Relatos y Ficción

La Calle del Tesoro

la calle del tesoro

La Calle del Tesoro

Cuando llevas 15 meses sin pagar el alquiler y hay sentencia de desahucio, también se decreta una fecha que llaman de alzamiento. Se trata del día en el que debes abandonar tu casa, porque de lo contrario entrarán por la fuerza, y te echarán, y si dejas cosas dentro las pueden subastar. Incluso a tu mascota. Aldo Sahagún, grazalemeño de pura cepa pero residente en la capital desde 1992, no quería pasar la vergüenza de que sus vecinos de la Calle Tesoro le vieran pasar por el trance, pero justo durante el fin de semana previo al fatal desenlace, y cuando la casa estaba casi vacía (era viernes, y el lunes ya tenía apalabrado un transportista que llevaría sus bienes a un guardamuebles) conoció a la mujer de su vida. Alguien a quien dejaría, sin dudar, que le arrancase la piel a tiras, que descuartizase su cuerpo, alguien a quien donaría todos sus órganos si fuese necesario.

Por miedo a que ella pensara que era un pobre hombre, la subió a una triste oficina (la empresa en la que él trabajaba), donde se manosearon con torpeza. El suelo era demasiado frío, no había sofás libres, y estaban demasiado borrachos como para pensar en algo mejor. Fue un tira y afloja frustrante. Él pudo notar lo suave que era su piel. Ella creyó las palabras de él (“tengo invitados en casa, que ocupan todas y cada una de las camas”).

Le dijo que en Grazalema era uno de los orgullosos propietarios de uno de sus casones medievales. En Madrid, bueno, en Madrid, la historia era bien diferente.

En pleno siglo XVIII, un ilustrado catedrático de Fisiología, don Fernando Mateos Beato, también ilustre grazalemeño, sostuvo la teoría de que la capacidad de amor dependía del volumen del bazo. Según el sabio, cada historia de amor producía la aparición de una señal circular en dicha víscera.

Si eso fuese verdad un análisis del bazo de Aldo mostraría semejanzas con el corte transversal de un tronco de árbol. Con una profunda y gruesa señal circular, y otras señales de menor importancia que la precederían. Y podría verse una herida reciente que podría dar nombre a toda una industria maderera, a un banco de órganos, y a un sinfín de golpes en el pecho que le recuerdan a Aldo Sahagún que jamás tendría que haber abandonado Grazalema, aunque su supuesto casón medieval fuese en realidad el piso piloto de una urbanización vacía en la que sus padres están ya más muertos que vivos y se protegen del frío quemando muebles de Ikea.

Este relato pertenece a la serie Cartografías de un gaditano en Madrid de Jesús Llorente

Jesús Llorente
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