Granada, territorio para la poesía
En 1526, Andrea Navagiero, embajador de la República de Venecia ante la corte de Carlos V, conoce en Granada al poeta Juan Boscán con quien cuentan las crónicas que inicia una conversación en los jardines del Generalife acerca de la poesía italiana y sus formas métricas.
Navagiero recomienda y ruega a Boscán adaptar el endecasílabo italiano a la poesía española junto con estructuras estróficas como el soneto y es Boscán quien da cuenta de ello a Garcilaso de la Vega o a Diego Hurtado de Mendoza y firma un manifiesto en pos de una nueva estética italianizante en el Renacimiento español que domina siglos de poesía.
Paseo por una Granada solitaria un miércoles de un abril dudoso. Tarda en romper la primavera y esta Granada llena de estudiantes, ávida de un mundo nuevo y antiguo, duerme temprano entre semana. Las calles vacías resultan un privilegio al caminante que deambula como una presencia fantasmagórica entre las calles aledañas a la catedral y los callejones que de día se llena de bazares trayendo a la memoria el pasado andalusí.
Hay circunstancias que se conectan en el tiempo. Me resisto a pensar en la casualidad del encuentro de Navagiero con Boscán en el Generalife. Era el reino de Granada un lugar plácido para la poesía que en aquella época alumbró el nacimiento del zéjel o la moaxaja y en la que poetas como Ibn Nagrella o Al Mutamid regaban con sus versos el esplendor cultural de Al Andalus. También es origen de las primeras voces femeninas de la poesía. Las yâriya o esclavas cantoras animaban con versos y poemas improvisados en veladas literarias y de recreo.
Su arte no dejaba de ser un oficio de esclavitud, empleadas como entretenedoras eran educadas para satisfacer también sexualmente a sus señores. La historia de la mujer está llena de dolor en cualquier ámbito, también en la poesía.
Dicen unos versos Al-Ballishiyya: tiene mi amado la mejilla / como una rosa sobre blanco por lo bella. / Cuando está entre la gente es irritable, / conmigo a solas es amable. / Ay, ¿cuándo hará justicia al oprimido? / Ese tirano es quien me juzga.
Navagiero y Boscán siguen llegando a mi cabeza, la imposibilidad azarosa del encuentro y visualizo muchos siglos después de Álvaro Salvador, Javier Egea y Luis García Montero perfilando el manifiesto de La otra sentimentalidad que dio origen a la llamada Generación de la Experiencia y que desde principios de los 80 ha predominado en la estética de la poesía española. Pienso sobre todo en Javier Egea recorriendo la ciudad y los bares, su alma atormentada que se busca en la poesía a propósito de un porqué.
Hay cuatro siglos de distancia entre el manifiesto de Boscán y el de La otra sentimentalidad, pero esta ciudad alumbra generaciones, “me mira con tus ojos”, dice García Montero, y yo me resisto a pensar en las casualidades. En todo origen poético esta ciudad halla su causa. En las canciones que cantan desde una guitarra tres gitanos desde el mirador de San Nicolás, en sus ríos enterrados, en los buscadores de oro de los márgenes del Darro. Si en otros lugares la poesía sale a la calle en Granada la poesía está en la calle, nada ha cambiado en ella sino el tiempo.
De la moaxaja al soneto y del soneto al verso libre esta ciudad es un poema, un regalo nocturno para el caminante solitario. El poema definitivo que nunca deja de escribirse.
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