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Julio César Jiménez: «Debe haber (y habrá) mucha inspiración de mierda espléndidamente publicada en el futuro para que la buena literatura brille con más intensidad»

Julio César Jiménez. Foto de Irene Jiménez

Julio César Jiménez: «Debe haber (y habrá) mucha inspiración de mierda espléndidamente publicada en el futuro para que la buena literatura brille con más intensidad»

Julio César Jiménez (Málaga, 1972) es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga. Como autor de poesía ha publicado Estrategia para la fuga (Premio Málaga CREA, 1996), Del ámbito del desorden o quince revelaciones imprevisibles (Premio Ateneo-UMA, 1998), Contra sanguinem (Col. Monosabio, Málaga, 2001), La sed adiestrada (XVI Premio Internacional Las Palmas de Gran Canaria, 2008), Las Categorías de Kant no funcionan en la noche (VI Premio Internacional Ciudad de Pamplona, Ed. Celya, 2012; finalista del Premio Andalucía de la Crítica, 2013), y Credo del ardor (XXX Premio Nacional José Hierro, 2019).

Como autor-editor ha seleccionado y prologado Antología del beso. Poesía última española (Ed. Mitad Doble, 2009), y, junto a Raúl Díaz Rosales, Y para qué + poetas. Herederos y precursores, Ed. Eppur, 2010).

Ha sido incluido en algunas antologías de poesía española, y traducido parcialmente al inglés y al italiano.

Fernando Jaén: Con ‘Credo del Ardor’, ganaste el XXX Premio Nacional de Poesía José Hierro, un prestigioso galardón que se suma a la lista de tus premios literarios. ¿Qué valor le concedes a estos premios? ¿Abren o cierran puertas?

Julio César Jiménez: Es una pregunta que cada vez tiene más sentido hacérsela. A veces, ganar un premio significa (salvo para los escritores con poca dignidad) que la notoriedad y la divulgación presentan contraindicaciones. Tenemos el caso de esas grandes editoriales que premian y fomentan la literatura de bajo nivel: low cost poetry o subpoesía. Ante este panorama, mucha gente se indigna y pone el grito en el cielo sin que se le escapen los motivos que hay detrás, aunque mi opinión es que hay que relativizarlo; se trata de una liga aparte que tiene un público exclusivo sin interés para mí. Creo que debemos confiar en el lector con cierto espíritu de excelencia (esprit de finesse) al cual no le importa remover el cieno para encontrar, al fondo, diamantes. Este hallazgo se traducirá en una mayor satisfacción personal y en la constatación de que la buena literatura siempre se abre paso. De hecho, debe haber (y habrá) mucha inspiración de mierda espléndidamente publicada en el futuro para que la buena literatura brille con más intensidad. 

En mi caso, los premios literarios me sirven exclusivamente para publicar y, por tanto, delimitar y defender una voz, si la tengo. Y aunque he ganado algunos de cierto peso, nunca espero nada de nadie. Creo que es mejor así. Respeto y hasta envidio a quienes no necesitan ganar premios para publicar, pero yo sólo puedo hacerlo de esta manera, desde la pura competencia.

¿Abren o cierran puertas? No sé, aunque tengo la firme creencia de que pueden llegar a ser peligrosos para la salud de algunas personas. Por un lado pueden acabar con tu paciencia, y por otro, te enteras de asuntos feos que hubiera sido mejor no saber. Sin embargo, si sientes la imperiosa necesidad de presentarte a concursos, hazlo a aquellos que estén fuera de sospecha, los más alejados de ti. Y nunca, nunca, vincules tu obra al poder u otro sucedáneo. Si lo haces, estás perdido. 

Con Credo del ardor tuve mucha suerte (como con todos mis libros, en realidad). Siempre pienso que la tengo.

«Me alejo de la poesía fingida como de la peste»

F.J.: ‘Credo del Ardor’ es un poemario que ahonda en la estructura del lenguaje y en el que muchos poemas nacen de una anécdota cotidiana que los dotan de una veracidad inherente. ¿Cómo querías construir este poemario? ¿En qué circunstancias personales nació?

Julio César Jiménez: Ante todo debo decir que, para bien o para mal, me alejo de la poesía fingida como de la peste. Puede que sea un error o un defecto, pero no puedo hacer nada al respecto, y de la misma manera lo hago del poeta que no ama como escribe que ama, o no sufre como escribe que sufre. Lo detesto y me gusta hacérselo llegar si tengo oportunidad y energías suficientes. Es más: cuando esa sensación se encona y no logro sacármela de encima, me entra una urticaria epistémica que me empuja a salir corriendo al grifo más cercano y meter la nuca debajo. El año pasado, en un recital que ofrecía J.B. en la Sala A.D.P. del C.E.C. en el que D.L., R.G. y F.F. estaban en mi misma fila de butacas, se me puso la cara muy verde y no tuve más remedio que saltar a la fila de atrás (porque ellos, riéndose, no se levantaban) y caí sobre una señora muy musculosa pero elegante que me empujó al pasillo mientras yo no tenía manera de dejar de rascarme. En fin, lo que quiero decir es que la veracidad inherente, como la llamas, supone para mí (salvo que derive de ella una obra enmarcada en el género de la ficción) cualidades de la conciencia. Lo que escribo me satisface desde el momento en que lo ensucio con mi personalidad, la cual surge de una verdad compuesta por necesidad y exuberancia. Por supuesto, todo ello tiene mucho que ver con el elemento de lo cotidiano, que funciona como catalizador del conocimiento, el nervio y la compasión, sin los cuales solo crearía mensajes insubstanciales.

En cuanto a la estructura del lenguaje, en Credo del ardor no ahondo en ella de una manera especial, aunque sí trato de eliminar obstáculos de forma u otras distracciones como por ejemplo la mayoría de los signos de puntuación o algunas mayúsculas. En libros anteriores he experimentado y jugado con este armazón de la formalidad, que para la mayoría de los escritores tiene mucha importancia. De momento, en mi caso, y a pesar de que soy filólogo, no le doy ningún valor. Creo más en la fuerza de un mensaje concreto pero vago confeccionado por unas pocas figuras literarias lo suficientemente efectistas que van conectadas por un mínimo hilo semántico. Al binomio verdad-misterio, que son los elementos básicos con los que están hechos mis poemas, deben vérsele un poco las entrañas, de manera que siempre me hagan sentir bien abastecido de fragilidad.

F.J.: Cuando presentaste en Granada ‘Credo del Ardor’, lo hiciste en una pequeña y maravillosa librería de barrio, Ubú libros, acompañado por dos fantásticos anfitriones, Trinidad Gan y Miguel Ángel Contreras. ¿Cuál es, a tu entender, el papel que desempeñan este tipo de librerías, las más cercanas al público interesado en la lectura? ¿Qué lazos te unen con esta ciudad?

Julio César Jiménez: Me fascina esta clase de librerías. Su atmósfera atrapa al lector que huye del libro diseñado para estar en los estantes de las grandes superficies o centros comerciales. Puedes llegar a sentir que en cualquier rincón te espera pequeño tesoro, y si no lo atrapas pronto, desaparece. Ubú Libros es uno de esos lugares, con su enigmática y acogedora trastienda y su propietaria tan entregada y agradable. Es un lugar que a una ciudad como Granada le proporciona el valor de contener pequeños lugares especiales. Además, el nombre mismo tiene una significación especial para los poetas nacidos de la unidad de la oposición: resucita el espíritu de Alfred Jarry y su proyección concéntrica alrededor de lo extraordinario. Allí presenté mi libro porque, a mi modo imaginario de ver las cosas, representa uno de los hogares del oxímoron.

Miguel Ángel es un viejo amigo y un gran compañero de aventuras poéticas. Hemos vivido grandes momentos juntos y entiende perfectamente mi poesía. Su mirada crítica es muy madura y conoce en profundidad de qué va este oficio del vigor y el desgaste. Y Trinidad es una mujer extraordinaria. La conocí hace unos años y me sorprendió su impecable manera de escribir, aunque más aún la belleza de su persona. Poeta de éxito, profundiza en los detalles más sutiles y los entresaca como puntos cardinales de una estructura en movimiento. A los dos les estoy muy agradecido por aquella entrañable presentación. Granada es importante para mí. Allí conocí a buenos poetas, me enamoré y cometí travesuras muy graciosas.

«Debemos confiar en el lector con cierto espíritu de excelencia»

F.J.: Al hilo de tus visitas a Granada, si no me equivoco tuviste la oportunidad de conocer en una ocasión a Rafael Guillén. ¿Qué recuerdas de aquel encuentro? 

Julio César Jiménez: Cada uno tiene sus prototipos, y entre los míos está Rafael. Él es, junto a otros pocos poetas de la generación del cincuenta, una referencia imprescindible de la reciente historia de la poesía española. Cuando le conocí no supe muy bien cómo reaccionar, porque confieso que nunca me he relacionado mucho con personas importantes, y mis relaciones literarias nunca pasaron de los amigos que escribían como yo. Siempre he creído que, si te metes en esta empresa, es bueno estar solo, aunque se mantengan buenas relaciones de respeto con otros como tú o se idealice a alguien. Más por suerte que por desgracia, nunca fui apadrinado o respaldado por gente influyente, y la consecuencia de ello fue abrirme paso, muy lentamente, hacia una satisfactoria nada, en la que me siento muy cómodo. Mi felicidad se desencadena en otro punto del hecho literario: en el momento justo de haber creído acabar un poema. 

Invitado a participar como joven poeta en un encuentro celebrado durante el otoño de 1995 en el hermoso Carmen de los Mártires de Granada, vi a un hombrecito de aspecto humilde leyendo un poema titulado Un gesto para el quinto aniversario de tu muerte que me produjo un gran deslumbramiento. Escucharle atentamente significó que me preguntase a mí mismo para qué servía realmente escribir. Después de todos estos años, me repito, a veces, la misma pregunta, con la diferencia de haber escrito unos cuantos poemas más, y la cuestión un poco más despejada (solo un poco). En ese sentido, Rafael me sirvió como modelo de inspiración: un sencillo escritor honesto e incansable que ama lo que hace. Recuerdo el día que a unos amigos escritores nos invitó a escucharle mientras el sol, sentado sobre su terraza en el Albaycín, encendía los muros de la Alhambra.

Javier Gilabert: En 2012, publicas ‘Las categorías de Kant no funcionan en la noche’, un libro, según tú mismo afirmas, escrito desde la incomodidad, con una “triste pero acogedora perturbación”. Casi una década después, ambas sensaciones continúan percibiéndose en los poemas de ‘Credo del ardor?’ ¿Es más fácil escribir poesía desde la incomodidad?

Julio César Jiménez: Aunque no deje de ser un tópico bastante manoseado, me siento cómodo, como decía antes, desde una general sensación de desasosiego -o acogedora perturbación-. Lo considero un respetable punto de partida, como también puede serlo igualmente otro mecanismo mental. Con materias provenientes de la felicidad y la paz solo soy capaz de vivir, y yo necesito algo más que eso. Mis últimos libros comparten esa misma plantilla emocional: albergan una profunda marca de inseguridad. Es más, cuando afirmo con rotundidad es porque en realidad no estoy seguro de nada.

¿Y qué decir de la tristeza? Quizá que se desprenda, como mero hecho objetivo, del constante mantenimiento del desasosiego. 

«El único límite de la literatura es el de la no-literatura (ese gran asunto de la doctrina), la falta de imaginación y la incoherencia»

F.J.: Hay dos poemarios tuyos que me gustan especialmente; están escritos de forma tan distinta que parecen dialogar entre ellos. ‘La sed adiestrada’ es un trabajo íntimo y reflexivo con vocación de libro elevado, mientras que ‘Las categorías de Kant no funcionan en la noche’ cuenta pequeñas historias importantes con un tono más desenfadado y divertido. ¿Cuantos estilos pueden caber en un poemario? ¿Buscas matices o enfoques distintos en cada una de tus obras, o el carácter de cada libro se construye a medida que lo vas escribiendo?

Julio César Jiménez: Cada uno de mis libros supone una especie de ensayo heurístico en el que compruebo, por decirlo de alguna manera, el rendimiento de la sacudida emocional sobre una estructura delicada. A este comportamiento, que puede resultar desmesurado o insuficiente, lo llamo sintonía, y tiene un regulador armónico: la fase de inercia, a la que hace referencia Eduardo García en su magnífico ensayo Escribir un poema. La gracia está, en mi opinión, en no pretender consolidar esa sintonía. Hacer lo contrario, es decir, circunscribirse a una única solución, paraliza al escritor.

Los textos los construyo con nociones que van en una misma dirección. Aunque mi manera nerviosa de escribir impide establecer armazones previos, la atracción de contenidos forma una textura común cuya percepción pretendo en quien me lea. También procuro romper la barrera entre palabra y signo, wort & zeichen (Lessing), y crear un artefacto de sensaciones, ininterrumpido -si conviene-, o entrecortado -si quiero mantener en suspenso cierto contenido-. De ahí mi huida actual, por ejemplo, de los signos de puntuación.

Aunque muy diferentes entre sí desde el punto de vista formal, tanto La sed adiestrada como Las categorías de Kant, comparten con el anterior Contra sanguinem (afortunadamente imposible de encontrar ya) el acercamiento a los bordes de lo extraño. Ahora ya ninguno me gusta, pero en su momento funcionaron bien como regulación de estilo. En Las categorías sí hay algunos poemas que siguen sin decepcionarme, pero siento que debo continuar deformando el texto. Soy un tipo muy errático. En fin, lo que quiero decir es que me parece muy importante mantener un alto nivel de exigencia, traducido en producir, al menos, frutos medianamente dignos. Por tanto, aquí no hay truco: únicamente trabajo duro e internamiento en lo desconocido.

¿Cuántos estilos pueden caber en un poemario? No sé, la verdad. Creo que cada uno debe hacer con el tejido formal lo que se le antoje o estime más satisfactorio; este es un universo muy complejo. El único límite de la literatura es el de la no-literatura (ese gran asunto de la doctrina), la falta de imaginación y la incoherencia. A partir de aquí podemos empezar a hablar. 

F.J.: En ‘Las categorías de Kant no funcionan de noche’, reconoces la influencia del escritor judío Isaac Bashevis Singer, Nobel de Literatura en 1978, defensor del vegetarianismo y de la lengua yiddish. ¿Qué otros autores han influido en tu obra?

Julio César Jiménez: Me encanta la narrativa de I. B. S., tan deslumbrante y clarividente. En general me fascinan los escritores puramente imaginativos y rupturistas, experimentales o que se adentran en zonas casi intransmisibles de la subjetividad; también los guiados por la estupefacción y la distorsión del sentido lineal del mensaje; los que hacen estallar al mismo lenguaje o irradian una potente intermitencia expresiva; los que transmiten un todo orgánico sacado del caos; los que no escriben si no tienen nada que escribir; los que cambian su mejor poema por un poco de felicidad y luego se arrepienten y lo hacen de nuevo; los que no escriben avalados por el rebaño; los que buscan misterio y sencillez en el mismo verso, compasión e irreverencia; los que sacan voluptuosidad del ascetismo, placer del dolor, inundación de la sequía. Toda esa clase de escritores me gustan.

Me han influido algunos poetas del siglo veinte como el argentino O. G., el peruano J. E. E., el también peruano C. V., el australiano J. F., el chileno V. H., el también chileno N. P., el ruso V. M., el madrileño J. J. D., el zamorano C. R., o el norteamericano R. C. Salvo excepción, como algunos de la generación del 36, no me gustan mucho los poetas españoles. Siento confesar que, personalmente, la poesía española publicada en Revista de Occidente me aportó menos que la escrita en, por ejemplo, Martín Fierro

“Actualmente hay un nivel de intelectuales y críticos literarios muy alto en este país“

J.G.: Durante un tiempo te dedicaste a la crítica literaria en prensa. Ahora, veinte años después y estando “del otro lado”, ¿cómo ves la evolución de la crítica? ¿Ayuda la inmediatez de las redes y la profusión de webs, blogs y revistas digitales, o se pierde precisión, profesionalidad?

Julio César Jiménez: Cuando escribía para un conocido periódico de la provincia, tenía diecinueve años, y a esa edad estaba muy lejos de saber lo que hacía. Lo que escribía no era crítica ni nada parecido. Me dedicaba a leer un libro a la semana y, si me gustaba, describía lo que me parecía sobresaliente de él, sin mayores pretensiones. También creía que esos textos que cada domingo salían en los quioscos podían ser leídos por amigos y conocidos, y eso me parecía divertido. La crítica seria, es decir, la de verdad, llevaba incorporados unos procedimientos muy diferentes que, pasados unos años, deseé conocer y finalmente me llevaron a cambiar la dirección de mi carrera universitaria. Años después, con más conocimiento y madurez lectora (solo lectora, aclaro), me sentí más preparado para manejar la perspectiva académica (que en realidad nunca usaría aunque me escaldasen con agua hirviendo). En cualquier caso, considero que llegar a ser filólogo no fue una mala idea. Hacia 1999, después de haber escrito un buen puñado de artículos pasables, lo dejé todo porque ya no me aportaba nada. Necesitaba otro camino que prescindiera de lazos y responsabilidades: un algo incómodo nacido de mi propia elección de estar solo. La clase de crítica que yo escribía era útil en la medida de permitirme entender la alienación de un universo incompatible con el nervio y el misterio. 

Dicho esto, creo que actualmente hay un nivel de intelectuales y críticos literarios muy alto en este país. Soy fan, por ejemplo, del santanderino A. S., el onubense F. H., el granadino J. C. A., el turolense E. V. o la almeriense C. C., pero hay muchos que ejercen esta profesión de manera brillante, y el medio digital -por el que también me preguntas- facilita mucho la divulgación de sus trabajos. Hace veinte años, un crítico literario no lo tenía fácil para difundir sus textos y llegar a todos los lectores, y estos tenían que comprar revistas especializadas, suplementos de ediciones periódicas o volúmenes académicos difíciles de encontrar. Pero afortunadamente para este colectivo, llegó el medio digital. La edición a coste cero y el potencial de las nuevas herramientas y aplicaciones (podcasts, revistas digitales, blogs, portales interactivos de instituciones culturales, páginas de redes sociales, bases de datos, bancos de archivos, etc.) forman un universo de, como bien dices, inmediatez y máxima divulgación, pues llega a cualquier parte del mundo. No le veo ningún inconveniente a este medio salvo el que pueda caer bajo una gestión ineficaz o perversa (aunque esto también ocurre en el medio convencional). Tampoco creo que pierda precisión, pues en muchos casos la información presentada online es paralela a la edición en papel. Me parece, en suma, un medio excepcional para renovar el oficio del crítico.

«Quiero transmitir algo íntimo e importante a ciertas personas. Y publicar es constatar esta transmisión»

J.G.: ¿Qué desea lograr Julio César Jiménez como escritor, y con qué disfruta como lector?

Julio César Jiménez: Soy un lector caótico. Lo mismo leo a Julio Camba que a Jenofonte, a Alejandra Pizarnik que a Rosalía de Castro, Maugham o Milton. Me gusta leer teorías raras de gente rara, escritores suicidas o poetas lunáticos. Me gustan los surrealistas y los discursivos, el formalismo ruso y la generación perdida, la poesía danesa y la chilena. Toda la que arranque del polvo y el nervio y segregue sustancias intemporales. 

Como escritor, no tengo especial interés en lograr una meta determinada, pero parándome ahora a pensarlo podría decir: quiero transmitir algo íntimo e importante a ciertas personas. Y publicar es constatar esta transmisión. Lo bueno que se desprenda de ello es ya secundario; agradable, sí, pero accesorio. Y subrayo esto porque soy un poeta de barrio sin pedigrí que no espera mucho de nadie. Provengo de un universo familiar muy alejado de la literatura y nunca nadie me regaló nada. Todo lo que tengo, que en realidad es irrisorio, lo he conseguido por mis propios medios, sin alianzas ni intercambios de poder, y espero que sea así siempre. Por ello, publicar es siempre una gratificación que nunca me espero. Ni mando manuscritos a editores ni suplico entrar en antologías de aquí y de allá. Jamás. Y no se trata de soberbia o falsa humildad, es un principio un poco estúpido del que no me desvío porque así fue siempre desde el principio y ya nunca he cambiado.

J.G.: ¿Adaptarse al canon o adaptar el canon a uno? 

Julio César Jiménez: No sigo ningún canon, si es que por ello entendemos conjunto de rasgos estéticos que caracterizan determinados periodos de tiempo, es decir, lo que viene llamándose movimiento literario. Mi manera de escribir representa una suma de todo lo que he leído y cierta economía expresiva. Tampoco escribo ciñéndome a corsés estróficos. Podría decirse que mi poesía actual es bastante ramplona, eso sí: condicionada por el misterio y el frenesí. Para mí, la vida es el canon, y con ella busco escribir algo que esté fuera del tiempo. Pero claro, eso es solo un deseo. 

«La vida es el canon, y con ella busco escribir algo que esté fuera del tiempo»

J.G.: Es patente en tu obra una constante búsqueda de la renovación poética. Viéndolo con retrospectiva, ¿Cómo describirías tu evolución a lo largo de estos años? ¿Sigue quedando aún margen para continuar renovándote?

Julio César Jiménez: La noción obra, que en mi caso es muy pequeña e irregular, comienza de nuevo cada día. Es como si, de manera forzada y ocupando el tiempo en otras actividades personales, perdiera capacidad de representación cognitiva (es decir, la llamada restricción fuerte del estado fenoménico), como el que intencionadamente borra una pizarra repleta de fórmulas matemáticas y se ve obligado a empezar de nuevo desde la nada, antes incluso de saber contar. Diría que esta reanudación con la mente en blanco es necesaria para crear de nuevo referencias inéditas, que modifica la anterior representación. Por ello creo que, si considero cierta la noción “mis textos evolucionan”, quizá se deba a una desconexión entre fenómeno e intencionalidad, o noúmeno y memoria, por decirlo de manera muy tosca. El poema y yo nacemos al mismo tiempo cada vez que me pongo a trabajar en él, aunque acumule semanas escribiéndolo. La nueva versión, si es que podemos llamarla así, se desliza sobre las previas con un margen de tolerancia; si es insignificante, estamos ante uno de estos dos supuestos tan atractivos como estériles que acaban de ocurrírseme: 1) el poema ha llegado a su fin; 2) me estoy aburriendo y agotando (y, por tanto, sería más conveniente dedicarme a otra cosa). Pero si el margen resulta considerable, estamos ante un texto que contiene dudas (y, por tanto, diferentes soluciones) que en mi caso es lo mejor que podría pasarme.

¿Hay margen de evolución? Pienso que sí, aunque tenemos casos de poetas muy importantes en los que esta evolución más bien ha representado, a los ojos del crítico y del lector, un retroceso. 

J.G.: Tu larga y variada trayectoria profesional te habrá permitido ser testigo de excepción de la vida cultural y literaria andaluza de las dos últimas décadas. Tal y como están las cosas y con esta recién estrenada –veremos cuánto dura- “nueva normalidad”, ¿Qué futuro tienen la cultura y la literatura de nuestra Comunidad?

Julio César Jiménez: Aún es pronto para valorarlo, pero me parece que en lo poco que llevamos de siglo estamos asistiendo a un brillante universo editorial colmado de eminentes aberraciones literarias y grandes obras de poetas desconocidos difíciles de encontrar. En Andalucía hay poetas con talento y también otros con más popularidad que calidad, pero hay que confiar en el lector del futuro. Si la nueva normalidad nos reserva un nuevo confinamiento de muchos meses, lejos de parecerme trágico me resultaría maravilloso (para el fin que nos ocupa, quiero decir), y terminaríamos con la crisis actual de la poesía, que progresa con las relaciones endogámicas del poder. Bajo ese panorama, habrá creadores que sean incapaces de evolucionar bajo un confinamiento, y otros a los que les ocurra lo contrario. 

J.G.: Llega el “momento Carta Blanca”. Cierra esta entre2vista como gustes.

Julio César Jiménez: No tengo mucho más que añadir. Sí dar gracias a la vida por no ponerme las cosas fáciles, que es un buen punto de partida y un gran generador de trabajo. Esta te pone a prueba cada día, y tú decides qué hacer: asumir o no los riesgos. Vida y literatura van en mí muy unidas, por ello me interesa, por orden de importancia: no hacerme mayor (a través de los espejismos y los presagios), creer en el nervio y el misterio como cimiento de lo intemporal, y quedar en alguien para siempre. 

A vosotros, amigos, os agradezco este gesto tan amable que me anima a seguir escribiendo, que es con lo que se disfruta de verdad.

POEMAS DE JULIO CÉSAR JIMÉNEZ

AMANTE DE PLAYA 

Me gusta enseñarlo todo
Mi boca sucia Mi lengua sin pelos 
La zona alta de mi baja moralidad 

Me gusta mostrar un pecho 
más inflado y brillante 
que los flotadores de los niños
mi carne del revés
como tesoro de plástico 
traído por el oleaje 

Me gusta enseñar mi alma de alfiler 
saliendo de la arena
Exponerla tirante y melancólica 
como un cartílago del sol 

Me gusto
    en fin 
a mí mismo
como una joya que no puede tocarse 
un fósforo indeciso 
una chispa lenta 

Pero llueve 

(De Credo del Ardor, 2019)

PORTERO DE NOCHE 

Hay un mundo real
y otro superpuesto
un contorno ordinario
un núcleo imaginal 

Hay formas que se distinguen
a simple vista
otras descuidando la inteligencia 

algunas demasiado sutiles
para ser comprendidas:
rebabas de diamante en la arruga 
(cansancios luminosos) 
luz oscura en el rayo seductor 
(tiernos atropellos)

Hay desiertos secretos
en la punta de la lengua 
paraísos en las ojeras 
de un portero nocturno 
tracción en la quietud 

Hay potencias pasivas 
y cuevas descapotables 
nubes enterradas 
y tesoros abandonados 
en la calle 
cielos triturados
en el camión de la basura 

Hay (dentro de una noche de trabajo)
mundos orgiásticos

Y dentro de ellos
una vida imposible 

(De Credo del ardor, 2019)

LICÁNTROPO JIMÉNEZ 

Disculpa mi tono insolente
mi ser grosero y bajo 

Disculpa que desnudo cruce el jardín
y entre en la caseta del perro
donde contemplo el universo
de las pelusas 
la voluntad de la carcoma 

Disculpa que huela a mujeres intensas 
del otro lado de la tapia
arañe el alma del felpudo
rompa los tiestos y tu corazón 
impecable 

Disculpa
en fin 
todo lo elevado que me hace vulgar 

A mí me habla la luna 
y orino sobre las flores 

(De Credo del ardor, 2019)

FUNERAL CON MOSCAS 

Una mosca recorre mis párpados 
Se detiene un instante 
y cruza mis ojos abiertos
Cristales sucios

Frotando sus patas 
piensa en quién sabe qué 
géiseres de hiel
sangre o caramelo 

Con su lengua de diamante
surca un universo concéntrico
donde la memoria se clava en el polvo 
y lo excita 

Trato de atraparla 
con mi mirada nueva 
de muerto maquillado
(por si en su vuelo tira de mí
y me arranca de cuajo 
hasta llevarme a un mundo pequeño
y apasionante) 
pero alguien la espanta 
y la manda a la frente de un niño 

Una mosca recorre mis párpados 

Es un caballo galopando 
sobre el borde de un volcán 

(De Credo del ardor, 2019)

STOP JUNTO A ROTONDA

A Juanpe

Desgarrado del sueño como un aborto /
fugado del crematorio / tosco y flexible 
como el vidrio ardiente (plátano o colmillo /
corazón o higo) 
ruedo / (me parece) / junto a ortigas & hortensias
y formo con ellas una pasta azul-alucinógena 
en la que hundo mi pensamiento exhibido 
hacia dentro-abajo (+ mi relleno de serpiente: 
esa hamburguesa de las 20:00h) 

y siento que soy pulverizado junto al cieno & las ramas 
& otras especies atornilladas al suelo 
hasta que cruje mi eje lento 
guardado por tramos en el aire

y ruedo / (me parece) / junto a mimosas & estramonio
con los que formo una niebla amarilla-exotérica / (creo)
en la que hundo las almas de los motores muertos

(Inédito, 2020)

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Javier Gilabert / Fernando Jaén
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