¡Vivan los libros!
Sobre la mesa tengo la última obra de Leonardo Padura; el hermoso texto de Dorit Rabiyan, «Borderlife» (excluido por el Ministerio de Educación de los libros recomendados, en su momento, en Israel y que provocó que casi todas las librerías, como reacción, lo exhibieran en sus escaparates); el recién publicado de Reyes Mate, «El tiempo, tribunal de la historia» y los sugerentes cuentos de Reina Roffé, «Aves Exóticas» (un elenco de relatos sobre mujeres raras en palabras de su autora).
En cualquier momento estos libros pueden ser pasto de la ira de los fanáticos (de todas las tribus, que cada una tiene su propio Savonarola). Tengo que leerlos antes que eso ocurra. ¡Feliz día del libro!
Desde el origen de la Humanidad hemos dejado señales escritas. Hemos escrito sobre piedra, sobre láminas de bambú, sobre tablas de arcilla, sobre papiro, sobre seda, sobre pergamino, sobre papel… La escritura, junto con la transmisión oral, es el lugar de la memoria.
El afán por destruir los libros y las bibliotecas ha sido ejercido por jueces, letrados e iletrados, ricos y pobres, sacerdotes de todos los dioses, políticos y poderosos. Paralelamente al deseo de conocer ha ido creciendo el odio total a un objeto singular, el libro. Desde el origen de la Humanidad se han saqueado las bibliotecas y se han quemado los libros. Así la voluntad de destruir los libros ha sido una forma de actuar como si estos nunca hubieran existido. Este impulso humano, voluntario, por destruir lo que está escrito recibe un nombre: biblioclastia.
Umberto Eco quiso establecer tres formas de “biblioclastia”: la que nace del abandono, la incuria y la carencia de medios para mantener los libros y las bibliotecas; la que tiene su origen en la rapiña y el interés y destroza los libros y las bibliotecas para multiplicar las ventas y los beneficios; y, por último, la que tiene su origen en el fanatismo que no soporta la existencia de un pasado, que niega un futuro que no puede diseñar y que sospecha de un presente que no puede controlar. Esta forma de biblioclastia siempre ha sido el anticipo de un horror mayor. La quema de libros augura otras hogueras. Lo escribió Heinrich Heine en 1817: “Sólo fue el preludio, allí donde se queman libros, se termina quemando personas”.
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