Prensado en frío

Carmen Camacho: «Vindico, como acto político, la palabra en el aire»

Detalle de la portada de 'Deslengua', de Carmen Camacho

Carmen Camacho: «Vindico, como acto político, la palabra en el aire»

Cómo me apetecía meter en la prensa una deslenguá (para bien) como Carmen Camacho, un poquito de aires populares, una pizca de romanticismo y Generación del 27, esencia de la abuela Carmen y de la tía Dolores, jaiku andalú, buen hacer, vida y pensamiento y ver qué salía. Como siempre con Carmen, la realidad supera a las expectativas. Confieso que he pasado un rato magnífico –a pesar de que se me ha clavado una huerfanita en un ojo- y ahora os toca a vosotras.

Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?

Carmen Camacho: Además de porque me brota, porque vindico, como acto político, la palabra en el aire y Deslengua es eso, un cuaderno de cantares que se intentan arrimar a las formas populares, que en el aire son de cualquiera y de nadie. Las doy ahora y así, porque estos cantares pedían ser publicados en una editorial y colección que las comprendiera por el mismo lado que yo –nuevamente, como un acto político-. Libros de la Herida y la colección Vivezas es su sitio. En la actualidad, la poesía de hechura popular y tradicional mola si es de Japón, pero si es de nuestra tradición se tiene por algo convencional y rancio, cuando la viva voz sin malversar, de donde sea, es estrictamente todo lo contrario, deslengua viva.  

Portada de ‘Deslengua’, de Carmen Camacho

¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?

En mis cuadernos tenía desperdigadas, junto con aforismos poéticos, esbozos de poemas, ideas para relatos y artículos… un montón de letrillas de aire popular, a modo de cosas que se pueden cantar o bien se puede jugar con ellas. Isabel Escudero me enseñó que todo aquello era una maquinaria la mar de eficaz para transmitir vida y pensamiento. Ya nos lo habían enseñado otros, sobre todo los románticos y los del 27 –con mención especial para Bergamín-, además de autores como Francisco Moreno Galván o Paco Díaz Velázquez. Coleccionarlas y ordenarlas fue lo más parecido a meterme dentro de una confitería. 

¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?

Deslengua no es literatura. Deslengua es un homenaje al poderío inmenso de la palabra dicha. En especial, Deslengua es una reverencia a quienes me regalaron esa maquinaria gratuita que es el habla. En especial, Deslengua es un homenaje a mi abuela Carmen y a mi tía Dolores, que siguen pensando que no entienden de letras. Pero sí acaso de letrillas. 

¿Qué efecto esperas que tenga el libro en ell@s?

Que las disfruten, ni más ni menos. Estas letras no son del todo mías, quiero decir, el apunte biográfico que hay en ellas lo es también para cualquiera. Se trata de mirada y vivencia común. Quién no se ha enamorado, o perdido a un ser querido, o reflexiona con la mirada. Pues ahí, aquí, y en estas cosas, nos podemos encontrar. En el caso más maravilloso, también espero que alguien memorice alguna porque le guste, o que incluso le halle su música y la cante. 

¿En qué medida veremos en él —o no— a la Carmen Camacho de tus anteriores obras?

Deslengua trae una parte de mí, que se me puede atisbar en todo lo que hago: en muchas ocasiones escribo a la pata la llana, y eso lo combino con elevación de sentido y con esa cultura que se escribe con C mayúscula. (Hay grandes maestros de estos haceres, Fernando Quiñones, por ejemplo…). Así que es fácil reconocerme, aunque, por otro lado, se trata de un libro radicalmente distinto a los demás: porque no es literatura, insisto, es oralidad y voz popular a saco. Cada palabra que va ahí la he escrito yo, pero podría ser del aire. Es mi primer libro de esta guisa, los demás sí son poesía y literatura tal cual la entendemos. 

Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Deslengua’, ¿cuáles serían?

Quizá no son los mejores del libro –quién sabe- pero les tengo un gran apego. Estos dos: «De tu último portazo / todavía se estremece / el agüita de mi vaso» y «Por darle un giro a mi vida / le di la vuelta al colchón / la noche de tu partida». fueron escritos en el proceso, tan intenso y doloroso, de una separación. Para mí, contienen la viveza de ese momento, su energía, su rabia, poderío y dolor.  

Y el tercero sería «-Mi mamá me mima, / pasa el dedo por las letras / la huerfanita». Es muy triste, pero está lleno de ternura, de verdad (ese enfrentamiento entre lo que la niña lee y lo que vive en realidad), de herida. Cuando pienso en esa letra me dan ganas de coger a esa niña y abrazarla. O de que me abracen a mí. Todos somos un poquito huérfanos, por mucha madre que tengamos, todos somos alguna vez unos desamparaíllos. 

Por último, como lectora, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’? 

Tengo mis debilidades: a Luis Melgarejo. Es oro molío. 

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Javier Gilabert
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