Entrevistas

Diego Medina: «Ante la inmediatez de la información anecdótica y las muertes convertidas en cifras, la poesía es bálsamo y refugio»

Diego Medina: «Ante la inmediatez de la información anecdótica y las muertes convertidas en cifras, la poesía es bálsamo y refugio»

Durante el confinamiento, los poetas Diego Medina Poveda y Javier Gilabert comenzaron a escribir sonetos a cuatro manos, utilizando la distancia como vehículo, a través de las redes sociales. El resultado de ese diálogo artístico es ‘Sonetos para el fin del mundo conocido’ (Esdrújula, 2020), un proyecto poético escrito al alimón, con fines solidarios, cuya naturaleza está vinculada a la necesidad de medir la trascendencia de la pandemia y sus efectos a través de la poesía. Medir la condición humana, y su ejercicio, en un momento tan disruptivo como el actual. La edición cuenta con prólogo de Remedios Sánchez e ilustraciones de María Gómez. Lo recaudado con la venta de este poemario irá destinado íntegramente a Médicos del Mundo España.

¿Cómo llegáis a este proyecto poético-solidario? ¿Y cuál fue el método de trabajo?

Diego Medina Poveda (D.M.P.): El germen del proyecto fue un cuarteto que subí a las redes durante el inicio del confinamiento, si no me equivoco fue el cuarteto que abre el Soneto del poeta confinado. A partir de ahí, Javier Gilabert me propuso componer entre los dos los diez versos restantes para completar el soneto. La propia dinámica de creación de este libro, que surgió así, de un post de Facebook, es un reflejo de aquellos días vividos en que las redes sociales y las videoconferencias se convirtieron en nuestras plazas públicas. Estos puntos de encuentro erigidos en ciudades virtuales, nos permitieron a Javier y a mí – él desde Granada, yo desde Rennes (Francia)- trabajar mano a mano en este proyecto cuya idea primigenia era una breve plaquette que, gracias a la Editorial Esdrújula, se ha convertido en el libro que ahora vemos. Unido a esta idea inicial de publicación modesta, también fue nuestra intención desde el principio aportar nuestro pequeño granito de arena en la lucha contra esta pandemia, por eso decidimos donar los beneficios de la publicación a Médicos del Mundo España.

Javier Gilabert Sonetos
Javier Gilabert. Foto de Javier Martín Ruiz

Javier Gilabert (J.G.): Efectivamente. Había conocido a Diego a través de la entre2vista que le hicimos Fernando Jaén y yo. En pleno confinamiento publicó el cuarteto que menciona en Facebook y tuve el impulso de continuarlo (algo bastante extraño por diversas razones entre las que destaca el hecho de que yo no había escrito más de un par de sonetos en mi vida —risas—). Si no recuerdo mal, escribí otro cuarteto y un terceto y le propuse por privado que cerrara el poema. Ese fue el punto de partida de una colaboración que se prolongó varios meses. Durante ese tiempo, también en redes, cualquiera de los dos lanzaba una propuesta para que el otro la continuara, o directamente compartía un soneto completo, relacionado con la pandemia y sus consecuencias. No había unas directrices prefijadas, pero al poco tiempo nos dimos cuenta de que lo que escribíamos tenía una organicidad; los poemas giraban en torno a lo que estábamos viviendo. Entonces comentamos la posibilidad de que cristalizaran en una obra conjunta. Luego, con la llegada de la “nueva normalidad” cada uno se dedicó a sus ocupaciones y no fue hasta después del verano que volvimos a retomar el proyecto. Diego sugirió la idea de publicar una plaquette y donar los beneficios a alguna ONG, lo cual me pareció perfecto. Me puse en contacto con Pablo Simón, responsable de Médicos del Mundo en Granada, el cual, además, es amante de la poesía, por lo que se entusiasmó enseguida con nuestra propuesta. Se cerraba de ese modo otro círculo gracias a la poesía: un libro escrito durante y por el confinamiento nos permitía, en la medida de nuestras humildes posibilidades, contribuir en la lucha contra la pandemia.

Me gustaría destacar en este punto la participación de Mariana Lozano, quien se ilusionó con nosotros cuando le conté el proyecto y gracias a la cual el libro es ya una realidad, pues puso a nuestra disposición Esdrújula Ediciones, su editorial, y se hizo cargo de la edición y de los costes de la impresión del precioso libro que ya va camino de todas las librerías del país. Y, por supuesto, la generosidad de Remedios Sánchez quien, a pesar de que las circunstancias no eran las idóneas, realizó un esfuerzo ímprobo para regalarnos el magnífico prólogo que acompaña y complementa magistralmente a nuestros poemas.

¿Puede la poesía servir de testimonio de un acontecimiento tan desgarrador como la pandemia?

D.M.P.: Durante esta pandemia, los cauces de la comunicación están viéndose constantemente bombardeados por un exceso de información repleto de estadísticas y cifras (confusas y poco contrastadas en muchos casos) que son sinónimo de miedo y angustia; nuestro mundo se ha visto acotado no solo por las paredes de nuestra casa durante el confinamiento o por los toques de queda –medidas necesarias para evitar la propagación del virus, sin duda- sino por un lenguaje informativo que ha entrado en un bucle «vírico» y nos dificulta trascender todo ese cúmulo de temores. Ante la inmediatez de la información anecdótica y las muertes convertidas en cifras, la poesía es reposo, es bálsamo y refugio, es meditación de lo sucedido, es trascender el pensamiento y alumbrar mediante el lenguaje poético los caminos que nos llevan a desembarazarnos de la angustia. Los poemas que se encuentran en Sonetos para el fin del mundo conocido no son obras maestras – tampoco era nuestra intención: ni el método de escritura ni la situación que los inspiran lo permitían-; son el testimonio poético de una experiencia inédita en nuestras vidas.

¿Y por qué el soneto?

D.M.P.: La decisión del soneto como forma poética va unida a dos circunstancias. En primer lugar, al método de creación que explicábamos más arriba. Un molde cerrado como el soneto nos permitía una técnica de escritura al alimón: Javier, por ejemplo, se encargaba de los cuartetos y yo de los tercetos o viceversa. La segunda circunstancia tiene que ver con nuestra concepción de la poesía. El soneto, un molde clásico que ha resistido al paso del tiempo –su genealogía la explica a las mil maravillas la profesora Remedios Sánchez en el prólogo-, puede servir para hablar de la actualidad: la historia de la poesía nos enseña que siempre fue una forma adecuada para tratar tanto temas anecdóticos como para los versos más metafísicos, o incluso para el humor y la parodia. Y siguiendo con esta concepción de la poesía, el soneto es, desde nuestro punto de vista, el paradigma de un lenguaje poético que se recrea en el ritmo, en la melodía, en la agudeza del concepto para trascender significados, que sirve de antítesis a ese lenguaje informativo de significantes «víricos» al que antes nos referíamos.

Aún me reconozco y sin embargo/intuyo que no soy igual que antes. /No sé, los cambios necesitan tiempo/pero algo se ha movido de su sitio.» ¿Qué no debe volver a su sitio?

J.G.: Durante los meses que duró el confinamiento la sociedad experimentó una sacudida de la que aún no se ha recuperado -ni creo que lo haga nunca-. En los medios resonaban recurrentemente cantos de sirena que afirmaban que esta tragedia nos iba a cambiar para bien, que nos volveríamos más humanos, más solidarios. Evidentemente nada de esto ha sucedido. Por supuesto que hay honrosas excepciones pero, en general, hemos vuelto a los postulados que regían nuestras vidas antes de la aparición del bicho. Ojalá me equivoque pero me temo que no hemos aprendido nada: lo peor del ser humano seguirá, desafortunadamente, justo donde estaba cuando todo esto pase.

¿Cómo habéis trabajado las ilustraciones?

J.G.: Tenemos que agradecer a María Gómez, quien se ocupa actualmente de ilustrar los libros de Esdrújula Ediciones, su genio y su sensibilidad. Le pasamos el manuscrito y le dimos básicamente una indicación: queríamos que hiciera lo mismo que nosotros: reflejar en sus dibujos (lo sucedido) durante la pandemia. Y cumplió con creces. Inspirándose en x poemas, los que más le llamaron la atención, plasmó perfectamente la atmósfera. Eligió el poema introductorio de Diego, ‘En un paréntesis’, y los sonetos ‘del nuevo amanecer’, ‘del silencio impuro’, ‘del cambio’ y ‘de la nueva alabanza de la aldea’ y plasmó en sus dibujos lo que estos le evocaron. El resultado, a mi modo de ver, va más allá de la mera ilustración de unos poemas: se establece un diálogo entre la pintura y la poesía, que comienza con los cubos de la portada y que culmina en las casas enjauladas, de modo que el libro crece en contenido y en significado, convirtiéndose en un todo más compacto, más profundo.

La poesía como espejo del sufrimiento, también de la esperanza. ¿Seremos capaces de recuperar la esperanza?

D.M.P.: La poesía debe reflejar la realidad, sin duda. En los poemas se expresa el sufrimiento, la angustia vital, la exasperación ante el panorama social y político, incluso hay lugar para un poco de humor, que creo que es otra vía muy necesaria para trascender lo que nos rodea. Yo siempre he sido muy reticente a la esperanza. Creo que la esperanza es una entelequia y que cada uno la interpreta a su manera. En este sentido, me acerco a aquellas palabras que Séneca le escribía a Lucilio en sus preciosas cartas: «nec spe, nec metu». Si no tienes esperanza, no tendrás miedo. Es decir, concéntrate en mejorarte a ti mismo aquí y ahora, sé alguien ejemplar para que los demás sigan tu ejemplo, sé ecuánime y ten conciencia de la ética para poder hacer el bien sin perjudicar a nadie. Creo que si todos plantamos esa semilla en nosotros mismos, en nuestro presente, no necesitamos esperar nada del futuro, porque el bien germinaría poco a poco; el problema es que nuestro sistema social basado en la inmediatez y en el rédito a corto plazo no se presta a ese concepto de humanidad. Eso hay que cambiarlo. Quizás este tiempo de impasse que nos ha hecho replantearnos las cosas que verdaderamente nos hacen felices, podría ser un buen momento para el cambio. Este mensaje de ansias de cambio se encuentra en el libro y puede ser visto, por qué no, como un mensaje de «esperanza».

¿Qué ha sido lo más complejo durante el proceso de escritura?

D.M.P.: Escribir sonetos a cuatro manos es una tarea muy complicada, -si no lo habéis probado, os animo a ello —risas—, más complejo incluso que escribirlos individualmente, porque el desarrollo de la idea, aunque previamente –antes de la escritura- nos planteemos juntos el sentido y lo que queremos decir con el poema, cuando uno retoma la idea del otro tiene que hacer malabarismos para llevar el poema a su terreno intentando que guarde una coherencia y que no se pierda el mensaje principal. Esto para mí ha sido el punto más complejo. El otro, el tema. Escribir de lo anecdótico, de sucesos reales recién acaecidos y muy dolorosos y lograr trascender el terreno de la noticia meramente informativa al mundo de la poesía, y además obligarte a escribir sobre ello, ha sido otro punto de dificultad. Yo entiendo la poesía como donación, no se sabe de dónde llega pero llega en algún momento, y presionarse a uno mismo para que llegue no siempre funciona.

J.G.: No puedo estar más de acuerdo. Diego y yo coincidimos en muchos presupuestos poéticos, pero nuestras voces y nuestra forma de escribir son diferentes. Ambos nos valemos del metro y del ritmo para expresarnos, pero cada uno tiene su música interna diferenciada, su manera de decir. Él, además, tiene mucha más experiencia en el uso de estrofas clásicas como el soneto o la décima. Pero se estableció muy pronto una sinergia entre ambos y las aportaciones de cada uno hacen de este libro una obra digna que cumple con su cometido.

¿Cómo es ese mundo conocido?

D.M.P.: Como decía anteriormente, el confinamiento a muchos nos ha servido para mirar dentro de nosotros mismos y darnos cuenta de lo realmente importante. También para verle los resortes y los flecos a un sistema social que se ha visto tambaleado y que tiene muchísimas carencias. Ese mundo conocido es un mundo de precariedad, de individualidad, de pragmatismo atroz, de falta de humanidad.  En el «Soneto de la Nueva alabanza de aldea», planteo precisamente la necesidad de desprenderse del exceso de bienes, de una abundancia y de una vida angustiada por las ansias de éxito económico y social, y la necesidad de adoptar un estilo más tranquilo, más ético y más humano. La aldea es una metáfora «guevariana», no me refiero a que nos vayamos todos ahora al campo, porque entonces estaríamos en las mismas o incluso peor –sería otro desastre ecológico más-; la aldea como símbolo de vivir con lo humanamente necesario es un espacio que se encuentra en nosotros mismos, ahí tenemos que construir nuestra casa más importante.

J.G.: Así es. Por otra parte, el “fin del mundo conocido” también hace referencia a ese que se acaba justo en el momento en el que nos damos cuenta de que estamos frente a una de las peores amenazas que hemos sufrido como especie. Como afirmo en el ‘Soneto del nuevo amanecer’: “… y lo vivido/no sirve en esta nueva realidad:/el mundo conocido ya no existe”. Asistimos a cambios que modifican sustancialmente cómo entendíamos la vida, sobre todo aquí en España. Quién sabe si la distancia social, por ejemplo, o la forma de entender el ocio, o el uso de la mascarilla, por poner algunos ejemplos, no forman ya parte de la nueva configuración de nuestro mundo. De eso también da testimonio nuestro libro. En cualquier caso, insisto: “Procede, pues, eliminar el ruido,/dejar de lado estorbos, la maldad,/cualquier cosa que sobre en lo que fuiste”.

Cristina Consuegra
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