mirada y las voces de los-as otros-as, de los-as demás. Esa es la técnica de escritura que utilicé en mi anterior libro y esa es la que he utilizado para esta ‘Ciudad laberinto’. En esta línea, este libro es la continuación del anterior. La escritura de este libro se plantea como un ejercicio de otredad.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Ciudad laberinto’, ¿cuáles serían?
Este poemario podría considerarse una obra coral, en el sentido de que los poemas que lo conforman están interrelacionados entre sí a través de un hilo conductor.
Por esa razón es difícil elegir tres poemas que puedan otorgar una visión de conjunto al lector. Pero si tuviera que elegir, escogería un poema de cada sección. De la primera parte, El juego de hacer versos, escogería el poema que abre el libro, La biblioteca, por el impacto que ejerce la idea central del poema sobre el lector. De la segunda parte, Las cicatrices de la noche, elegiría Realismo sucio, porque es capaz de condensar en doce versos las claves para entender en su totalidad la perspectiva que adopta el poeta para construir el poemario. De la tercera parte, La mirada oblicua, podría elegir muchos, pero hoy me quedo con un poema titulado La poeta vitalista, que en solo dos versos puede imponerse como una poética, como la esencia de la concepción metodológica del libro.
Como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por esta sección?
Como lector me encantaría leer en esta sección a muchos-as escritores-as que admiro. Seguramente, algunos-as de los nombres que diga ya habrán pasado por aquí, aunque creo que no. Me voy a aventurar a citar a dos poetas y una novelista. El primer poeta, al que admiro profundamente y del que admito su influencia, es Karmelo Iribarren. La novelista, además granadina, es Cristina Morales. Por último, un poeta de envergadura universal, el chileno Raúl Zurita. Espero verlos pronto por esta casa. Agradezco muchísimo tus preguntas. Muchas gracias Javier.
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