Los cinco mil novelistas andaluces (II)
¿Sobre qué escriben ahora los cinco mil novelistas andaluces[1], esos que paraban en Oliver y que citaba Manuel Vázquez Montalbán en el Madrid de «Asesinato en el Comité Central» (1982)? ¿Sobre qué escriben nuestras mejores escritoras, esas que publican en grandes editoriales y son traducidas a otros idiomas? ¿Escriben de la navidad con nieve? ¿De tabernas y baches con cerveza de jengibre? ¿De institutos estadounidenses en Lebrija ¿No suelen cumplir rigurosamente con todos los requisitos en tópicos llamados «universales» que tanto gustan en el Centro para ser aclamados, reseñados, premiados y piropeados (para existir)? ¿No?
¿En qué momento fue moderno y «adelantado», interesante o lucrativo rechazar narrar desde «lo tuyo», o «lo nuestro», o «lo propio» (cuando aún palpita en las calles, en el lenguaje) un signo de modernidad, de liberación de las trabas, de contemporaneidad, de presencia en el mercado literario?
¿Fue cuando Pasolini escribió su, ahora olvidado, artículo de las Luciérnagas[2]? ¿Fue cuando nos contaron el cuento de que «lo nuestro» no valía por «costumbrista», poco moderno o cutre? ¿Fue cuando la modernidad disimuló o rechazó «lo andaluz» escondiéndolo tras los fasos mitos románticos? ¿O fue cuando los mismos que imitaban el acento de «Narcos» criticaron la dicción andaluza en la serie «La Peste«?¿Fue cuando disimulamos nuestro acento en el Foro o cuando lo usamos para buscarnos la vida y caer bien? ¿Fue cuando nos pidieron que contáramos un chiste en un viaje a Madrid cuando se enteraron de que éramos de Cádiz? ¿Fue cuando nos dijeron que éramos barrocos o que no entendían qué significaba «bastinazo»?
—O Puertatierra.
Claro. Es que narrar desde el locus enuntiationis andaluz supone complicarse la vida. Tela. Empiezan a aparecer problemas de sopetón: el lenguaje, las hablas andaluzas, la romantización y el esencialismo de lo «andaluz», lo identitario y los estereotipos.
—Madre mía, qué berenjenal.
Los cinco mil novelistas andaluces —los porejitos— deben evitar colocarse en las alargadas sombras de la sublimación de Andalucía, esas trolas románticas que llegaron hasta Toy Story 3 y la andalucización tópica de Buzz Lightyear. Deben huir de la etnologización estética, del regionalismo de la podredumbre y el orgullo, del andalucismo en teoría, del nacionalismo cultural y el de «catetos de entrada, no».
Deben evitar eso que decía el verso clásico: en el más ínfimo escalón de su estrecha jerarquía[3]. Deben sortear el inventario de modelos que el Centro tiene para ser andaluz y además ser narrador desde la periferia andaluza. ¿Enumero?: El gracioso, el pícaro, el flojo, la Carmen, La Lola, la flamenca, la folclórica, el poeta andaluz, el torero, el banderillero, el picador, el repeinao machote y, en el fondo, tieso, el gracioso de Gran Hermano, el mariquita (los de Cádiz), el repeinao y capillita (sevillanos), el indie de Granada, el gitano de Almería, el señorito de Jerez, las sirvientas, y las limpiadoras de Médico de familia.
Deben cuestionarse esa suerte de huida desde la «izquierda» de los imaginarios propios (a veces categorizados como «las cosas nuestras») por ser identitarios, con tufo a nacionalismo barato, por ser un esencialismo poco científico, por ser algo no manejable teóricamente, por ser algo místico y folclórico, complejo y farragoso. Esos imaginarios populares que acaban siendo manejados y gestionados por aquellos que no quieren quitar una coma de esos «valores», dejarlos ahí, congelados, intocables.
Deben soportar que no existan críticos que comprendan el discurso narrativo que se ha venido a llamar «metío en manteca». Debe sufrir en soledad entre zombis que alegan como excusa para no atenderlas, ni leerlas, ni reseñarlas, que «no entienden de carnaval» o no «saben de flamenco».
¿Por qué hay que recontextualizar o meter en manteca las historias que narramos, ya sea en Adra o Valverde del Camino, en La Línea o Guadalcanal? Porque obliga a las novelistas a algo tan difuso y tan en disputa como es «el andalucismo». Porque tiene que plantearse el llevar el habla de su vecina al papel. ¿Por capricho identitario?
—No.
¿Será la labor de los cinco mil novelistas que escriben de y desde Andalucía desvelar las historias que muestren las heridas de cuarenta años de ERES, de cortijismo, de clientelismo, de ese Bertín Osborne que lleva dentro el angango, el cani, el maolo, de esa Pantoja que esponja dentro de las maris de la Caleta, por poner un ejemplito?
—No tiene por qué, ¿no? Un momento. ¿Hacer Narrativa Andaluza? Pero, eso de «Narrativa andaluza» ¿no fue un invento de los críticos del postfranquismo? ¿No fue una operación comercial de una empresa editorial? ¿Es la Cultura Andaluza un invento según decía un crítico ultracrítico?[4]
Novelistas, cecead.
La andaluza es una cultura oral, de lenguaje vivo en la calle. ¿Por qué? Por las horas de sol, ¿no? Somos una cultura de gente que habla mucho, que crea formas, inventa, trastoca, que dice mucho en muy pocas palabras, acorta, regala metáforas, que es capaz de comprimir en un sola palabra tres negaciones que son la afirmación más potente que el soso «sí» o aquel «de entrada, si».
—No ni ná.
Creamos palabras, motes, giros, admiramos a los creadores de lenguajes como gente fundamental para la vida y sus disfrutes, encumbramos a las más rápidas en comentar la jugada, en analizar la realidad y decir la palabra justa, el comentario irónico como aquel mítico ¡Viva París! [5] Porque hay sutilidades que hay que saber captar como las relaciones de poder de una plaza de un pueblo blanco, la profundidad de la guasa, la alegría en la pena, el triple chiste encriptado que el guiri no entiende o empezará a entender cuando el cuentachistes ya está a millones de años luz, la contradicción de un mote, la rapidez, la ética antropológica de las abuelas o de las madres, las sutiles diferencias entre orientales y occidentales, qué significa cucharón y paso atrás, o «a esta» o «vámonos que nos vamos», la versatilidad de la palabra tela, de la palabra fatiga. ¿Digo mentira?
¿Nuestras escritoras los escuchan? ¿Tienen oído de discípula? ¿Se acerca su maquinaria narrativa al otro, pero al otro cercano y no al despersonalizado y gris prototipo humano de las ficciones posmodernas? ¿Es posible aún el cara a cara con el que nos sirve la bombona, nos da bien despachada las judías verdes para la berza, o sabe qué gusto tenemos para las aceitunas?
Al otro lado de los suplementos, de los premios, al otro lado de las operaciones editoriales de otoño-invierno, fuera de las casetas de las ferias del libro, en las calles, en los bares, en los patios, los paseos, las plazas y los caminos, ¿hay voces flameantes e historias que ya nadie escucha? ¿Hay boquetes, tabernas, viejos que narran, mujeres que hilan su historia de fatigas y alegrías?
¿Por qué no se resuelve el debate sobre los dialectos andaluces en el papel, la música triste en negro sobre blanco? ¿Por qué es tan polémico un Principito en andalú [6]? ¿Será capaz la cultura lega de soportar los ataques de la cultura escrita, esa que se apergamina con sus correajes, con sus «-ado», con sus normas de idioma de imperio casposo? ¿Esa oralidad de alto voltaje y calidad alcanza y empapa las narraciones? ¿O se ve como una traba a la hora de presentarnos en el Centro donde tantas veces nos dijeron que hablamos MAL y que no se podía escribir MAL el castellano?
¿Pueden los novelistas andaluces cecear en las entrevistas?
¿Pueden contestar en esas mismas entrevistas, cuando se enfrente el problema de que no los entiendan por el «barroquismo» o hablen «demasiado rápido», responder como trasunto de «yo no es que hable rápido y tú no me entiendes es que eres tú el que tiene que pensar más rápido [7]«, decimos, podrían responder con un:
—Yo no es que escriba muy barroco y no me entiendes es que tú tienes que ser menos sobrio, como el paisaje de la meseta.
Y pensar más rápido.
Continuará.
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[1] Pág 128, Asesinato en el Comité Central, Manuel Vázquez Montalbán, Edición Público, 2009.
[2] Corriere della Sera, 1 de febrero de 1975. cinco mil novelistas andaluces cinco mil novelistas andaluces
[3] Verso del pasodoble «Aunque diga Blas Infante» de la chirigota «Los Yesterday», de Juan Carlos Aragón, 1999.
[4] La nueva narrativa andaluza: una lectura de sus textos, José Antonio Fortes, Anthropos, 1990.
[5] Teoría y juego de duende, Federico García Lorca, 1933. cinco mil novelistas andaluces
[6] El prinzipito, Antoine de Saint-Exupéry, traducción de Huan Porrah, Tintefass, 2017. cinco mil novelistas andaluces
[7] Respuesta del humorista Manu Sánchez a un productor de televisión que le pedía que hablara más lento y que se pronunciara en «castellano». cinco mil novelistas andaluces cinco mil novelistas andaluces
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