Letras flamencas

Carne de yugo

niño yuntero viento del pueblo

Carne de yugo

Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón y me aventan la garganta.

Viento del Pueblo es el último poemario de Miguel Hernández en libertad, con un lenguaje más directo y propagandístico, toma el nombre del romance homónimo Vientos del Pueblo y es un libro que destaca más allá de la protesta, por el amor que transmite tan presente en los poemas más íntimos como en los más comprometidos socialmente con los más desfavorecidos. Se publicó en 1937 a través del Socorro Rojo Internacional, dos años antes de que la dictadura portuguesa lo deportara tras un breve paso por Córdoba, Sevilla y Huelva.

Gracias a la presión internacional -las consecuencias del asesinato de García Lorca-, y varias intercesiones, entre otros la del fundador de la Falange Sánchez Mazas -padre Chicho Sánchez Ferlosio-, el General Varela le conmutó la pena de muerte que tenía a sus espaldas por una cadena perpetua revisable. Miguel pasó por varias prisiones; desde Palencia y Ocaña hasta Alicante, donde murió víctima del tifus y la tuberculosis, sin que pudieran cerrarle los ojos.

Dentro de este poemario se encuentran dos de las composiciones que mejor reflejan la Andalucía de la época; Aceituneros y El niño yuntero. Ambos poemas han sido interpretados innumerables veces, desde Jarcha en Libertad sin ira al inmenso Paco Ibáñez o Joan Manuel Serrat.

Dentro del Flamenco destacan dos nombres que siempre han vinculado sus carreras a la poesía comprometida y mística (no olvidemos sus trabajos con poemas de San Juan de la Cruz o Juan Ramón Jiménez): Carmen Linares, que interpretó el considerado himno de Jaén, y Enrique Morente, las neuronas del Flamenco.

Aceituneros

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.

No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.

Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.

La temática en ambos es la desigualdad social provocada por la ignorancia y la falta de oportunidades, si bien este último, El Niño Yuntero, es el más desgarrador y profundo, con un poeta recordando el hambre y las penurias que pasaban por entonces sus propios hijos.

El Niño Yuntero

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

Miguel Hernández

El Niño Yuntero se hizo muy popular en Chile gracias a que Víctor Jara lo incorporó a El derecho a vivir en paz, 1971. Justo un año después, Serrat lo incluiría en su disco homenaje al poeta orielano publicado por Zafiro en 1972.

Tono Cano
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