Relatos y Ficción

El tren de Madrid a Linares-Baeza

El tren de Madrid a Linares-BaezaEl tren de Madrid a Linares-Baeza

El tren de Madrid a Linares-Baeza

Casi nunca sucede nada en el trayecto que va de Madrid a Linares-Baeza: una fila de vagones recorriendo pacientemente los kilómetros que separan la capital de la ciudad andaluza, mientras anochece y alguien lee o escribe en alguna pantalla táctil.

Serafín y Juan son los eternos ¿maquinistas? de ese tren, aunque ya prácticamente no hacen nada. Todo está automatizado, incluso sus bostezos. Junto a las vías se ven polígonos abandonados, un insignificante montón de madera, un bosquecillo que mira hacia ellos, o mejor, a través de ellos, a través del tren, por encima de ese tren, contemplando con sus ramas algo que se encuentra más allá de su itinerario.

No es que esta postal viviente sea más hermosa que otras muchas; de hecho, resulta menos vistosa que la mayoría. Aquí, en ninguna parte y en todas, pocos tienen recuerdos o pasado. A nadie se le ocurriría bajarse en una de las paradas intermedias, en paisajes tan sombríos, tan provisionales, constelaciones de terreno y fragmentos de piedras convertidas en liquen.

Serafín y Juan a veces se aburren tanto que hablan el uno con el otro. Fueron al mismo colegio, en otro siglo, y a veces se acuerdan del viejo cobertizo en el que una vez se refugiaron de la lluvia cayendo a cántaros, y de cuando salieron a la luz en el oscuro cuadrante donde las ceñudas nubes todavía se agolpaban, el aún tímido arco iris; y todavía más allá un montón de hojas mojadas brillando. Charcos, y la maleza junto a una carretera al fin librada de su polvo.

Pero hoy no, hoy no están pensando en la tierra. Algo les ha distraído. Alguien. Y observan en una de las mini-cámaras de seguridad a una chica que cuatro vagones más atrás va pintándose las uñas. De repente, una gota se le cae en las medias. No se ha inmutado, y ha seguido con su tarea, febrilmente, como quien se entrega a una causa no perdida de antemano.

Los dos la miran, obviando cualquier labor de conducción o de control de mandos, maravillados por su pulso, que ellos han perdido después de tantos, tantísimos años de servicio.

Y ella ha pensado, al sentirse espiada por fantasmas, en el miedo que tiene a envejecer, y a perder la firmeza en esas manos y a que, dentro de unas décadas, no pueda pintarse las uñas ni agarrar un vaso o un libro sin temblar como si fuese una foto movida que nadie va a molestarse en retocar.

 

Este relato pertenece a la serie Cartografías de un gaditano en Madrid de Jesús Llorente

Jesús Llorente
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