Julen Carreño: «El duelo exige pausa y trascendencia porque enfrenta al hombre al destiempo»
El duelo exige pausa y trascendencia porque enfrenta al hombre al destiempo, le rasga dimensionalmente. Julen Carreño cierra con ‘Consagración del duelo’ una suerte de trilogía, iniciada por ‘De luz y sombras’ y ‘Vigilia’. Siltolá Poesía edita este magnífico poemario, de quien Jesús Beades afirma que se trata de poesía de altos vuelos y Braulio Ortiz Poole que entre sus páginas “uno siente, conmovido, el temblor de lo humano en su diálogo a tientas con lo divino”. Su autor —quien, por cierto, tuvo la inconsciencia suficiente para pedirme que se lo prologara— nos desvela hoy en la prensa lo que ha dejado entre sus páginas.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Julen Carreño: Consagración del duelo culmina un proyecto que dio comienzo con De luz y sombras (Premio Ciudad de Ceuta, Avant, 2020) y que continuó con Vigilias (Premio Marc Granell, Edicions96, 2021), en torno a la semántica de la desaparición y los límites de la experiencia. Un proyecto en el que he procurado velar al máximo el yo personal a favor de un yo poético categórico con el objetivo de ofrecer al lector la posibilidad de un itinerario abierto, dialógico.
En cuanto al momento, era este por una razón madurativa, casi envuelta en la necesidad. No en vano, de un tiempo a esta parte transito ese humano destiempo en el que uno empieza a perder a algunos de quienes personifican el pasado, para renombrar el amor en quienes llegan. Pero, si mis razones vitales fueran insuficientes, ¿no es acaso este ritualismo de la transparencia el momento idóneo para invitar a repensar los restos de lo efímero? El duelo exige pausa y trascendencia porque enfrenta al hombre al destiempo, le rasga dimensionalmente. Un paradigma similar al que arroja la sociología postmoderna. Vivimos un monomito de la superficialidad, un periplo del antihéroe que demanda itinerarios espirituales. ¿Por qué no desde una poética en torno a la vida vuelta sobre su propia ausencia?
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
No soy metódico. Ni siquiera sé escribir en clave eidética. Casi diría que personifico la inutilidad que Platón predicaba del poeta. A fin de cuentas, ¿quién doma al verso para obedecer al poema? No, a la poesía en mí le ocurre lo que a la imaginación: al contrario que en la razón, en aquella la imaginación empieza por las conclusiones. Imposible partir de la Idea.
En el caso de Consagración, simplemente, ocurrió que, tras cerrar De luz y sombras, me sorprendí escribiendo en una línea similar, si bien más cuidada formalmente; diría que evolucionada. De alguna manera, sentí que no había terminado mi poética en torno al duelo. Y la pandemia abonó el resto: Vigilias y Consagración. A ello ayudó el obligado ascetismo pandémico, así como mis estudios de Filosofía, que me proporcionaron un marco para la reflexión.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Poca cosa, no soy amigo de autopsias… No ha de haber notas al pie en el diálogo. Diría simplemente que los poemas de CDD pivotan en torno a tres grandes temas: la pérdida, en sentido amplio, antropológico, vital, aunque se vista de cosas tangibles, como la muerte; el don, también en su acepción más holística, pero concretado en todo lo que es origen, regalo; el miedo, casi telúrico, precolombino, mistérico, a lo que no es don ni pérdida, porque ya no es. Miedo al dolor y a la muerte, cuando la fe de uno es tan unamuniana.
¿Qué efecto esperas que tenga el libro en ell@s?
En pocos géneros literarios es el lector, la lectura, tan radical en la culminación de la dialéctica como en la poesía, hasta el punto de que cabría decir que hay un “acto configurante” del lector, que devuelve a la obra un tiempo y un espacio. Lo que quiero decir es que espero solo que el título de mi obra se consume en el lector, que sea cada lectura una consagración del duelo, una experiencia metafísica y armónica del itinerario más netamente humano.
¿En qué medida veremos en él —o no— al Julen Carreño de tus anteriores obras?
Seré franco: CDD es mi mejor obra, a años luz de cualquier otra. Y es curioso que se trate de la primera que publicaré sin que haya resultado premiada en un certamen. En este sentido, la confianza de Siltolá en ella constituye un acto de generosidad descomunal, que recibo desde una gratitud inefable. Dicho esto, ¿qué hay de mí en CDD? Todo y nada, o poca cosa. Como ya he dejado caer, se trata de una obra con escasas y veladas referencias personales, que aspira a rescatar un aullido radical, categórico. CDD no es un testimonio, sino un espejo; no ha de hablar de mí, sino del lector mismo.
Aunque ya lo hiciste en otras como Hiperión, ¿qué supone para ti publicar en una editorial del prestigio de Siltolá?
Siltolá es una de las más prestigiosas editoriales en lengua española en el ámbito de la poesía y es la primera vez que publico un poemario sin hacerlo a través de certámenes. ¿Qué cabe añadir? No tengo palabras para expresar mi gratitud por la confianza depositada en mí. Soy un afortunado; es un lujo acompañar al elenco de autores de primera línea que visten la firma. Ahora toca proceder con dedicación y paciencia, los libros de versos caminan muy lentamente y la tirada es ambiciosa.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Consagración del duelo’, ¿cuáles serían?
Es complicado, porque su sentido descansa en la unidad; pero creo que me quedaría, más por su carga emocional que por su valor artístico, con el primer soliloquio, que se alza a modo de declaración de intenciones, y con los poemas que dedico a mi tía y a Miguel Ángel Herranz, dos personas en quienes la poética del duelo desciende a lo denotativo, pero en quienes también cristaliza la idea de la paternidad como mielina o agente conductor de lo eterno.
Por último, como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
Me encantaría leer a José Manuel Díez como conocer algo más acerca de su ‘Estudio del enigma’ (Visor), un poemario grandioso; también disfrutaría leyendo a Daniel Cotta en torno a su ‘Alumbramiento’ (Colección Adonáis). Son dos poemarios que me han conmovido, y profeso gran admiración sus autores.
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