Jorge Villalobos: “Escribir poesía es un deporte de riesgo”
Entrevista realizada a dos voces por Javier Gilabert y Fernando Jaén.
Jorge Villalobos Portalés (Marbella, 1995). Estudia Derecho en la Universidad de Málaga. En 2013 ganó el II Premio Cero de Poesía Joven con la plaquette ‘Mi voz, que te reclama’ (2014). En 2015 obtuvo el Premio de Poesía de la Universidad de Málaga. También se ha hecho con el Premio de Poesía UCOpoética. ‘La ceniza de tu nombre’ (Valparaíso, 2017) es su primer libro publicado, con el que ha obtenido el Premio Andaluz de la Crítica (a la Ópera Prima) y con ‘El desgarro’, aún inédito acaba de ganar el prestigioso premio Hiperión de poesía. Sin embargo, para esta joven promesa de la poesía andaluza, “los premios, al final, son circunstanciales […] pero jamás constituyen la meta, que para mí no es otra cosa que escribir algo que valga la pena”.
Javier Gilabert: Para empezar, tu impresionante currículo te precede, pero ¿quién es en realidad Jorge Villalobos?
Jorge Villalobos: Bueno, no me quejo, pero tampoco es mucho. Los hay mejores. Además, lo importante, creo, es la obra. Y quién es en realidad Jorge ni yo lo sé del todo. Ojalá. Decía Rimbaud que yo es el otro, pero ¿qué otro?, ¿sólo los demás? También es “otro” el Jorge de niño o el adolescente y, si nos sentáramos a charlar, ninguno creeríamos ser la misma persona. Soy un universitario al que le cuesta serlo, que desayuna leyendo, mi mochila la componen un ordenador y muchos libros, a veces de la carrera. Soy una persona difícil, sociable pero inseguro; también un trozo de pan, bonachón, y con un muy raro sentido del humor, pero me encanta el humor, las risas; en esta vida, ya lo dijo Michi Panero, se puede ser de todo menos un pelmazo. Esta pregunta es para contestarla con unas cervezas de por medio.
JG: En tu historial literario la palabra que más se repite es “Premio”. ¿Cómo llevas el vértigo que debe de producir encadenar uno con otro? ¿En qué medida crees que influirán en tu carrera literaria?
Jorge Villalobos: Mejor sería decir, aunque no aparezca en el historial, que las palabras que más se repiten son “fracaso” y “constancia”. No he dejado de presentarme a muchos, muchísimos premios y perderlos, uno tras otro, decenas. Grandes, medianos, pequeños, de todo tipo. Y eso ha influido en mí más que los ganados, porque desgasta una brutalidad. Te quitan las ganas y la seguridad en ti mismo. Mi pareja y mis amigos de confianza lo saben, me han visto en la mierda muchas veces, derrumbarme, pero incluso habiendo pasado por momentos de fuerte depresión fuertes no me he rendido nunca, y ha sido gracias a ellos, siempre han estado ahí. Ganar dos de golpe produce vértigo, satisfacción, la sensación de que se ha hecho justicia, no sé con qué ni con quién. También me provoca un sentimiento de agradecimiento. Los premios, al final, son circunstanciales, cosas que suceden en el camino, pero jamás constituyen la meta, que para mí no es otra cosa que escribir algo que valga la pena, con o sin premios.
Fernando Jaén: Los galardones obtenidos te sitúan en un panorama nacional y más amplio que antes de ellos. Por así decirlo, ahora estás más expuesto al público. ¿Cambiará esta nueva situación, de alguna manera, tu forma de escribir?
Jorge Villalobos: No lo sé; solo espero que, si lo hace, sea siempre para mejor. Eso sí, tengo unas ganas inmensas de conocer a más poetas jóvenes de todos lados, ir a micros, presentaciones, que nos conozcamos sin motivo alguno, por cualquier cosa, o por causa del premio, y echar unas cervezas, hablar. Me encanta conocer a poetas o a personas que les apasione o guste la poesía. Es mi vida y siempre me ha fascinado dar con alguien que comparta, al menos un poco, esta sensibilidad, no sé por qué; me parece una suerte de prodigio poder conectar en este aspecto con otra persona. Sé que suena algo inocente, pero es un poco lo que expresa el poema ‘A un poeta futuro’, de Luis Cernuda; si Jaime Gil de Biedma decía que las lecturas nos cambian y nos marcan, que no podía amar del mismo modo si no lo hacía como había leído a tal o cual poeta. A mí me pasó con Cernuda. Tras ese poema, no vi la figura del poeta igual, de la persona que escribe. Desde la lectura de ese poema, si conozco a alguien que escribe o le gusta la poesía, intuyo en él o en ella un mundo desconocido y cómplice, un mundo que se complementa con el mío en cierto modo. De ahí que a la mayoría de mis amigos nos una la poesía de una u otra manera. Así que, cuando quieras unas cervezas, estaré encantado de compartirlas contigo.
JG: Hay muchos jóvenes poetas que se mirarán a partir de ahora en ti a la hora de escribir y de crecer en lo literario. ¿Qué les dirías? ¿Les recomiendas que sigan tu ejemplo en lo que respecta a la formación? Nos referimos, claro está, a tu paso por UCOpoética.
Jorge Villalobos: No creo que se fijen en mí, y menos todavía para escribir; al menos espero que me lean, que no es poco. Y les diría, como decía García Baena siempre, “leed, leed, leed”. De todo y, sobre todo, lo que no te gusta; se aprende una barbaridad. ¿Qué importan las etiquetas? Porque ese es un problema que siempre señalo, falta permeabilidad, los poetas jóvenes se leen por cuadrillas. Hay que leer sin prejuicios. UCOpoética, en ese aspecto, es fundamental. Javier Fernández es brutal, un crack, alguien que te rompe todos los prejuicios y te enseña el sentido de la autocrítica, imprescindible para escribir bien. Eso sí les recomiendo, que luchen por ir a UCOpoética o a un taller suyo. Los dos últimos premios Hiperión nacieron en UCOpoética, valga el dato. Van diez o más premios ya entre los “ucopoéticos”, los finalistas de las cinco ediciones de este taller, que no existiría de no ser por Javier y Fernando. También les recomiendo algo que me repite siempre José Infante: ser fiel a ti mismo, honesto, humilde.
FJ: La poesía es un territorio arriesgado y complejo, pero tremendamente libre. Explorarlo y hacerse un hueco es difícil y tú en poco tiempo has obtenido varios premios prestigiosos, incluido el andaluz de la crítica a una ópera prima por ‘Las cenizas de tu nombre’ y el reciente premio Hiperión por ‘El desgarro’, ¿Cuál ha sido tu brújula para llegar a escribir estos magníficos poemarios?
Jorge Villalobos: Primero de todo, gracias por lo de “magníficos”. En mi opinión están bien, son honestos más que nada, estoy muy orgulloso de ambos. Y mi clave es el trabajo duro, serio, con muchísimas lecturas de fondo y, en concreto, conocer, preguntar y escuchar con muchísima atención lo que me decían mis referentes: José Infante, Pablo García Baena, Javier Fernández… Me han sabido aconsejar muy bien. También está la autocrítica; me exijo muchísimo. Tengo guardados en un cajón cinco libros más y podría haber publicado antes o en más ocasiones, pero me exijo; si además incluimos los poemas sueltos, calcula al menos otros tres. Escribo mucho, publico poco. José Infante suele decirme que escribo de forma obsesiva.
JG: ¿Cómo es en este momento tu proceso de creación? ¿En qué crees que ha cambiado en estos últimos cinco años?
Jorge Villalobos: En cinco años ha cambiado totalmente, he mejorado de una forma que jamás habría imaginado. Lo duro que fueron para mí los primeros años de escritura en ese 2009-2012… En serio, si pudiera volver allí, iría para darme un abrazo y decirme “tranquilo, todo va a ir bien”, no sólo por la poesía, también por otras razones, claro. Ahora escribo con mucha más soltura, oficio, verdad, además de que mi imaginario y mis formas son actualmente mucho más amplios y ricos. Mi voz poética es muy ecléctica. En cada libro intento ser diferente en fondo y forma. Estoy muy orgulloso, porque estoy donde quería estar cuando empecé a escribir, sin conformarme ni mucho menos. Creo que he conseguido encontrar una voz propia, ecléctica, madura.
FJ: Exploras la infancia con una delicada mirada, sin esconder las aristas de los recuerdos. ¿Es tu infancia una provincia cercana y habitable aún para ti?
Jorge Villalobos: No sólo la infancia, también la adolescencia. Mi poesía recorre desde los seis años —cuando mi madre empezó a sufrir el cáncer y nos mudamos de casa— hasta el año pasado, con veintidós. ‘La ceniza de tu nombre’ se centra en lo entrañable del recuerdo, un diálogo con la memoria hasta los quince y el leitmotiv es el día del cumpleaños, 10 de junio, donde ese diálogo de ausencias/presencias viene a resumirse en un verso “y aún me quieres, y esto es suficiente”. Por otro lado, ‘El desgarro’, es la otra cara, el dolor, y toca temas que no lo hace ‘La ceniza de tu nombre’ —también a la inversa—, toca, por ejemplo, el Guillain Barré que me marcó de por vida, el Alzheimer, la frustración y refleja una lucha interna, un Jorge adulto que camina con los zapatos de un niño de seis años, uno de los varios temas centrales, es decir, un hombre que camina no con, sino sobre su pasado, intenta aferrarse al antes de todo. ‘El desgarro’ es un conflicto de quince años que se agrava cada vez más porque los avatares de la vida no dejan de enredar y complicar la pérdida, el dolor, hasta que llega el ultimátum y, bueno, no voy a destripar el libro tampoco.
FJ: Otro tema que te identifica es el dolor. ¿Consideras el dolor, la ausencia, experiencias que marcan el carácter del poeta? ¿Puede el dolor enseñar, redimir?
Jorge Villalobos: Sí, es otro tema, y por supuesto que marcan el carácter de quien escribe. Considero el dolor un lenguaje universal, que nos humaniza, ya sea un dolor más metafísico, a veces religioso, espiritual, o un dolor civil, personal, social. Hay muchos tipos de dolor, pero todos son un idioma que cualquier persona entiende. Por eso, me considero un poeta del dolor, no dolorido ni doloroso de leer, pero soy poeta del dolor, que no incluye ser propio, también el ajeno, ni tampoco incluye ser triste, también está el dolor de ser feliz, porque se feliz duele también. Lo importante para mí es que quien abra un libro mío, después de leerlo, lo cierre y no sea la misma persona. Los libros que te cambian son los que valen la pena.
JG: Son ya tres los poemarios que tienes publicados o a punto de publicar. ¿Con qué te quedas de cada uno?
Jorge Villalobos: Todo, me quedo con todo, lo bueno y lo malo. La experiencia de que se publique un libro es increíble, cada vez parece la primera. No podría quedarme con algo, debe ser todo. En especial, con los nombres. José Infante el primero; es un segundo padre para mí; la de veces que consiguió ayudarme en mis depresiones, cuánto me ha ayudado a crecer, no sólo como poeta, sino también como persona. Ten en cuenta que me conoce desde hace cinco, casi seis años ya, desde que tenía diecisiete. También está Álvaro Galán Castro. Lo conocí como poeta, me maravilló. Luego, como persona, me pareció un ser curioso; ahora es un hermano más de esa familia que se elige. Y en ella incluyo a Daniel Díaz Godoy, quien va a ilustrar el libro del Hiperión, y Auxi González, la mejor amiga que tengo. Y cómo no, a Javier Bozalongo, quien dio vida a ‘La ceniza de tu nombre’ en la edición de Valparaíso. Me siento muy, muy orgulloso de ese libro, es crucial en mi vida y en mi carrera; sin ese libro tampoco existiría ‘El desgarro’. Casi podría afirmar que ambos son parte de, tal vez, una trilogía.
FJ: La poesía joven andaluza está en niveles muy altos. ¿Crees que se está una generación de poetas andaluces jóvenes que tienen mucho que decir y que reivindicar? ¿Es Andalucía un buen lugar para hacer poesía?
Jorge Villalobos: Pues sí. No solo lo creo, lo afirmo. Sin ir más lejos, Juan Domingo y yo coordinamos una antología que va a salir en Esdrújula Ediciones con el nombre ‘Algo se ha movido’ y que recoge escritos de veinticinco poetas andaluces. Te aseguro que, a pesar de esa cifra, se nos han quedado voces fuera muy potentes; hicimos una lista y, ahora mismo, hay en nuestra Comunidad al menos cuarenta y cinco, cincuenta nombres de poetas menores de 35 años fundamentales en el panorama nacional joven. Es brutal. Llegó un punto en que no sabíamos qué hacer, era imposible llegar a consenso, y eso que la lista la realizamos llamando a poetas consagrados por cada provincia. Ten en cuenta que los dos únicos premios Nobel de poesía de España son andaluces; a las pruebas me remito, pues. Luego está Madrid, Cataluña, otras zonas de la periferia o del interior, pero lo de Andalucía es una máquina de producir poetas de primera línea, no sé si me explico.
JG: En alguna ocasión hemos hablado del “tándem Jorge Villalobos-Juan Domingo Aguilar”. ¿Qué puedes contarnos sobre él? ¿Qué te aporta en lo personal y en lo poético?
Jorge Villalobos: Pues surgió gracias a UCOpoética. Ambos quedamos finalistas y resulta que un amigo de la infancia, Braulio —asimismo finalista del último UCOpoética, qué cosas—, me comentó que un amigo suyo (Juando) lo era también; entonces, dada la casualidad de que antes de ir a Córdoba tenía que viajar a Granada para presentar La ceniza de tu nombre y participar en la Feria del Libro, hicimos lo posible por conocernos en persona. El resumen es que acabamos comiendo una pizza a las tantas de la madrugada y como si fuéramos amigos de toda la vida. Luego, coincidimos una semana en Córdoba y en el mismo hotel; allí nos hicimos inseparables. Pero esto fue sólo el punto de partida. En lo personal, encontré un amigo, un hermano; en lo poético, es el primero en leer mis poemas y corregirlos. Ha corregido ‘El desgarro’ entero, poema por poema, en todas sus versiones. Y otro tanto ha hecho con todos mis poemas inéditos. Yo hago otro tanto con sus libros. Y en ambos campos somos consejeros, hogar, amigos. Existen otros tándems, como el formado por Pablo García Casado y Javier Fernández, o el de Pablo García Baena y José Infante, que son para nosotros ejemplo a seguir. Además, la cosa no se limita dos; son más amigos los que formamos esas coaliciones, pues con Dani Díaz Godoy y Álvaro Galán Castro pasa igual, nos leemos, nos corregimos, nos aconsejamos. Y Carlos Allende lo es a su vez con Juando Aguilar, por ejemplo. Al final, somos una piña, porque en grupo, en amistad, todos crecemos, nos hacemos crecer. Esto es lo mejor que vivo de la poesía.
FJ: La poesía de vuestra generación no oculta sus conocimientos en los nuevos medios de comunicación. ¿Qué opinas de la cultura de lo efímero que a veces proponen las redes sociales? ¿Te apoyas en ellas?
Jorge Villalobos: En algunas cosas me interesa mucho y, en otras, no. Sobre todo, como medio de difusión y conexión entre personas que, de no ser a través de las redes sociales, sería inviable. Eso me parece un prodigio. Gracias a las redes sociales tenemos un panorama de poesía joven tan ecléctico y rico, entre otros factores. Pero, por otro lado, creo humildemente, lo efímero de las redes sociales a veces actúa como la granja intensiva del programa de Jordi Évole, mata la lentitud de la literatura, te obliga a publicar algo, frases, poemas, fragmentos, vídeos recitando y demás, todo el tiempo. Eso, en poesía, es inviable o, al menos, insano, asfixiante, a pesar de que se trate de cosas que ya están escritas. ¿Por qué? Por dos motivos: la depuración, en primer lugar, que debe con llevar el proceso creativo y la construcción de un libro o poema. ¡Incluso tu identidad frente al mundo como escritor!; de otro lado, el ya mencionado, la lentitud, tan necesaria para la autocrítica y para el crecimiento poético con el que se va forjando una voz propia. Lo que escribes y tu obra son dos cosas diferentes, porque escribes cosas buenas, malas a veces por el mero hecho de experimentar y trabajar; luego está la obra, que es la depuración de todo eso, en la que debe quedar lo mejor de ti. O las notas, diarios donde reflexionas sobre lo que has escrito, para autoconocer tu propio texto. Esa otra producción es vital, pero no obra, la obra, al final, que no es otra cosa que el poema o el libro. Con las redes, este proceso se rompe. Obra y escrito se confunden y no puedes forjar una voz de forma natural o propia (por eso los poetas de las redes sociales suenan tan parecidos) ni concentrar tu voz en lo mejor. Luego la lentitud, que exige permanencia en el tiempo, choca con la inmediatez y con lo efímero; lo que has escrito hoy, ya está obsoleto. Y hay, a mi entender, otra cuestión fundamental: las horas de dedicación. Se dedican muchas más horas al día a las redes que a escribir y leer. Se trata de un tiempo que no se invierte en mejorar. Piensa en ello. Como poco y estimando a la baja, al final son unas catorce horas a la semana. Soy contundente, sí, pero hay que ir con lo evidente por delante. Si en un deporte te quitas catorce horas de entreno a la semana, no esperes luego obtener los mismos resultado que quien sí le ha dedicado ese tiempo. Es una obviedad. Y escribir poesía es un deporte de riesgo. Falta tiempo para que se llegue a un punto medio (hoy en día estamos en un extremo) donde redes sociales y poesía vayan de la mano. Albergo la esperanza de que entre todos encontraremos ese punto medio. Yo me apoyo en su papel de difusión y promoción y, sobre todo, la posibilidad que me ofrecen para mantener de contacto con otras personas. Me siguen pocos, publico poco, pero digiero de una forma saludable esa alianza entre poesía y medios virtuales. Y tener más seguidores no implica ser mejor escritor; en tal caso, la mejor biógrafa del país sería Belén Esteban y, me vais a perdonar, lo dudo bastante. Creo que se entiende la idea. Debemos ser críticos y, ante todo, honestos. Partiendo de los defectos (todo en esta vida los tiene) es como se puede corregir y avanzar. Por lo tanto, la concibo como una alianza necesaria e inevitable.
FJ: En unos tiempos complejos, con tantos frentes abiertos, ¿cuál consideras que es el papel de la poesía social dentro de tu obra?
Jorge Villalobos: Jesús Montiel, un poeta muy lúcido, dijo algo así como que escribir es la mejor forma de revolución hoy por hoy. Hay que ir a las manifestaciones, pero escribir es la mejor pancarta. Da igual cómo sea tu poesía; es revolucionaria por el simple hecho de existir. Hoy más que nunca, la poesía es fundamental. Siempre lo ha sido, pero ahora lo es más aún. La contundencia que contiene una verdad en un verso, eso es imparable. Dicen unos versos de Miguel Hernández, en su poema ‘Antes del odio’: “No hay cárcel para el hombre,/no podrán atarme, no,/ este mundo de cadenas/ me es pequeño y exterior,/ ¿quién encierra una sonrisa?,/ ¿quién amuralla una voz?”; me sé muchos poemas de memoria de muchos autores. Estos versos de Hernández, en especial, me los repito toda la semana, hacen que no tenga miedo a manifestarme ni protestar, me ayudan a ser valiente. Imagina si con estos u otros versos un país entero, una sociedad entera, se sintiese así y saliera a la calle. Por esa razón el poder ha relegado siempre que ha podido a la poesía. Y no sólo a la poesía social, o civil, que no se enseña; tal es el caso, por ejemplo, del romanticismo feminista de Carolina Coronado, poeta del siglo XIX. ¿Por qué no se les enseña a los alumnos al llegar al Romanticismo español, por ejemplo, su poema “A Lidia” -debería ser lectura obligatoria-? Porque no interesa que encuentren en la poesía esa libertad humana, indomable, inalienable. Ese es el papel que a mi entender desempeña la poesía social o civil. Aunque no se haya publicado, o apenas, tengo poesía civil, que no panfletaria, ¿eh?
JG: Solemos acabar Entre2vistas con el “momento carta blanca”. Ciérrala como te apetezca.
Jorge Villalobos: Esta es la pregunta más difícil, creo. Como me apetezca… Lo primero que se me ocurre es que no me apetece terminar la entrevista, porque he disfrutado mucho con las preguntas y me gustaría que siguiese; os agradezco que os hayáis interesado por mí. Lo segundo, creo humildemente que los poetas podemos escribir por muchos motivos, pero, si publicamos, lo hacemos por uno en especial: compartir, ser leídos. Querría terminar diciendo que me interesa, muchísimo, saber qué piensan los lectores de lo que escribo y digo; es más, les animo a que contacten conmigo si les apetece y a que me lo digan, como entre amigos. Estaré encantado de hacerlo. Es fácil encontrarme por las redes. Si les gusta o no, si están o no de acuerdo, cualquier cosa. Esto, al menos a mí, es lo que me hace sentir menos aislado en la escritura, ese intercambio cómplice; si ya es con unas cervezas de por medio, mejor que mejor, claro. Para finalizar, quiero dejar constancia de que ‘La ceniza de tu nombre’ y ‘El desgarro’ se han escrito desde la más absoluta humildad y con toda la honestidad con que he sido capaz. Que le den un voto de confianza. He procurado ser lo más sincero y trabajador que he podido con cada palabra, y ambos han sido muy difíciles, muy duros de escribir. Me gustaría pensar que han servido para algo más que para mis propios fines; así lo manifestó el jurado del Hiperión al destacar en éste último, “la empatía y la solidaridad con las víctimas del sufrimiento”. Lo dejo por escrito en unos versos de ‘El desgarro’: “Escribo para que entiendas que no estás solo. Siéntate. En este hogar eres siempre bienvenido”.
El poeta
Sólo te asombra el mundo de tu espíritu,
los demás mundos te aburren. Te aburre
ese aliento común, esa garganta
bien sentada en el sillón de un silencio.
Respirar no significa estar vivo.
Y qué bello es morir sobre algún verso
como quien se derrumba en el amor:
dame en el centro, es donde soy más libre.
Escribes la inmensidad de tu sombra
para entender la luz que te edifica.
Nunca un verso hablará igual que unos ojos.
Y miras mendigar esa palabra
mal escrita que es tu vida, y la ignoras.
Siempre queda el consuelo de escribir
grandes obras para grandes olvidos,
y el horizonte indomable de tu alma.
Sólo esto importa, este es tu gran poema.
VI
Ese niño de seis años jugando con su madre en el mar, sobre una tabla, ese niño de seis años que se divierte cuando su padre lo alza al aire, sabiendo que pedirá otra vez el mismo chapuzón. Ese niño de seis años llamará al abuelo que no quita ojo al nieto bajo sus gafas de sol, a su mayor orgullo, y traerá la fruta para el sofoco, le contará sus historias de jugador de fútbol, sus regates, porque sabe que ese nieto, su ojito derecho, ve un héroe tras cada anécdota. Y la abuela avisará para comer. La tía seguirá con él porque es un hijo para ella. Ese helado de chocolate que le regala, ese volver al agua un poco más, ese abrazo porque no hace pie, son su maternidad. Paseo estas playas con la huella de ese niño de seis años porque esta espuma contra mis tobillos me recuerda que, ahora, mi abuela va en silla de ruedas, que el Alzheimer de mi abuelo hizo olvidar aquellas historias, que me recoloco sus gafas de sol. Si quienes miran supieran esto no verían un joven que se adentra en el agua, verían un hijo nadando el vacío de su madre, sin tabla que agarrar.
(‘El desgarro’, Ed. Hiperión, 2018)
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