Cómo hablar de fútbol sin mencionar a Maradona
Al Jorge, por compartirme el sentimiento del Club Atlético Belgrano
y que otro Fútbol es posible.
El Fútbol tira muchos balones fuera, por un lado los de sus fanáticos detractores y, por otros, los de sus hinchas acérrimos. Como en todo, ni se puede ser incondicional, ni las cosas pueden reducirse a la simpleza de un bocadillo de mortadela. Que el dicho no desprestigie la grandeza del bocadillo sino la mentalidad que simplifica su genialidad.
Lo que es seguro es que el Fútbol encarna muchas cosas, puede ser muchas otras, y es absurdo denigrarlo gratuitamente.
Los grandes detractores clásicos del fútbol pecan de superficialidad al reducirlo a su espectacularización. Si reducimos todo al espectáculo, también habría que negar, por esensia, al Arte, al Teatro, a la Música, al Cine, y a todo lo que, hipócritamente, se relaciona con la Arta Curtura.
Pero es el Fútbol a lo que se arremete con fiereza mientras que la Arta Curtura sigue idealizada. Quizás, porque el Fútbol sigue del lado de la gente y la Arta Curtura se refugia en palacios de cristal o de mugre donde puede disfrutar tranquilamente de su endogamia sin mezclarse con la gente normal. Se critica al Fútbol como un aparato alienante y condicionador que sublima en este todas la frustraciones, se lo teoriza como aparato estupidizante de la afición entregada, y al futbolista como una balbuceante masa de músculos con un peinado moderno, pero el Fútbol, ya sea por mover millones de dólares o millones de voluntades, es mucho más que eso.
Esta típica figura del Ilustrado Déspota, piensa todo para el Pueblo pero sin el Pueblo. Los argumentos contra el fútbol están llenos de negatividad y arrogancia, no dan alternativas sino que insultan sin comprender la causa de esta pasión. El Fútbol se piensa a la ofensiva, desde afuera, sin pensar qué es lo que sucede para que a la gente le guste tanto, sin un atisbo de empatía o apertura.
Quizás si estos detractores descongelaran un poquito su corazón se darían cuenta de la grandeza y la fuerza que contiene el Fútbol. Así, en su ecuménico resentimiento, no comprenden la íntima geometría del juego, la sutileza de su estrategia, ni la marea viva de los cánticos, solo ven pelotas, tibias y gritos.
Tampoco, comprenden la Gesta o lo que geopolíticamente significa el Gol que puede hacer un Pueblo saqueado al gran monstruo que pretende devorarlo. El Gol no es solo un tanto, puede romper la soberbia del que se cree invencible y reivindicar la dignidad de los humildes. Quizás estaría mejor visto por los ratoncitos académicos, que esconden en los libros su miedo a los demás, si se dieran cuenta de que el Fútbol, antes de ser sistematizado por la masonería y los Ingleses, ya estaba predefinido por los Guaraníes.
Por desgracia hay que empezar poniendo el dinero sobre la mesa y teniendo las cuentas claras para evitar malentendidos. El Fútbol mueve mucho dinero, eso es verdad, pero no puede reducirse a un negocio ni a la FIFA. Una cosa es una Sociedad Anónima, y otra es un Club de Aficionados. Habría que reclamar que el Fútbol no sea dirigido por intereses lucrativos, porque no hay nada más mezquino que jugar con la emoción de la gente. Los grandes propietarios de los Clubes Europeos, son jeques árabes, magnates del petróleo, mafiosos, constructores putrefactos y emprendedores de la pornografía. Pero esto no es por la decadencia del Fútbol, encarna la decadencia y la autohumillación de Europa ante el becerro de oro.
Parece que el Fútbol es la excusa a la que adjudicarle todos los males de nuestra sociedad. ¿Quien no se acuerda cuando Benito Berlusconi, máximo matrimonio de la política y la mafia, aficionado a compartir cama y turulo con menores de edad, fue pionero en la moda de los fichajes millonarios?
Al pagar mucho por un fichaje, se eleva el valor del mercado, de ahí que al final se saque mucho más dinero, al haber mucho más pastel. No es responsabilidad del Fútbol, son las reglas del mercado, la industria del Arte y los museos funciona exactamente igual.
Un verdadero aficionado no puede permitir que sus colores se manchen con dinero sucio. Pero por esto no es que haya que decir que el Fútbol sea uno de los negocios más rentables, junto con las armas, las drogas y la trata, hay que exigir una alternativa jurídica e impedir que nuestro sentimiento sea comercializado. La Afición es el Alma del Club, de ella depende exigir la reforma de la legislación vigente para impedir la corrupción y no ser cegada por los trofeos que se consiguen pagando. La victoria que se consigue por superioridad económica es un insulto a la Épica y la Épica, tanto la del David contra Goliat o la contienda entre los Titanes, es el corazón del fútbol.
Hay dos tipos de aficionados: el que se implica en la dignidad de su Club, más allá de su derrota y el que se conforma con que gane títulos, más allá de su decencia. E igualmente hay dos tipos de futbolistas: El que se moja y el que chupa del bote. Una cosa es el jugador que se pone ciego en una discoteca, que masculla en anuncios el libreto que le dan las marcas y los mercaderes para no enturbiar las aguas de la avaricia, y otra es un Jugador que se manifiesta a favor de los derechos del Pueblo al que pertenece.
No está en el mismo saco el Jugador marioneta o cómplice, que exalta por conveniencia o actuación los valores neoliberales, la competencia y la ignorancia, que aquel jugador que se posiciona con la justicia, la deportividad y la superación. Porque lo mismo que los aficionados tienen responsabilidades con su Club, el jugador tiene responsabilidades éticas con los aficionados. Porque todo Futbolista es, antes que futbolista, un aficionado, y el aficionado, como aficionado que es, pertenece al Pueblo. Un jugador podría callarse y esconderse a un lado para dejar que la miseria empresarial manchen al Fútbol y empobrezca a los Pueblos que por sincera admiración, puedan apoyar esta indiferencia o exaltar también al expolio.
El Jugador, en coherencia consigo mismo y sus orígenes, cuando tiene tanto poder mediático, tiene la responsabilidad de hablar y exigir su posicionamiento a la afición para representar al equipo en el que juega, que es de todos los colores.
El Fútbol es, en definitiva, un hecho que se disputa políticamente. No hay que separar política de fútbol, ni fútbol de política, o ambos pierden seriedad y se quedan en espectáculos. Porque alrededor de un Club, hay mucho más que ese Club, ya no solo dinero y entretenimiento, también agrupaciones cuya pasión mueve a la solidaridad.
No es lo mismo un Club de Barrio que moviliza hacia la justicia desde el deporte, que un Club de empresas que planifica desahucios ensuciando la pelota. El hecho es que existen tanto unos como otros, de nosotros y nosotras depende que triunfe un modelo u otro. Del mismo modo, no es lo mismo un Club que colabora como base de un banco de alimentos y la cancha como punto de encuentro y de gestión, que se compromete y ayuda a los niños a salir de la miseria, que los ultras neonazis que se pasean por las cercanías del Estadio Santiago Bernabéu buscando a quien darle una paliza, como todo el mundo sabe.
Ridiculizar al Fútbol es humillar los sentimientos del Pueblo, y esto eh crimináh. Los Pueblos se levantan desde la Alegría, no con depresión, negatividad y punitivismo. Los Pueblos tristes no vencen.
En vez de criticar al Fútbol, habría que ponerle pecho, sonreír más, ir a la cancha y espabilarse, no criticar desde las redes o las tertulias. El problema no es que el Pueblo esté cegado por el espectáculo futbolístico, es que los intelectuales y los pseudopolitizados están fuera y lo miran con elitismo, sintiéndose superiores y en posesión de la moral, comiéndose capítulos de Netflix de tres en tres, criticando al negocio del fútbol desde sus suscripciones y comprando por Amazon.
Si hablamos de pureza tengamos coherencia, y si es imposible ser puros, tengamos compromiso y estrategia. Porque el Fútbol, tanto en el campo como afuera, necesita unir al valor y la fuerza a la inteligencia, como la inteligencia y la política necesita unirse a la fuerza y al valor, para no quedarse en una endeble y resentida perorata, una pedantería sin poética incapaz de organizar a nadie, chillando como un caniche ante los poderosos.

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